miércoles, 19 de junio de 2013

2. Los perros oscuros


Hace millones de años, mucho antes de que apareciera el perro domesticado, entre hienas y lobos también existía una especie de can salvaje. Esta especie, por azares de la evolución, apenas nacía se veía inmersa en un profundo sueño. Esta clase de perros se dedicaba de lleno a soñar, capacidad que apareció en sus propios genes y que les dejaba a un pestañeo profundo del universo entero y la caprichosa realidad. El can no se aferraba al inconsciente para escaparte a la inmensidad, sino que paseaba en pareja con su otro estado de consciencia y entre pares eludían los posibles daños del viaje. Entonces, el consciente y el inconsciente, se volvían siameses de vida en esta exquisita hazaña onírica: entregarse a las brisas cósmicas, revolcarse en las praderas primarias, ladrarle a los estruendos del filtro cerebral, oler la millonada de fragancias imposibles dispuestas en esquinas de planetas y estrellas ponzoñosas, morder los ruidosos meteoritos cuando rozan con las paredes del universo. La jauría se regocijaba en grande, bajo el artístico manto de la dualidad propia.
En aquellas épocas sólo los perros poseían la personalidad onírica, pero como los azares de la evolución también tienen sus reveses negativos, apareció un ser bípedo que traería un cambio radical en este plano tan virgen para los canes. El humano primitivo ya poseía la incipiente necesidad de explicar todo cuan misterioso es el mundo, además de estar cegado por su colosal filtro de realidades. El hombre tenía entendido para aquellos tiempos que la muerte de sus pares  significaba que se apagaban, tal como lo hacía el sol día a día; sin embargo cuando empezaron a aparecer los sueños en los cráneos de algunos suertudos, éstos entraban a un estado de lucidez parcial y convulsionaban dolorosamente a los ojos de sus familiares y compañeros. Los perros apenas tenían noción de lo que eran los bípedos, ya que cuando entraban al terreno de los sueños se veían rápidamente deslumbrados ante tanta maravillosidad y lloraban hasta que las lágrimas se convertían en sangre, los canes lamentaban la defunción de los intrusos y los iban a dejar en algún hermoso pantano del universo, para que terminaran sus existencias con una agradable vista mientras se pudrían. Los cuadrúpedos cargaban a los extranjeros en sus hábiles mandíbulas mientras se esforzaban por pronunciar las diminutas combinaciones de sílabas pertenecientes a su prehistórica lengua. Este fue el primer tipo de encuentro entre canes y humanos, esta labor de movilizar difuntos fue el primer roce entre las dos personalidades oníricas más abundantes del planeta.
Había ya ocho pequeñas civilizaciones en un sector del planeta, de donde se originarían las futuras variadas culturas por la separación de tierras y emigraciones aleatorias. Las ocho tribus se pudieron comunicar entre sí y poder debatir sobre el problema que tenían con las numerosas muertes. Decidieron por el bien de sus culturas que ocho hombres, cada uno de una tribu distinta, los cuales ya habían tenido ínfimas experiencias con los sueños, serían sacrificados antes de que murieran por tener sueños. Se convencían que de tal manera podrían salvar a todos los humanos de las numerosas muertes generadas por misterioso mundo onírico, al que todavía no podían darle explicación, pero que podían combatirlo enviando a seres que ya no podían morir una vez estando muertos. Los hombres fueron entregados a una serie de fiestas y cantos mortales, para terminar muertos en sus lechos, un al lado del otro y con sus respectivas cerbatanas, lanzas y mazos. Como fue esperado, llegaron a la pradera primaria conscientemente las ocho ofrendas, los ocho cadáveres. Los hombres encontraron a los muertos más recientes amontonados en una loma de la pradera, alrededor de ellos se encontraba un grupo de perros duplicados formando un círculo acogedor. Imaginaron cada uno sus armas y al instante aparecieron en sus extremidades, es entonces cuando dieron lugar a la irracional hecatombe en contra de los magnos perros que no manifestaron defensa ni gestos, únicamente dejaron que su ominosa sangre tiñese los cuerpos de los difuntos y el agradable césped que recibía los cuerpos inertes de los cuadrúpedos. El octeto miraba satisfecho la masacre, pensando que detendrían los robos de vidas de sus pueblos mientras dormían, pero aquel instante de deliciosa gloria fue amargado por la llegada de los canes que regresaban de su tarea de ultra tumba, aquellos que iban a depositar a los muertos en lugares hermosos. Los ocho cadáveres se miraron los unos a los otros y de un único ladrido, uno de los perros del grupo explicó quiénes eran. Los hombres no pudieron evitar sentirse culpables, pidieron perdón por el exterminio sinsentido ante el discurso de los perros:
Sólo aquellos hombres que soñaban se podían asomar a la pradera, algunos otros se perdían y morían en el sueño calcinados de tanta belleza. Ahora seréis sometidos a ofrendarnos las vidas de sus pares equivalente a las de los nuestros, sólo entonces dejaremos de ser perros oscuros. En el entretanto, cuidaremos de que ningún otro bípedo logre escurrirse en esta maravillosa realidad onírica, por lo inconsecuentes e irresponsables que son. Ahora largaos, que mientras antes traigáis las eternas ofrendas, antes acabarán con su eterno castigo.
Los perros se bañaron en la negra sangre de sus hermanos y tinturaron todo su cuerpo de borgoña. Los ocho cadáveres se marcharon al bosque viscoso para conocer el universo y en él buscar solución. Por otro lado, las tribus creyeron tener éxito, pues ya no tenían muertos cada vez que algún esporádico hombre, mujer o niño moría de convulsiones reveladoras por los crudos sueños. Los canes dejaban que los humanos se quedaran inconscientes en las praderas y tuviesen como “sueños” los recuerdos del día, una pequeña liberación de sus cerebros. Como comenzó a aumentar la población, algunos humanos nacían superdotados oníricamente, por lo que despertaban de la inconsciencia en la pradera primaria e intentaban escabullirse por el bosque, algunos tenían suerte y lograban su hazaña, otros, por su parte, eran devorados por los animales en su inútil empresa. También cierta variación de la especie se lograba mezclarse con los “falsos sueños” de las personas y hacía que éstas olvidaran lo que su inconsciente lograba acaparar desde la pradera. La pradera primaria parecía un cultivo de tubérculos antropomórficos, un lindo paisaje para los rencorosos perros oscuros.

Aún existe aquel lugar físico del planeta donde estos animales nacen, se reproducen escasamente y duermen eternamente. Aquel lugar es una gigantesca geoda que contiene cristales y reflejos inmensos de luz que participan de arrullo para tan hostiles cuerpos cuadrúpedos, sólo las vibraciones crípticas son posibles de generar una geométrica cuna que sedimenta en el pelaje de los animales como música fosilizada. 

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