lunes, 23 de septiembre de 2013

Ágave tinto

 "Me encuentro en un viaje desesperado por encontrar aquello que, por épocas de madurez sociológica, suelo dejar cubierto de polvo ardiente para que cubra mis pestañas y otros hermosos vellos del oído con el delicioso incienso de las más aromáticas piedras desérticas, meditantes visionarias del universo."
Nos contaron por ahí que nacieron de "puntos calientes", sitios específicos a donde vienen a morir nuestras esperanzas y allí depositan sus nutrientes; con tanta energía y luz, estas hermosas piedrecillas repartidas de verdad esporádicamente - y no bajo esa influencia del desorden aleatorio naturalesco - desarrollan un cerebro denso, un magma lento en todo su interior. Crecen y aprenden  ahí, en esa lujosa cuna para plantas amantes de los extremos y bien antojadas de griteríos en jardines de silencio. Aquí mismo se da lugar al abrazo milenario, aquel momento en que los minerales abrazan a los troncos sempiternos, salpicados de algún exótico condimento atemporal que entrega pistas de cómo estos colosos lignificados llegaron a ser derrumbados en una batalla con el tiempo.
Realmente es maravilloso cómo es que nos enteramos, más aún lo es la asombrosa capacidad que poseen aquellas piedrecillas en contarnos cómo es la realidad, cómo es que esas estrellas que, flotando en el cielo, se aburría y se lanzaban en picada hacia la pampa para revolcarse en ella. Jamás decidimos si era más preciosa la humeante estela de colores ácidos o la tronadora polvadera que armaban al impregnar sus deseos en el suelo. Estos espasmos telúricos eran seguidos de la tenebrosa aparición del chivo de seis cuernos y su colérico pelaje, el cuadrúpedo se mantenía pasmado observando el techo que cubría sus senderos, este cielo estaba lleno de peces que se zambullían en el refrescante manto profundo. Las escamas que perdían esos cuerpos celestes al batirse en el cosmos eran recogidas por hombres de aceite, padres de familia que vendían su alma al salitre, prometían su corazón al cobre o los pies al chañarsillo; estos cerebros tristes eran alimentados por sus monógamas mujeres, muy acostumbradas a ventilar sus vidas enteras cada vez que se sacan la carne de los huesos.
"Cuando recuerdo todo aquello, me envuelvo en llanto. No lloro por los mundanos, lloro por la transición. Lloro y la madre me consuela, la educadora del universo que ha reflejado su vientre en otro manto de carne; nodriza que hace presencia cuando se le anda y no se le pisa. Me aferro al paisaje, he arribado al volcán de recuerdos. Las aves de tierra me llaman desde los más familiares senderos y con sus plumas secan las lágrimas de mi espalda."

jueves, 12 de septiembre de 2013

Hemorragia de piedra

La cosa más poderosa existente en el universo decidió, un día, tomar forma física y con ello terminó las habladurías sobre lo abstracta que era. De allí que su viscosa apariencia llenó las venas de las grandes piedras, las primeras células.
La entidad, hambrienta de recuerdos, fue conocida como Muerte, pues se llevaba la vitalidad de aquellos seres que hicieron una vez un trato con Vida; el acuerdo constaba de dos partes, donde la primera correspondía a una etapa de desarrollo y magníficas vivencias, mientras que la segunda correspondía a ofrendar tales historias. Vida y Muerte estuvieron desde el principio, desde donde no hay historia, sin embargo Vida es hija de Muerte, quien decidió parirle en un destello de movimiento. Lo que era hasta entonces el iniverso comenzó a fluir, las cosas comenzaron a moverse por obra de Vida, pero el préstamo de esta energía debía ser devuelto una vez que se cumpliese con el trayecto deseado, es entonces cuando Muerte se apropiaba cariñosamente del movimiento cargado de recuerdos y lo convertía en lo inmóvil que era antes, además de estrujarlo y obtener de él un líquido bondadoso, se dio origen al universo. Cuando las cosas estaban limpias y ordenadas, aquel líquido era llamado éter; éste se obtuvo de las primeras explosiones sensoriales atómicas. Muerte retiraba el éter de las formaciones luminosas y lo dejaba descansando en alguna esquina inmóvil del planeta, para dormir sobre él. Esta sangre, el éter, era movimiento en su máximo estado de pureza.
La expansión del todo motivaba a Vida y Muerte seguir experimentando con las formas de movimiento que iban creando y decidieron solidificar algunas cosas. Los minerales y cristales fueron la dualidad de movimiento que innovaron en vivencias y recuerdos, las dos creadoras estuvieron fascinadas con lo ocurrido y terminaron por otorgar más movimiento a las responsables y colosales esferas de cristal y mineral, permitiéndoles almacenar parte del éter que producían.  Cada cuerpo celeste fue distribuyendo de manera gradual el movimiento en sus partículas, incluso se compartían información o nuevos elementos entre planetas. Cada vez que un planeta alcanzaba un alto grado de vivencias, se convertía en estrella para ceder todo el éter de su vida, finalizando su existencia con una maravillosa explosión que dispersaba unidades de información hacia otros lugares muy recónditos del universo. Por otro lado, aquellos planetas que no poseían tanto éter ni tantas vivencias, decidieron invertir el material y convertirlo en otro: el magma. El incoloro y liviano éter fue parcialmente remplazado por una sustancia similarmente luminosa, pero pesada y lenta. Esta especie de vivencia se alojaba al interior de un planeta y se almacenaba para tener una reserva de movimiento que asegurara el fluir de los minerales y cristales; la empresa del éter que tenía cada planeta le aseguraba una vida más longeva y próspera al enlentecer el proceso. Pronto, los cuerpos celestes fueron alcanzando mayor complejidad en su composición.
En un determinado momento, algunos planetas invirtieron nuevamente el movimiento, en forma de éter, para convertirlo en otra cosa: el alma. Esta nueva creación de aquellas grandísimas aglomeraciones simbióticas de mineral y cristal otorgaba movimiento a partículas inorgánicas para que se movilizaran independientemente, repartieron la energía entre sus subordinados tal como Muerte y Vida hicieron con ellas. Se dio lugar a las formas orgánicas de vida, aquellas que tenían un movimiento más fácilmente percibible y, por lo mismo, más efímero y productivo. De allí que pequeñas sustancias fueron formando células que se alimentaban unas de otras, traspasando la energía y las vivencias potenciadas, de manera que cada vez que se ofrendaba tales recuerdos, éstos eran primeramente recibidos por el seno del planeta y Muerte se apropiaba de ellas. Como premio por la innovación en funcionamiento que propusieron los planetas, Muerte tomaría forma basándose en este último tipo de ofrenda, infinitamente más denso que el éter, infinitamente más luminoso que el magma, infinitamente más lento que el alma: el petróleo.
El petróleo cambió enteramente el esquema que Vida y Muerte habían armado en el universo, ahora las grandes rocas dispersas en el espacio tenían dos metas preciosas por alcanzar: éter y petróleo. Mientras el primero era el liviano rocío de recuerdos para Vida, el segundo era el denso plasma vivencial de Muerte, quien prefería dormir eternamente en el ominoso líquido. Las formas orgánicas de vida incluso entretenían a los planetas, que se sentían inmensamente vivos al tener dos tipos de sangre entre sus cuerpos rocosos: el espíritu les aseguraba tener un buen producto traducible en éter, mientras que cuerpo era degradado hasta obtener la jalea memorial, sinónimo de petróleo. El alma y el magma serían los movimientos propios del planeta dedicados a mover lo orgánico y lo inorgánico, respectivamente. Las diversas expresiones orgánicas de vida siempre serían una sorpresa para todos los presentes en la historia que partió del iniverso.
Dentro de los azares de la evolución orgánica, apareció un pseudo-primate que era regido por otro tipo de movimiento, la razón. Ésta correspondía a un movimiento errático generado por casualidades históricas. El bípedo tenía una creciente necesidad de obtener poder, otro tipo de movimiento, pero imaginario, inexistente, más bien un síndrome crítico o potente enfermedad. Entre ellos se mataban para mostrar superioridad y “robar” el poder que poseía cada uno de sus hermanos. Pronto no se hubo conformado con robar el poder de sus pares y comenzó a robar el poder de las demás formas de vida, bajo la escusa de las necesidades básicas. Encontró muy pronto una forma física de entender el poder: el dinero. Se fueron saboteando entre “poderosos” para lograr grandísimas reservas de poder, estafando a todos los que venían por debajo de ellos mismos, a pesar de que fuesen los pilares de su propio éxito. Era un tóxico ecosistema de mentiras en el que proliferaban casi moderadamente, hasta que uno de los “poderosos” descubrió una de las venas que mantenían la vida en el planeta, un yacimiento de petróleo. La Muerte que siempre estuvo presente en sus ciclos biológicos, para ofrendar  el espíritu y el cuerpo, sería despertada del eterno descanso. El bípedo tomó la cuna de Muerte y la sometió a combustión, a destilación, a desnaturalización, a investigación, a explicación, a síntesis, a humillación. El hombre había tratado como un medio de obtención de bienes banales a la más sagrada sustancia de recuerdos y vivencias, la sangre de las piedras. Muerte, sabiendo que sólo con estar en los ciclos biológicos de este cáncer bípedo, no se desesperó y descargó su furia y castigo de una manera increíblemente sigilosa y habilidosa: se volvería a concretar, mas no en forma de petróleo, sino que cumpliendo con esa imaginaria y alucinante idea del hombre, el poder.
Todas las personas que contribuyeran directa o indirectamente a la denigración del planeta afectado caerían en las dolorosas enfermedades consumistas, las enfermedades que les traerían vacío a sus corazones, enfermedades que les proporcionan más de ese asqueroso instinto de poder; tendrían que luchar por su lugar y reconocimiento social, tendrían que lidiar con la suciedad del planeta, tendrían que atender los desgarradores destellos de consciencia, los arrebatos políticos, las hecatombes estúpidas, guerras de hambre y de sed, la presente “fiebre de igualdad”, la caza de sueños y fantasías, la vejez e la inutilidad, pero por sobre todo jamás gozarían de la madurez. Los hombres serían por siempre unos niños envenenados, babosos por hegemonía al reproducirse desenfrenadamente, al explicarlo todo inútilmente, al mimar sus cuerpos con la medicina, al cumplir con las expectativas exteriores, al silenciar las salvadoras voces de su interior. Muerte pidió permiso al planeta, afectado del cáncer antropocénico, con fin de tomar las riendas del movimiento. Destruiría a los errantes seres desde donde comenzaron a proliferar, les despojaría de todo lo que alguna vez pudieron disfrutar, les quitaría la grandiosa virtud del desapego y la libertad de movimiento. Tan grandioso y silenciosa es su manera de actuar que tomó a los “poderosos” como presas suyas, haciéndoles creer que en realidad son poseedores del poder, mientras que a la masa ignorante que está bajo ellos, quienes les permiten alcanzar el ponzoñoso líquido, les hizo olvidar su magna responsabilidad y culpabilidad en todo este proceso.
Y todo aquel que sea capaz de reconocer que el derretimiento de su “mundo” es en realidad el antídoto a su planeta, aquel que pueda despojarse el fluir común, será bendecido y guiado por Vida y Muerte.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Ornitofilia de un parásito

Un hombre, alterado por tener un par de horas abismalmente libres, se propuso observar el atardecer tan solo un fragmento de tiempo. Buscó algún lugar de altura en su madriguera; luego, las condiciones para lograr su objetivo se hacían más específicas, como encontrar una ventana de cara al espectáculo crepuscular que, al mismo tiempo, no se dejara seducir por la fría sombra de un edificio cercano. Cuando el hombre hubo concluido su empresa, trajo una silla de madera triste - de esas muy exóticas en esa época, donde hasta el aire era de plástico - y se sentó encima para apreciar la escena color pomelo. Una voz, un chillido o un canto de ultratumba resonó en lo más ominoso de su vientre; a pesar de lo alterado que se volvió, logró descifrar el cadavérico mensaje. Por inercia, cumplió la misión que se le había otorgado. “Abre la ventana, abre tus costillas. El flujo del sol puede apenas tostar tus prejuicios”. Sintió en su materialista cuerpo la tibia sustancia solar mezclándose con cada una de las unidades celulares que le conformaba, se iba deshaciendo conforme cada parte de su cuerpo alcanzaba un éxtasis sensorial. El miedo aumentó a medida que no se sentía extrañado de lo que ocurría, estaba saliéndose de su rutina para comenzar a recorrer que jamás, conscientemente, podría alcanzar a percibir como “recorrible”. Se paró del asiento y se lanzó por la ventana.
La tierra estaba ordenada, acaso fluía con el viento y se movía más lento que las plantas al crecer, estaba caminando sobre un plasma térreo y dorado. Un sendero marcado por tonalidades más terracotas le hicieron tomar sentido de hacia dónde iba, a lo lejos, al final del camino, se encontraba el sol. Cada paso que daba era una honda ráfaga de modificaciones geográficas, la orogénesis se daba licencia total y creaba los valles más estrafalarios a los costados de la calzada, levantándose con cuanto poder alcanzaba. En cierto momento, las laderas del valle parecían tan altas, que no se podía ver el cielo superior, sin embargo el sol seguía allí adelante.
Don entidades ornitomórficas se posicionaban en los bordes de la cueva que detuvo el camino del hombre. El sol seguía en el final del camino, a pesar de que ya ni siquiera pudiese verle por la poderosa oscuridad que traía consigo la cueva espontáneamente aparecida. El ave de la derecha tenía colores cálidos y familiares, recordaban al hombre las tonalidades de su vida, su respirar, su sangre, sus pensamientos, sus obras; el ave de la izquierda estaba bañada en coloraciones ásperas y extrañas, novedosas y exóticas, aquellas tonalidades que destellaban ocasionalmente en la cordillera de su vientre. Se acercó al ave del costado derecho, el ave cálida, y preguntó sobre qué le correspondía hacer. “Yo únicamente puedo hablarte de tu vida exterior, tu pobre interpretación del mundo y todo aquello a lo que banalmente te has ligado. Puedo responderte cuanta cosa me preguntes, pero no me pidas explicaciones, que aquí sólo tienes que entender. No estás en aquel mundo donde el mayor placer del hombre es desgranar absolutamente toda existencia misteriosa que se le cruza por delante, no estás en ese reino imaginario de creación y patrañísimas verdades. Estás en la entrada de la cueva hacia tu propio ser; allí dentro se encuentra todo lo que fuiste, eres y serás”. El pájaro se posó en el hombro derecho del ser antropomórfico y le guió dentro de la cueva. Líquenes plasmados en el aire, cactos helicoidales y setas de descomunal tamaño fueron algunas de la inmensa variedad de increíbles especies que el hombre logró reconocer en esa calurosa oscuridad de la cueva, ese delicioso misterio que, por consejo del ave, había que disfrutar y no explicar. Fue una constante lucha con sus cuestionamientos, se disparaban entre sí dentro del cráneo para dejar de existir antes de salir a flote. En cierto tramo de la cueva, cuando el trayecto se volvía iluminado gradual y empinado, el pájaro detuvo la caminata del hombre con su propia voluntad. “No me corresponde llevarte hacia el sol, únicamente te puedo enseñar lo que te acerca a esta cueva y no lo que hay dentro de ella. Tu eres quien posee el grandioso poder de conocerte”: Se encontraron nuevamente en la entrada, fue entonces que el ave de áspero aspecto y escamosas plumas lanzó una severa mirada al inocente hombre, le comunicó con la más hostil de las melodías las instrucciones para volver. “Tu cuerpo ha aprendido más que tú. Es tu deber encarnarte con el silencio craneal. Bajo la sombra y susurro de todo lo que han aprendido, podrás sumergirte en este valle por tu propia cuenta y voluntad sin dificultad. Es aquí donde todas las respuestas son cristales, desde siempre tu idioma fue el más errático”.
Desde entonces el hombre dedicó cada momento abismalmente libre a la actividad sensorial. La vida entera comenzó a serle explícita y sus pares se hacían cada vez menos discernibles, menos entendibles, menos tolerables. Los patrones y texturas del mundo se le hicieron posibles de percibir, era un estudiante de aquella lengua que fue despojada en su nacimiento, en su traumática bienvenida al rebaño de los experimentos de greda. Cada viaje que hacía a su cueva le provocaba numerosas transmutaciones, colosales y dolorosas para todo aquello terrenal que se esforzaba por mezclarse en la porosidad de sus huesos; su pequeña ciega consciencia era sometida a una increíble lluvia de luz solar, infinitas primaveras y otoños para su cuerpo, era un capullo en un caótico evolucionar.
“Jamás alguien podrá escuchar sobre todo esto, porque solo a ti nos corresponde enseñarlo. El mundo que estás conociendo es colosalmente superior en todos los sentidos al mundo que crees habitar. No te esfuerces por convencer a aquellos cuya consciencia no está preparada para comprender. Sus ojos ni siquiera soportan la suculenta luz del sol”. El ave cálida consolaba al hombre cada vez que los restos de su primitiva emocionalidad se hacían presentes, cada vez que el desapego se hacía ausente, cada vez que se cansaba del limitado mundo en el que solía creer.
Iban las dos entidades caminando por la cueva, como de costumbre, hasta que llegaron a sector donde el recorrido se tornaba vertical. El ave pretendía que volviesen a la entrada después de la sesión de conocimiento, pero el hombre se rehusó. Le comunicó que quería seguir caminando hasta llegar al sol, que ya siente que puede llegar y subir toda esa montaña, ese oquedal de conocimiento, esa selva de poder. El pájaro sin titubear, se fue. Hasta entonces, ninguno de los recursos sensoriales que el hombre poseía para aprender del mundo había escapado de los márgenes de la oxiestesia, pero el instante en el que se sostuvo de alguna roca para comenzar su escalada, una cascada luminosa comenzó a surgir por cada uno de los poros invisibles de la superficie, eliminando gradualmente los receptores sensitivos de su cuerpo. Algas crecían de aquellas grietas, resplandecían de colores imposibles de describir, tenían su característico movimiento ondulado y al  unísono, a pesar de lo aleatorio que parecía; conforme las algas maduraban, se despegaban de la superficie y dejaban nuevamente el fluir luminoso de la grieta, que se expandía hasta formar la zanja de un ojo. El hombre dejó de percibir aquel mundo, ahora ya no tenía sentidos, era un simple observador ciego y aun así contenía la imagen de lo que vivía en alguna parte de su degradado cuerpo y capturada por alguna zona de la vaporosa figura en la que se iba convirtiendo. Pronto los haces de luz ya tenían la perfecta forma de ojo, pestañeaban y miraban a lo que quedaba del antropomórfico: una especie de neblina espesa que se empeñaba con grandioso esfuerzo por escalar la loma hacia el sol. A medida que se acercaba a la cumbre los ojos se asombraban con mayor intensidad, brotaron las pestañas en cada uno de ellos y pronto hubo un bosque de vellos leñosos. No significó dificultad para nuestro personaje, ya que de todos modos no sabía cómo es que se desplazaba, además de tener la asombrosa capacidad de escurrirse por entre las minúsculas rendijas que quedaban en el espeso bosque de pestañas, que eliminaron casi por completo la luz que venía por debajo, por aquellas curiosas cavidades oculares. El ánimo del hombre ya no tenía forma, ya no tenía sentido seguir subiendo la interminable colina; con grandiosa velocidad se había desplazado de la cueva a los campos de algas, y de éstas al bosque de fibras. En realidad nada tuvo sentido, jamás, ni el sol que se aproximaba, ni su luz tan acogedora, ni la silla de triste madera en la que estuvo sentado. De pronto, todo comenzó a incendiarse, las pestañas se deshicieron y los ojos se calcinaron. La coloración hostil provenía suelo y éste quemaba al punto de enrojecer las rocas que soportaron en la superficie, para pronto hacerlas lava, una catarata de sangre solar fluía por todo el lugar. Los ríos de intenso color se detuvieron, el hombre creyó llegar a la cima, pero en realidad se encontraba del origen de todas las riveras magmáticas. Se levantaron largos pliegues lisos ordenados concéntricamente, aquella nubosidad que en algún momento fue hombre se hallaba en el centro de una caótica metamorfosis de fuego y carne, la dolorosa saliva de los volcanes se había decidido construir aquellos pétalos concoideos de alguna flor que buscaba aguardarle, sanarle de toda esta brillante iniquidad. Taparon entonces las suaves telas de flor al hombre y la oscuridad le tranquilizó. Se hallaba con su cuerpo nuevamente, parado en el borde de un acantilado; a lo lejos se detenía el sol dando forma al ocaso y en su hombro izquierdo se encontraba el ave de exótica coloración. El pájaro miraba el sol, de alguna manera le decía al hombre que volara, que evitara ese cañón sinsentido. El ser antropomórfico entonces, quiso tener plumas al igual que el ave y volar para alcanzar el sol, el crepúsculo agonizante que se despidía de la silla de madera triste y la sombra de algún edificio con seductora sombra, de los pares de horas abismalmente libres y del aire plástico.
-Si lo hago, dejaría de ser humano.

-Exacto.