jueves, 29 de noviembre de 2012

Paladín de los aires

Colibrí que se embriaga en el ponzoñoso rumor del polen ajeno, que dibuja en los cuatro vientos todos los poemas eólicos. Viaja y batalla contra los desamores, con su armadura filiforme heredada de Eón. Musicaliza todos sus planes aéreos mientras busca alguna flor que le parezca atractiva: orquídea azul manganeso, margarita rojo magenta, amapola terracota, lirio plateado frío, maravilla lila polar... Y mientras pone la mejilla en vez del pico, se cuestiona por qué las abejas siempre logran el objetivo, siendo que un caballero de los aires tiene más derecho a enamorar que un simple insecto sin misión más que vivir de la jalea real. Y entonces se decepciona, entonces todos sus batallones se vuelven sus aliados, entonces todas las malvarrosas que le han proporcionado incondicionalidad florecen nuevamente de su espina dorsal, con tallos monocromáticos y hojas llenas de calcificaciones; forman un espectáculo de pétalos verde pistacho que sólo el público floral puede apreciar en la retirada del enamorado luego de sentir el entupir de un panal. Vuelve a su cueva arbórea, vuelve a su propio ser, sin alimentarse de algún néctar amoroso. Los desamores le abrazan, ellos sí le aman, le proporcionan más vida y arrullo que lo poco sublime del amor. Se anima, se duerme, le regala un racimo a sus sueños y luego despierta, sin energías en el cuerpo, pero con salicores en el cráneo. 
Se atreve a vivir un día más, una eternidad pasajera, que no trae beneficio alguno más que la desesperanza y la confianza en sí, de la ausencia tiene que aprender. Su armadura se libera de la corrosión y el pesado viaje se emprende denuevo, bajo un cielo liviano, bajo su vuelo complejo y simplista, bajo sus ojos llenos de lágrimas más sublimes que el amor mismo. Todo sobre el plano de un mundo efímero, pues se le precipita el universo entero con mosaicos de flores cósmicas que recivirán su caballeroso amor.
Que estando ajeno a todo ello, se ha dado cuenta de lo que se le ha ido cuando jamás lo ha tenido.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Sumerio fósil y desconocido

Revisó cuanta partícula de historia se le quedaba en el tintero orgánico y apenas se dio cuenta de que faltaba una, desempacó. Su locomoción retráctil le desplazaba grismente por las superficies magmáticas del ameboide, por cristalizaciones exóticas que se formaron en la pared del organismo, por los reflejos luminosos que hacían un breve bailoteo entre el ser y el límite de la geoda. También visualizó, dentro de lo efímera que es su existencia, la formación de otros gases que se asustaron y se cristalizaron espontáneamente, aquellos gases que quisieron salir de aquella cavidad rocosa y terminaron por disminuir la entropía matemáticamente, ordenándose iónicamente.
Su camino se hacía cada vez más corto, pues llegaba a la fuga de aire que se encontraba en la geoda, tapada con la partícula histórica que faltaba para fosilizar. Allí la existencia entonaba cuanta melodía melancólica se le cruzaba por encima y hacía vibrar todo el interior de la cavidad, de esta manera la formación de cristales no acababa; el ameboide no terminaba su eterno ensueño sumamente onírico; las transformaciones metamórficas de la piedra no se detenían en su náutica desde el centro hacia el exterior de la tierra; la vida todavía no comenzaba y la Ammonia Tepida ya tenía todas las posibilidades del futuro empacadas, a excepción de la última partícula del paquete, la partícula de la dicha y el quebranto.
Llegó hasta la sustancia sin problemas, ahora el desafío es volver a su empaque antes de que reviente la cavidad al mismo tiempo de que el viaje de la piedra llegue a la superficie de Pangea, en una sección de tierra que los terrestres, después de todas las divisiones en base a las consecuencias de guerras por tierras y sistemas económicos, nombrarán como Pulpí. La situación se ponía tensa, la partícula comenzó con un flujo de llantos y la ammonia entraba en un ciclo de estrés, pues se estaba terminando su vida útil para la fagocitosis del ameboide y apenas estaba alcanzando con una de sus extensiones el tesorito vibrante. Finalmente le alcanzó y ahora el tiempo corría al revés; en el exterior, la piedra fue lanzada desde el ultraterrestre abisal y se aproximaba a una segunda colisión fuera de lugar, ahí en el mar, ahí en las dunas marinas. Guardó en su interior proteico la partícula y mientras se iba destruyendo por dentro, el ameboide comenzaba a despertar y todavía  no tenía el espacio suficiente como para dividirse, la geoda todavía no impactaba con el agua y esto traía como posbilidad disminuir el impacto para el rompimiento. La ammonia se tranquilizó y al llegar a su empaque guardó la partícula histórica que le degradaba, pero antes de asegurarle al ameboide, la piedra impactó con alguna otra roca presente en el fondo marino que destacaba por su altura y dureza. La partícula no hizo más que reventar en silencio y el ameboide inició una mitosis predeterminada para generar las primeras especies de vida toti potenciales según el medio en el cuál se encontrarían. Por último, la ammonia no tuvo más que fosilizarse para aguardar en una realidad atemporal bañada en un futuro incierto: las consecuencias que traería la multiplicación infinita de las probabilidades en este pequeño universo por culpa de un desorden emocional y electrónico de las corrientes vitalicias de una partícula utilizada para los orígenes de la vida. Ahora tendría que entregarle a las nuevas civilizaciones todo su conocimiento en piedra en un lenguaje poco posible de entender, sin embargo ésta forma de comunicación quedó dentro de todas las partículas históricas que residían en el ameboide y serían heredadas a la familia vegetal de las primeras  cuatro divisiones dominantes: Archea, Bacteria, Eukaria, Mathematica.
 Las más grandes consecuencias las determinó a medida que pasaba el tiempo: la diferencia de tiempos de evoluciones, las dominaciones injustas, la falta del desarrollo de algunas especies, el desentendimiento y apatía de una de las especies con respecto a las otras y, por último, la demora en la aparición de la cuarta división de la vida. La Ammonia Tepida se consoló al crear la primera metáfora. El mañana es hoy, lo metafórico es explícito.

lunes, 12 de noviembre de 2012

La corrosión de una Quimera

Las quimeras decidieron hacerle reverencia al emplumado. Se dignaron a bajar el mentón ante tan grandioso espectáculo, la vida jamás les había brindado un gozo visual mayor que el propio. Aquel ser tenía una melena evolucionada: todas las fibras vitamínicas decidieron, por antojo propio, lucirse como plumas bioluminiscentes, cubriendo el cuello y el lomo de la deidad con algo más que abrigo y orgullo. Cuando los oculares de las quimeras se desplazaron al torso de la bestia, se encantaron con las costillas que protegían el tesoro de un secreto, mientras que la parte posterior estaba repleta con incrustaciones de wolframio y oro. Ninguna de las quimeras osó a mirarle la cara, lo espléndido del ser les asustaba el ego y les abrigaba con una brisa de oliva, anís y pimienta para potenciar aquellos inciensos que descansaban en sus colas.
Una pareja de quimeras apenas había vivido la gracia de la vida, pero tres días después, la aparición de tal ser se llevó consigo los humos fragantes, el floreado de las piedras y al recién nacido, tan vivo como sumisamente secuestrado. La pareja no pudo hacer juicios, si fue una bendición o una maldición de los destinos -que se dedican a jugar entre los hongos tóxicos-, pero el no poder mirarle a la cara a tal existencia mientras cariñosamente tomaba al bebé, les llenó las arterias de una confianza embobante.
Mientras el Bennu se llevaba a la quimera en el lomo, le iba enseñando a eliminar el filtro de la realidad, pues para los caminos cósmicos era necesario la conciencia de existencias más allá de las corrientes, la visualización de colores ultravioletas e infrarrojos y el olfato de los asteroides hidrogenados, para evitar un ataque por desconocidos que sean. De esta manera recorrieron una galaxia entera para madurar atemporalmente, así hasta llegar a otra galaxia muy alejada de las vivencias de las quimeras en sus tierras natales, un planeta más antiguo que todas las nebulosas juntas, un planeta recubierto de metal.
La misión del Bennu era evitar que tal civilización destructora intentara colonizar una vez más algún otro planeta para el revestimiento metálico del original, es por esto que se llevó a la más joven de las rarísimas quimeras de la Vía Láctea para llevársela a su guerra en dueto. La quimera, por muy madura que ya estuviera, jamás se bajó del lomo de la bestia y jamás dejó de ser infante, tales son las consecuencias e asumir la realidad como tal.
El Bennu y su arma secreta se acercaban poderosamente al cuerpo plateado y sus residentes se preparaban en pánico para dispararle con tanta tecnología biotóxica, pero el animal acudió a sus técnicas luminosas y con millones de rayos ultrasolares degradó cada una de las estructuras que podían dañarles, mas no pudo deshacerse de los sobrevivientes al aterrizar en tal fría tierra de  silicio y cinc. Entonces fue cuando la quimera se bajó finalmente del lomo para emprender un canto ancestral e infundir sentimientos en la población y, como una pandemia moral, se fueron suicidando uno a uno los que alguna vez surgieron al éxito como colonizadores apáticos. La pequeña guerra pareció terminar, pero el Bennu divisó cómo un grupo de científicos escapaba en una nave hecha el primer material presente en aquel planeta. Todo se volvió una carrera espacial, pero los primeros les llevaban una gran ventaja.
Por varios años, los científicos empezaron a sembrar una cultura artificial en un planeta que tenía costras por un asteroide, que dividió lo que era una sola masa de tierra en varios continentes. Les enseñaron que debían trabajar por la reconstrucción de un lejano hogar y les inculcaron un paquete de valores que se les quedó como susurro del canto de la quimera en el cerebro. Aún así, los científicos se dedicaron a explotar tal planeta tan rico en materiales y metales raros, por lo que la única función de la población experimental era la minería.
Algunos meses antes de que el Bennu  y la quimera pudiesen llegar a este lugar, los sobrevivientes identificaron en qué parte de su recorrido cósmico se encontraba y les lanzaron un proyectil hecho de cobre, un producto intensamente desconocido por los viajantes. Tan solo faltaban horas para el impacto de los salvadores, pero minutos para la colisión de la esfera. En el momento en que el brillo cobrizo dejó ciego al Bennu, la quimera reaccionó soltándose de la melena emplumada y quitó  el tesoro del vientre del animal, para luego cada uno caer en lugares diferentes de esta tierra. La bestia se perdió por el lado occidental, cerca de uno de aquellos trozos gigantes de hielo y de tanto desangramiento y desesperación por creer que la quimera yacía en sus laureles eternos, se dedicó a correr ciegamente en una zona tan hostil, creando así un camino de peligrosidades y magnificencias: las placas subterráneas se estremecieron profundamente con la pena de este ser que se levantaron con fuerza detrás del camino que sus huellas dejaban, generando así una cordillera que dividiría todo el continente. Sin embargo, el animal alcanzó a llegar hasta cierto lugar de su trayecto cuando escuchó a un grupo de hablantes asustarse de su aparición, el ser cósmico sólo rindió homenaje a ellos y se sacrificó como haciéndose un favor a sí mismo, dejó sus plumas en forma de corona para aquel que se diera el valor de llevar su civilización a una salvación de aquella enfermedad extraterrestre. La historia de tales indígenas continuaría como raíz de un todo de lo que ahora es llamado "México". Por otro lado, la quimera colisionó en el sector oriental, donde lo primero que vio fue a tales científicos crear un aluvión inmenso para poder deshacerse del salvador, pero la quimera con poca fuerza se atrevió a disolver el contenido del “tesoro de un secreto” en el agua y dejar su cuerpo, para hundirse en el alma del primer ave que se le cruzó por el frente, un heron común y silvestre que volaba majestuosamente por un río antes de ser devorado por la marea inducida.
La guerra la habían perdido, aquella civilización artificial siguió creciendo, pero el cáncer que el antiguo canto de la quimera había afectado con los apáticos del planeta plateado, también afectó diminutamente a los científicos, se envidiaron los unos a los otros y el más egocéntrico eliminó a sus compañeros creando un libro que le ponía por sobre todos los demás y borrándole la memoria a todos los creadores de las primeras lenguas, cortándole las manos a los primeros escritores y degollando a los primeros oradores de la verdad.
Aquel heron que jamás podría morir, se quedó por los siglos de los siglos observando la historia de esta sociedad vacía y sin orígenes, creada sólo por interesases y poco sentimiento. Por muchas veces que se le asesinara y cocinara, esta ave volvería a renacer de cada una de sus cenizas, para volver a comunicar a las residencias menos afectadas -por los libros y "milagros" de aquel Dios- las preguntas que pondrían en cuestionamiento la existencia de cada forma de vida que creyó nacer en tal lugar, pues el tesoro al ser disuelto en toda esa agua en tan ahogo del planeta, se incrustó en toda la superficie terrestre, generando implícitamente en sus pobladores un sentimiento ajeno y ancestral, una incomodidad del “no pertenecer aquí”. En aquellos momentos ocurrió cuando el heron se hizo apodar Bennu, en el más inmortal de los inmortales, su padre secuestrador y eterno maestro de la verdad, lo que le queda a este ave metido en una lengua tan imposible de comprender, es la música que se transmite mediante las cuerdas metálicas que se han de percusionar por siempre y siempre, un lenguaje que abarca mucho más que los cromosomas experimentales, sino las fibrillas de plata que descansan en lo más recóndito de cada uno de estos seres, los humanos.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Las nociones de una percusión

Fui la roca poliforme, policromática y polipolar. La diversidad de variedades, la galería de gamas de estados, lo anterior, lo posterior, lo posible y lo probable. El oxímoron y el páramo abrazados con el cuestionamiento. Pero si hay algo que jamás pude alcanzar como entidad de roca es la vida, la vida que se me va, que se me escapa y que me burla cada vez que puede, que se lleva la realidad consigo, lo equilibrezco y lo monocromático, y lo rutinario, y lo esquematizado, y lo concreto.
Fui la primera partícula de conciencia que juró alguna vez ser consciente, que prometió nunca olvidar, que aseguró unírsele a todo, que gritó pertenecerle a nada. Terminé siendo el gas inerte más sublime y adaptable, cambiante, versátil y combinable.
Fui la varicela de la geometría, hepatitis de las visuales, la difonía de las músicas y el cáncer de la literatura. Me enamoro de lo abstracto.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Un parral en Nagarkot

Morfeo, que vivió con Baco antes de marcharse, sentía un cansancio arenoso bajo sus ojos. Su rol con el mundo entero sin gloria ni gracia le atentaba la moral, las ganas, las motivaciones y los existires, allí en la India.
Los dioses generaron una vida juntos después de ver cómo Dios se apoderaba de la mayoría de las religiones y siendo personajes ficticios no pudieron actuar; sin embargo, al estar presente en todas las bases culturales como justificaciones a ciertos actos, tampoco pudieron desaparecer. Los dos se internaron en la seducción mutua del sueño y el vino. Dios ni se ha enterado de que los dos bisexuales todavía permanecen en su negocio gnóstico.
Morfeo pasaba su vida con cargos de conciencia hundidos en ciudadelas pobretonas con paisajes grisáceos, concediéndole alguna que otra vez el sueño a los rutinarios y metiéndose en los sueños de los ateos, pues tenían configuraciones distintas, que abarcaban un plano muy remoto y desconocido. Baco, por su lado, se divertía estremeciendo los hígados y provocando peleas en ritual de si mismo, porque los rutinarios tenían costumbres más inhumanas que los trogloditas. Al terminar sus horas de trabajo sin remuneración, los dos se regalaban entre sábanas de perlas, se fusionaban luminosamente mientras contrataban a alguna ninfa perdida (de algún músico que aseguró ser bendecido por alguna y luego se llevaba todo el crédito) para que tocara la lira durante el acto carnal. En casos contactaban a diosas para que participasen de una orgía, de la cuál surgían sentimientos tan potentes que llevaban a la sociedad entera por caminos inesperados e inadecuados, corrientes que degradaban en lo emocional y les separaba de lo material, a lo que Dios tenía que actuar con sus empresas capitalistas y su aliado americano.
Un día, después de tanto revoltijo en la cama de insectos, la pareja despertó con una resaca espléndida. Baco se puso ropa interior y preparó algo de gastronomía para su soñador; en la escena culinaria, el cocinero express encontró cierto condimento que le llegó hasta la más recóndita fibra de su ser: curry Vindaloo. Baco se quedó pasmado recordando cómo en paralelo a su cultura en aquellas épocas, los portugueses se fueron a disfrutar del cerdo en ají, vino y Vindaloo con los indios, sus lenguas jamás habrían alcanzado un sabor tan exquisito y terracota. El hombre llevó, a su amado un pequeño omelette relleno con salsa de champiñón al Vindaloo, cuando Morfeo probó pizca de la creación se volvió a enamorar. Decidieron partir desde norteamérica hacia la India.
Recolectaron varias ninfas, dioses y diosas, para llevarles a un lugar de vida sin Dios. Morfeo se encargó de que viajaran en un velero con forma  de pluma y Baco se encargó de ponerle dentro de una gran botella. Varias de las artistas dejaron sus liras, harpas y flautas de pan, para adueñarse (robarse de alguna tienda asiática) una que otra tabla, sitares y santures. Morfeo se construyó un ektara con los cabellos de Baco, que se le caían cada vez que alguien le negaba un trago.
Luego de dos semanas de mareo constante, las mareas (más amables que los machos) les escupieron por el mar arábico y llegaron a las costas de Goa. Esperando por algún recibimiento Mauruya, pero después de dos días, los seres mitológicos se dieron cuenta de que por allí tampoco habían otros dioses paganos. Caminaron y pasearon cuatro días a pie y a mula desde la costa hasta Panaji, todos estaban alucinado con tanta cultura nueva y cambiada desde los siglos posteriores, se emocionaban al ver los cuidados del vacuno, las mujeres y hombres tan espirituales, el desorden inmaterialista, los agradecimientos constantes y los restaurantes fragantes de Vindaloo.
Todos casi como personajes de alguna excursión, discutieron varias horas para elegir cuál restaurante elegir para la degustación divina. Cuando finalmente se decidieron por uno que se encontraba a las orillas del mar, todos pidieron el mismo plato: cerdo al Vindaloo.
De todas las reglas que mantenían estos dioses "ilegales" la más importante era deshacerse de los placeres divinos y Baco olvidó tal norma cuando se llevó el primer puñado de su plato recién servido y temperado a su boca lilácea, mientras Morfeo miraba sus labios abrirse (y se encontró con que la saliva ebullía de deseo). El grupo residual de dioses se quedó impactado con la reacción del dios del vino y la desesperación comenzó a brotar intranquilamente: Baco gozó tanto de tal plato que le recordaba sus orígenes -más bien indios que grecos- gozó tanto de lo tierno de la carne, gozó tanto de lo picante e intenso del curry, gozó tanto de aquel jugo ladrillado, que sus niveles de placeres se elevaron hasta las pezuñas de Dios. Todos los demás mantuvieron sus perfiles bajos gracias al miedo de emergencia, pero Morfeo sabía que lo ocurrido pondría sobre su amado un "destino", la única obra del Omnipotente de la cuál no se puede escapar una vez consciente de ello. Dios llegó del occidente y al único que pudo ver fue al vinachero alcanzando su propio nirvana, el creador le tomó del brazo y de la nada abrió la puerta divina al "descanzo eterno". Baco logró mirar dentro de ella antes de entrar y vió a todos los dioses indios, nórdicos, eslovacos y otros pertenecientes a más culturas europeas y asiáticas que cometieron el error de gozar todos los condimentos del Vindaloo, para que Dios mismo viniera a buscarle después de probar las especies ponzoñosamente divinas. Miró al soñador una última vez y le replicó en un tono fermentado "no dejes de soñarme durmiendo". Dios miró en búsqueda de algún otro dios y no encontró perfiles orgullosamente a su altura...
Aquí se encuentra con dos semillas, aquí en Nagarkot, donde sus sueños concedidos se quedan inmensamente disminuidos en comparación con lo real que hay, lo que aquí se encuentra, lo que aquí se respira y se siente. Estuvo sentado junto a las nubes horas infinitamente eternas, observando cómo en el horizonte se veía la nuca de Dios. Morfeo, después de la partida Baco, sintió que había perdido su todo; no había sentido que sus culturas y ritos y ofrendas se habían perdido hasta que perdió al único que hacía que su mundo no tuviera dios ni destino, se mantenían en una embriaguez mutua, con los párpados morados y los labios mojados. Jamás hubo tenido una pesadilla, pues su misión siempre fue el sueño, lo deseado, lo querido, lo esperado, lo añorado, lo planeado. Su obra en el planeta es el sueño mismo. Morfeo no había tomado en cuenta algunas cosas: en el momento que Dios cerró aquella puerta divina, dejó que sus ojos se posicionaran en el suicidio pacífico por el Tíbet -donde no hay religión-, pero se interpuso un lugar mucho más alto y más falso por más que se encontrara enraizado con el Imperio de Dios, Nagarkot en la misma Nepal. Tomó su ektara para no perder la fuerza de voluntad durante  todo este largo viaje, en el que goteó como un barril desangrándose de vino. Escaló cuanta montaña se le cruzó antes de llegar, nado dentro de cuanta duna se le asomó y finalmente se dejó caer en las alturas Nagarkot, pues allí las nubes que vivían oníricamente le veían como un aprendiz del ensueño.
El mitológico se posicionó sobre la roca más humilde y allí las vaporizaciones le revelaron la pequeña gran diferencia entre el y Dios, la existencia de un destino: Dios le concedía el sueño a sus creyentes y encima les proveía de un destino; Morfeo, en cambio, les concedía todo lo que querían y les daba paso al inconsciente, al único abstracto que estando en el mundo de lo probable, hacía posible la existencia del destino. "Morfeo, eres la llave de Dios". Tomó su ektara y les regaló una melodía de cuna mientras tomaba el último detalle que Dios olvidó de Baco, sus cabelleras musicales. El interprete se quedó dormido intencionalmente y utilizó el cabello de Baco para llegar a él. Allí, las nubes le acompañaron para que no se perdiera en el inconsciente de Dios, corrió entre todos los dioses digeridos por la puerta divina y el vinagre del paraíso le hizo encontrar a Baco, le tocó la tez, le besó la frente y con su mano le quitó un lunar de la mejilla, se despidió para siempre y le aseguró volver a crearle. Las nubes le despertaron mucho antes de que el amor le confundiera y luego, para pavonearle, le dictaron nuevamente su poder sobre Dios y su misión de sicario de la religión, sería el cáncer de la Biblia.
Las nubes le armaron del suicidio: los conocimientos yoguitas y tibetianos, las explicaciones del ateísmo y el manual del ser humano. Morfeo estaba el borde del desexistir, pues ahora todas las razones de por qué el hombre le hizo real en su inconsciente eran respondidas, justificadas y criticadas con el presente y todo el pesar del pasado, sin embargo, su objetivo mayor se encontraba mucho más dócil. Se sacó un lunar del labio con la otra mano. El lunar de Baco es una semilla de uva, su lunar es una semilla de Calea Zacatechichi, pues quiso asegurar para el planeta entero la aparición suya y de su amado mientras caían embriagados por el resultado de la nueva raza sucedánea, el apareamiento de las dos semillas, un vino preparado con hierbas del sueño.
Aquí se encuentra con las dos semillas, ya plantadas, aquí se encuentra mirándole la nuca a Dios. Se figura a si mismo, tan fuerte después de cuestionarse y desjutificar su existencia. Y le habla a Dios, pues en aquel lugar está mucho más alto que los pilares de su Biblia. Dios se da la media vuelta y se sorprende al ver a un dios hecho deidad, se sorprende porque no sabe a qué se enfrenta, porque no hay destino en los sueños de Morfeo. Emprenden una batalla donde un coro polifónico de ángeles interpreta las más grandes obras occidentales inspiradas en Dios, lamentablemente; mientras que el soñador es escudado por todas las nubes de Nagarkot que se hacen las sordas ante tal música tan minimalista y compuesta, al mismo tiempo que los dedos y manos del guerrero se mueven en velocidades imposibles y apocalípticas sobre el ektara liláceo. La disonancia e improvisación de la música provocan en el Omnipotente un somnífero sentimiento de asco, los ángeles se revientan con los prejuicios y los instrumentos minimalistas desafinan en tonalidades innovadoras: Dios está destruido, es vencido y salvado por su propio destino del "día final", el Demonio se asoma por debajo de la túnica de Dios y le escala hábilmente, le susurra al oído palabras de mala zaña antes de que el gigante se desplomara sobre sus iglesias. Dios pronuncia la última palabra de 216 dígitos y maldice inútilmente al dios del sueño, se lleva a toda la comunidad creyente consigo y a los agnósticos les quita la sabiduría (se quedan con el conocimiento), se lleva su heterosexualidad (vuelven a la bisexualidad) y se agotan los prejuicios reglamentarios (las mentes se abren). Morfeo quedó anonadado con el efecto de su concierto vaporizado y sintió pena por los últimos humanos que quedaron, pues de tanta liberación y luminosidad obtenida, lo olvidaron todo y se volvieron monos. La tierra giró en sentido contrario. La pesadilla había terminado.
Cuando se calmaron los volcanes y las mareas vomitaron todo lo que se tragaron, las nubes volvieron a hablarle al soñador, le abrieron el cielo y le mostraron que existe algo mucho más increíble que los sueños, el universo entero. Morfeo desconocía la existencia de un más allá sino el Hades, tampoco rayos luminosos más potentes que los de Zeus. El espacio que se abría entre sus ojos llenos de cansancio era tan oscuro que las latentes ganas de dormir bajo un cielo estrellado se convertían en las ganas de ser una estrella soñando con un universo dibujado. Una gran medusa saludó a las nubes y desde un astro cercano tomó a Morfeo y le llevó consigo, le agradeció traer a este planeta la existencia de lo aleatorio, del desdestino. El ektara de baco permanece allí debajo de la primera parra de la historia, que era tan bella como sacada de un sueño después de un delicioso cerdo al Vindaloo.