lunes, 24 de junio de 2013

3. Los siete cadáveres

En un principio, cuando las culturas recién comenzaban a entender lo que pensaban, una furiosa enfermedad les hacía temer cada noche. Era tan esporádica e intensa que jamás  se sabía quién iba a morir por dormirse, por soñar. Los hombres, mujeres, niños y ancianos que dejaban de reposar ese largo tiempo bajo el manto nocturno por tener un montón de imágenes increíbles en el cráneo que le hacen desvelarse, revelarse y conocer de dónde vino, que le responden más de lo que humanamente ha llegado a hacer por responder. Son pocos los bípedos que lograron soportar este terremoto de información, que sólo se presentaba en las noches más despejadas de pensamientos y quehaceres, aquellos hombres sólo habrían ingresado parte de su ser en la pradera primaria y sin siquiera ser presentados a las grandes cantidades de la cascada creadora del universo.
La enfermedad del soñar fue tal para los primeros hombres, que de alguna u otra manera lograron juntarse todas las culturas apenas dividas, lograron encontrarse en un lugar de la tierra para discutir con movimientos, cantos y representaciones lo complejo que era el soñar. Cada cultura presentó al hombre o mujer más afortunado y experimentado en el plano de los sueños, aquellos que habían sobrevivido a uno o más de estos eventos y aún seguía ligeramente cuerdo. Aquellos ocho personajes, cuatro hombres y cuatro mujeres, serían entregados muertos a los sueños para que una vez estando allá, no podrían volver a ser asesinados por la enfermedad; los más sabios tenían alguna noción de que cosas andaban por allá, después de recopilar la información vomitada en forma de espasmos por los agonizantes seres que se mantuvieron un buen tiempo en transición de muerte. El encuentro de las civilizaciones creó espontáneamente un hermoso encuentro para compartir creencias y vivencias, especias y materiales, pero todo iba bien relacionado con el trascendental sacrificio que daría final al efímero sentimiento comunitario. Ocho culturas ligeramente distintas pero con ocho humanos estrechamente relacionados entre sí, cada uno parecía ser la futura expresión llevada al extremo de su civilización misma.
Cuatro hombres y cuatro mujeres fueron estirados en ocho piedras tibias, a la orilla del mar y equipados con sus respectivas armas. Cuatro hombres y cuatro mujeres sin miedo a morir tenían en sus párpados el peso de cinco días sin dormir, cinco días de abstinencia al sueño para asegurarse un profundo sueño del que no volverían. Cuatro hombres y cuatro mujeres partirían sin saber a la pradera primaria para dar solución a esa enfermedad, pero creían que iban a batallar, creían que iban a enfrentarse con esas negras bestias descritas por sus pares. Cuatro hombres y cuatro mujeres fueron despojados de la vida al mismo tiempo, bajo el dulzor de una noche pacífica, arrullados con el susurro de la marea, cobijados por la temperatura de sus piedras y cuidados por su cultura entera. Cuatro hombres y cuatro mujeres se fueron muertos al más hermoso de los posibles sueños para jamás volver, cada uno con una estaca de madera en el corazón.
Extrañamente, los ocho personajes sintieron estar llegando a algún lugar. Se tomaron las manos por inercia, no se habían dado cuenta de que estaban en un sitio y sentados en círculo, se miraban las caras eternamente desconcertadas. Pudieron sonreírse los unos a los otros con un alivio de no sentir dolor, otros alegraban los ojos por enterarse de cómo es estar muerto. Se soltaron las manos para pasearlas por el exquisito césped que hacía de cojín, pasearon también los ojos por las hermosísimas lomas que se distribuían por todo el lugar, hasta detenerse con los troncos de un rarísimo bosque de follaje frondoso amarillento. Se sentían felices, despojados de peso alguno, vivos. Uno de los hombres se levantó y mantuvo las rodillas flexionadas, los hombros tensos y los ojos derechos, estaba a la defensiva; a lo lejos se encontraba una loma llena de cadáveres correspondientes a los difuntos por culpa de los sueños y más allá se acercaba un grupo de perros oscuros. Sin pensarlo dos veces, los ocho humanos imaginaron sus instrumentos de caza y al instante aparecieron sobre sus cuerpos. Los canes detuvieron el paso y simplemente miraban con distancia, sabrían lo que venía, los violentos humanos les despedazaron y la carne de los animales quedó desordenada por el césped, la sangre rebotaba en el piso y gritaba poder volver a las venas por las que corría antes. El pelaje de los animales era confundido con el tenue color que quedó en el lugar y los ocho hombres se quedaron mirando el desastre que habían dejado, nada habían hecho, esto no era la solución a la enfermedad porque los perros oscuros no eran el sueño tan agonizante y revelador que nublaba las córneas de sus hermanos. Sólo entendieron esto último cuando hubo llegado otro grupo de perros duplicados que armó un círculo aún mucho más grande que el de los humanos, enjaulándolos en el juicio del mal actuar, de las acciones precipitadas y apuradas. Los ominosos canes, sólo para dejar todo claro, dijeron a los cuatro hombres y cuatro mujeres:
Sólo aquellos hombres que soñaban se podían asomar a la pradera, algunos otros se perdían y morían en el sueño calcinados de tanta belleza. Ahora seréis sometidos a ofrendarnos las vidas de sus pares equivalente a las de los nuestros, sólo entonces dejaremos de ser perros oscuros. En el entretanto, cuidaremos de que ningún otro bípedo logre escurrirse en esta maravillosa realidad onírica, por lo inconsecuentes e irresponsables que son. Ahora largaos, que mientras antes traigáis las eternas ofrendas, antes acabarán con su eterno castigo.
         Los cuatro hombres y cuatro mujeres agarraron un poco de tranquilidad al saber que ya no morirían sus parientes por un mal soñar, por no saberlo hacer. Se retiraban con un castigo pero satisfechos por cumplir la misión que les costó la vida. Se tomaron las manos y se retiraron al bosque, allí en el universo entero encontrarían una solución. Cuando estuvieron próximos a cruzar, la polilla se posó en el hombro izquierdo de todos ellos y se bebió la vitalidad; se puso a la izquierda de todos porque todos eran humanos, en ese preciso instante murieron verdadera mente, murieron para volver a este mundo con un filtro diminuto y pasearse por entre los mismos humanos para buscar las ofrendas. Su nueva misión sería volver a vivir, pero llegarían a esto una vez que cada uno ofrendara a su cultura entera. Los años pasarían y éstas se reproducirían, entonces los hijos e hijas traerían las esencias de sus padres en cantidades menores. La labor parecía no tener final, pero salvaba actualmente de los humanos para no morir agonizante en los sueños, a pesar de que la labor de los ocho cadáveres fue en un comienzo  quitar el aliento a sus propias culturas mientras dormían, ausentes de dolor y revelación, una muerte silenciosa y somnolienta.
         Los ocho cadáveres buscaban a los humanos que tenían la esencia de las primeras culturas y se los llevaban cuando se encontraban algo débiles para volver a la “realidad”. Muy frecuentemente eran los enfermos, pero también había personas tan apegadas a la pradera primaria que hasta parecían dejarse llevar por propia voluntad. Los ocho individuos paseaban así infinitamente por todo el planeta, para juntar cada uno la unidad completa de la cultura que les sacrificó. Buscaban volver a la vida para enseñar a todos los demás humanos a soñar, para buscar armonía entre los perros oscuros y los hombres.

         “Parece siniestra la labor de los cadáveres, a pesar de que quisieran unificar a las dos personalidades oníricas más abundantes del planeta” Fueron las palabras que encaminaron al octavo de los ocho cadáveres por otra senda, justo cuando se llevó la vida del ser humano milenario. “Mil años han pasado desde mi sacrificio, y quién sabe cuántos otros miles deberán pasar”. El cadáver decidió recostarse en un lugar del planeta para recrear su sacrificio, quería llegar a soñar nuevamente y encontrar otra solución posible en este universo de lo probable, no le cabía en su inerte cráneo el hecho de someterse a una única salida. Mientras esperaba por dormirse, comprendió que en realidad buscaba a la polilla. Viajó largamente hacia su izquierda y desapareció, la encontró y de alguna manera se volvió el primer chamán.  Sólo quedan en el mundo siete cadáveres, a ellos les corresponde liberar a la raza humana para disfrutar del soñar.

miércoles, 19 de junio de 2013

2. Los perros oscuros


Hace millones de años, mucho antes de que apareciera el perro domesticado, entre hienas y lobos también existía una especie de can salvaje. Esta especie, por azares de la evolución, apenas nacía se veía inmersa en un profundo sueño. Esta clase de perros se dedicaba de lleno a soñar, capacidad que apareció en sus propios genes y que les dejaba a un pestañeo profundo del universo entero y la caprichosa realidad. El can no se aferraba al inconsciente para escaparte a la inmensidad, sino que paseaba en pareja con su otro estado de consciencia y entre pares eludían los posibles daños del viaje. Entonces, el consciente y el inconsciente, se volvían siameses de vida en esta exquisita hazaña onírica: entregarse a las brisas cósmicas, revolcarse en las praderas primarias, ladrarle a los estruendos del filtro cerebral, oler la millonada de fragancias imposibles dispuestas en esquinas de planetas y estrellas ponzoñosas, morder los ruidosos meteoritos cuando rozan con las paredes del universo. La jauría se regocijaba en grande, bajo el artístico manto de la dualidad propia.
En aquellas épocas sólo los perros poseían la personalidad onírica, pero como los azares de la evolución también tienen sus reveses negativos, apareció un ser bípedo que traería un cambio radical en este plano tan virgen para los canes. El humano primitivo ya poseía la incipiente necesidad de explicar todo cuan misterioso es el mundo, además de estar cegado por su colosal filtro de realidades. El hombre tenía entendido para aquellos tiempos que la muerte de sus pares  significaba que se apagaban, tal como lo hacía el sol día a día; sin embargo cuando empezaron a aparecer los sueños en los cráneos de algunos suertudos, éstos entraban a un estado de lucidez parcial y convulsionaban dolorosamente a los ojos de sus familiares y compañeros. Los perros apenas tenían noción de lo que eran los bípedos, ya que cuando entraban al terreno de los sueños se veían rápidamente deslumbrados ante tanta maravillosidad y lloraban hasta que las lágrimas se convertían en sangre, los canes lamentaban la defunción de los intrusos y los iban a dejar en algún hermoso pantano del universo, para que terminaran sus existencias con una agradable vista mientras se pudrían. Los cuadrúpedos cargaban a los extranjeros en sus hábiles mandíbulas mientras se esforzaban por pronunciar las diminutas combinaciones de sílabas pertenecientes a su prehistórica lengua. Este fue el primer tipo de encuentro entre canes y humanos, esta labor de movilizar difuntos fue el primer roce entre las dos personalidades oníricas más abundantes del planeta.
Había ya ocho pequeñas civilizaciones en un sector del planeta, de donde se originarían las futuras variadas culturas por la separación de tierras y emigraciones aleatorias. Las ocho tribus se pudieron comunicar entre sí y poder debatir sobre el problema que tenían con las numerosas muertes. Decidieron por el bien de sus culturas que ocho hombres, cada uno de una tribu distinta, los cuales ya habían tenido ínfimas experiencias con los sueños, serían sacrificados antes de que murieran por tener sueños. Se convencían que de tal manera podrían salvar a todos los humanos de las numerosas muertes generadas por misterioso mundo onírico, al que todavía no podían darle explicación, pero que podían combatirlo enviando a seres que ya no podían morir una vez estando muertos. Los hombres fueron entregados a una serie de fiestas y cantos mortales, para terminar muertos en sus lechos, un al lado del otro y con sus respectivas cerbatanas, lanzas y mazos. Como fue esperado, llegaron a la pradera primaria conscientemente las ocho ofrendas, los ocho cadáveres. Los hombres encontraron a los muertos más recientes amontonados en una loma de la pradera, alrededor de ellos se encontraba un grupo de perros duplicados formando un círculo acogedor. Imaginaron cada uno sus armas y al instante aparecieron en sus extremidades, es entonces cuando dieron lugar a la irracional hecatombe en contra de los magnos perros que no manifestaron defensa ni gestos, únicamente dejaron que su ominosa sangre tiñese los cuerpos de los difuntos y el agradable césped que recibía los cuerpos inertes de los cuadrúpedos. El octeto miraba satisfecho la masacre, pensando que detendrían los robos de vidas de sus pueblos mientras dormían, pero aquel instante de deliciosa gloria fue amargado por la llegada de los canes que regresaban de su tarea de ultra tumba, aquellos que iban a depositar a los muertos en lugares hermosos. Los ocho cadáveres se miraron los unos a los otros y de un único ladrido, uno de los perros del grupo explicó quiénes eran. Los hombres no pudieron evitar sentirse culpables, pidieron perdón por el exterminio sinsentido ante el discurso de los perros:
Sólo aquellos hombres que soñaban se podían asomar a la pradera, algunos otros se perdían y morían en el sueño calcinados de tanta belleza. Ahora seréis sometidos a ofrendarnos las vidas de sus pares equivalente a las de los nuestros, sólo entonces dejaremos de ser perros oscuros. En el entretanto, cuidaremos de que ningún otro bípedo logre escurrirse en esta maravillosa realidad onírica, por lo inconsecuentes e irresponsables que son. Ahora largaos, que mientras antes traigáis las eternas ofrendas, antes acabarán con su eterno castigo.
Los perros se bañaron en la negra sangre de sus hermanos y tinturaron todo su cuerpo de borgoña. Los ocho cadáveres se marcharon al bosque viscoso para conocer el universo y en él buscar solución. Por otro lado, las tribus creyeron tener éxito, pues ya no tenían muertos cada vez que algún esporádico hombre, mujer o niño moría de convulsiones reveladoras por los crudos sueños. Los canes dejaban que los humanos se quedaran inconscientes en las praderas y tuviesen como “sueños” los recuerdos del día, una pequeña liberación de sus cerebros. Como comenzó a aumentar la población, algunos humanos nacían superdotados oníricamente, por lo que despertaban de la inconsciencia en la pradera primaria e intentaban escabullirse por el bosque, algunos tenían suerte y lograban su hazaña, otros, por su parte, eran devorados por los animales en su inútil empresa. También cierta variación de la especie se lograba mezclarse con los “falsos sueños” de las personas y hacía que éstas olvidaran lo que su inconsciente lograba acaparar desde la pradera. La pradera primaria parecía un cultivo de tubérculos antropomórficos, un lindo paisaje para los rencorosos perros oscuros.

Aún existe aquel lugar físico del planeta donde estos animales nacen, se reproducen escasamente y duermen eternamente. Aquel lugar es una gigantesca geoda que contiene cristales y reflejos inmensos de luz que participan de arrullo para tan hostiles cuerpos cuadrúpedos, sólo las vibraciones crípticas son posibles de generar una geométrica cuna que sedimenta en el pelaje de los animales como música fosilizada. 

viernes, 14 de junio de 2013

Epitafio de Dios

“Rav Yehuda dice, hay doce horas en un día. En las primeras tres horas Dios se sienta y aprende el Torá, las segundas tres horas él se sienta y juzga el mundo. Las terceras tres horas Dios alimenta al mundo entero... el cuarto periodo de tres horas Dios juega con el Leviatán.”
Talmud, Avodah Zarah.

Cuando la creadora total del universo, la lepisma saccharina, decidió por crear un planeta donde alguna de sus especies tuviera el síndrome de la morbosidad explicativa, también creó a un personaje que les calmara tal necesidad con fuertes dosis de fe. El insecto se liberó de desarrollar aún más las incipientes formas de vida que sembró en tal planeta, entonces dejó a esta recién nacida ánima a cargo de todo y le confirió todo el crédito, además de una porción del poderoso sentimiento de creación, esa deliciosa, sublime y liviana bocanada de éter para concretar lo que ni abstracto puede ser llamado. El chiquillo, por su parte, se deleitaba y desvelaba con tanta belleza bacteriana y vegetal sumergida en una inmensa charca a la intemperie de toda la galaxia. Pronto proliferaron en número y calidad tales especies y comenzaron a seguir el árbol evolutivo que el pequeño había construido en la tierra, que hizo surgir al manosear las placas tectónicas del mundo. Algunos pocos millones de años más tarde, la cantidad de especies en el mar fue tal que la masa verdosa tornó a reflejar el color del espacio, pero pronto los gases excretados por los seres vivos generaron una impecable atmósfera que cambiaría para siempre el anaeróbico destino del planeta. Desde las superficies levantada por las imponentes cordilleras se posaba el niñito para admirar su diminuta obra y agradecía eternamente al creador por haberle otorgado tal maravillosa vida, tanto que decidió por escribirle un cuento hinchado de alegorías y alimentado con metáforas de complejidad divina, codificado al punto máximo. Unos pocos millones de miles de cientos de años más tarde, aquellos seres con síndromes de morbosidad le llamarían Biblia, Talmud, Torah, Enûma Erish, Tenchikaibyaku, entre otras tantas paráfrasis del libro que, además de ser distorsionadas y mal interpretadas, fueron atribuidas a un impostor forastero que se hizo llamar “Dios”.
Cuando el hombrecito decidió crear un continente único, después de haber desarrollado distintas especies tan variadas y coloridas en cualidades asentadas en los islotes de cordilleras y volcanes solitarios, procuró que las formas de vida compartieran entre si y se formara un increíble espectáculo de interacción y variabilidad, incluso mayor que en las profundidades azules. Un día, conversando con la lepisma saccharina  en una de sus necesarias visitas sobre consejos, el insecto despertó en el muchachito una necesidad de creación algo narcisista y colosal; el niño había sido un delicado creador y había olvidado que en el universo entero hay también cosas grotescas y espectaculares, como las estrellas que mueren, las distorsiones espaciales, el bostezo de una galaxia, las criaturas magníficas inventadas por sus hermanos ánimas en otros planetas y, por sobre todo lo demás, el fastuoso planeta de las quimeras. El jovencito se fue a dormir al núcleo de su planeta con un deseo hambriento en el vientre, pero no dejó que la curiosidad de su propia imaginación le desvelase como antes lo hacía y se acurrucó con el magma, se aferró a los metales líquidos y se durmió con el magnetismo. Cuando hubo despertado, una reluciente idea trino le estremeció todo, le hizo vibrar hasta la partícula más reciente y obvia. Hizo una pequeña trampa temporal y sacó de evoluciones futuras a tres animales para metaforizarlos en algo magnífico y colosal: el Ziz, para que le acompañase en esos paseos con carácter de revelación que realizaba a los inesperados paraderos de la lepisma saccharina; el Behemoth, para que jugaran y defendieran al continente de los polvos cósmicos y otras ánimas embriagadas de libertinaje; por último, al favorito, el Leviatán. Si no hubiese sido por este animal, este pez, todas las formas de vida que no fuesen vegetales que todavía se desarrollaban vagamente en las profundidades seguirían como tal. La figura tan inteligente, tan llena de minerales en sus imbricadas escamas, tan viva y feliz, despertaba en cada una de las primitivas formas de vida la necesidad de evolucionar y jugar por las aguas tal como lo hacían el muchachín y el Leviatán. El magno ser se desplazaba tan elegantemente entre todas las amebas de descomunal tamaño, entre las numerosas medusas, entre los glaciales y géiseres submarinos, entre las islas nuevas y las viejas, entre los pólipos, anémonas, corales, colonias de plancton, gusanos de mar, insectos marinos, estrellas de mar, lampreas y proto-péces; así oscilaba entre todas las expresiones de vida y las motivaba tanto a conocer las aguas, como salir de ella. El joven se sentía tan orgulloso de su creación, tan asombrado estaba de lo que podía crear en el planeta sin los poderes que la lepisma le había otorgado que olvidó que allí arriba en la superficie también se desarrollaban embrionarios seres de naturaleza morbosa y explicativa.
2
                Un bermellón día, el jovencito se dignó a salir a la superficie. Había olvidado cómo se veía el sol desde afuera del agua e hizo de su cuerpo una estructura concreta de células para poner la espalda de cara al astro. Behemoth no se aparecía por la playa, Ziz andaba quizá por lo lejos. Más allá de la orilla se encontraba una densa selva, y cerca de allí se situaban los manglares del lugar. EL chiquillo descansaba sentado en la arena, desnudo miraba cómo a lo lejos su Leviatán brincaba entre las olas y las hacía estallar en su propio cuerpo, tal era el poder de su criatura más bella. Por un momento, quiso sentir lo que era el dolor; tomó una piedra pequeña y con energía se golpeó la mano izquierda. El hematoma del golpe no le causó sensación alguna, quedó desconforme y fue apenas a las cortinas del frondoso concentrado vegetativo por una espina, se la clavó en el dedo meñique y sangró. El pequeño se sintió diferente, sintió que le abordaba algo, sintió que se agarraba de otra cosa y pronto comenzó a percibir el peso del aire sobre sus hombros. Caminar se le hacía tarea algo compleja, respirar lo era también. Por algo extraño ubicado en su vientre, se dirigió hacia el interior del bosque en busca de algo que ni siquiera se había definido como noción en su cuerpo; era real, era concreto, era doloroso tener que visualizar con ojos que no le pertenecían un sangriento banquete de su Behemoth en mandíbulas de grotescos hombres primitivos. El pequeño no pudo soportar la situación, esta masacre a su más perfecto guardián de la tierra no tenía sentido ni finalidad. La desesperación entumió todo su cuerpo y se desgarró todos los músculos para poder deshacerse de donde se encontraba, se desplazaba con dificultad entre las lianas de la selva en busca del resplandor de la playa, en busca de la salvación de su Leviatán. La extraña sensación de dolor, novedosa en esta ánima que decidió hacerse carne, se expandía y reproducía por su frágil figura: primero fue en el meñique; luego fue en las laderas de sus brazos, rasguñados por su miedo entre los confiados árboles; de pronto aparecían destellos dolorosos por toda su espalda hasta que uno de ellos logró atravesar su pecho y presentarse como una filuda piedra, una flecha. Cayó sobre la arena. Fue una odisea arrastrarse hasta las cercanías del agua y de alguna manera susurrar a su Leviatán el último capítulo de su libro, para la lepisma, y le llamarían Armagedón. Sería el final de su mundo, la muerte de un dios. Cuando los carnívoros seres se aproximaban a su más actual presa, la marea dejó de ser un suave cariño sobre el cuerpo inerte, sino que se agarraba con fuerzas y fluía de una manera inexplicable. Los aborígenes se atumultuaron con los ojos sorprendidos y la boca muy abierta, un magnífico y colosal pez oblongo levantaba la cabeza empapado de expresiones furiosas y volcánicas. El sabio Leviatán devoró a su creador despedazándolo y desfigurándolo lo mayor posible, con una importante finalidad. El muchacho, además de susurrarle el final de su cuento, le dijo lo crudo que se volvería el mundo si Behemoth permitía que la morbosidad y la explicación, sin embargo sería peor si el hombre osara a internarse en las dunas marinas. El Leviatán plantó una semilla de miedo crujiente en los corazones de los aborígenes, dejó una colonia de esporas en la memoria colectiva y de allí nacieron todos los miedos al mar. Las profundidades marinas se volvieron entonces un lugar de misterio y altas presiones; un lugar que aloja todos los huellas de la historia del planeta, sedimentándolos en quizá qué lugar y dando origen a una millonada de especies marinas alimentadas por los recuerdos y el historial de tales vestigios; una pared evolutiva que por obra de la casualidad dejó a los seres marinos una leve ventaja con respecto al ser de naturaleza morbosa.
Así fue como el Leviatán comenzó a desarrollar una potente guerra contra el hombre, luego de que los aborígenes fuesen desplazados por una nueva cultura traída desde las estrellas, se dio lugar a una especie antropomórfica aún peor: el humano destructor. Nada podía empeorar luego de que uno de los creadores de la nueva raza decidiera por titularse como Dios y dejar su imperio de cristiandad como una inversión a futuro lejano. Es entonces cuando las inmensas interpretaciones y limitaciones del libro escrito por su creador fueron distorsionadas para dejar al Leviatán como un monstruo digno del diablo. He aquí el origen de la mitología de tan espectacular animal.

Por otro lado, Ziz escapó a la guarida de la lepisma saccharina, se fundió con el oxímoron y comunicó al insecto la defunción de una de sus obras con más futuro. La lepisma, por su parte, decidió olvidarse de ese planeta por algún tiempo. El leviatán estaría recolectando durante toda su vida a los grandiosos seres repartidos por toda la superficie submarina, para que el hombre jamás tuviese contacto alguno con las formas de vida que algún día estuvieron en el vientre del planeta, en la cuna del pequeño. 

domingo, 9 de junio de 2013

1. El Onironauta

El momento en el que nos separamos de la respiración voluntaria y nos profundizamos en el origen y razón del sistema circulatorio; el instante en que la corteza cerebral, la consciencia, comienza a desgranarse para dejar en suspensión polvorientos vestigios sobre su abismal inconsciente; ese viaje en busca del maquinista que mantiene intacta tan grandiosa maquinaria de carne, hueso y energía, incluso tal hazaña está lejos de las dificultados que debe superar el onironauta.
Este primer personaje ingresado en el comienzo del bastidor onírico corresponde a cualquier persona que pueda escurrirse entre los sueños comunes. Hace todo por su pura determinación y logra, de alguna manera, tomar el control sobre lo que está soñando. Sin embargo el onironauta que nos importa no es aquel que logra estar despierto mientras duerme, no es aquel que distorsiona y juega con su imaginación para introducirse en planos maravillosos y falsos, como el arte. Si bien todo lo que percibimos no es más que una interpretación de la realidad, el auténtico peregrino de los sueños escapa de su imaginación creativa y se interna en las verdades; todos los demás vertebrados que duermen se ubican en tres planos: el no soñar, el soñar involuntario y el soñar imaginativo.
El viajante no puede mezclarse por si mismo en el fabuloso mundo de la realidad escondida, metaforizada y simbolizada, sino que utiliza el impecable inconsciente como medio para desfigurarse en los sueños y difuminar su imagen orgánica y mineral del plano perceptivo, la integridad entre los dos niveles del pensamiento hace de una la implacable escafandra de la otra. El maquinista del cuerpo, además de mantener correctamente al organismo, se dedica a sostener la coyuntura trascendental del viajero y de tal manera que llega a tener roces potentes con la inmensidad, sin duda algo peligroso para alguien sin práctica. El inconsciente y el consciente llevan a cabo este paseo gracias a la voluntad del segundo, de otra manera el inconsciente volvería al estado fundamental de su existir. Mantener al inconsciente como el medio de transporte requiere de gran valor, determinación y responsabilidad por parte del viajero.
Dentro de toda la sociedad en que se encuentra, usted, el onironauta, es diferenciado de los otros seres que duermen por una única razón: tener el poder de eludir a los perros oscuros. Integrarse conscientemente en los sueños es evitar esta jaula, el conducto regular por el que sobrenadan las masas. Si usted ha llegado a soñar verdaderamente alguna vez en su vida, entonces debería recordar la pradera primaria de la irrealidad. Es el campo en el que se ubican todas las personas que duermen, allí son vigilados por los canes ominosos. Primero debe levantarse, pues a todos los mantienen sentados. En segundo lugar no debe llamar la atención o estremecerse, porque podría sacar de la inconsciencia a sus vecinos, con esto vendrían muchas muertes y revueltas entre perros y humanos. En tercer lugar, para no perder este efímero destello de liberación, debe mirarse las manos por algunos segundos. Si sigue  correctamente estos tres pasos, podrá caminar silenciosamente por la pradera y atravesará alguna pared viscosa del estado de transición; de otra manera tendría que escapar de los canes y posiblemente perdería memoria, incluso puede dar lugar a una batalla entre las bestias y verse obligado a ganar, de alguna manera, para continuar con la empresa. Ahora se encuentra con la verdad, tiene libertad para recorrer el universo, como también la desventaja de jamás volver. Puede deleitarse de planos que aún comprende su filtro de humano, como también de las otras formas perceptivas que no están asociadas a los receptores físicos de su cuerpo. A pesar de todo esto, como onironauta sólo tiene calidad de espectador, usted no puede ejercer efecto en esa verdad. Como mucho usted puede causar alborotos en la pradera primaria y luchar, tal vez, con los perros oscuros. Más allá de ser un turista en la inmensidad del planeta no puede ser. Podría usted conformarse únicamente con visitar esos valles de nebulosa, los otros planetas que desarrollan las infinitas posibilidades que se han desarrollado en la imaginación de alguien, disminuirse hasta alcanzar el tamaño de una bacteria y apreciar el mundo atómico como plenamente es, puede conocer mucho y obtener varias revelaciones, pero usted sólo está soñando, no ha entrado a un cuarto nivel que le permite la interferencia. Aún así ser espectador le trae beneficios, dejando de lado la posibilidad de que jamás vuelva si se pierde o se olvida de quien es: tiene mayor probabilidad de volver que el onironauta del cuarto nivel. Si usted osara a llegar a la verdad por medio del cuarto nivel del sueño, como es su completa figura la que entra a este plano, toda su conformación puede sufrir cambios durante todos los estados imposibles de la materia que tienen alojo en los sueños. Si desea conocer sobre esto, siga leyendo el manual.
Por último, las recomendaciones para tener un viaje íntegro y delicioso no son más que confiar en su voluntad y olvidarse de mucho hablar, hay cosas que no debe reproducir en un plano tan alejado de la verdad. Si desea aprender a eludir o combatir a los perros oscuros, lea el siguiente capítulo.

lunes, 3 de junio de 2013

Prefacio prehistórico

La mañana ahogaba el dulzor de la noche, haciendo del paisaje otra milagrosa reencarnación del día, del manto calipso, una pradera impalpable para el temperamental sol, el escondite perfecto para las jugarretas de los astros. En esos momentos, la lepisma de los cuentos anteriores descansa de su labor, descansan sus sifonóforos, descansan sus turritopsis nutrícula y dohrnii. El insecto se entrega al universo hedonista y por primera vez en todo el día deja su labor en las onirificaciones. Surge entonces un enemigo inadvertido y se escapa del lecho imposible del hexápodo, el oxímoron, para escabullirse en el páramo. La idolomantis diabólica es presionada en su verde empresa por el hambriento sistema digestivo, que cambió fisiológicamente una vez que los insectos parecían mugre en comparación con los banquetes de una nueva materia, los sueños. El animal de estrafalaria ornamenta decidió, sólo por experimentar, acercarse al oído de un viajero mientras dormía; encontró allí una viscosa sustancia que le provocó adicción, la hostilidad del bosque ya no era una hazaña alimenticia y de supervivencia; la mantis se sometió a la curiosidad y su nueva selva sería la humanidad. De tanto engullir cosas oníricas se fue mezclando con el terreno de lo sublime y, tan pronto como se dio cuenta, la sustancia de sus células había dejado de ser concreta. Comprendió, más tarde, que era una ingente lepisma la culpable de los milenarios sueños y las incipientes onirificaciones del mundo actual. Supo de inmediato que corría riesgo si tal existencia se enteraba de que algún personaje interfiere con la labor del grandioso ser por la única razón de un exquisito sabor. La mantis diablo se involucró en un un inmenso asunto, dejó de los básicos tactismos y el desarrolló una consciencia que, en conjunto con sus desproporcionales cualidades de insecto, le hicieron conocer todas las etapas de los sueños, toda la historia que contenían y el irracional sentido que les mantenía en los cráneos de otros seres. Sabía de qué sueños alimentarse y de cuáles no. Sabía de los sueños de otras especies y las especies de los sueños. El insecto se volvió una glotona paradoja, esperaba a que amaneciera para devorar los recuerdos del magnífico mundo y así eliminar de las memorias, de quienes no los apreciaban, los frutos del árbol onírico.
Una mañana, y para su sorpresa, un pequeño le esperaba despierto. El muchacho había sentido en ocasiones anteriores que la mantis manoseaba sus recuerdos y esta vez, desdoblándose  le pudo enfrentar. Le preguntó por qué lo hacía a lo que el animal le abrazó y respondió " te enseñaré todo lo necesario para que aprendas a soñar".