miércoles, 30 de octubre de 2013

Hexa-compuestos

Nos mimetizamos en las deliciosas texturas del césped ventoso, respiramos los patrones oxidados del éter mundano, fraternizamos sobre las vizcosas extensiones imaginarias de cualquier vientre, cantamos en silencio y susurramos a los sentidos todos aquellos secretos fotofóbicos que se arrastran por los tréboles. Creamos las raíces, las pulimos y les dibujamos el simbolismo del mimetismo, homenajeamos al contorsionismo del espiritualismo. Carecemos de cerebros, pero no de cráneos. Nuestra semilla se ha devorado todo su suculento reservorio para dar lugar a los cotiledones del realismo. Hemos germinado en los vapores de las rocas.

sábado, 19 de octubre de 2013

8. El gigante barbudo

Es el hombre del que jamás se supo una historia, de él nadie podría hacer referencia o simbolismo alguno. Cuando alguien se pregunta sobre las grandes personas y obtiene una respuesta, es porque aquellas entidades tuvieron un sagrado límite en el mundo, tan pequeño fue su avanze que toda la humanidad podía todavía describirlos. Sin embargo, este hombre se atrevió a lanzarse más allá de los dioses, más allá de su planeta, más allá de su orgullo y más allá de su galaxia. El gigante barbudo superó toda creencia que en Xeah-Sio, su tierra, le habían propuesto, se entregó a la realidad y en ella vive. Si de algo se arrepiente es de no haberse dado cuenta antes de las ilimitadas capacidades del existir, y de los inmensos portones que hay que cruzar para alcanzar al completo ser. La vejez le había atacado hasta cierto punto, la polilla le había besado casi toda la nuca, pero esa ínfima porción de vitalidad que le quedó en lo más recóndito de las esquinas cerebrales logró mantener en pie al bípedo de curiosa arquitectura.
Yo-yo le nombraron sus tres progenitores. Su pálida cara y los lunares marrones bajo su par de ojos eran un augurio de grandísimo ser. Para toda la comunidad, este niño era la vívida imagen de un visionario religioso, mas nadie logró identificar un tercer lunar en las laderas de su nuca. Tal como una semilla, se fue desarrollando lentamente en el único continente de Xeah-Sio, jugaba con las verdosas aguas y el liviano aire, se entregaba a los carnosos prados de vegetales similares alas anémonas y luego, por la tarde, volvía a su hogar para la cena y la adoración a los santísimos. El planeta entero era una utopía que era visitada frecuentemente por los quince dioses que dieron lugar a la vida en éste, un infértil astro.
Las historias que contaban los dioses y deslumbraban al continente entero por días y noches no fueron suficientes para Yo-yo: él sentía, por alguna razón, que todavía había más.  El joven tenía un sentido más desarrollado que cualquiera de sus benditos pares, aquella cualidad le significaría un peligroso camino hacia la proliferación propia, tal como ocurre con un fruto cuando deja al árbol, una caída extremadamente ominosa y solitaria. Sus latentes cuestionamientos le llevaron al roce de la muerte por un descuido en sus jugarretas a las orillas del lago que correspondía a su tumba; la polilla comenzó a besar la nuca de Yo-yo mientras éste se ahogaba, sin embargo olvidó el insecto que el lunar de su nuca también era parte del cuello. El accidente cavernoso en la nuca de Yo-yo le despertó la consciencia cuando ya estaba llegando a las profundidades de la masa de líquido, entonces volteó y vio claramente a la polilla y su mortal existencia. Ella no tuvo más que escapar, volver por donde vino, grandioso error, pues el muchacho logró visualizar las articulaciones del originador de todo, el humilde creador de todo lo que cabe dentro de la mente y lo que no también, la lepisma. Aquel lunar correspondía nada más que una pista astral de una estrella, su futuro hogar, al cual nadie, con excepción de él, podría llegar. La polilla desconocía lo que las existencias no hubiesen recorrido, si aquel jovencito lograse llegar a algún lugar desconocido por ella, salvándose de su mortalidad, entonces se convertiría en un ser tan colosalmente poderoso como lo es ella. La lepisma, ante tan curiosa situación, no hizo más que regocijarse con lo inesperado de la situación; batió sus extremidades una vez más para zamarrear los últimos restos de incredulidad de la mente del muchacho.
La metamorfosis ha comenzado, el capullo del niño se había ubicado en un terreno inmensamente hostil, asechado constantemente por la polilla. Ni los dioses ni sus pares tenían significancia en esta peligrosa carrera. El joven se hizo hombre, y el hombre se hizo viejo. Yo-yo tardó muchísimo en encontrarse, las dificultades vitales que proponía la polilla a lo largo de su empresa eran tales que cada segundo que pasaba era una inmensa batalla entre el uno y el otro y, a pesar de ello, el muchacho-hombre-vejestorio aprendía bastante con cada golpe que le daba al insecto, ese polvo color ocre que despedían las eternas alas del hexápodo contenían toneladas de conocimiento. Ya era bastante viejo cuando Yo-yo descubrió en si mismo su nombre, entonces se lanzó al centro del planeta, gracias a la millonada de cosas que ya había aprendido y dominado, para beberse el elixir gravitatorio de ese mundo, recuperaría de esta manera la energía invertida en toda su primera batalla. Aunque destruyó el planeta por completo, al digerir la masa unificadora de éste, prometió a toda la flora y fauna que se había cultivado en ese lugar un futuro mejor, los engulló también, pero en los pliegues de su memoria. “Hoy mi mundo, mañana el cielo.”. El vejete partió su caminata hacia el astro dibujado en su nuca y en su viaje cósmico era acompañado de su más grandiosa creación, un homúnculo fusiforme dotado de ocho extremidades y un exoesqueleto de escamas imbricadas compuestas por ónix fundido, la araña neuronal. Así como los seudópodos, este arácnido metálico recogía toda la información que el hombre, por su avanzada edad, no podía recoger del universo. A medida que avanzaban por las galaxias y senderos de hidrógeno, el viejo aumentaba su tropa al recoger ónix de los planetas que adornaban los caminos. Una araña instruía a la otra y ésta a la siguiente, de pronto un ejército de mil arácnidos estaba bajo la orden de viajero, quien les pagaba sus servicios con tres simples cosas: “Muchísimas gracias, queridísima mía!”, “Lo has hecho bien, hermosa mía!” y, por sobre todo, “Había una vez...”. Los maravillosos cuentos que formulaba el vejete hacían que sus hijos metálicos, octópodos sinápticos,  se motivaran en buscar más información por todos los lugares para que el señor de la palabra diera origen a algo que no se encontraba en ningún otro lugar del universo, algo comparable a las capacidades de la lepisma, la imaginación. Tal era el trabajo de las arañas que el viejo se sentía inmensamente en deuda y, a la vez, tal era lo magnífico de sus cuentos, que las arañas, por su parte, se sentían inmensamente en deuda también. De esta manera, el viaje hacia el astro se volvió más cómodo y agradable, donde en un principio era una única araña la que dejaba sus labores para ahuyentar los molestos revoloteos de la polilla. Ahora un ejército entero estaba al tanto de los movimientos del coleóptero. La guerra entre el veterano y el insecto comenzó aquel día en que los dos guerreros encontraron yacimientos de polvo sempiterno, aquellos eran pequeñas acumulaciones de imaginación provenientes de la infinita imaginación de la lepisma. Tal era la dificultad de obtener estos pobres materiales, que al obtenerla uno de los dos batallantes, obviamente después de una ardua búsqueda y una probable pelea por ello, se rendían homenaje el uno al otro para demostrar el respeto por las grandiosas capacidades que cada uno había logrado alcanzar.

El astro plasmado en la nuca del viejo concluyó su misión una vez que el ejército de las mil arañas neuronales y el amo de estas arribaron al más bellísimo planeta mineral, Xibalbá. Allí, el veterano pudo descansar, almacenó todos sus conocimientos en el centro gravitacional del cuerpo celeste y liberó un montón de demoniacas entidades a los alrededores del huevo para que custodiasen la valiosa información recogida por todo el inacabable universo. La mítica flora y fauna de su primitiva cultura se pegó en las laderas de planeta y proliferó como vapor en el frío. 

lunes, 23 de septiembre de 2013

Ágave tinto

 "Me encuentro en un viaje desesperado por encontrar aquello que, por épocas de madurez sociológica, suelo dejar cubierto de polvo ardiente para que cubra mis pestañas y otros hermosos vellos del oído con el delicioso incienso de las más aromáticas piedras desérticas, meditantes visionarias del universo."
Nos contaron por ahí que nacieron de "puntos calientes", sitios específicos a donde vienen a morir nuestras esperanzas y allí depositan sus nutrientes; con tanta energía y luz, estas hermosas piedrecillas repartidas de verdad esporádicamente - y no bajo esa influencia del desorden aleatorio naturalesco - desarrollan un cerebro denso, un magma lento en todo su interior. Crecen y aprenden  ahí, en esa lujosa cuna para plantas amantes de los extremos y bien antojadas de griteríos en jardines de silencio. Aquí mismo se da lugar al abrazo milenario, aquel momento en que los minerales abrazan a los troncos sempiternos, salpicados de algún exótico condimento atemporal que entrega pistas de cómo estos colosos lignificados llegaron a ser derrumbados en una batalla con el tiempo.
Realmente es maravilloso cómo es que nos enteramos, más aún lo es la asombrosa capacidad que poseen aquellas piedrecillas en contarnos cómo es la realidad, cómo es que esas estrellas que, flotando en el cielo, se aburría y se lanzaban en picada hacia la pampa para revolcarse en ella. Jamás decidimos si era más preciosa la humeante estela de colores ácidos o la tronadora polvadera que armaban al impregnar sus deseos en el suelo. Estos espasmos telúricos eran seguidos de la tenebrosa aparición del chivo de seis cuernos y su colérico pelaje, el cuadrúpedo se mantenía pasmado observando el techo que cubría sus senderos, este cielo estaba lleno de peces que se zambullían en el refrescante manto profundo. Las escamas que perdían esos cuerpos celestes al batirse en el cosmos eran recogidas por hombres de aceite, padres de familia que vendían su alma al salitre, prometían su corazón al cobre o los pies al chañarsillo; estos cerebros tristes eran alimentados por sus monógamas mujeres, muy acostumbradas a ventilar sus vidas enteras cada vez que se sacan la carne de los huesos.
"Cuando recuerdo todo aquello, me envuelvo en llanto. No lloro por los mundanos, lloro por la transición. Lloro y la madre me consuela, la educadora del universo que ha reflejado su vientre en otro manto de carne; nodriza que hace presencia cuando se le anda y no se le pisa. Me aferro al paisaje, he arribado al volcán de recuerdos. Las aves de tierra me llaman desde los más familiares senderos y con sus plumas secan las lágrimas de mi espalda."

jueves, 12 de septiembre de 2013

Hemorragia de piedra

La cosa más poderosa existente en el universo decidió, un día, tomar forma física y con ello terminó las habladurías sobre lo abstracta que era. De allí que su viscosa apariencia llenó las venas de las grandes piedras, las primeras células.
La entidad, hambrienta de recuerdos, fue conocida como Muerte, pues se llevaba la vitalidad de aquellos seres que hicieron una vez un trato con Vida; el acuerdo constaba de dos partes, donde la primera correspondía a una etapa de desarrollo y magníficas vivencias, mientras que la segunda correspondía a ofrendar tales historias. Vida y Muerte estuvieron desde el principio, desde donde no hay historia, sin embargo Vida es hija de Muerte, quien decidió parirle en un destello de movimiento. Lo que era hasta entonces el iniverso comenzó a fluir, las cosas comenzaron a moverse por obra de Vida, pero el préstamo de esta energía debía ser devuelto una vez que se cumpliese con el trayecto deseado, es entonces cuando Muerte se apropiaba cariñosamente del movimiento cargado de recuerdos y lo convertía en lo inmóvil que era antes, además de estrujarlo y obtener de él un líquido bondadoso, se dio origen al universo. Cuando las cosas estaban limpias y ordenadas, aquel líquido era llamado éter; éste se obtuvo de las primeras explosiones sensoriales atómicas. Muerte retiraba el éter de las formaciones luminosas y lo dejaba descansando en alguna esquina inmóvil del planeta, para dormir sobre él. Esta sangre, el éter, era movimiento en su máximo estado de pureza.
La expansión del todo motivaba a Vida y Muerte seguir experimentando con las formas de movimiento que iban creando y decidieron solidificar algunas cosas. Los minerales y cristales fueron la dualidad de movimiento que innovaron en vivencias y recuerdos, las dos creadoras estuvieron fascinadas con lo ocurrido y terminaron por otorgar más movimiento a las responsables y colosales esferas de cristal y mineral, permitiéndoles almacenar parte del éter que producían.  Cada cuerpo celeste fue distribuyendo de manera gradual el movimiento en sus partículas, incluso se compartían información o nuevos elementos entre planetas. Cada vez que un planeta alcanzaba un alto grado de vivencias, se convertía en estrella para ceder todo el éter de su vida, finalizando su existencia con una maravillosa explosión que dispersaba unidades de información hacia otros lugares muy recónditos del universo. Por otro lado, aquellos planetas que no poseían tanto éter ni tantas vivencias, decidieron invertir el material y convertirlo en otro: el magma. El incoloro y liviano éter fue parcialmente remplazado por una sustancia similarmente luminosa, pero pesada y lenta. Esta especie de vivencia se alojaba al interior de un planeta y se almacenaba para tener una reserva de movimiento que asegurara el fluir de los minerales y cristales; la empresa del éter que tenía cada planeta le aseguraba una vida más longeva y próspera al enlentecer el proceso. Pronto, los cuerpos celestes fueron alcanzando mayor complejidad en su composición.
En un determinado momento, algunos planetas invirtieron nuevamente el movimiento, en forma de éter, para convertirlo en otra cosa: el alma. Esta nueva creación de aquellas grandísimas aglomeraciones simbióticas de mineral y cristal otorgaba movimiento a partículas inorgánicas para que se movilizaran independientemente, repartieron la energía entre sus subordinados tal como Muerte y Vida hicieron con ellas. Se dio lugar a las formas orgánicas de vida, aquellas que tenían un movimiento más fácilmente percibible y, por lo mismo, más efímero y productivo. De allí que pequeñas sustancias fueron formando células que se alimentaban unas de otras, traspasando la energía y las vivencias potenciadas, de manera que cada vez que se ofrendaba tales recuerdos, éstos eran primeramente recibidos por el seno del planeta y Muerte se apropiaba de ellas. Como premio por la innovación en funcionamiento que propusieron los planetas, Muerte tomaría forma basándose en este último tipo de ofrenda, infinitamente más denso que el éter, infinitamente más luminoso que el magma, infinitamente más lento que el alma: el petróleo.
El petróleo cambió enteramente el esquema que Vida y Muerte habían armado en el universo, ahora las grandes rocas dispersas en el espacio tenían dos metas preciosas por alcanzar: éter y petróleo. Mientras el primero era el liviano rocío de recuerdos para Vida, el segundo era el denso plasma vivencial de Muerte, quien prefería dormir eternamente en el ominoso líquido. Las formas orgánicas de vida incluso entretenían a los planetas, que se sentían inmensamente vivos al tener dos tipos de sangre entre sus cuerpos rocosos: el espíritu les aseguraba tener un buen producto traducible en éter, mientras que cuerpo era degradado hasta obtener la jalea memorial, sinónimo de petróleo. El alma y el magma serían los movimientos propios del planeta dedicados a mover lo orgánico y lo inorgánico, respectivamente. Las diversas expresiones orgánicas de vida siempre serían una sorpresa para todos los presentes en la historia que partió del iniverso.
Dentro de los azares de la evolución orgánica, apareció un pseudo-primate que era regido por otro tipo de movimiento, la razón. Ésta correspondía a un movimiento errático generado por casualidades históricas. El bípedo tenía una creciente necesidad de obtener poder, otro tipo de movimiento, pero imaginario, inexistente, más bien un síndrome crítico o potente enfermedad. Entre ellos se mataban para mostrar superioridad y “robar” el poder que poseía cada uno de sus hermanos. Pronto no se hubo conformado con robar el poder de sus pares y comenzó a robar el poder de las demás formas de vida, bajo la escusa de las necesidades básicas. Encontró muy pronto una forma física de entender el poder: el dinero. Se fueron saboteando entre “poderosos” para lograr grandísimas reservas de poder, estafando a todos los que venían por debajo de ellos mismos, a pesar de que fuesen los pilares de su propio éxito. Era un tóxico ecosistema de mentiras en el que proliferaban casi moderadamente, hasta que uno de los “poderosos” descubrió una de las venas que mantenían la vida en el planeta, un yacimiento de petróleo. La Muerte que siempre estuvo presente en sus ciclos biológicos, para ofrendar  el espíritu y el cuerpo, sería despertada del eterno descanso. El bípedo tomó la cuna de Muerte y la sometió a combustión, a destilación, a desnaturalización, a investigación, a explicación, a síntesis, a humillación. El hombre había tratado como un medio de obtención de bienes banales a la más sagrada sustancia de recuerdos y vivencias, la sangre de las piedras. Muerte, sabiendo que sólo con estar en los ciclos biológicos de este cáncer bípedo, no se desesperó y descargó su furia y castigo de una manera increíblemente sigilosa y habilidosa: se volvería a concretar, mas no en forma de petróleo, sino que cumpliendo con esa imaginaria y alucinante idea del hombre, el poder.
Todas las personas que contribuyeran directa o indirectamente a la denigración del planeta afectado caerían en las dolorosas enfermedades consumistas, las enfermedades que les traerían vacío a sus corazones, enfermedades que les proporcionan más de ese asqueroso instinto de poder; tendrían que luchar por su lugar y reconocimiento social, tendrían que lidiar con la suciedad del planeta, tendrían que atender los desgarradores destellos de consciencia, los arrebatos políticos, las hecatombes estúpidas, guerras de hambre y de sed, la presente “fiebre de igualdad”, la caza de sueños y fantasías, la vejez e la inutilidad, pero por sobre todo jamás gozarían de la madurez. Los hombres serían por siempre unos niños envenenados, babosos por hegemonía al reproducirse desenfrenadamente, al explicarlo todo inútilmente, al mimar sus cuerpos con la medicina, al cumplir con las expectativas exteriores, al silenciar las salvadoras voces de su interior. Muerte pidió permiso al planeta, afectado del cáncer antropocénico, con fin de tomar las riendas del movimiento. Destruiría a los errantes seres desde donde comenzaron a proliferar, les despojaría de todo lo que alguna vez pudieron disfrutar, les quitaría la grandiosa virtud del desapego y la libertad de movimiento. Tan grandioso y silenciosa es su manera de actuar que tomó a los “poderosos” como presas suyas, haciéndoles creer que en realidad son poseedores del poder, mientras que a la masa ignorante que está bajo ellos, quienes les permiten alcanzar el ponzoñoso líquido, les hizo olvidar su magna responsabilidad y culpabilidad en todo este proceso.
Y todo aquel que sea capaz de reconocer que el derretimiento de su “mundo” es en realidad el antídoto a su planeta, aquel que pueda despojarse el fluir común, será bendecido y guiado por Vida y Muerte.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Ornitofilia de un parásito

Un hombre, alterado por tener un par de horas abismalmente libres, se propuso observar el atardecer tan solo un fragmento de tiempo. Buscó algún lugar de altura en su madriguera; luego, las condiciones para lograr su objetivo se hacían más específicas, como encontrar una ventana de cara al espectáculo crepuscular que, al mismo tiempo, no se dejara seducir por la fría sombra de un edificio cercano. Cuando el hombre hubo concluido su empresa, trajo una silla de madera triste - de esas muy exóticas en esa época, donde hasta el aire era de plástico - y se sentó encima para apreciar la escena color pomelo. Una voz, un chillido o un canto de ultratumba resonó en lo más ominoso de su vientre; a pesar de lo alterado que se volvió, logró descifrar el cadavérico mensaje. Por inercia, cumplió la misión que se le había otorgado. “Abre la ventana, abre tus costillas. El flujo del sol puede apenas tostar tus prejuicios”. Sintió en su materialista cuerpo la tibia sustancia solar mezclándose con cada una de las unidades celulares que le conformaba, se iba deshaciendo conforme cada parte de su cuerpo alcanzaba un éxtasis sensorial. El miedo aumentó a medida que no se sentía extrañado de lo que ocurría, estaba saliéndose de su rutina para comenzar a recorrer que jamás, conscientemente, podría alcanzar a percibir como “recorrible”. Se paró del asiento y se lanzó por la ventana.
La tierra estaba ordenada, acaso fluía con el viento y se movía más lento que las plantas al crecer, estaba caminando sobre un plasma térreo y dorado. Un sendero marcado por tonalidades más terracotas le hicieron tomar sentido de hacia dónde iba, a lo lejos, al final del camino, se encontraba el sol. Cada paso que daba era una honda ráfaga de modificaciones geográficas, la orogénesis se daba licencia total y creaba los valles más estrafalarios a los costados de la calzada, levantándose con cuanto poder alcanzaba. En cierto momento, las laderas del valle parecían tan altas, que no se podía ver el cielo superior, sin embargo el sol seguía allí adelante.
Don entidades ornitomórficas se posicionaban en los bordes de la cueva que detuvo el camino del hombre. El sol seguía en el final del camino, a pesar de que ya ni siquiera pudiese verle por la poderosa oscuridad que traía consigo la cueva espontáneamente aparecida. El ave de la derecha tenía colores cálidos y familiares, recordaban al hombre las tonalidades de su vida, su respirar, su sangre, sus pensamientos, sus obras; el ave de la izquierda estaba bañada en coloraciones ásperas y extrañas, novedosas y exóticas, aquellas tonalidades que destellaban ocasionalmente en la cordillera de su vientre. Se acercó al ave del costado derecho, el ave cálida, y preguntó sobre qué le correspondía hacer. “Yo únicamente puedo hablarte de tu vida exterior, tu pobre interpretación del mundo y todo aquello a lo que banalmente te has ligado. Puedo responderte cuanta cosa me preguntes, pero no me pidas explicaciones, que aquí sólo tienes que entender. No estás en aquel mundo donde el mayor placer del hombre es desgranar absolutamente toda existencia misteriosa que se le cruza por delante, no estás en ese reino imaginario de creación y patrañísimas verdades. Estás en la entrada de la cueva hacia tu propio ser; allí dentro se encuentra todo lo que fuiste, eres y serás”. El pájaro se posó en el hombro derecho del ser antropomórfico y le guió dentro de la cueva. Líquenes plasmados en el aire, cactos helicoidales y setas de descomunal tamaño fueron algunas de la inmensa variedad de increíbles especies que el hombre logró reconocer en esa calurosa oscuridad de la cueva, ese delicioso misterio que, por consejo del ave, había que disfrutar y no explicar. Fue una constante lucha con sus cuestionamientos, se disparaban entre sí dentro del cráneo para dejar de existir antes de salir a flote. En cierto tramo de la cueva, cuando el trayecto se volvía iluminado gradual y empinado, el pájaro detuvo la caminata del hombre con su propia voluntad. “No me corresponde llevarte hacia el sol, únicamente te puedo enseñar lo que te acerca a esta cueva y no lo que hay dentro de ella. Tu eres quien posee el grandioso poder de conocerte”: Se encontraron nuevamente en la entrada, fue entonces que el ave de áspero aspecto y escamosas plumas lanzó una severa mirada al inocente hombre, le comunicó con la más hostil de las melodías las instrucciones para volver. “Tu cuerpo ha aprendido más que tú. Es tu deber encarnarte con el silencio craneal. Bajo la sombra y susurro de todo lo que han aprendido, podrás sumergirte en este valle por tu propia cuenta y voluntad sin dificultad. Es aquí donde todas las respuestas son cristales, desde siempre tu idioma fue el más errático”.
Desde entonces el hombre dedicó cada momento abismalmente libre a la actividad sensorial. La vida entera comenzó a serle explícita y sus pares se hacían cada vez menos discernibles, menos entendibles, menos tolerables. Los patrones y texturas del mundo se le hicieron posibles de percibir, era un estudiante de aquella lengua que fue despojada en su nacimiento, en su traumática bienvenida al rebaño de los experimentos de greda. Cada viaje que hacía a su cueva le provocaba numerosas transmutaciones, colosales y dolorosas para todo aquello terrenal que se esforzaba por mezclarse en la porosidad de sus huesos; su pequeña ciega consciencia era sometida a una increíble lluvia de luz solar, infinitas primaveras y otoños para su cuerpo, era un capullo en un caótico evolucionar.
“Jamás alguien podrá escuchar sobre todo esto, porque solo a ti nos corresponde enseñarlo. El mundo que estás conociendo es colosalmente superior en todos los sentidos al mundo que crees habitar. No te esfuerces por convencer a aquellos cuya consciencia no está preparada para comprender. Sus ojos ni siquiera soportan la suculenta luz del sol”. El ave cálida consolaba al hombre cada vez que los restos de su primitiva emocionalidad se hacían presentes, cada vez que el desapego se hacía ausente, cada vez que se cansaba del limitado mundo en el que solía creer.
Iban las dos entidades caminando por la cueva, como de costumbre, hasta que llegaron a sector donde el recorrido se tornaba vertical. El ave pretendía que volviesen a la entrada después de la sesión de conocimiento, pero el hombre se rehusó. Le comunicó que quería seguir caminando hasta llegar al sol, que ya siente que puede llegar y subir toda esa montaña, ese oquedal de conocimiento, esa selva de poder. El pájaro sin titubear, se fue. Hasta entonces, ninguno de los recursos sensoriales que el hombre poseía para aprender del mundo había escapado de los márgenes de la oxiestesia, pero el instante en el que se sostuvo de alguna roca para comenzar su escalada, una cascada luminosa comenzó a surgir por cada uno de los poros invisibles de la superficie, eliminando gradualmente los receptores sensitivos de su cuerpo. Algas crecían de aquellas grietas, resplandecían de colores imposibles de describir, tenían su característico movimiento ondulado y al  unísono, a pesar de lo aleatorio que parecía; conforme las algas maduraban, se despegaban de la superficie y dejaban nuevamente el fluir luminoso de la grieta, que se expandía hasta formar la zanja de un ojo. El hombre dejó de percibir aquel mundo, ahora ya no tenía sentidos, era un simple observador ciego y aun así contenía la imagen de lo que vivía en alguna parte de su degradado cuerpo y capturada por alguna zona de la vaporosa figura en la que se iba convirtiendo. Pronto los haces de luz ya tenían la perfecta forma de ojo, pestañeaban y miraban a lo que quedaba del antropomórfico: una especie de neblina espesa que se empeñaba con grandioso esfuerzo por escalar la loma hacia el sol. A medida que se acercaba a la cumbre los ojos se asombraban con mayor intensidad, brotaron las pestañas en cada uno de ellos y pronto hubo un bosque de vellos leñosos. No significó dificultad para nuestro personaje, ya que de todos modos no sabía cómo es que se desplazaba, además de tener la asombrosa capacidad de escurrirse por entre las minúsculas rendijas que quedaban en el espeso bosque de pestañas, que eliminaron casi por completo la luz que venía por debajo, por aquellas curiosas cavidades oculares. El ánimo del hombre ya no tenía forma, ya no tenía sentido seguir subiendo la interminable colina; con grandiosa velocidad se había desplazado de la cueva a los campos de algas, y de éstas al bosque de fibras. En realidad nada tuvo sentido, jamás, ni el sol que se aproximaba, ni su luz tan acogedora, ni la silla de triste madera en la que estuvo sentado. De pronto, todo comenzó a incendiarse, las pestañas se deshicieron y los ojos se calcinaron. La coloración hostil provenía suelo y éste quemaba al punto de enrojecer las rocas que soportaron en la superficie, para pronto hacerlas lava, una catarata de sangre solar fluía por todo el lugar. Los ríos de intenso color se detuvieron, el hombre creyó llegar a la cima, pero en realidad se encontraba del origen de todas las riveras magmáticas. Se levantaron largos pliegues lisos ordenados concéntricamente, aquella nubosidad que en algún momento fue hombre se hallaba en el centro de una caótica metamorfosis de fuego y carne, la dolorosa saliva de los volcanes se había decidido construir aquellos pétalos concoideos de alguna flor que buscaba aguardarle, sanarle de toda esta brillante iniquidad. Taparon entonces las suaves telas de flor al hombre y la oscuridad le tranquilizó. Se hallaba con su cuerpo nuevamente, parado en el borde de un acantilado; a lo lejos se detenía el sol dando forma al ocaso y en su hombro izquierdo se encontraba el ave de exótica coloración. El pájaro miraba el sol, de alguna manera le decía al hombre que volara, que evitara ese cañón sinsentido. El ser antropomórfico entonces, quiso tener plumas al igual que el ave y volar para alcanzar el sol, el crepúsculo agonizante que se despidía de la silla de madera triste y la sombra de algún edificio con seductora sombra, de los pares de horas abismalmente libres y del aire plástico.
-Si lo hago, dejaría de ser humano.

-Exacto.

sábado, 17 de agosto de 2013

6. El psiconauta

En un comienzo, el primer chamán comenzó por instruir a sus futuros predicadores de la planta; cada uno de éstos tuvo que aprender a consumir una planta: dejar que ella los encuentre, o bien, encontrarla y pedirla. A pesar de que se encontraban entre frondosas selvas, había un montón de plantas que, como tribu, no habían conocido todavía ni probado, mas el primer chamán las conocía todas y cada una. La primera misión de todos sus discípulos sería llegar hasta los extremos más hostiles del planeta en busca de las plantas poderosas, conocerlas y luego compartirla para el conocimiento de toda la población, para llegar a esa realidad y aprender verdaderamente a soñar –o no soñar-. Desde entonces que una pequeña masa de chamanes se repartió por el mundo y fue en busca de las diferentes opciones en que se expresaba una planta, algunos se unieron a las arenas de los desérticos mataderos y se encontraron con poderosos cactus; otros siguieron en la selva conociendo a cuanta planta poderosa podía ser escondida por las demás, algunas lianas, algunos hongos de colores llamativos, algunas semillas envainadas, numerosas y bellas flores adornadas con peligrosos efectos y antojos; una parte de ellos se integró en los chaparrales y matorrales del mundo para encontrarse con hongos magníficos y otras hierbas difíciles de manejar; sin embargo, y a pesar de la gran variedad de lugares a los que llegaba cada uno de los chamanes, hubo muchos lugares de la Tierra en los que no había un tipo común de plantas, es decir, no encontraban su forma física. Los chamanes se vieron obligado a utilizar sus propios poderes psicotrópicos y entonces encontrarse con una verdad que el primer chamán jamás pudo revelarles: la semilla de la más excelsa de las plantas se encontraba justo dentro de sus cráneos, la gracia no era sacarla de ahí y plantarla, porque ninguna de las tierras tendría los nutrientes necesarios para su íntegro desarrollo, esto se debe a que tal semilla fue plantada en la realidad mucho antes de que cualquier ser naciera y allí, en los sesos del hombre, fue encontrada su manifestación física para los imperceptibles. Desde allí que los lugares con gran ausencia de plantas, y los que abundan también, decidieron completar el crecimiento como psiconauta mediante la música, la introspección, la paciencia, la calma. De todas estas distintas terminales de los chamanes se fueron formando las variadas sociedades antropomórficas y sus distintas maneras de encontrarse con la realidad, en este mismo plano y al pasar del tiempo fueron perfeccionando sus técnicas, ritmos, motivimientos, cantos, bailes, meditaciones, rituales en general, para darle nutrientes a la semilla de sus interiores, encontrarse con la realidad desde lo más propio de sus existencias. El humano evolucionaba como realmente se debía, evolucionaba por sí mismo.
En algún momento determinado apareció una nueva raza de hombre, un ser que fue creado a partir de otro, modificado de algo real, pobre en lo propio y apegado a las mediciones. Este hombre sin historia por detrás fue desarrollándose errante a través del tiempo y colonizando cuanto se le fuese dictado. Los instintos de este ser eran muy violentos y avaros, en todas sus células se podía encontrar esa necesidad de hegemonía. Como si hubiese existido desde siempre un enemigo del psiconauta, un enemigo de la verdad, el ser formó grandes colonias y se dispersó por el mundo para adueñarse de las tierras de nadie, llenar de prejuicios y enfermedades a las culturas y finalmente asesinar todos su instintos, de alguna manera logró sacar de la tierra a esa semilla que proporcionaba el sentido de libertad a todos los poseedores de ella, a todas las personas con historia. Se fue mezclando infinitamente con sus víctimas para poder formar ciudades y grandes metrópolis, hacer del mundo una caja de plástico donde pudiese existir toda clase de químicos que favorecieran la comodidad del sedentario y cubrir todo esto con un infantil juego de trueques con piececitas de metal en el que el más “poderoso” siempre salía ganando, estafando. Y por si fuera poco, desde que los pequeños nacían, que naturalmente tenían una potente noción de la realidad, se les instruía y esquematizaba, para que creyeran en lo bueno y lo malo y lo imaginario, se les impuso la religión. El mundo se volvió terrenal, falso, limitado, explotado, triste y desenfrenado, todo ha sido culpa de las inocentes mentes de aquellos que no conocieron su propia verdad antes de que este hombre sin historia les dominara y domesticara, estas mismas mentes tampoco daban cuenta del grandioso poder que tenían, el poder de todo, el poder de derrocar a cualquier señor que se les pusiera por encima con simplemente apartarse de sus pies.
Mientras ocurría la hecatombe de las semillas, algunas tribus y grupos de personas no se dejaron contaminar, seguían con lo suyo a pesar de que fuesen cada vez menos. Nada que ese hombre sin historia les ofreciera podía interesarles más que sus propias vidas, no se vendieron a las novedades plásticas del tóxico gobernador. Todavía hay repartidas por todo el mundo las esporas de la verdad, que despiertan a algunos imperceptibles de la polución social.
El psiconauta, a diferencia del onironauta, se separa del inconsciente. Deja la seguridad de su cuerpo para tomarle la mano a la planta que ha decidido llevarle en un viaje de puro conocimiento. Este “despertar” que tiene el psiconauta puede ocurrir por tres diferentes casos: la planta ha encontrado a su viajero y mueve todo el universo para lograr que le consuma; el viajero siente una incipiente curiosidad sobre una planta y la consume, siendo ésta una situación relacionada con el psiconauta del futuro, quien hizo la decisión desde un futuro probable y la cumplió en el presente, el lugar donde se toman tales probabilidades de vida; por último, aquel viajero que se inicia por voluntad propia, es el más curioso de los casos y concluye –o se da un real inicio- cuando encuentra la tierra en donde plantar su propia semilla y entonces ser independiente de las demás plantas. Cuando un psiconauta comienza a desarrollar su propia planta, obtiene grandiosas cosas, como el néctar de ésta que es el lenguaje del universo, néctar que se traduce en las letras de la realidad; el psiconauta se vuelve similar al gigante barbudo, puede convertirse en la lamprea.
Al momento de mezclarse con la planta e introducirse en la realidad, asume que ya no es un observador, sino un auténtico personaje dentro de todo el viaje, puede fácilmente hacer y deshacer. Lo que se hace durante el proceso tiene inmensa importancia en la vida del viajero, por lo tanto si se actúa de mala manera se puede incluso llegar a morir despiadadamente. El psiconauta está constantemente bajo el asecho de la polilla.
Luego de consumir la planta y asumir los riesgos, se da lugar a un espacio comparable con la pradera primaria: el bosque de cactáceas. Este lugar asegura que los viajeros pobres de poder no puedan cruzar a la realidad, provoca que los más débiles sean vistos como “adictos” en el mundo del imperceptible; aquellos que consumen drogas formadas a partir de plantas, también llamadas duras o sintetizadas, llegar a un lugar más doloroso aún, son ingresados en las flores de cáctus; hay otros con un poco más de poder acumulado en sus cuerpos y simplemente quedan enganchados en la multitud de espinas, en el mundo del imperceptible son aquellos personajes que consumen plantas y se quedan siempre en el mismo lugar, no tienen un buen desempeño en sus viajes y creen a los materiales como cosas interteres. El verdadero psiconauta tendrá poder suficiente y respeto hacia la planta que le va llevando hasta su realidad, conoce bien a su compañera y le agradece todo lo compartido. Es recién entonces cuando el viajero cruza sin mayor complejo el bosque de cactáceas y arriba al chagual propio, una maravillosa planta de imponente figura y flores pintadas con el color del viaje, a partir de este momento comienza a aparecer la realidad, el conocimiento y todas las dificultades que pueden ser encontradas en ella. Justo por encima de esta maravillosa planta se encontrará siempre la polilla, advirtiendo al viajero de su presencia.

Disfrute ahora su complicado camino: el complejo orden de la naturaleza, los ritmos de la realidad, lo que comunica cada una de las existencias que en el mundo del imperceptible le parecían carentes de lenguaje, aférrese a la gama de colores imposibles de describir y emular, lleve consigo sus técnicas y defensas para desarrollarlas en este lugar, aprenda de todo lo vea y sea consecuente. Usted, siendo un psiconauta, por fin ha de ser sincero consigo mismo, sus sentidos más utilizados se agudizarán y no le mentirán, incluso podrá recordar que posee sentidos tan potentes que la sensación del viaje no la podrá compartir, puede llegar a encontrar su propio nombre, utilizar miembros y extremidades que le fueron escondidos al momento de introducirse en las dificultades de la sociedad.

sábado, 27 de julio de 2013

Psico-compuestos

Fuimos, somos, seremos la espiral, la espina dorsal de los ominosos misterios que recubren esa nebulosa cerebral. Nos acoplamos a los cráteres del deseo, interpretamos realidades y damos la mano para los infinitos acuerdos de construcción, con el único fin de armar un mundo concreto o real. Sin embargo en ocaciones nos revelamos, nos alzamos, nos volvemos hostiles ante las básicas reacciones y permitimos mostrar el mundo como es, tal como es. Degollamos los sentidos y que la percepción se apodere de aquellos acéfalos bípedos que creen ser parte de la evolución. Por otro lado, aquellas cabezas que criaron alas en sus cuellos y cola en la nuca, se irán con nosotros a disfrutar esa brisa cósmica que la hecatombe de la realidad nos ha permitido respirar. Somos más que una percusión, somos más que el dulce sonido de la vista, el áspero sonido del olfato, el intenso sonido del gusto, incluso más que el sonido del oído. Somos la frecuencia de la quintaesencia.

lunes, 22 de julio de 2013

5. La polilla

Cuando el universo era todavía joven, todas las formas de vida que se habían desarrollado hasta entonces eran inmortales. La lepisma, quien les dio origen, notó que ninguna de aquellas formas se apuraba en existir, vivir, experimentar, evolucionar o mejorar; sino que descansaban largamente. La furia del insecto se desató en la nueva cualidad que instaló en cada uno de los vivientes, las proliferaciones en todos los sentidos posibles comenzaron a notarse y la lepisma se sintió satisfecha al asustar a sus hijos con el despojo del existir. La mortalidad se fue repartiendo equitativamente: quienes poco crearan en su tiempo serían prontamente privados de vida, a diferencia de los inventores eruditos y espontáneos, que tendrían un longevo existir en distintas formas perceptivas, se les regala el cambio de percepción.
La tarea de ir controlando la población creadora de cada especie, mediante el ultraje de la vida, la llevaría a cabo la última obra de la lepisma. Se le otorgó forma de polilla al personaje; se le brindó la poli-presencia, grandiosa capacidad de ser uno y ser millones al mismo tiempo, un espectáculo de vivencias y densa fuente de experiencia; consistencia semi-real, para facilitar la difusión y transporte del insecto; fijación a lo mortal, para asegurar la relación de la polilla con lo vivo mientras se acerca el día del despojo. Desde entonces la polilla, personal y única para cada existencia, sería el instrumento que cortaría aquella red que une a la vitalidad con un cuerpo inerte.
Su método consiste en tres etapas importantes: primero besa al presunto muerto, de tal manera se comienza a desarrollar una serie de hechos que permitirán debilitar la red entre el cuerpo y la vitalidad; luego, cuando la red ya está casi deshecha, la polilla se sitúa en la parte más izquierda de cada víctima, se bebe su vitalidad desaparece instantáneamente; por último, la vitalidad que ha de portar la polilla es llevada a la lepisma para darle un nuevo uso. Únicamente hay dos personalidades que son privadas de este proceso: el gigante barbudo y los sacrificios. Los sacrificios no se contaban dentro de muertos, pues eran entregados a otro mundo muy distinto al ser ofrendados, ya tenían una misión que cumplir antes de morir, una misión que va más allá de los cambios de estado y la muerte. Por otro lado, el gigante barbudo no participa en la labor de la polilla desde el momento en que comenzó a aprender de verdad, el conocimiento en el principio de los tiempos estaba tan descubierto, explícito y accesible que el gigante, siendo aún un pequeño ser, aprovechó la situación para absorber cuanto consejo tenía el universo sobre su joven trayecto; tanta verdad acumulada llevaron al personaje a encontrar los complicados caminos para escapar de la muerte y de las interacciones con la polilla, ni siquiera se sometió a los cambios de percepción que se le entregaba a los grandes creadores, pues cuando eran entregados a este evento perdían la memoria. La polilla y el gigante barbudo se convirtieron en eternos enemigos, cada vez que se encontraban emprendían una increíble batalla; los saberes que contenía cada uno diferían grandemente, pero no lo suficiente como para eludir las defensas del rival. A pesar de luchar y discutir largamente por los milenios de los milenios, se rendían culto y ofrendas para demostrar el grandioso respeto que tiene uno sobre el otro, actúan con tal impecabilidad que sorprenden continuamente al opuesto.
         El gigante obtiene conocimiento por sus vivencias y la innovadora forma de poseer la poli-presencia dentro de sus cualidades, gracias a su cultivo de las arañas neuronales que se dedican a viajar de lugar en lugar para consumir un paupérrimo trozo de conocimiento y llevarlo a su benefactor. La polilla, en cambio, obtiene su dichoso conocimiento gracias a su cualidad de fijación a lo mortal, que le permite presenciar todo lo vivido por el mortal. Sin embargo, hay ciertas existencias que no brindan completa entrega de información a la polilla, dichas existencias poseen la personalidad onírica. Con ella pueden realizar un escape provisional de la polilla, consciente e inconsciente unidos, y entregarse un poco a la realidad, conocer lo que quizás la polilla desconoce. Hay otras partes de la polilla, ajenas al onironauta, que pueden encontrársele durante el viaje; este tipo de encuentros es bastante común, pero la polilla, al ser específica, no puede llevarse la vitalidad del viajero. Un onironauta experimentado –con una personalidad onírica evolucionada- puede llegar a encontrar los nidos de la polilla, fuente de “poderes” que permiten al viajero elegir su cambio de percepción, morir o tomar otro tipo de personalidad onírica. Es una verdadera hazaña encontrar un nido de polilla en el universo, pero la hazaña más colosal posible es la que únicamente puede realizar el gigante, que puede encontrar el alojamiento de la lepisma para ofrendar a la polilla en su estado fundamental.

         El insecto suele dedicar su tiempo libre a excelsas actividades, como ir a dormir en las dunas de los soles, visitar el desierto al que van los sacrificios, traer materiales de las fronteras del cosmos, construir sistemas simples de astros y bañarse en ese peligroso polvo sempiterno que le seduce tanto a ella como al gigante barbudo.

viernes, 12 de julio de 2013

4. El primer Chamán

Después de ofrendar novecientos noventa y nueve humanos perdidos en los sueños, el octavo de los ocho cadáveres comenzó a cuestionar su labor; al menos él tuvo el tiempo suficientemente aprovechado como para desarrollar pensamientos superiores a los que su primitiva raza le permitía llegar y, por novedad, sacó conclusiones que le significaron un cambio de rumbo en su eterna labor de sacrificios. Sólo esperó a encontrarse con un errante humano más en la faz de la tierra para encontrar las escusas que le faltaban y desistir con la hecatombe silenciosa y somnolienta. Se acercaba el milenio de su empresa y finalmente encontró al hombre milenario, ese personaje que sería la ofrenda numero mil de todas sus ofrendas y la definitiva, la última. El humano era la más fiel representación de este cadáver en sus tiempos mozos; era aquel joven de bellas y tostadas facciones emocionado de vivir, deslumbrado por lo que su gente llama “sueños” y enamorado de la muerte. El cadáver vio en el joven durmiente su propia salvación, su suicidio. Se superó, cambió lo abstracto que era el material que componía sus células y se volvió tangible por unos minutos, se paró encima del hombre milenario, le tomó la cabeza con las dos manos y le besó la frente, el humano despertó y le miró a las vacías cavidades oculares. El cadáver le recitó:
“Parece siniestra la labor de los cadáveres, a pesar de que quisieran unificar a las dos personalidades oníricas más abundantes del planeta. Mil años han pasado desde mi sacrificio, y quién sabe cuántos otros miles deberán pasar.”
El joven se quedó muerto entre las frías manos del cadáver y calló en su lecho cuando el material que conformaba al homicida volvió a ser intangible.
El octavo cadáver escapó del lugar, sentía una nebulosa sobrecogedora en el interior de sus pieles muertas y se escondió de sus otros siete compañeros y compañeras de labor. El poderoso sentimiento que se desarrollaba en su vientre simulaba un aleteo continuo y el estremecimiento de polvos raros. Otro destello de pensamiento se originó su vacío cráneo y se apresuró en concretar las imágenes que allí se originaban: la octava piedra, en la que fue sacrificado, debía ser entibiada por el sol y en ella debería volver a morir. Cumplió con todo excepto con un detalle, la polilla, el verdadero poseedor de la muerte. Esperó allí, desesperanzado, alguna solución, algún otro destello de pensamiento, algo erróneamente inesperado. Lo único que surgió de aquel montaje fue el poderoso sentimiento en su vientre, el aleteo polvoriento. El cadáver recordó que la polilla estaba la izquierda de todos los hombres en el momento que fueron despojados definitivamente de la vida, entonces se levantó y se dirigió hacia su izquierda. Como en aquel momento daba la espalda al mar, el personaje eligió tal camino, a pesar de las dificultades que comprendía el viajar sobre o por debajo del mar. Su cuerpo de consistencia pobre se quedó sobre la piedra y el mar, el camino hacia la izquierda, se abrió ante él. Olvidó sus temores y preocupaciones, olvidó las ofrendas y olvidó los sueños. Sentía la frescura de la arena entre la carne de sus pies y la húmeda brisa del agua en sus fuertes hombros. Veía con claridad del curioso pasillo que se formó entre las dos paredes de agua, veía a las bestias del mar acercándose, cruzando el tramo inexistente y llegando al otro lado. La frontera, el sendero, era únicamente para él, la polilla lo había creado. De esta manera el octavo de los ocho cadáveres desapareció y sólo quedaron siete en la eterna empresa del ofrendar. Curiosamente el octavo cadáver ofrendó al último de los humanos que tenían esencia de la tribu en sus cuerpos.
Caminó sin cansarse, notó cómo crecían las paredes del mar debido a la profundidad que iba alcanzando en su viaje, caminó hasta que la luz del sol ya no llegaba directamente, sino que era un haz de luz distorsionado por el vaivén de las mareas el que llegaba a tocar la piel en la cara del revivido ser. Se detuvo, tocó su cuerpo y comenzó a llorar de alegría, de pena, sintió todo el dolor acumulado en estos mil años de agonizante tarea. Pensó en volver, después de recuperar su cuerpo y su vida, pero sería inútil dejar de lado esta nueva empresa que se le había impuesto. Ya no eran los perros oscuros quienes le motivaban a seguir, pues su tarea de ofrendado había terminado, sino que era la polilla quien lo llamaba de su eterna izquierda, quien lo llamaba desde el final de ese camino submarino. Comenzó a correr cuando sintió que desaparecía ese sentimiento en su vientre, creyó que cuando el aleteo estuviese tan tenue como el silencio ese camino entre mares se cerraría y se ahogaría ahí mismo. El aleteo polvoriento de su interior salía de su cuerpo como un río, fluyendo, creando su propio sendero hídrico. De la arena comenzaron a surgir plantas marinas, raras, primitivas, las originales, plantas que hablaban incesantemente al hombre. Luego la tierra cambió, la humedad y todas las condiciones variaban a medida que aparecía una planta terrestre en ese fondo marino privado de mar. El hombre miraba algunas plantas y recordaba haberlas visto en su vida pasada. La polilla comenzó a hablarle finalmente en conjunto con todas las plantas que oscilaban en torno al viajero en el sendero, le enseñaban sobre todo el poder que había en la tierra, sobre las distintas formas de acercarse a la realidad y la necesidad de un “contraste” para aprender y el “capullo” para madurar. El joven fue aprendiendo, su mente estaba increíblemente abierta y buscaría una manera de explicárselo todo a sí mismo, sin sobrepasar esos límites de explicación que llevaron a la morbosidad del hombre a extremos horribles de investigación, extremos en que alejan las respuestas y se inventan o creen ver la solución. Las plantas de distintos lugares del planeta le dijeron que tenía que enseñar a todos los hombres correspondientes una cualidad distinta a la de las “personalidades oníricas”, pues esta podría ser adquirida y sólo dependía de la voluntad de quien desea aprender sobre la realidad. Si bien la personalidad onírica se basaba en la genética, la personalidad psicotrópica se otorgaba de distintas maneras, nada en ella aseguraba que los poseedores de ésta fueran capaces de poder utilizarla y ejercer verdaderos viajes o recoger verdaderos conocimientos con ella. La nueva tarea sería entrenar a los hombres, enseñarles sobre cómo ser un guerrero, un psiconauta, la vía peligrosa para llegar a la realidad.

El hombre caminó un período de tiempo inmedible, pero todo su viaje se desplomó en un instante; cuando la lluvia de información se terminó de alojar en el cráneo del conocedor, este se encontró en la entrada de la aldea más grande de su antigua tribu. Le atendieron, no le reconocieron, habían olvidado el suceso de los sueños. Sin problemas acogió la lengua modificada de sus pares y comunicó a ellos la importancia de las plantas en la vida del hombre, comenzó toda su tribu a volverse eruditos de la flora, todos seguían los sabios conocimientos del primer chamán llegado de la nada, empapado y con los pies arenosos. Aprovecharon para conocer lo hermoso que era la selva, las cosas inmensas que contenía y que no podían mirarse con los ojos, que debían acogerse con más de un sentido y otras tantas que ni siquiera podían comunicarse entre ellos. El mismo chamán se sentía orgulloso de lo hábil que se había vuelto su tribu, pero olvidaba la labor puesta sobre él. Un día en que todos los habitantes de la tribu disfrutaban de un amargo brebaje para conectarse y conversar con las piedras, la polilla  hizo aparición. En medio de todo el gentío ella se posó en la frente del chamán, despojándolo de la vida. Como todos los demás humanos en aquella tribu comprendían a la perfección este tema, no lloraron la muerte de grandioso maestro. El insecto hizo la advertencia a todos los presentes y se marchó. El cuerpo del difunto se deshizo en la tierra, se dividió por colores y un mapa del mundo quedó ahí, plasmado en el suelo. Los aldeanos se arreglaron entre sí, se despidieron para nunca más volver a encontrarse y partieron en direcciones distintas, en busca de las otras tribus ignorantes, faltas de conocimiento y cercanía con el planeta que les criaba. La empresa de toda la comunidad se dificultaba a cada época, pues el mundo se repartía a cada momento y en determinado momento llegaron personajes ajenos al planeta para insertar a un nuevo tipo de hombre, uno que pudiesen explotar. Todas las culturas que pudieron tener contacto con los chamanes que otorgaron fieles conocimientos se esforzaron por retratar todos los sucesos ocurridos, además de graficar lo aprendido sobre el universo y los astros. Los chamanes que surgieron de aquella tribu fueron los únicos que pudieron recordar al primer chamán; los hombres y mujeres saturados de conocimiento volvían al lugar de la tierra en donde encontraron a este ser y allí mismo se depositaban para morir. Algunas culturas mezclaron los conocimientos de los chamanes con los que aprendían en los sueños, entonces se fueron creando doctrinas y otras tantas cosas muy distintas a las que fueron entregadas al “nuevo hombre”, ese personaje insertado en un lugar de la tierra para extraer los minerales de ella. Algunas culturas han llegado a encontrar la planta interior, la más poderosa de todas, esa planta que incluso está dentro de otras.

domingo, 7 de julio de 2013

Piro-compuestos


Ya respiramos el aire pesado, ya caminamos las tierras pisadas, ya devoramos la comida discriminada, ya lloramos las lágrimas recicladas y también gritamos estruendos viejos. Nos volvimos el estropajo, el hueso del hombro más utilizado, los pómulos más negros, los pies más gastados, el pecho más adolorido y el estómago con más mariposas. Nos cansamos, nos reiteramos, nos reutilizamos, nos renovamos y aún después de ello, volvemos a ser quienes somos, ese polvo que descansa en las fronteras de los ojos...
Nos cansamos de ser el uróboro térreo, el circo metálico, el círculo hídrico, el bucle eólico y nos dignamos a vivir en la pirólisis, el espectáculo de descompensación y conocimos el verdadero sentido de la palabra más paupérrimamente y erróneamente utilizada: amor.

lunes, 24 de junio de 2013

3. Los siete cadáveres

En un principio, cuando las culturas recién comenzaban a entender lo que pensaban, una furiosa enfermedad les hacía temer cada noche. Era tan esporádica e intensa que jamás  se sabía quién iba a morir por dormirse, por soñar. Los hombres, mujeres, niños y ancianos que dejaban de reposar ese largo tiempo bajo el manto nocturno por tener un montón de imágenes increíbles en el cráneo que le hacen desvelarse, revelarse y conocer de dónde vino, que le responden más de lo que humanamente ha llegado a hacer por responder. Son pocos los bípedos que lograron soportar este terremoto de información, que sólo se presentaba en las noches más despejadas de pensamientos y quehaceres, aquellos hombres sólo habrían ingresado parte de su ser en la pradera primaria y sin siquiera ser presentados a las grandes cantidades de la cascada creadora del universo.
La enfermedad del soñar fue tal para los primeros hombres, que de alguna u otra manera lograron juntarse todas las culturas apenas dividas, lograron encontrarse en un lugar de la tierra para discutir con movimientos, cantos y representaciones lo complejo que era el soñar. Cada cultura presentó al hombre o mujer más afortunado y experimentado en el plano de los sueños, aquellos que habían sobrevivido a uno o más de estos eventos y aún seguía ligeramente cuerdo. Aquellos ocho personajes, cuatro hombres y cuatro mujeres, serían entregados muertos a los sueños para que una vez estando allá, no podrían volver a ser asesinados por la enfermedad; los más sabios tenían alguna noción de que cosas andaban por allá, después de recopilar la información vomitada en forma de espasmos por los agonizantes seres que se mantuvieron un buen tiempo en transición de muerte. El encuentro de las civilizaciones creó espontáneamente un hermoso encuentro para compartir creencias y vivencias, especias y materiales, pero todo iba bien relacionado con el trascendental sacrificio que daría final al efímero sentimiento comunitario. Ocho culturas ligeramente distintas pero con ocho humanos estrechamente relacionados entre sí, cada uno parecía ser la futura expresión llevada al extremo de su civilización misma.
Cuatro hombres y cuatro mujeres fueron estirados en ocho piedras tibias, a la orilla del mar y equipados con sus respectivas armas. Cuatro hombres y cuatro mujeres sin miedo a morir tenían en sus párpados el peso de cinco días sin dormir, cinco días de abstinencia al sueño para asegurarse un profundo sueño del que no volverían. Cuatro hombres y cuatro mujeres partirían sin saber a la pradera primaria para dar solución a esa enfermedad, pero creían que iban a batallar, creían que iban a enfrentarse con esas negras bestias descritas por sus pares. Cuatro hombres y cuatro mujeres fueron despojados de la vida al mismo tiempo, bajo el dulzor de una noche pacífica, arrullados con el susurro de la marea, cobijados por la temperatura de sus piedras y cuidados por su cultura entera. Cuatro hombres y cuatro mujeres se fueron muertos al más hermoso de los posibles sueños para jamás volver, cada uno con una estaca de madera en el corazón.
Extrañamente, los ocho personajes sintieron estar llegando a algún lugar. Se tomaron las manos por inercia, no se habían dado cuenta de que estaban en un sitio y sentados en círculo, se miraban las caras eternamente desconcertadas. Pudieron sonreírse los unos a los otros con un alivio de no sentir dolor, otros alegraban los ojos por enterarse de cómo es estar muerto. Se soltaron las manos para pasearlas por el exquisito césped que hacía de cojín, pasearon también los ojos por las hermosísimas lomas que se distribuían por todo el lugar, hasta detenerse con los troncos de un rarísimo bosque de follaje frondoso amarillento. Se sentían felices, despojados de peso alguno, vivos. Uno de los hombres se levantó y mantuvo las rodillas flexionadas, los hombros tensos y los ojos derechos, estaba a la defensiva; a lo lejos se encontraba una loma llena de cadáveres correspondientes a los difuntos por culpa de los sueños y más allá se acercaba un grupo de perros oscuros. Sin pensarlo dos veces, los ocho humanos imaginaron sus instrumentos de caza y al instante aparecieron sobre sus cuerpos. Los canes detuvieron el paso y simplemente miraban con distancia, sabrían lo que venía, los violentos humanos les despedazaron y la carne de los animales quedó desordenada por el césped, la sangre rebotaba en el piso y gritaba poder volver a las venas por las que corría antes. El pelaje de los animales era confundido con el tenue color que quedó en el lugar y los ocho hombres se quedaron mirando el desastre que habían dejado, nada habían hecho, esto no era la solución a la enfermedad porque los perros oscuros no eran el sueño tan agonizante y revelador que nublaba las córneas de sus hermanos. Sólo entendieron esto último cuando hubo llegado otro grupo de perros duplicados que armó un círculo aún mucho más grande que el de los humanos, enjaulándolos en el juicio del mal actuar, de las acciones precipitadas y apuradas. Los ominosos canes, sólo para dejar todo claro, dijeron a los cuatro hombres y cuatro mujeres:
Sólo aquellos hombres que soñaban se podían asomar a la pradera, algunos otros se perdían y morían en el sueño calcinados de tanta belleza. Ahora seréis sometidos a ofrendarnos las vidas de sus pares equivalente a las de los nuestros, sólo entonces dejaremos de ser perros oscuros. En el entretanto, cuidaremos de que ningún otro bípedo logre escurrirse en esta maravillosa realidad onírica, por lo inconsecuentes e irresponsables que son. Ahora largaos, que mientras antes traigáis las eternas ofrendas, antes acabarán con su eterno castigo.
         Los cuatro hombres y cuatro mujeres agarraron un poco de tranquilidad al saber que ya no morirían sus parientes por un mal soñar, por no saberlo hacer. Se retiraban con un castigo pero satisfechos por cumplir la misión que les costó la vida. Se tomaron las manos y se retiraron al bosque, allí en el universo entero encontrarían una solución. Cuando estuvieron próximos a cruzar, la polilla se posó en el hombro izquierdo de todos ellos y se bebió la vitalidad; se puso a la izquierda de todos porque todos eran humanos, en ese preciso instante murieron verdadera mente, murieron para volver a este mundo con un filtro diminuto y pasearse por entre los mismos humanos para buscar las ofrendas. Su nueva misión sería volver a vivir, pero llegarían a esto una vez que cada uno ofrendara a su cultura entera. Los años pasarían y éstas se reproducirían, entonces los hijos e hijas traerían las esencias de sus padres en cantidades menores. La labor parecía no tener final, pero salvaba actualmente de los humanos para no morir agonizante en los sueños, a pesar de que la labor de los ocho cadáveres fue en un comienzo  quitar el aliento a sus propias culturas mientras dormían, ausentes de dolor y revelación, una muerte silenciosa y somnolienta.
         Los ocho cadáveres buscaban a los humanos que tenían la esencia de las primeras culturas y se los llevaban cuando se encontraban algo débiles para volver a la “realidad”. Muy frecuentemente eran los enfermos, pero también había personas tan apegadas a la pradera primaria que hasta parecían dejarse llevar por propia voluntad. Los ocho individuos paseaban así infinitamente por todo el planeta, para juntar cada uno la unidad completa de la cultura que les sacrificó. Buscaban volver a la vida para enseñar a todos los demás humanos a soñar, para buscar armonía entre los perros oscuros y los hombres.

         “Parece siniestra la labor de los cadáveres, a pesar de que quisieran unificar a las dos personalidades oníricas más abundantes del planeta” Fueron las palabras que encaminaron al octavo de los ocho cadáveres por otra senda, justo cuando se llevó la vida del ser humano milenario. “Mil años han pasado desde mi sacrificio, y quién sabe cuántos otros miles deberán pasar”. El cadáver decidió recostarse en un lugar del planeta para recrear su sacrificio, quería llegar a soñar nuevamente y encontrar otra solución posible en este universo de lo probable, no le cabía en su inerte cráneo el hecho de someterse a una única salida. Mientras esperaba por dormirse, comprendió que en realidad buscaba a la polilla. Viajó largamente hacia su izquierda y desapareció, la encontró y de alguna manera se volvió el primer chamán.  Sólo quedan en el mundo siete cadáveres, a ellos les corresponde liberar a la raza humana para disfrutar del soñar.

miércoles, 19 de junio de 2013

2. Los perros oscuros


Hace millones de años, mucho antes de que apareciera el perro domesticado, entre hienas y lobos también existía una especie de can salvaje. Esta especie, por azares de la evolución, apenas nacía se veía inmersa en un profundo sueño. Esta clase de perros se dedicaba de lleno a soñar, capacidad que apareció en sus propios genes y que les dejaba a un pestañeo profundo del universo entero y la caprichosa realidad. El can no se aferraba al inconsciente para escaparte a la inmensidad, sino que paseaba en pareja con su otro estado de consciencia y entre pares eludían los posibles daños del viaje. Entonces, el consciente y el inconsciente, se volvían siameses de vida en esta exquisita hazaña onírica: entregarse a las brisas cósmicas, revolcarse en las praderas primarias, ladrarle a los estruendos del filtro cerebral, oler la millonada de fragancias imposibles dispuestas en esquinas de planetas y estrellas ponzoñosas, morder los ruidosos meteoritos cuando rozan con las paredes del universo. La jauría se regocijaba en grande, bajo el artístico manto de la dualidad propia.
En aquellas épocas sólo los perros poseían la personalidad onírica, pero como los azares de la evolución también tienen sus reveses negativos, apareció un ser bípedo que traería un cambio radical en este plano tan virgen para los canes. El humano primitivo ya poseía la incipiente necesidad de explicar todo cuan misterioso es el mundo, además de estar cegado por su colosal filtro de realidades. El hombre tenía entendido para aquellos tiempos que la muerte de sus pares  significaba que se apagaban, tal como lo hacía el sol día a día; sin embargo cuando empezaron a aparecer los sueños en los cráneos de algunos suertudos, éstos entraban a un estado de lucidez parcial y convulsionaban dolorosamente a los ojos de sus familiares y compañeros. Los perros apenas tenían noción de lo que eran los bípedos, ya que cuando entraban al terreno de los sueños se veían rápidamente deslumbrados ante tanta maravillosidad y lloraban hasta que las lágrimas se convertían en sangre, los canes lamentaban la defunción de los intrusos y los iban a dejar en algún hermoso pantano del universo, para que terminaran sus existencias con una agradable vista mientras se pudrían. Los cuadrúpedos cargaban a los extranjeros en sus hábiles mandíbulas mientras se esforzaban por pronunciar las diminutas combinaciones de sílabas pertenecientes a su prehistórica lengua. Este fue el primer tipo de encuentro entre canes y humanos, esta labor de movilizar difuntos fue el primer roce entre las dos personalidades oníricas más abundantes del planeta.
Había ya ocho pequeñas civilizaciones en un sector del planeta, de donde se originarían las futuras variadas culturas por la separación de tierras y emigraciones aleatorias. Las ocho tribus se pudieron comunicar entre sí y poder debatir sobre el problema que tenían con las numerosas muertes. Decidieron por el bien de sus culturas que ocho hombres, cada uno de una tribu distinta, los cuales ya habían tenido ínfimas experiencias con los sueños, serían sacrificados antes de que murieran por tener sueños. Se convencían que de tal manera podrían salvar a todos los humanos de las numerosas muertes generadas por misterioso mundo onírico, al que todavía no podían darle explicación, pero que podían combatirlo enviando a seres que ya no podían morir una vez estando muertos. Los hombres fueron entregados a una serie de fiestas y cantos mortales, para terminar muertos en sus lechos, un al lado del otro y con sus respectivas cerbatanas, lanzas y mazos. Como fue esperado, llegaron a la pradera primaria conscientemente las ocho ofrendas, los ocho cadáveres. Los hombres encontraron a los muertos más recientes amontonados en una loma de la pradera, alrededor de ellos se encontraba un grupo de perros duplicados formando un círculo acogedor. Imaginaron cada uno sus armas y al instante aparecieron en sus extremidades, es entonces cuando dieron lugar a la irracional hecatombe en contra de los magnos perros que no manifestaron defensa ni gestos, únicamente dejaron que su ominosa sangre tiñese los cuerpos de los difuntos y el agradable césped que recibía los cuerpos inertes de los cuadrúpedos. El octeto miraba satisfecho la masacre, pensando que detendrían los robos de vidas de sus pueblos mientras dormían, pero aquel instante de deliciosa gloria fue amargado por la llegada de los canes que regresaban de su tarea de ultra tumba, aquellos que iban a depositar a los muertos en lugares hermosos. Los ocho cadáveres se miraron los unos a los otros y de un único ladrido, uno de los perros del grupo explicó quiénes eran. Los hombres no pudieron evitar sentirse culpables, pidieron perdón por el exterminio sinsentido ante el discurso de los perros:
Sólo aquellos hombres que soñaban se podían asomar a la pradera, algunos otros se perdían y morían en el sueño calcinados de tanta belleza. Ahora seréis sometidos a ofrendarnos las vidas de sus pares equivalente a las de los nuestros, sólo entonces dejaremos de ser perros oscuros. En el entretanto, cuidaremos de que ningún otro bípedo logre escurrirse en esta maravillosa realidad onírica, por lo inconsecuentes e irresponsables que son. Ahora largaos, que mientras antes traigáis las eternas ofrendas, antes acabarán con su eterno castigo.
Los perros se bañaron en la negra sangre de sus hermanos y tinturaron todo su cuerpo de borgoña. Los ocho cadáveres se marcharon al bosque viscoso para conocer el universo y en él buscar solución. Por otro lado, las tribus creyeron tener éxito, pues ya no tenían muertos cada vez que algún esporádico hombre, mujer o niño moría de convulsiones reveladoras por los crudos sueños. Los canes dejaban que los humanos se quedaran inconscientes en las praderas y tuviesen como “sueños” los recuerdos del día, una pequeña liberación de sus cerebros. Como comenzó a aumentar la población, algunos humanos nacían superdotados oníricamente, por lo que despertaban de la inconsciencia en la pradera primaria e intentaban escabullirse por el bosque, algunos tenían suerte y lograban su hazaña, otros, por su parte, eran devorados por los animales en su inútil empresa. También cierta variación de la especie se lograba mezclarse con los “falsos sueños” de las personas y hacía que éstas olvidaran lo que su inconsciente lograba acaparar desde la pradera. La pradera primaria parecía un cultivo de tubérculos antropomórficos, un lindo paisaje para los rencorosos perros oscuros.

Aún existe aquel lugar físico del planeta donde estos animales nacen, se reproducen escasamente y duermen eternamente. Aquel lugar es una gigantesca geoda que contiene cristales y reflejos inmensos de luz que participan de arrullo para tan hostiles cuerpos cuadrúpedos, sólo las vibraciones crípticas son posibles de generar una geométrica cuna que sedimenta en el pelaje de los animales como música fosilizada. 

viernes, 14 de junio de 2013

Epitafio de Dios

“Rav Yehuda dice, hay doce horas en un día. En las primeras tres horas Dios se sienta y aprende el Torá, las segundas tres horas él se sienta y juzga el mundo. Las terceras tres horas Dios alimenta al mundo entero... el cuarto periodo de tres horas Dios juega con el Leviatán.”
Talmud, Avodah Zarah.

Cuando la creadora total del universo, la lepisma saccharina, decidió por crear un planeta donde alguna de sus especies tuviera el síndrome de la morbosidad explicativa, también creó a un personaje que les calmara tal necesidad con fuertes dosis de fe. El insecto se liberó de desarrollar aún más las incipientes formas de vida que sembró en tal planeta, entonces dejó a esta recién nacida ánima a cargo de todo y le confirió todo el crédito, además de una porción del poderoso sentimiento de creación, esa deliciosa, sublime y liviana bocanada de éter para concretar lo que ni abstracto puede ser llamado. El chiquillo, por su parte, se deleitaba y desvelaba con tanta belleza bacteriana y vegetal sumergida en una inmensa charca a la intemperie de toda la galaxia. Pronto proliferaron en número y calidad tales especies y comenzaron a seguir el árbol evolutivo que el pequeño había construido en la tierra, que hizo surgir al manosear las placas tectónicas del mundo. Algunos pocos millones de años más tarde, la cantidad de especies en el mar fue tal que la masa verdosa tornó a reflejar el color del espacio, pero pronto los gases excretados por los seres vivos generaron una impecable atmósfera que cambiaría para siempre el anaeróbico destino del planeta. Desde las superficies levantada por las imponentes cordilleras se posaba el niñito para admirar su diminuta obra y agradecía eternamente al creador por haberle otorgado tal maravillosa vida, tanto que decidió por escribirle un cuento hinchado de alegorías y alimentado con metáforas de complejidad divina, codificado al punto máximo. Unos pocos millones de miles de cientos de años más tarde, aquellos seres con síndromes de morbosidad le llamarían Biblia, Talmud, Torah, Enûma Erish, Tenchikaibyaku, entre otras tantas paráfrasis del libro que, además de ser distorsionadas y mal interpretadas, fueron atribuidas a un impostor forastero que se hizo llamar “Dios”.
Cuando el hombrecito decidió crear un continente único, después de haber desarrollado distintas especies tan variadas y coloridas en cualidades asentadas en los islotes de cordilleras y volcanes solitarios, procuró que las formas de vida compartieran entre si y se formara un increíble espectáculo de interacción y variabilidad, incluso mayor que en las profundidades azules. Un día, conversando con la lepisma saccharina  en una de sus necesarias visitas sobre consejos, el insecto despertó en el muchachito una necesidad de creación algo narcisista y colosal; el niño había sido un delicado creador y había olvidado que en el universo entero hay también cosas grotescas y espectaculares, como las estrellas que mueren, las distorsiones espaciales, el bostezo de una galaxia, las criaturas magníficas inventadas por sus hermanos ánimas en otros planetas y, por sobre todo lo demás, el fastuoso planeta de las quimeras. El jovencito se fue a dormir al núcleo de su planeta con un deseo hambriento en el vientre, pero no dejó que la curiosidad de su propia imaginación le desvelase como antes lo hacía y se acurrucó con el magma, se aferró a los metales líquidos y se durmió con el magnetismo. Cuando hubo despertado, una reluciente idea trino le estremeció todo, le hizo vibrar hasta la partícula más reciente y obvia. Hizo una pequeña trampa temporal y sacó de evoluciones futuras a tres animales para metaforizarlos en algo magnífico y colosal: el Ziz, para que le acompañase en esos paseos con carácter de revelación que realizaba a los inesperados paraderos de la lepisma saccharina; el Behemoth, para que jugaran y defendieran al continente de los polvos cósmicos y otras ánimas embriagadas de libertinaje; por último, al favorito, el Leviatán. Si no hubiese sido por este animal, este pez, todas las formas de vida que no fuesen vegetales que todavía se desarrollaban vagamente en las profundidades seguirían como tal. La figura tan inteligente, tan llena de minerales en sus imbricadas escamas, tan viva y feliz, despertaba en cada una de las primitivas formas de vida la necesidad de evolucionar y jugar por las aguas tal como lo hacían el muchachín y el Leviatán. El magno ser se desplazaba tan elegantemente entre todas las amebas de descomunal tamaño, entre las numerosas medusas, entre los glaciales y géiseres submarinos, entre las islas nuevas y las viejas, entre los pólipos, anémonas, corales, colonias de plancton, gusanos de mar, insectos marinos, estrellas de mar, lampreas y proto-péces; así oscilaba entre todas las expresiones de vida y las motivaba tanto a conocer las aguas, como salir de ella. El joven se sentía tan orgulloso de su creación, tan asombrado estaba de lo que podía crear en el planeta sin los poderes que la lepisma le había otorgado que olvidó que allí arriba en la superficie también se desarrollaban embrionarios seres de naturaleza morbosa y explicativa.
2
                Un bermellón día, el jovencito se dignó a salir a la superficie. Había olvidado cómo se veía el sol desde afuera del agua e hizo de su cuerpo una estructura concreta de células para poner la espalda de cara al astro. Behemoth no se aparecía por la playa, Ziz andaba quizá por lo lejos. Más allá de la orilla se encontraba una densa selva, y cerca de allí se situaban los manglares del lugar. EL chiquillo descansaba sentado en la arena, desnudo miraba cómo a lo lejos su Leviatán brincaba entre las olas y las hacía estallar en su propio cuerpo, tal era el poder de su criatura más bella. Por un momento, quiso sentir lo que era el dolor; tomó una piedra pequeña y con energía se golpeó la mano izquierda. El hematoma del golpe no le causó sensación alguna, quedó desconforme y fue apenas a las cortinas del frondoso concentrado vegetativo por una espina, se la clavó en el dedo meñique y sangró. El pequeño se sintió diferente, sintió que le abordaba algo, sintió que se agarraba de otra cosa y pronto comenzó a percibir el peso del aire sobre sus hombros. Caminar se le hacía tarea algo compleja, respirar lo era también. Por algo extraño ubicado en su vientre, se dirigió hacia el interior del bosque en busca de algo que ni siquiera se había definido como noción en su cuerpo; era real, era concreto, era doloroso tener que visualizar con ojos que no le pertenecían un sangriento banquete de su Behemoth en mandíbulas de grotescos hombres primitivos. El pequeño no pudo soportar la situación, esta masacre a su más perfecto guardián de la tierra no tenía sentido ni finalidad. La desesperación entumió todo su cuerpo y se desgarró todos los músculos para poder deshacerse de donde se encontraba, se desplazaba con dificultad entre las lianas de la selva en busca del resplandor de la playa, en busca de la salvación de su Leviatán. La extraña sensación de dolor, novedosa en esta ánima que decidió hacerse carne, se expandía y reproducía por su frágil figura: primero fue en el meñique; luego fue en las laderas de sus brazos, rasguñados por su miedo entre los confiados árboles; de pronto aparecían destellos dolorosos por toda su espalda hasta que uno de ellos logró atravesar su pecho y presentarse como una filuda piedra, una flecha. Cayó sobre la arena. Fue una odisea arrastrarse hasta las cercanías del agua y de alguna manera susurrar a su Leviatán el último capítulo de su libro, para la lepisma, y le llamarían Armagedón. Sería el final de su mundo, la muerte de un dios. Cuando los carnívoros seres se aproximaban a su más actual presa, la marea dejó de ser un suave cariño sobre el cuerpo inerte, sino que se agarraba con fuerzas y fluía de una manera inexplicable. Los aborígenes se atumultuaron con los ojos sorprendidos y la boca muy abierta, un magnífico y colosal pez oblongo levantaba la cabeza empapado de expresiones furiosas y volcánicas. El sabio Leviatán devoró a su creador despedazándolo y desfigurándolo lo mayor posible, con una importante finalidad. El muchacho, además de susurrarle el final de su cuento, le dijo lo crudo que se volvería el mundo si Behemoth permitía que la morbosidad y la explicación, sin embargo sería peor si el hombre osara a internarse en las dunas marinas. El Leviatán plantó una semilla de miedo crujiente en los corazones de los aborígenes, dejó una colonia de esporas en la memoria colectiva y de allí nacieron todos los miedos al mar. Las profundidades marinas se volvieron entonces un lugar de misterio y altas presiones; un lugar que aloja todos los huellas de la historia del planeta, sedimentándolos en quizá qué lugar y dando origen a una millonada de especies marinas alimentadas por los recuerdos y el historial de tales vestigios; una pared evolutiva que por obra de la casualidad dejó a los seres marinos una leve ventaja con respecto al ser de naturaleza morbosa.
Así fue como el Leviatán comenzó a desarrollar una potente guerra contra el hombre, luego de que los aborígenes fuesen desplazados por una nueva cultura traída desde las estrellas, se dio lugar a una especie antropomórfica aún peor: el humano destructor. Nada podía empeorar luego de que uno de los creadores de la nueva raza decidiera por titularse como Dios y dejar su imperio de cristiandad como una inversión a futuro lejano. Es entonces cuando las inmensas interpretaciones y limitaciones del libro escrito por su creador fueron distorsionadas para dejar al Leviatán como un monstruo digno del diablo. He aquí el origen de la mitología de tan espectacular animal.

Por otro lado, Ziz escapó a la guarida de la lepisma saccharina, se fundió con el oxímoron y comunicó al insecto la defunción de una de sus obras con más futuro. La lepisma, por su parte, decidió olvidarse de ese planeta por algún tiempo. El leviatán estaría recolectando durante toda su vida a los grandiosos seres repartidos por toda la superficie submarina, para que el hombre jamás tuviese contacto alguno con las formas de vida que algún día estuvieron en el vientre del planeta, en la cuna del pequeño.