Hace millones de años, mucho antes de que apareciera el perro domesticado, entre hienas y lobos también existía una especie de can salvaje. Esta especie, por azares de la evolución, apenas nacía se veía inmersa en un profundo sueño. Esta clase de perros se dedicaba de lleno a soñar, capacidad que apareció en sus propios genes y que les dejaba a un pestañeo profundo del universo entero y la caprichosa realidad. El can no se aferraba al inconsciente para escaparte a la inmensidad, sino que paseaba en pareja con su otro estado de consciencia y entre pares eludían los posibles daños del viaje. Entonces, el consciente y el inconsciente, se volvían siameses de vida en esta exquisita hazaña onírica: entregarse a las brisas cósmicas, revolcarse en las praderas primarias, ladrarle a los estruendos del filtro cerebral, oler la millonada de fragancias imposibles dispuestas en esquinas de planetas y estrellas ponzoñosas, morder los ruidosos meteoritos cuando rozan con las paredes del universo. La jauría se regocijaba en grande, bajo el artístico manto de la dualidad propia.
En aquellas épocas sólo los perros
poseían la personalidad onírica, pero
como los azares de la evolución también tienen sus reveses negativos, apareció
un ser bípedo que traería un cambio radical en este plano tan virgen para los
canes. El humano primitivo ya poseía la incipiente necesidad de explicar todo
cuan misterioso es el mundo, además de estar cegado por su colosal filtro de
realidades. El hombre tenía entendido para aquellos tiempos que la muerte de
sus pares significaba que se apagaban,
tal como lo hacía el sol día a día; sin embargo cuando empezaron a aparecer los
sueños en los cráneos de algunos suertudos, éstos entraban a un estado de lucidez
parcial y convulsionaban dolorosamente a los ojos de sus familiares y
compañeros. Los perros apenas tenían noción de lo que eran los bípedos, ya que
cuando entraban al terreno de los sueños se veían rápidamente deslumbrados ante
tanta maravillosidad y lloraban hasta que las lágrimas se convertían en sangre,
los canes lamentaban la defunción de los intrusos y los iban a dejar en algún hermoso
pantano del universo, para que terminaran sus existencias con una agradable
vista mientras se pudrían. Los cuadrúpedos cargaban a los extranjeros en sus
hábiles mandíbulas mientras se esforzaban por pronunciar las diminutas
combinaciones de sílabas pertenecientes a su prehistórica lengua. Este fue el
primer tipo de encuentro entre canes y humanos, esta labor de movilizar
difuntos fue el primer roce entre las dos personalidades
oníricas más abundantes del planeta.
Había ya ocho pequeñas
civilizaciones en un sector del planeta, de donde se originarían las futuras
variadas culturas por la separación de tierras y emigraciones aleatorias. Las
ocho tribus se pudieron comunicar entre sí y poder debatir sobre el problema
que tenían con las numerosas muertes. Decidieron por el bien de sus culturas
que ocho hombres, cada uno de una tribu distinta, los cuales ya habían tenido
ínfimas experiencias con los sueños, serían sacrificados antes de que murieran
por tener sueños. Se convencían que de tal manera podrían salvar a todos los
humanos de las numerosas muertes generadas por misterioso mundo onírico, al que
todavía no podían darle explicación, pero que podían combatirlo enviando a
seres que ya no podían morir una vez estando muertos. Los hombres fueron
entregados a una serie de fiestas y cantos mortales, para terminar muertos en
sus lechos, un al lado del otro y con sus respectivas cerbatanas, lanzas y
mazos. Como fue esperado, llegaron a la pradera
primaria conscientemente las ocho ofrendas, los ocho cadáveres. Los hombres encontraron a los muertos más recientes
amontonados en una loma de la pradera, alrededor de ellos se encontraba un
grupo de perros duplicados formando un círculo acogedor. Imaginaron cada uno
sus armas y al instante aparecieron en sus extremidades, es entonces cuando
dieron lugar a la irracional hecatombe en contra de los magnos perros que no
manifestaron defensa ni gestos, únicamente dejaron que su ominosa sangre tiñese
los cuerpos de los difuntos y el agradable césped que recibía los cuerpos
inertes de los cuadrúpedos. El octeto miraba satisfecho la masacre, pensando
que detendrían los robos de vidas de sus pueblos mientras dormían, pero aquel
instante de deliciosa gloria fue amargado por la llegada de los canes que
regresaban de su tarea de ultra tumba, aquellos que iban a depositar a los
muertos en lugares hermosos. Los ocho cadáveres se miraron los unos a los otros
y de un único ladrido, uno de los perros del grupo explicó quiénes eran. Los
hombres no pudieron evitar sentirse culpables, pidieron perdón por el exterminio
sinsentido ante el discurso de los perros:
Sólo aquellos hombres que soñaban se podían asomar a la pradera, algunos
otros se perdían y morían en el sueño calcinados de tanta belleza. Ahora seréis
sometidos a ofrendarnos las vidas de sus pares equivalente a las de los
nuestros, sólo entonces dejaremos de ser perros oscuros. En el entretanto,
cuidaremos de que ningún otro bípedo logre escurrirse en esta maravillosa
realidad onírica, por lo inconsecuentes e irresponsables que son. Ahora
largaos, que mientras antes traigáis las eternas ofrendas, antes acabarán con
su eterno castigo.
Los perros se bañaron en la negra
sangre de sus hermanos y tinturaron todo su cuerpo de borgoña. Los ocho cadáveres se marcharon al bosque
viscoso para conocer el universo y en él buscar solución. Por otro lado, las
tribus creyeron tener éxito, pues ya no tenían muertos cada vez que algún
esporádico hombre, mujer o niño moría de convulsiones reveladoras por los
crudos sueños. Los canes dejaban que los humanos se quedaran inconscientes en
las praderas y tuviesen como “sueños” los recuerdos del día, una pequeña
liberación de sus cerebros. Como comenzó a aumentar la población, algunos
humanos nacían superdotados oníricamente, por lo que despertaban de la
inconsciencia en la pradera primaria
e intentaban escabullirse por el bosque, algunos tenían suerte y lograban su
hazaña, otros, por su parte, eran devorados por los animales en su inútil
empresa. También cierta variación de la especie se lograba mezclarse con los “falsos
sueños” de las personas y hacía que éstas olvidaran lo que su inconsciente
lograba acaparar desde la pradera. La pradera
primaria parecía un cultivo de tubérculos antropomórficos, un lindo paisaje
para los rencorosos perros oscuros.
Aún existe aquel lugar físico del
planeta donde estos animales nacen, se reproducen escasamente y duermen
eternamente. Aquel lugar es una gigantesca geoda que contiene cristales y
reflejos inmensos de luz que participan de arrullo para tan hostiles cuerpos
cuadrúpedos, sólo las vibraciones crípticas son posibles de generar una
geométrica cuna que sedimenta en el pelaje de los animales como música
fosilizada.
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