Estaban apenas reaccionando el
hidrógeno y el helio en la protoestrella, se transmutaban, se apareaban en esa
inmensidad sin aire. El ser luminoso y caótico había alcanzado una etapa de
estabilidad máxima, tanto que logró formar una consciencia en el núcleo. El
metabolismo del astro se detuvo y quedó con una variable forma rocosa y fluida,
como una mitocondria en viva obra.
Se detuvo de su destino estrellado
con el único capricho de no seguir la cultura de una estrella, quería crear su
propio destino, idea que termina eternamente reflexionada y deformada en querer
crear una propia cultura. Voluntad decidida a todo lo que esto requiera, tomó
una forma rectángulas; luego dos extensiones que nacían de dos vértices
hermanos; luego las vértices hermanas formaron dos extensiones más, pero con
menor largo; por último, en el cateto que unía a las hermanas, se formó un
rectángulo más pequeño, justo en el centro. Comenzó una alucinante caminata con
sentido al planeta más fértil. A medida que se acercaba a esa gigantesca
estructura, ésta ejercía una fuerza mayor, de forma que su velocidad crecía
exponencialmente incinerante. Generó una herida en aquel lugar, sin embargo
este núcleo no cedió a desaparecer. El planeta, que tenía un destino de
decadencia, compartía la idea alterante del astro. El ser luminoso regaló toda
la energía posible contenida en su ser, a pesar de que le incluso le
comprometiera segmentos de la extensión vital. Lo que fue un radiante tallado
de cristales infinitamente luminosos se redujo
a una geométrica figura en flamas. Todo valía en su odisea hacia la cultura
propia, valía hacer un esfuerzo más al enterarse de que el planeta fértil
también contenía una fértil cultura de ciertos reptiles y los primeros
mamíferos. Pidió algún premio por salvar kilómetros de tierra de un destino
empolvado, el receptor le permitió la creación de una cultura vegetal en su
forma física, en la otra, permanecer en el centro de energía del planeta. El
astro, ahora opaco y flameante, eligió uno de los experimentos de la génesis
del propio cuerpo terrestre, una higuera. De un principio no se fundió con
ella, debido a que quería aprender cómo mantenerle viva y reproducirla a través
de tiempo. Cuando tuvo cuatro de ellas cubriendo un trozo del futuro valle de Jordán, se adhirió con la
primera de sus higueras. Todos los conocimientos digeridos en la consciencia le
dieron la posibilidad de mantenerse al mando en el interior de la energía del
vegetal, en vez de seguir ocupándose del mantenimiento de ésta. Buscó en la
moldeada hoja en forma de flor, pues el fruto no le daba más que la
masificación del sabor. El momento en el que terminó esa perfectamente compleja
entidad de origami floriforme, pertenecía
al último día de primavera, la noche más corta. Dejó su flor artificial en la
copa de su árbol y allí le vio cerrarse. Esto ocurría en cada solsticio de un
ciclo de estaciones, siendo éste el canal para adherirse a la cultura del flameante.
Apenas un mamífero de la primera especie de éstos y el más adelantado reptil
tomaron la flor en aquellas fechas, fueron el principio de la nueva cultura. A
pesar de que los dos integrantes, muy simbólicos, se dedicaban a ordenar y
organizar, el astro no sentía que había formado una nueva cultura, sino la base
de ella. Un hecho inédito le dejó divagando en su pasado, la especie de
reptiles súper avanzados fueron secuestrados por otra civilización, proveniente
del lejano universo al que una vez perteneció. Imaginó el destino de aquellos troodones robados de su origen, sabía
que algún día volverían. Lamentó haber dejado su cuerpo celeste, pues habría
incluso tenido la posibilidad de llevar una galaxia entera adelante. Tenía un
silencio suave y rugoso en su cultura, pues sus dos integrantes entraron en un
estado meditativo que maduraba sus cerebros, para poder apenas acercarse a las
capacidades que la flama tenía. El planeta le pidió paciencia, así hasta que un
simio, bípedo y lampiño por secciones, se encontró con el ardiente rocoso. El
animal sólo tendió sus extremidades superiores, que aferraban unas ramas secas.
La mente del mono quedó saturada al instante, una inundación de emociones y
recuerdos con colores imposibles. La situación se repitió en otros lugares del
mundo y resultó en esperanzas del astro. Tendió su mano en la llamarada para
encender el parte de él mismo en las ramas, arduamente recolectadas por los
diferentes personajes que se le cruzaban. Ellos, con todo el cuerpo sudando de
lo insólito, llevaron la primera llave de civilización a sus manadas.
Al pasar los siglos iba visualizando
cómo estas tribus diferían y crecían en medio de los diversos medioambientes.
En varias ocasiones se presentaba imponente en sus fogatas, pero ninguno le
entendía, no tenían la más mínima noción de la flor, ninguno de ellos tenía una
falta de cultura, todas las tribus formadas poseían una gran energía propia, de
gran dominación. Una vez más la llama tuvo que esperar a que de estas tribus
surgieran cuestionamientos. De la nada llegó otra civilización espacial y se
dedicó a sintetizar nuevos bípedos. “Humanos”
les llamaron, les obligaban a robar minerales de las montañas. Además de
domesticar al humano, se dedicaron a
exterminar a las civilizaciones que les pudiesen atormentar. Pocas
sobrevivieron a la hecatombe étnica. Los extranjeros dejaron la semilla del humano y partieron, dejaron una cultura
falsa y mentirosa. Fue aquel destello de vacío cultural en los bípedos
artificiales que le mantuvo atento, al punto de que tuvo que acoger físicamente
a dos de ellos: Rómulo y Remo. Cada
vez que Luperca era sometida por las
noches enamoradas del frío, la llamarada encendía su corriente de temperatura y
desde la higuera les abrigaba. Aún así, los pequeños no lograron ver la flor
después de varios solsticios vividos. De pronto, los frutos de su árbol se
volvieron más atractivos y se fue masificando por varios lugares de lo que,
siglos después, llamarían Europa.
Toda la evolución seguía, con ello
las enfermedades. Los humanos
transportaban algunos trozos de las higueras a lejanos lugares y el astro aprovechaba para hacerlas fecundar
con la tierra, pero en uno de los lugares que crecían, cedió a una de las vidas
para seguir un juego inteligentemente armado, que le llevaría al éxito en su
empresa: en Jerusalén se paseaba un esquizofrénico fanático con un grupo de
inocentes discípulos que juraban que este hombre, Jesús, traía la verdad. Nadie
se enteró de su verdadero origen, nadie le vio leyendo la Biblia, su madre no
le puso barreras al momento de cambiarse el nombre, prefería al de aquel
personaje tantas veces nombrado en el testamento. A pesar de que era un enfermo
mental obsesionado con el libro, maldijo a la higuera no por no dar frutos, sino
que precisamente porque estaba escrito de esta manera. El astro simplemente
extrajo toda el agua de aquella higuera para que, al día siguiente, le vieran
muerta y aumentara la fe de los humanos en el mesías. Grande fue su suerte, cuando algunas personas le vieron
cuidando de sus higueras, le llamaron Diablo, Demonio, Satán, Satanás, entre otros,
pues le confundía con el personaje antagonista de la Biblia. De esta manera, se
acrecentó el morbo entre los bípedos y en ocasiones hacían fogatas invocándole
mediante sus seudónimos, incluso inventaron una serie de variados rituales auto
flagelantes, de sus propios cuerpos, como sus propias culturas, para hacer
ofrenda. La gente inventaba historias, muchas cosas que incluso comprometían a la
higuera como la residencia del mismísimo señor de las tinieblas. El astro se
estremeció al notar que los seres, deseosos de otra realidad diabólica,
probaban sus frutos con saña y hacían fogatas con sus maderos durante toda la
noche. Por esto, cuando los dos integrantes terminaron su maduración,
organizaron un festival que llamara la atención en esa importante noche, distorsionando
la realidad con la energía que la mimetizada flor poseía en sus pétalos. Se
hubieron creado los instrumentos musicales, cuando un cualquiera se lanzó en
las raíces descubiertas de una higuera, bajo los efectos de la obra de
Dionisio. El hombre cargaba un mandolín sin saber cómo utilizarlo y le gritaba
al vegetal que se hacía llamar Juan. Al día siguiente el bípedo se internó en
los suburbios musicales de España, alardeando que el Diablo en persona le había
enseñado a agitar los dedos. Lo ocurrido fue que el flameante le acompañó esa
corta noche de fin de primavera y le enseñaría a tocar su valioso instrumento a
cambio de que difundiera la leyenda de que la higuera traía efectos milagrosos.
De a poco los humanos se acercaban a las vegetaciones de la flama justo en esas
noches cortas para fijar sus deseos en cosas que les pudiesen favorecer. Los
primeros dos integrantes comenzaron por iluminar tesoros escondidos, el astro
se dedicó a enamorar parejas de humanos. Mientras más humanos se acercaban a
éste árbol, más a la luz dejaba su flor, que solo los más decididos se atrevían
a quitar de la copa, se llevaban la flor y la dejaban en algún lugar: los
favorecidos, eran aceptados en la nueva cultura y unas semanas más tarde eran
robados de la realidad; los no tan suertudos, recibían fortuna y felicidad,
motivando un nuevo intento. Pronto la cantidad de integrantes fe tal, que se
dedicaban a jugar con la gente y sus supersticiones culturales, pues los hacían
esconder tres papas bajo la cama para probar suerte de destinos futuros; los
hacían beber agua bendecida, les hacían manchar un papel de tinta y doblarlo
dos veces, las figuras que se formaban al abrirlo les causaban una millonada de
interpretaciones y centenas de incertidumbres personales; se aparecían entre
las fogatas, avivando sus flamas. Aquellos elegidos para la cultura, cuando eran
secuestrados, realizaban los rituales de iniciación, donde les hacían caminar
tiempo atrás, en que la noche es cortísima por el amor que tiene el Sol de la
Tierra, les hacían tomar nuevamente la flor que se llevaron y encender una
colosal fogata dentro de ella. Todo esto hacía que la noche más corta pareciera
ser la más larga.
Fogueiras de São João, Jonsok,
Sankthans, Midsommar, Jhannus, Jaonipäer, Midsumer, noche de San Juan. Así lo
escucha el flameante mientras se dedica a plantar los esquejes de su primera
higuera, su Ficus Carica, árbol
doméstico que, a pesar de ello, crece con sus raíces respirando la superficie, que
decide vivir en lugares rocosos y difíciles, incluso tan fuerte como para
destruir el piso, el esquema natural del
piso.