viernes, 16 de enero de 2015

El palacio de Marte

Cuando Yehoshua murió, su vida y su muerte se degradaron sobre la tierra que habitaba la cúspide de aquel árbol de nubes que sostenía el palacio del Líquen, de Venus. Todas aquellas fibras luminosas se impregnaron en la superficie activa de la arcilla y la arena y formaron, entonces, una medusa que recogió la riqueza botánica que hubo en el interior del palacio, en el corazón de Venus, y la fue sembrando en los respectivos ecosistemas de Omilen antü, viajando al ritmo del crepúsculo y el eterno flujo de culebras que subían con el día y caían con la noche, evocando cada una el símbolo de su vida. Así ocurrió por muchos muchos años, jamás la medusa había visto los siete soles o las siete lunas, pero llevaba en si misma el abrazo que unía a estos catorce cuerpos al orbitar el planeta. 
Al pasar los años, todas las especies fueron repartidas y un suceso inédito dio lugar al final del viaje de la medusa: un eclipse total. Catorce sembradores vinieron de las esquinas más lejanas del universo, trayendo cada uno una semilla en su respectivo sepulcro; el viaje de estos seres duró lo que dura un pestañear de la Lepisma, y en cuanto sus ojos volvieron a estar abiertos, arribaron el aura de Omilen antü. Cada uno se puso en órbita, alcanzando los catorce cuerpos, los que hacían el día y los que hacían la noche, de tal manera que tenían de frente la cara más obvia del planeta y en el occípulo la figura de un sol o una luna, según correspondía. Las culebras del día y de la noche se detuvieron y en una sola espiral se acurrucaron para dormir. Allí mismo, donde todos los cráneos reptiles coincidían, se desplomó la medusa. Cayó sobre una península arenosa, muy lejos de las montañas verdes o de las sabias mesetas, pero muy cerca del infinito mar. Al ser depositado su cuerpo sobre la tierra, las partículas de esperanza y libertad eclosionaron, reaccionaron con las arterias del planeta y brotó ahí mismo la sangre magmática, se irguió una forma poco descriptible y al enfriarse -o al enriquecerse de aire- nació la piel oxal. Arribaron las esporas del conocimiento, utilizando como vector a varios insectos hemófagos, quienes venían desde el desierto a rendir homenaje al nuevo nacimiento, pues esto indicaba que el planeta en realidad estaba sano y se cumplía el principio del Tentuu. Sobre las esporas se posicionó una corona de sangre, luego un espectáculo evolutivo que abarcaba cnidiarios, crinoídeos, nudibranquios, opiliones, efímeros, oniscídeos y oniroarios. Cuando las distintas especies pseudo-imaginarias rodearon aquel trozo de piedra para dar lugar a una reverencia, las catorce semillas traídas por los sembradores impactaron con los catorce puntos más trascendentales; moldearon, de esta forma, el palacio de Marte, cuyas puertas fueron abiertas en cuanto las raíces de las catorce especies colapsaron intensamente entre ellas, dando lugar a catorce corazones en el palacio, firmando acuerdos instintivos de simbiosis y moralidad. 
Al interior del palacio había una habitación circular sin techo, con una pileta en su centro y también una escalera en espiral que subía por las laderas hasta muy por encima de la vista, concluía en un jardín de soles que despegaba a la razón de la equivalencia racional-espacial. Aquel jardín de soles era una extensa pradera de especies bioluminiscentes que brillaban con el arte del alma y el flujo consciente de la vida y la muerte. Sobre el cielo de esta maravillosa tierra roja, viajaban quinientos colosales ojos que observaban cada floración y la extensa y colorida fauna que habitaba aquella región, un trozo de otra dimensión.
Desde entonces, los ciclos solares y lunares, los bochornos estelares y cósmicos, los movimientos en los músculos del planeta y el acomodamiento de los inmensos huesos se verían reflejado en estas catorce especies vegetales y animales que conformaban el palacio de Marte. Para aquel entonces, al cumplirse el principio del Bennu, floreció una de las plantas que se ubicaba en la esquina superior izquierda del palacio, la corona del beduino. Muy pronto sus frutos fueron comidos por aves negras y ungulados. Unos cuantos frutos calleron por un barranco y alcanzaron el estómago de ballenas y delfines. Una nueva época ha germinado.

jueves, 8 de enero de 2015

Chartreuse

Se desconfiguran los sépalos cálidos de un sol, permutan como en espirales gramíneas y acaban por invocar, en su propia forma, las altísimas hojas de aquellos astros que aún siendo estáticos iluminan de belleza el mural del universo. Se levantan pedúnculos, se levantan anteras, se levantan colosos y pasean en ellas. El suelo está hecho de guijarros, todos son las piedras sagradas de la imaginación y permiten que sobre sus lomos dotados de sincronía germine y pulule la flora musgosa de los cuerpos celestes; y por aquellas rendijas mal erosionadas por los ríos de éter, han de brotar crinoídeos minerales. Estos soloides persiguen el oscilar del cosmos y, en variadas ocasiones, logran pulsar con extrema delicadeza las cuerdas vocales que convierten en materia todas las intenciones vocales que hay en la laringe divina, creando trascendentales emociones, portones verdosos y cilicios en las almas...
En el jardín óseo hay praderas tranquilas; sobre la alfombra hay una diminuta capa de oraciones vegetales y por encima de éstas se pasea la vida.