martes, 26 de marzo de 2013

Vívidos humedales


Estaba yo sentado en el palacio de la vida. Estaba observando los ápodos escurrirse helicoidalmente entre los pilares. Estaban los pilares hechos arsénico, recubiertos de escamas reptiles. Estaban los inmensos anfibios corriendo por todo el arrededor, oscilando entre las escaleras sanguinarias y los pasillos impregnados de veneno, entre las bases de los pilares y los asientos imperiales,. Estaba el imperio comformado por aquellos que decidieron dejar de ser peces, pero sin salir del agua. Estaba el imperio comformado por aquellos que decidieron dejar el agua, sin dejar de ser ellos. Estaba el imperio comformado por aquellos que querían nadar, pero sin tener cola. Estaba una nubosidad cálida por todo el lugar. Estaba una ventosa amable por todo el suelo. Estaban las enredaderas por todos los pilares. Estaban los insectos repartidos en una escalera, era un banquete mixto. Estaban los demás animales en peceras, aguardando por ser comidos. Estaban los ápodos, los urodelos, los anuros, estaban las patas, las agallas, los pulmones, las pieles, las vértebras y los cartílagos. Estaban los colores, los ponzoñosos, los embobantes, los tentadores, los humeantes, los vaporizados, los estampados, los tinturados, los mezclados, los similares, los parecidos, los iguales. Estaba yo sentado en el palacio de la transición.

 

martes, 19 de marzo de 2013

Lamprea



Si alguna vez tuviese que volver a morder la sustancia de la que está hecha el tiempo, nada asegura que pueda presenciar nuevamente la crocante permutación espacial que tomaba el cielo entero y todo lo que se difuminaba por debajo de él.

            Las grandes cosas que se pueden aprender están tanto dentro de uno, con una forma tan explícita que hay seres que se atreven a disolver aquellas verdades con materiales racionales; como en el exterior, exquisitamente descritos por las metáforas que se distinguen una de otra precisamente porque han creado algunas otras leyes ortodoxas para todo aquel que quisiera presionarles a la deglución. De cualquiera de las formas, existe un plano exterior. El tiempo y el espacio son dos sustancias rígidamente abstractas, que van construyendo un contexto fuera de todo lo que podemos o podríamos percibir, pero conteniendo todo lo concreto dentro de sí. Nos han demostrado que sólo existen dos direcciones, generando una ilusión de las otras que solemos tomar. El promedio de la cantidad de tiempo y espacio que utilicemos para cualquier cosa explica la gama de direcciones y sentidos virtuales posibles en el universo del este rey y esa reina. Por último, estas dos existencias son gráficamente perpendiculares, incluso comprendiendo lo que es la materia y la antimateria para definir todas aquellas cosas que no caben en el cerebro humano, en ninguna de sus profundidades de conciencia, ni en la conciencia misma.

            Darme cuenta de dónde me encontraba después del estrafalario estruendo que marcó irremediablemente las dos realidades, la que conocí y la que conocía, generó en mí la sensación de un fruto en desarrollo que decide despertar de su crecimiento abriendo el pericarpio que custodia sus semillas. Me encontraba en una embarcación pequeña y hecha de greda, tenía una extensión en el medio y de ella se sostenía una tela blancuzca y transparente en ocasiones. Se paseaba por el lugar una corriente ventosa que me invitaba a ver el aleteo de la vela, para terminar apreciando todo el lugar: una colosal estructura semiesférica, tinturada de bermellón juzgón, que me aprisionaba entre sí y la superficie de una tranquila masa de agua, que reflejaba por ratos los colores rojizos y pálidos del lugar. La embarcación era muy estable. El lugar permaneció muy tranquilo y silencioso. Tuve la extraña sensación de que todo en ese momento era muy similar a lo que conozco, mas sin serlo concretamente. Lo líquido comenzó a ponerse turbulento bruscamente y, de la misma manera, una lamprea magnánimamente escupida por el agua terminó suspendida en el espacio que quedaba entre la superficie y los límites del sanguinario domo. Se quedó allí un momento, se acomodó con espasmos apelmazados y luego parecía nadar enérgicamente en la nada, sin avanzar. La marea decidió oscilar conforme el cuerpo de la lamprea ondulaba, acrecentándose de manera exponencial a tal punto que en un instante me hallé aferrado a la embarcación mientras el uniforme oleaje desequilibraba mi paz. Todo se volvía desdichadamente extrasensorial, pero sin separar mi cuerpo de lo hostil del lugar. Desde el lomo de la lamprea brotaban calcificaciones y luego se ramificaban por sus costados. En determinado momento me pareció ver un cráneo y una espina dorsal hermosamente ubicada por fuera del animal, simulando una armadura biológica. Las paredes del domo comenzaron a secretar huesos en grandes cantidades, cubriendo todo el encendido bermellón de un tenebroso gris-blanco poroso. La superficie del agua se plagaba de escamas, primero pasando por una etapa gelatinosa, cartilaginosa y dura, finalmente. Cada cosa ocurrida era perfectamente coordinada con la oscilación evolutiva de la lamprea; de un momento a otro dejó de ser una estructura fluida, sino que era un puñado de huesos dedicados a serpentear. El paisaje completo era ahora un piso de plateadas entidades que brillaba desordenadamente por los rayos de luz que lograban escurrirse entre los huesos ordenados en forma de semiesfera.

            Me llené de perfidia, filtré más allá de todo microscópicamente definible. En algún momento me hallé inmerso en la bariogénesis, presencié a la transición de un animal, me apoderé de lo efímero. Un segundo evolutivo se me hizo eterno, un cromosomas completo me mostró su voluntad esquelética.

viernes, 8 de marzo de 2013

Crisantemo




No sé cómo empezar. Tal vez las nubes que me llevaron al paradero de esta fémina tan hermafrodita podrían ser un buen punto de partida. Mejor es partir por los trozos de verde y ponzoñoso que se apoderó de mis pulmones, enfrascados por mi crujiente exoesqueleto. Incluso es mejor partir por el momento en que uno de mis tentáculos se separó tanto del otro que dejaron de percibir la misma realidad, como espasmo del envenenado aire. A veces, creo que es mejor comenzar diciendo que uno de mis ojos terminó visualizando al cielo, esa degradante cadena de clores sometida a los bochornos de la atmósfera y la humedad que irrita. No, prefiero empezar el relato contando que el otro ojo atravesó la barrera de lo ordinario y terminó visualizando todo como un geométrico mapa de explicaciones. Lindo sería darle inicio a todo esto describiendo las nubes que desfilaron en la hora que separa los dos mundos, en la hora que los cálidos colores del sol, despidiéndose, son regalados como pétalos de fortuna fogosa y luego son enfriados por la inmensidad del terreno de los diableros, creando una maléfica inestabilidad en esas esponjosas masas de agua, creando una catarsis dicromática que pasa por un adorado infierno de terracota hacia los desiertos invernales del blanco somnoliento, los dos lados de la nube sobrepuestos en el panel azuloso o celeste que se funde con lo que queda de cielo. Definitivamente es una buena opción comenzar por la parte en que mi otro ojo, el hostil, me entregaba información errónea, alucinatoria, falsa, poco concreta, de un camino eternamente cernido de crisantemo desmenuzado; primero los blancos, luego los amarillos, luego los naranjas y por último los fucsias, un sendero inundado de flores descompuestas que le hacían avanzar en la ceguera y desembocar en una esquina del ovalado planeta que residimos, desembocar en la estrafalaria figura de una mujer sentada por allí mismo con un cigarro de quizá que cosa en la mano, el humo que fragantemente escapaba de sus ominosos labios, horizontalmente, se concentraba en enamorar las verticales miradas de hollín que soltaba el cigarro: es espectáculo de la fumada concluía en ocasionales nubes de esponjosa realidad, que marchaban una tras otra por el desfiladero de los mundos para disfrutar sus conciencias recién nacidas, de la boca de aquella obscura fémina. Quizá me decida por empezar relatando la cautelosa sensación que resonó en todo el mucus de mi cuerpo, una experiencia que unió su feminidad promiscua con la verdadera hermafrosidad de mi existir, fue casi escuchar armonizar el lamentoso llanto de un violín mecánico, la risa de un cello de carne y la seriedad matemática de la viola, escuchar un color azufre entre los tres estados que se adentraban en mi metabolismo, en el mis pulmones y en toda la sangre que recorría las viscosidades de mi ser. 
Prometo iniciar todo esto, de la mejor manera, en el momento en que las tres imágenes se sobrepusieron una sobre la otra, la mujer escondida en una realidad tan aparta, fumándose lo irónico del mundo, mirándome como si tuviera respuesta a cada una de sus bocanadas esparcidas por la imagen de su pelo negruzco y sus pestañas; el atardecer de una ciudad ahogada por el atardecer de las nubes despidiéndose del sol y de toda la infamia humana; la visión propia con los tentáculos y los ojos desorbitados, fuera de contexto, separándome eficientemente de cada uno de los metales pesados que llenaron mi vida y mi concha del placer mineral. Un gasterópodo coexistiendo en el poli cromático lomo de una amanita muscaria, que a su vez está perdida en incierto paraíso del chrysanthemum, perteneciente a la extravagante damisela, en algún lugar de Ju-Xian. Ya sé por dónde empezar, aproximadamente mil quinientos años antes de ese adorado Cristo…Pensaba que hasta los pétalos le pertenecían al Emperador Amarillo.

lunes, 4 de marzo de 2013

Una bocanada antes de la irrealidad (plantae)


El pino es un árbol considerado con mala madera o de baja calidad, pero también es uno de los árboles más abundantes, existen en casi todas las regiones urbanas demostrando la variedad posible de físico, atractivos fisiológicos y priorizaciones inteligentes. Sus esporas son producidas en grandes cantidades por sus prehistóricas flores, de manera que se aumente la posibilidad de vida que tienen en el lugar que puedan atravesar. El pino está donde esté el hombre, cuando encuentra su lugar salvaje, se desarrolla como puede, salvajemente.

Hay veces que ese hombre se lleva a su pino al norte, donde éste crece imitando al cáctus. En el sur están obesos de hojas y en el centro son un punto medio. El pino, cuando ya es grande, sobrevive como se debe en los bosques de asfalto, cemento, alquitrán y cadáveres caminantes. En ocasiones es cuidado como mascota, en otras como vegetal dependiente. Hay pinos que eligieron crecer en los bosques, abundando los de su especie y viviendo aquel delicioso paraíso soleado y fotosintético, donde la clorofila pueda estallar libremente y la sabia es una obra fluvial. Hay hombres que son dominados por instinto impuesto de civilización y terminan por devorarse los bosques, convirtiendo el sueño forestal de los vegetales en una serie de utilidades humanas: calor, comodidad, materiales, muestra de hegemonía.

Va en nuestra propia naturaleza ser del montón, va en nosotros ser un pino como ningún otro. Cuando el viendo decide por liberarnos, estemos listos o no somos liberados. En la caída, o en el viaje, nuestro progenitor nos pasea por el irónico mundo; los de los bosques, con orgullo e incertidumbre; los de los espacios urbanos, con vergüenza; los no descubiertos, con las leyes del guerrero.

Lástima me parece, al verlo todo desde aquí arriba, que los más poderosos al proliferar son aquellos que viven en lo urbanizado, en la selva muerta. No se dan cuenta del poder que tienen, que sus raíces pueden levantar una ciudad entera, que sus ramas pueden atravesar inmensos edificios y que todas sus hojas podrían robar el sol de los despreciables humanos. Sin embargo, son convertidos en humanoides o, en el mejor de los casos, vegetaloides. Lástima también me parece, que aquellos sobrevivientes de los viajes interregionales se profundizan en este mundo tan bien cotizado, terminan siendo pinos de otro color, pero tinturados con toda la resina urbana sedimentada en sus hojas y tronco y flores y raíces. Por otro lado, aquellos que por cosa de suerte, elección del viento, destinos divinos o voluntades fuertes, terminan viviendo en una fabulosa frontera ciudadana, con sus bases en hermosos y potenciales paraísos sin peligro de urbanización, pero con las ramas sumergidas en un dineral humanizado.

Hay pinos que eligieron no ser pinos.”


Vine a germinar en estas tierras, pues vine de un puñado de esporas escupidas en lo austral. Me pregunté si no caía en tierra por si el viento así lo había decidido, pero luego me di cuenta que no fui identificable para él. En vez de caer en mi vuelo, tomé una ráfaga de conocimiento alternativo y llené mi figura de polvo astral, formé extremidades que me mantuvieran en vuelo fugaz para jamás dejar la vista de infante, por último, me mantuve a la altura de un pino común. Aquí generé todas mis reflexiones. Aquí, en esta altura, me mantengo para fijarme si hay algún otro camino ventoso. Aquí me di cuenta de que allá arriba hay otras esporas tan grandes y exitosas que parecen pinos enraizados con el universo. Creo que pronto iré a pasear con las estrellas. Creo que pronto germinaré en el oxímoron surrealista y conviviré con todas las esporas que siguen el camino cósmico, en el oquedal de los tiempos.