En un principio, cuando las culturas recién comenzaban
a entender lo que pensaban, una furiosa enfermedad les hacía temer cada noche.
Era tan esporádica e intensa que jamás
se sabía quién iba a morir por dormirse, por soñar. Los hombres, mujeres, niños y ancianos que dejaban de
reposar ese largo tiempo bajo el manto nocturno por tener un montón de imágenes
increíbles en el cráneo que le hacen desvelarse, revelarse y conocer de dónde
vino, que le responden más de lo que humanamente ha llegado a hacer por
responder. Son pocos los bípedos que lograron soportar este terremoto de
información, que sólo se presentaba en las noches más despejadas de
pensamientos y quehaceres, aquellos hombres sólo habrían ingresado parte de su
ser en la pradera primaria y sin
siquiera ser presentados a las grandes cantidades de la cascada creadora del
universo.
La enfermedad del soñar fue tal para los primeros
hombres, que de alguna u otra manera lograron juntarse todas las culturas
apenas dividas, lograron encontrarse en un lugar de la tierra para discutir con
movimientos, cantos y representaciones lo complejo que era el soñar. Cada cultura
presentó al hombre o mujer más afortunado y experimentado en el plano de los
sueños, aquellos que habían sobrevivido a uno o más de estos eventos y aún
seguía ligeramente cuerdo. Aquellos ocho personajes, cuatro hombres y cuatro
mujeres, serían entregados muertos a los sueños para que una vez estando allá,
no podrían volver a ser asesinados por la enfermedad; los más sabios tenían
alguna noción de que cosas andaban por allá, después de recopilar la
información vomitada en forma de espasmos por los agonizantes seres que se
mantuvieron un buen tiempo en transición de muerte. El encuentro de las
civilizaciones creó espontáneamente un hermoso encuentro para compartir
creencias y vivencias, especias y materiales, pero todo iba bien relacionado
con el trascendental sacrificio que daría final al efímero sentimiento
comunitario. Ocho culturas ligeramente distintas pero con ocho humanos estrechamente
relacionados entre sí, cada uno parecía ser la futura expresión llevada al
extremo de su civilización misma.
Cuatro hombres y cuatro mujeres fueron estirados en
ocho piedras tibias, a la orilla del mar y equipados con sus respectivas armas.
Cuatro hombres y cuatro mujeres sin miedo a morir tenían en sus párpados el
peso de cinco días sin dormir, cinco días de abstinencia al sueño para
asegurarse un profundo sueño del que no volverían. Cuatro hombres y cuatro
mujeres partirían sin saber a la pradera
primaria para dar solución a esa enfermedad, pero creían que iban a
batallar, creían que iban a enfrentarse con esas negras bestias descritas por
sus pares. Cuatro hombres y cuatro mujeres fueron despojados de la vida al
mismo tiempo, bajo el dulzor de una noche pacífica, arrullados con el susurro
de la marea, cobijados por la temperatura de sus piedras y cuidados por su
cultura entera. Cuatro hombres y cuatro mujeres se fueron muertos al más hermoso
de los posibles sueños para jamás volver, cada uno con una estaca de madera en
el corazón.
Extrañamente, los ocho personajes sintieron estar
llegando a algún lugar. Se tomaron las manos por inercia, no se habían dado
cuenta de que estaban en un sitio y sentados en círculo, se miraban las caras
eternamente desconcertadas. Pudieron sonreírse los unos a los otros con un
alivio de no sentir dolor, otros alegraban los ojos por enterarse de cómo es
estar muerto. Se soltaron las manos para pasearlas por el exquisito césped que
hacía de cojín, pasearon también los ojos por las hermosísimas lomas que se
distribuían por todo el lugar, hasta detenerse con los troncos de un rarísimo
bosque de follaje frondoso amarillento. Se sentían felices, despojados de peso
alguno, vivos. Uno de los hombres se levantó y mantuvo las rodillas flexionadas,
los hombros tensos y los ojos derechos, estaba a la defensiva; a lo lejos se encontraba
una loma llena de cadáveres correspondientes a los difuntos por culpa de los
sueños y más allá se acercaba un grupo de perros
oscuros. Sin pensarlo dos veces, los ocho humanos imaginaron sus
instrumentos de caza y al instante aparecieron sobre sus cuerpos. Los canes
detuvieron el paso y simplemente miraban con distancia, sabrían lo que venía,
los violentos humanos les despedazaron y la carne de los animales quedó
desordenada por el césped, la sangre rebotaba en el piso y gritaba poder volver
a las venas por las que corría antes. El pelaje de los animales era confundido
con el tenue color que quedó en el lugar y los ocho hombres se quedaron mirando
el desastre que habían dejado, nada habían hecho, esto no era la solución a la
enfermedad porque los perros oscuros
no eran el sueño tan agonizante y revelador que nublaba las córneas de sus
hermanos. Sólo entendieron esto último cuando hubo llegado otro grupo de perros
duplicados que armó un círculo aún mucho más grande que el de los humanos,
enjaulándolos en el juicio del mal actuar, de las acciones precipitadas y
apuradas. Los ominosos canes, sólo para dejar todo claro, dijeron a los cuatro hombres
y cuatro mujeres:
Sólo
aquellos hombres que soñaban se podían asomar a la pradera, algunos otros se
perdían y morían en el sueño calcinados de tanta belleza. Ahora seréis
sometidos a ofrendarnos las vidas de sus pares equivalente a las de los
nuestros, sólo entonces dejaremos de ser perros oscuros. En el entretanto,
cuidaremos de que ningún otro bípedo logre escurrirse en esta maravillosa
realidad onírica, por lo inconsecuentes e irresponsables que son. Ahora
largaos, que mientras antes traigáis las eternas ofrendas, antes acabarán con
su eterno castigo.
Los
cuatro hombres y cuatro mujeres agarraron un poco de tranquilidad al saber que
ya no morirían sus parientes por un mal soñar, por no saberlo hacer. Se
retiraban con un castigo pero satisfechos por cumplir la misión que les costó
la vida. Se tomaron las manos y se retiraron al bosque, allí en el universo
entero encontrarían una solución. Cuando estuvieron próximos a cruzar, la polilla se posó en el hombro
izquierdo de todos ellos y se bebió la vitalidad; se puso a la izquierda de
todos porque todos eran humanos, en ese preciso instante murieron verdadera
mente, murieron para volver a este mundo con un filtro diminuto y pasearse por
entre los mismos humanos para buscar las ofrendas. Su nueva misión sería volver
a vivir, pero llegarían a esto una vez que cada uno ofrendara a su cultura
entera. Los años pasarían y éstas se reproducirían, entonces los hijos e hijas
traerían las esencias de sus padres en cantidades menores. La labor parecía no
tener final, pero salvaba actualmente de los humanos para no morir agonizante
en los sueños, a pesar de que la labor de los ocho cadáveres fue en un comienzo
quitar el aliento a sus propias culturas mientras dormían, ausentes de
dolor y revelación, una muerte silenciosa y somnolienta.
Los ocho cadáveres buscaban a los humanos
que tenían la esencia de las primeras culturas y se los llevaban cuando se
encontraban algo débiles para volver a la “realidad”. Muy frecuentemente eran
los enfermos, pero también había personas tan apegadas a la pradera primaria que hasta parecían
dejarse llevar por propia voluntad. Los ocho
individuos paseaban así infinitamente por todo el planeta, para juntar cada uno
la unidad completa de la cultura que les sacrificó. Buscaban volver a la vida
para enseñar a todos los demás humanos a soñar, para buscar armonía entre los perros oscuros y los hombres.
“Parece
siniestra la labor de los cadáveres, a pesar de que quisieran unificar a las
dos personalidades oníricas más abundantes del planeta” Fueron las palabras
que encaminaron al octavo de los ocho
cadáveres por otra senda, justo cuando se llevó la vida del ser humano
milenario. “Mil años han pasado desde mi
sacrificio, y quién sabe cuántos otros miles deberán pasar”. El cadáver
decidió recostarse en un lugar del planeta para recrear su sacrificio, quería
llegar a soñar nuevamente y encontrar otra solución posible en este universo de
lo probable, no le cabía en su inerte cráneo el hecho de someterse a una única
salida. Mientras esperaba por dormirse, comprendió que en realidad buscaba a la polilla. Viajó largamente hacia su
izquierda y desapareció, la encontró y de alguna manera se volvió el primer
chamán. Sólo quedan en el mundo siete cadáveres, a ellos les corresponde
liberar a la raza humana para disfrutar del soñar.