viernes, 21 de marzo de 2014

9. Las mil arañas neuronales


 
En el planeta de los Sabios Pilares  habitaba un sinnúmero de minerales y cristales de diferentes especies que proliferaban como monolitos en toda la piel de la esfera. Este lugar correspondía a una de las tantas partículas de cultivo en la zona del Imaginarium de la misma Lepisma, y en esta exclusiva parte del universo se daba lugar a los primordios inorgánicos, potentes precedentes de todas las formas posibles de vida que se vieron abiertas a existir en toda la historia del vivir. El Silencio, rey y guardián de los cristales y minerales, era el encargado de mantener un equilibrio magnético y emocional entre las especies, además de regularizar la entrada y salida de los variados creadores, quienes osaban a cruzar la línea del universo para llegar al Imaginarium y elegir un exquisito surtido de elementos para dar orígenes a formas derivadas de vida y bajo sus propias condiciones de creación. Un sistema perfectamente armado y retenido de cualquier degradación que El Tiempo podría aportar ante sus ojos.

En determinado punto de la trayectoria del planeta, El Silencio se encontraba algo despistado y no notó que desde lo lejos se aproximaba un humilde viajero, longevo y colosal, casi del porte de un monolito. El gigante barbudo se apresuraba para ingresar en el aura del planeta en busca de un sitio para refugiarse y recuperar fuerzas luego de varias hazañas por eludir los ataques de la polilla. En su cansancio, el vejestorio no emitió ruido alguno al aterrizar; tan solo al poner sus pies llenos de partículas estelares, el planeta emitió un mensaje de advertencia y amor, el gigante se encontraba en peligro. Si bien los conocimientos de este personaje eran inmensos, sus energías estaban ya bastante agotadas y una lucha con El Silencio le sería imposible, sin embargo poseía un apoyo anónimo de la Lepisma, que iba siguiendo sus pasos desde su cuna, pues la historia que se venía trenzando le parecía inmensamente entretenida y diferente en comparación con la de otros tantos creadores y dioses del existir. En cuanto el gigante encontró un silencioso refugio, una deliciosa gruta de cuarzo ruborizado, una pata de la Lepisma se estiró desde lo más lejano e impactó con una pradera de cobre. El impacto fue tal, que todos los creadores que estaban cosechando minerales se desmayaron del susto, mientras que El Silencio se estremeció hasta perder la noción de tiempo y espacio. El gigante, sin entender mucho, se había levantado de su lugar mucho antes del evento, pues ya poseía un extraordinario instinto para reaccionar ante cualquier aparición que la Lepisma podía hacer en su minúscula vida; al ver la infinita pata del insecto corrió hasta el lugar que apuntaba la extremidad e hizo un esfuerzo por esquivar los agudos proyectiles de cobre que salieron disparados del lugar. De pronto, entre todo este caos terracota, el vejete pudo observar con claridad cómo es que la pata de la Lepisma había agarrado algo desde una profundidad perturbadora y comenzaba a jalarlo con ligereza desconcertante; la escena, que en un momento fue una catástrofe cualquiera, se convirtió en una espectacular lluvia de agujas de cobre y, desde el ápice de la pata, se aproximaba un bosque de dendritas que terminó por cubrir todo el radio visible del gigante. Él no se limitó a reprimir sus sensaciones ante la increíble transición montada por aquel ser superior, y entonces notó su error al romper el silencio que El Silencio cuidaba; este guardián volvió en sí y, aun desconociendo aquel novedoso y lejano bosque de curiosas piedras, se internó en él con tal de suprimir al intruso. Una persecución muda se reía de los torpes movimientos de los dos jugadores en el frondoso lecho de piedras dibujadas, las formas arbóreas bailaban ante las sordas percusiones de los estelares pies del viejo y los pesados bostezos de los mil pies de El Silencio. Paredes, quebradas, ríos de oro, acantilados, cascadas de bromo, pilares hierro y unos cuantos lagos de mercurio fueron tan solo parte de las pistas que llevaron a la presunta presa hacia su destino: un monolito de ónix. Siguiendo su instinto, el gigante se sentó frente a la grandiosa y ominosa figura y comprendió el catastrófico silencio que tenía tal mineral en su corazón. Su boca se abrió y las frecuencias se dignaron a desfilar en conjunto con una compleja modulación, sílabas ancestrales e historias de antaño fueron el único recurso que restaba para el gigante, además de su poderosa retención de los nervios ante el posible final que se acercaba a sus espaldas. El Silencio finalmente encontró a su presa por obra y gracia de los maravillosos y sentimentales cantos que emitía, pero justo antes de concluir con su ruidosa vida, el monolito de ónix extendió veinticuatro extremidades y se dividió en tres ovaladas arañas de pulida presencia, estos preciosos arácnidos envenenaron al predador muy ágilmente y le devoraron en un mismo instante. El silencio fue pagado con silencio, los metálicos octópodos terminaron con una urticante tradición que mantenía limpia la raza mineral y cristal de todas las impactantes historias que venían por detrás de algún creador y su ambiciosa empresa por crear vida y un mundo entero bajo sus yemas.
Una estrella fugaz anunció la nueva época en el Imaginarium, sólo entonces el gigante y sus tres lustres servidores decidieron continuar con los caminos invisibles que unían la sangre de una galaxia con otra. Cada vez que el instinto de pertenencia despertaba en cada una de las arañas significaba que se aproximaban a un yacimiento de monolitos de ónix, repartidos aleatoriamente y dispuestos elegantemente en algún santuario de las tan variadas naturalezas a las que los viajeros tuvieron el lujo de visitar. Cuando el número de servidores ascendió a mil, el numero último de monolitos de ónix, celebraron con una gran historia: la grandiosa imaginación de un ser que se entregó a la realidad por escuchar a  la Lepisma y la inacabable curiosidad benévola de miles de ponzoñosos minerales enamorados de las cosas que hacían ruido por todo el universo. De allí que su naturaleza metálica les permitía absorber cuanto conocimiento se encontrara en las laderas de las posibilidades y en las grietas del tiempo.

jueves, 6 de marzo de 2014

La médula del mundo


Xólotl, convertido en una especie de anfibio, logró hacerse camino entre los ponzoñosos e inmensamente frondosos bosques submarinos de coral. El guerrero había venido desde la antípoda de la Médula del mundo con tal de encontrar el huevo que una vez, en un tiempo remoto, un asteroide había depositado en el cráter de ese volcán que dio origen a todos los continentes.