lunes, 23 de junio de 2014

Tres párpados

Dijo:
Cuentan las orugas que por entre las metamorfosis se esconden extraños seres que se alimentan exclusivamente del amor con que está hecho cada capullo, alterando las cartas preparadas por El Futuro de una manera caótica y no menos bella que como El Tiempo habría propuesto. De aquellas personalidades poco se conoce, sólo se sabe dos ínfimas semillas de ellos: que tienen origen en cuanto algún humano intenta dar una explicación ofensiva al mundo, ofensiva porque su explicación es del tamaño de su cráneo; y que aquellos seres nacen de los frutos esporádicos de algunos ríos inéditos: el Shajarat-al-Hayat, Phoenix dactylifera, Acacia d'Terené. ¿Qué relación tienen estas aguas xerófitas con las húmedas orugas? Yehoshua no comprendió las palabras que la voz del planeta pronunció en respuesta; ni la voz del padre sol, ni la voz de la madre luna, ni la voz de la ráfaga, ni la voz del silencio, ni la voz de la soledad, ni la voz del equilibrio, ni la voz de la justicia pudieron formular una respuesta legible ante la duda del viajero.
Cuenta la mitología Lepidoptense que las historias sobre estos seres metamórfagos dieron lugar a una de las más curiosas historias de las mariposas. Ocurre que desde que aquellos ríos verticales comenzaron a dar frutos, al menos uno de estos personajes se escurría por los desiertos y daba lugar a los cereales, que en toda su existencia bebían del Nilo, y llegaba hasta los suculentos tallos, dormía entre las pálidas raíces hasta que las mariposas llegasen a dejar sus crías bajo el cuidado de Madre Verde. Si bien los cereales del Nilo estaban relativamente cerca de las fuentes de estos seres, había algunos que cruzaban océanos completos, creían las orugas que lo hacían construyéndose diminutas embarcaciones con la tela del mar y los huesos de moluscos. Pero, a pesar de ello, las historias que lograron cambiar en la exótica selva amazónica, en las selvas indias, en las selvas australianas, en los extremos dependientes de la primavera o en las islas dependientes del magma, nunca una historia de intervención sería tan alternativa como la que Yehoshua escuchó un día, cuyo origen partió un día que se encontraba sentado a las orillas del Nilo -y en busca de los Jardines de Babilonia- por parte de las orugas egipcias:
"Desde hace más de mil soles rojos, llegaron los Usiros a comerse uno de nuestros capullos de amor, uno cada eclipse, sin dejar morir a la transición que le aguardaba dentro. Conozco una hermana, hija de la Madre Verde del nuevo lago Nubia que puede contarte más. Mueve rápido la piel dura de tus pies, que la época de la metamorfosis se apronta a la velocidad del mundo."
Yehoshua dejó de lado su búsqueda principal, corrió por entre el desierto en busca de que las masas de agua se ensanchasen para dar lugar, tempranamente, al escupe artificial. Allí, cada una de las orugas dentro de sus propios capullos, sólo dejando la mitad de su cuerpo al aire, respondieron ante la duda de Yehoshua, todas al unísono, porque todas eran una:
"Desde hace más de mil soles rojos, uno de los Usiros se comió el capullo de una hermana criada por una Madre Verde en Ukerewe. Nuestros ancestros creyeron que ese Usiro estaba confundido por la época, no era el ciclo que presentaría un eclipse en el manto. Sin embargo, para sorpresa de todos, el Usiro se puso a cantar una agradable melodía mientras comía el capullo de una hermana. El manto se llenó de cicatrices de color doloroso y se movían de extremo a extremo como si fuesen peces, como si nuestro manto hubiese sido nada más ni nada menos que uno de los bellos criaderos de cereales lanzados con fuego y viento ante sus fugaces ojos. Nos debemos ocupar de lo nuestro, contarte esta historia nos ha dejado a todas exhaustas. Por el corazón Nilo Blanco puedes aprender un poco más."
Yehoshua comprendió que no había posibilidades de llegar al corazón del Nilo Blanco antes de que finalizara la metamorfosis y todas las mariposas eludieran contarle la verdad. Le pidió entonces al tiempo que fuera piadoso de él, a lo que éste le respondió 
"Todo a su tiempo."
Yehoshua, con sus pies sangrantes, pero con la mente vívida, llegó al atardecer a un gran banco de aguas tranquilas habitado por cereales y allí le esperaban capullos de oruga con cara culpable. Para su suerte una colonia de luciérnagas había sido notificada fragmentos de vida antes y acudieron al rescate de Yehoshua. Primero levantaron una muralla de esperanza ante sus ojos y pronto comenzaron a susurrar una por una, cada una llevaba una sílaba entre sus alas y un acento ácido entre sus lámparas, al tiempo que lo obligaban seguir corriendo:
"De a poco, aquella oruga intervenida por el atrevido Usiro, comenzó a permutar, cada una de sus unidades tomó un aspecto de tierra húmeda, parecía nacida del barro. Sus ojos comenzaron a tornar un camino más arisco ante el mundo y su trompa se extendió hasta concluir en una nariz, sus numerosas patas se redujeron a cuatro. El espanto reinaba en aquella cuna de cereales, pero la curiosidad pudo más, pues ninguna de las orugas detuvo su proceso, ninguna pegó el ojo en la completa metamorfosis, y ninguna extendió sus alas hasta que la intervención del Usiro hubiese presentado su obra de arte lo más claro posible."
Yehoshua enlentecía su paso, iba cruzando la pantanosa región de Sudd con miedo en los hombros, por las mentiras que podrían entrar entre las heridas de sus pies, los prehistóricos dientes y las toscas pezuñas que podían pulverizar su empresa. Las luciérnagas, estrellando su oscuro camino, le intentaban tranquilizar:
"Yehoshua, concéntrate en tu camino, que el pantano levanta árboles y cocodrilos para hacer de la sombra un tanto más sombría; el sol se aparea con la luna y un eclipse eterno indica que vas en el correcto camino. Voluntad, voluntad, voluntad, voluntad."
Las luciérnagas se alinearon con tal de marcar el camino que Yehoshua debía recorrer para cruzar la pradera hostil, la humedad acabó con la luz y pronto las hierbas de los alrededores comenzaron a engrandecerse, a expresarse, la sombra asustaba los pies cicatrizados del viajero con tal de hacer más interesante su viaje hasta Mobutu Sese Seko. Las hojas infinitas, germinadas en la saliva del río hacían que la tierra aparentara más de lo que ya era; las frecuencias hídricas eran cada vez más sospechosas, el palpitar de algunas pieles se paseaban por las cavidades óseas de Yehoshua y le hacían temblar. El calor, el miedo, el silencio y todo ese ruido mudo hacieron tambalear la vida del viajero, pero las palabras de El Tiempo y el apoyo de las luciérnagas lograron que las lágrimas se secaran en su parda piel y las modulaciones resonaron una vez más en sus sentimientos:
"No temas, no te ahogues, respira por entre tus propios suburbios pulmonares y allí la encontrarás."
"¿Encontrar qué?"
"La pradera, la inmensa pradera."
"La prudencia, la inmensa prudencia."
La luz de las luciérnagas se hizo inmensa por entre toda la planicie, la luz de ellas mismas se convirtió en pradera, y la pradera permutó en orogénesis: nacieron entonces las montañas que arruyaban el lago Ukerewe. La transición, hizo que Yehoshua olvidara la racionalidad de su empresa y siguiese la voluntad del camino, la luna y el sol se confabularon para enseñarle al viajero la gracia del eclipse, la alucinación temporal y espacial del pantano y la sangre etérea del Nilo.
Allí mismo en el lago Ukerewe, el sol y la luna seguían eclipsados, pidieron a Yehoshua que les mirara a los ojos en el reflejo del agua y entonces continuarían con la historia:
"Los árboles sagrados han de beber de la tierra porque quieren imitar a los ríos, sus aguas se vuelven sagradas cuando por sus gargantas han de pasar. Pósate encima del agua, vamos, en el ciclo de hoy tienes permiso para no hacerle reverencia al éter líquido y mediante él te llevaremos a donde tu pregunta te ha traído. Toma consciencia de todo el viaje que has emprendido, ninguna palabra de color has traído como recuerdo de todos los espirales vitales que has presenciado, Yehoshua, anima tu fuego azul."
Yehoshua con timidez puso sus pies heridos, ya negros, en las aguas del magnífico lago. El reflejo de las montañas se estremeció, pero el reflejo del eclipse continuó ahí sin bacilar un segundo. Una vez puesto encima, un mismísimo Usiro salió de su pecho y escaló hasta el agua, para alcanzar el cielo, y al mezclar su negra piel con el piso del paraíso se dio lugar al enraizamiento en los pies de Yehoshua. Millones de paletas de colores dieron lugar a la palma de Judea por el vientre de sus pies, del pecho de sus talones surgió una Acacia infinita y de la coronilla de sus dedos nació la excelsa Proposis y sus brazos extendidos nublaron toda vista. 
"La personalidad de la oruga ya no era cuadrada, era triangular. El espectáculo trajo a las mariposas de toda Ityop'iya, llenaron de una sensación policromática aquella humilde cuna de cereales. "El Nilo entero tirita" decían, "Escuchamos un himno áspero" decían. El capullo se hizo huevo, teniendo media oruga afuera, y luego medio reptil en su lugar. El Usiro, gozoso de su grandiosa y muda obra sorprendió a todas las tierras altas y al mismísimo lago T'ana. Cada capítulo de su cuerpo era un recuerdo del pasado, un ataque del remordimiento: de cara a las estrellas, poseía montañas en todas sus regiones; en honor a la tierra, llanuras y humedales. Sus ojos, dotados de historias astrales, se encontraban bajo tres párpados que protegerían al animal de las ponzoñosas emociones que pudiesen entrar por su vista; de la misma manera ocurrió con su pétrea y pantanosa piel, con sus impíos y hostiles dientes. El Usiro dijo entonces, cuando los tres párpados se abrieron ante la implacable llave del amor: "Sobek! ¡Hijo del hierro espacial, hijo del meteorito; arrasa con tu paso a toda la irrealidad y que todos tus hijos sean benditos!" y se marchó. Cada una de las unidades colorías de Ityop'iya se despojó de su lugar con el secreto entre sus frágiles alas y caprichoso revoloteo: "¡Una oruga es ahora el rey de los Sucos!". El gran cocodrilo despegó sus patas de aquella Madre Verde y se lanzó al agua dulce, sabiendo que su destino era el mar. Navegó todo el Nilo río abajo, llevándose consigo todos los miedos, todos los prejuicios para que los de su raza fuesen todos respetados, todos benerados. Una vez allí, ante el portón del mar. Dió la vuelta y miró, con su ojo izquierdo, con sus tres párpados abiertos y la llave del amor puesta en su lugar, al ojo derecho de Yehoshua, quien creyéndose víctima de una alucinación en su búsqueda de los jardines de Babilonia, encontró Sobek bajo sus pies descalzos. El viajero, despertando de sus espasmos, se hizo consciente de haber sentido el flujo de las pacíficas aguas, las tormentosas cataratas y todas las bellísimas formas de vida que  hacen de un río más ríos. Ríos nómadas y ríos sedentarios."

En el lomo del cocodrilo de mar se encontraba Yehoshua, sus pies ya no estaban sangrando. Mientras intentaba hacer encajar con su razón el hecho de que su búsqueda de Babilonia, juzgado desde un principio como onírico por sus pares, no era más que una frágil ala de polvo en comparación con su traslación temporal por entre los engorrosos caminos de los cereales. Sobre la loma del infinito cocodrilo, fue depositado él, en un valle de escamas que le permitía llegar a la rivera y también a las sinceras edificaciones en el cuerpo del animal. Las humildes viviendas, hechas enteramente de flores de piedra, alojaban a los Usiros y sus respectivas vidas. Yehoshua recorrió los pasillos del valle escamoso, las galerías de ofrendas pintadas y ofrendas contadas por las laderas de piel; se acercó al colosal cráneo de Sobek y con el cuerpo le hizo una pregunta, él le respondió. Yehoshua siguió la instrucción del cocodrilo y le contó el cuento entero de cómo le encontró. Dijo: "Cuentan las orugas que por entre la metamorfosis...", "...", "...".
Cuando hubo terminado su relato, una exquisita sensación se posó por encima de la muerte del Nilo, las nubes que imitaban los habitantes del pasado se comenzaron a pasear por el infinito mar de estrellas y la luna y el sol terminaron su apareamiento, el día se hizo de nuevo. Se sentó justo entre los dos ojos, los demás Usiros hicieron lo mismo, traían ofrendas a su hogar y una fracción para ellos: una cena con cereales. Arribó entonces el cocodrilo al portón del mar y cada uno de los presentes se hizo parte de la obra, Madre Verde se despidió de ellos, como se despide cada vez que el cuento se cuenta, y para que el cuento se cuente nuevamente, mil soles rojos han de cruzar; Sobek se sumergió y en el trayecto a lejanos jardines en el fondo del mar, cada uno de los residentes esparció su cena de semillas por los flujos del infinito mar, dejando estrellas repartidas por todo lugar, que ninguna esperanza se quedara hambrienta de miedos.