martes, 27 de octubre de 2015

Sembrando el Caos



"Si la luna te tiende la mano, es porque un huevo te quiere entregar."  
 Mientras se desarrollaba la gestación de un bulbo cardíaco, aquellos quienes sembraron su semilla en la matriz del amor se rendían ante la espera. Cada uno se retiró a un hemisferio del vientre templado y ecuánime, cada uno armó su lecho con paja de trigo y paja de cebada. Así, estando cada uno en el mismo sitio, en el centro de la consciencia, se retiraron a los dos hemisferios oníricos. Uno tomó su báculo de fluidos  y despertó frente al palacio onírico; ante sus ojos se abrió una puerta emplumada y un sendero de transparente follaje, el camino estaba guiado por cristales tornasolares y entre fragmentos de recuerdos se escurrían pájaros y peces con sustancias imbricadas, aquellas que están hechas de futuros posibles, probables y condicionales. El otro llevó su alfombra de humores y se sentó frente al templo onírico, ante él había un portal pétreo poblado con inscripciones que simbolizaban crudamente lo que ocurría en las profundidades del alma; tras el portal había una pradera de colores imperceptibles, donde cada gramínea presentaba su espiga argumentativa a un Sol imponente y paciente. 
   En el andar de cada uno, las cepas de la experiencia fueron conformando la perfecta piel blanca del bulbo. El ego de cada uno llevó a que aquella semilla desplegase infinitas hojas cuya nervadura dibujaba los ríos del cuerpo. El alma de cada uno, sorprendida entre las murallas del tiempo y del espacia, concluyó en una inflorescencia perenne, así, aquel bulbo cardíaco extendió toda su existencia por la consciencia, abarcando hasta los más fúnebres rincones de la mente y las grietas más célebres de los labios. Millones de ojos brotaban a modo de tépalos, dos millones de estambres se disponían a modo de lluvia, originando un monzón polínico. Aquella lluvia de fecundación despertó a los sembradores. Se levantaron en silencio, puso el uno su báculo bajo el vegetal colosal; puso el otro su alfombra bajo el báculo; y puso la planta la abundancia sobre ellos.
Y a pesar de que en esa consciencia común, la de la unión, no tenía tierra sembrada, aquella lluvia hizo germinar la espontaniedad y el misterio, también el arte y la ciencia.
"Si el sol te muestra la tierra, es porque un ave en ella debe andar."

viernes, 17 de abril de 2015

Humor

En el nido se hallaba un sentimiento, desnudo y triste, cuya piel reflejaba todos los colores que existieron y aquellos que aún no recorren la iris del tiempo. Aquel sentimiento estaba hecho de agua, pura, cristalina y sensible, y sus hilos de vida se estremecían al más ínfimo contacto de la acción; por esta razón, la madre y el padre de este sentimiento le propusieron un desafío, un nombre: reacción. 
A medida que los colores iban danzando delicadamente sobre la iris del tiempo, Reacción generaba respuestas ante los variados estímulos que ocurrían a la par de sus cienes, a la par de su corona, a la par de su piel:
-Un hombre, con su piel dibujada en turquesa, se internó en un bosque que inspiraba las oraciones del sol y expiraba cantos de tierra. Llevaba su arco y su flecha para cazar pensamientos, hacerlos suyos y devorarlos por la noche junto a su hermano fuego. Sin embargo, a medida que se internaba entre los maderos y ríos verticales no encontró más que aves y reptiles que se trazaban líneas de un árbol a otro, dibujando la cara del sol besando a la luna, el ojo del agua cuando observa la noche y la boca del viento cuando modula la vocal el palacio miceliar. Aquel hombre, entonces, se sentó a la falda de un árbol, y observó su piel dibujada en turquesa, recordó quién viajó por su cubierta con un color diferente y también lloró. En ese instante, los pensamientos brotaron de sus cejas, se elevaron hasta alcanzar el follaje denso y todos los animales cesaron su actividad: las aves paralizadas en su vuelo, lagartijas detenidas en un salto, tortugas momificadas en un paso y caimanes sepultados en un palpitar. Aquel hombre limpió sus lágrimas, tomó su arco y flecha y apuntó, sus manos tiritaban, su voluntad flaqueaba, su corazón sufría. Pero algo cambió el rumbo de su destino, su corazón no pudo con lo inmoral y brotó sobre si mismo un coral rojo, brotó desde el pecho, luego desde cada ombligo arbóreo y desde cada garganta animal. Aquel color tiñó el paisaje, los pensamientos se paseaban lentamente entre ellos a través del sendero vaporizado, de aquí surgió la imaginación. Una lluvia enraizó del todo, tocó cada alma, cada aura y también los dibujos en turquesa. Ésta era la imaginación, la creatividad. El hombre presenció entonces el principio rítmico y el principio creativo.
Aquel sentimiento, luego de explicar una pequeña fracción colorida de la realidad en su vientre líquido, dio origen a escamas tornasolares que absorbían cada uno de los colores y los expresaba según de dónde se les viese, si era desde adentro, si era desde afuera, si era siendo ellos mismos. Una vez que todas las escamas colonizaron sus límites, serpenteó sobre sí mismo hasta llegar al bosque en el que se encontraba el hombre, y se montó sobre todos las líneas turquesa que habían en el. Todos los animales volvieron al tiempo, la temperatura llegó, entonces hombre y serpiente salieron dichosos del bosque, cada uno con el corazón lleno de amor.

miércoles, 25 de marzo de 2015

El agua

Era todavía pronto, mucho antes de la colonización azul, que el Bakhal observó la llegada de los colonos.
 Aquellas tierras sobre las cuales danzaban sus pies tenían el estómago en latencia, la sed había trazado senderos arbóreos en las profundidades, cuyas laderas estaban delicadamente adornadas con joyas silvestres y gemas craneales. Se atrevían a enraizar sólo los potentes de espíritu, aquellas auras que han invertido mucho a lo largo de los siglos y han negociado la evolución a lo largo de las dimensiones; era un frágil equilibrio entre las uñas de vida y muerte, cosa que daba aspecto peculiar a cada uno de aquellos guerreros que, con su propio sudor monocromático y sangre esmeralda, meditativamente alcanzaban a gobernar un trozo de tierra.
Las llanuras y montañas se repartían en aquella ciudad del silencio, sus habitantes eran tigres de viento, mayoritariamente, pero también andaba por ahí el Bakhal. En una época de apogeo, muchos seres de luz se reunieron en las alturas del desierto, discutieron sobre los caprichos del gran fractal  y esperaban respuestas; cada uno de aquellos seres hubo recolectado por el mundo entero las semillas del odio que tan fácilmente germinaban en los corazones, luego al traerlas al magno encuentro, no supieron qué hacer con ellas. Se sentaron a meditar, unieron sus manos y los cilios de su amor se hicieron uno solo; una única raíz se originó y viajó hacia las profundidades y hacia las alturas, una respuesta llegaría desde la totalidad. Los tigres de viento, gacelas de arena, pájaros de mármol, lagartos y huracanes negros y azules, todos se quedaron en silencio, respirando entre los seres de luz y el cielo se ordenó. Subió el Espacio desde las profundidades, bajó el Tiempo de las alturas y se encontraron con todas aquellas caras en paz; observaron con atención la ofrenda de semillas, en un cuenco de turquesa, y sonrieron al mirarse. Hablaron desde el corazón de cada uno de los presentes y dijeron para sí:
"Lo que ocurre es que estamos medrando. Levantamos espinas, escamas, montañas y pestañas... Conservad la ecuanimidad, pues se erizará la piel de todas las tierras y el Cambio se hará presente frente a todos nosotros, aquel guerrero rojo que es la voluntad del planeta..."
Se sentaron también a meditar. Únicamente el Bakhal estaba con sus ojos abiertos, observando desde el lomo de un cariñoso cerro. Un susurro le habló y bajó. Dibujaba patrones espirales y triangulares con su andar. Llegó al punto inicial de la raíz desdoblada y tomó con su hocico, entre sus dientes, aquel cuenco de turquesa. El Tiempo y el Espacio sonrieron una vez más, asintieron ante la iniciativa de la quimera y le dejaron marchar. El Bakhal se dirigía a las alturas más lejanas, donde nacen todas las medusas, donde se dispersan lunas hacia los cielos y donde las almas más minerales confluyen para ascender.
Tan solo con aproximarse a la piel pétrea de aquellas montañas, el cielo reaccionó y se estremeció. Paralelo a su ascendencia se comenzaron a acercar carabelas de vahos, medusas de agua y aire, sifonóforos de cielo y viento, organismos etéreos de todas las especies y que tenían como madre aquel coral de alturas, aquel que en un momento de la historia fue la Madre que reinó por eternidades la vida. Se fueron acumulando alrededor de las crestas; para cuando el Bakhal alcanzó la coronilla de una de las montañas de aquella familia, la séptima, dejó caer las semillas que estaban dentro del cuenco de turquesa. Cada semilla  cayó sobre la piel nubosa de las embarcaciones de agua y el diluvio comenzó.
"Esta es la voluntad del planeta..."
Sólo entonces, el Bakhal se sentó a meditar como todos sus hermanos. Debían mantener sus almas en paz y vigorosas, pues el crujir de los cielos anunciaba los fuertes cambios, el crujir de la tierra anunciaba nuevas raíces, el crujir de los corazones anunciaba nuevos amores. Después de todo, sólo las nubes negras traen vida. Luego erguíanse los árboles cristalizados y los meteorizados, se encendieron las llamaradas bajo las estrellas y los gritos de los mortales fueron ignorados.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Orchidea centaura

"Un instante esconde en su pequeña existencia los abismos del cambio; son profundidades tan inmensas y tan efímeras que tan solo al callar la mente puedes escabullirte entre ellas." 
Se componen los huesos minerales de aquellos que meditan durante una o dos eternidades; cada milenio es una perla magnífica que se adhiere a las laderas de sus cabellos y, de esta manera, invocan toda la personalidad arbórea y todos los crótalos contenidos en los diminutos cristales condensados en la personalidad de cada uno. Aquellas montañas estiran todos sus músculos, repiten la danza que el universo articuló en el principio y con esto culmina el nuevo nacimiento; mueren dos y nace uno, cuando el árbol está lleno de frutos. Se sientan meditativamente una vez más, es la flor del norte mente, acomodan la proyección de sus sombras y vuelven a exhalar toda aquella vitalidad pétrea que aspiraron para llevar a cabo el sismo aureal. La conjugación del entendimiento se acomoda una vez más y cada cosa toma un nuevo lugar. Los colonos, pasmados, observan con atención todo esto, observan el encaje perfecto del nuevo mundo y la selva instantánea que trajeron consigo. Lo que era un continente es ahora una isla exuberante y frondosa, colorida y consciente. Entonces dos de ellos, los más vivos, por efecto de sus instintos, se lanzaron a los senderos de potente paso. Uno iba delante y uno iba atrás. Se encontraron con numerosos nativos aireados de piel parda y trazos de agua, les lanzaban puntos y líneas, pero nunca acertaban: aquellos dos pioneros cruzaban la selva danzando con el alma. Por entre el follaje de lo oscuro, se descubrió un portal de piedra que tragaba la luz de un acantilado; en su centro el árbol padre y madre marcaba el ritmo de la isla. De un solo suspiro los dos hombres se lanzaron al vacío y cayeron en lo profundo de las raíces de aquel árbol. De esta manera, cuando el sol y la luna se besaron en aquel instante, el hombre que iba en el medio arribó al santuario de un guerrero león.
"Tomó su respiración y le puso una vela. Luego aquellos que habitan al interior de la mente manufacturaron una cubierta y el barco ya estaba completo. Al ritmo de su alma avanzó por entre los numerosos y policromáticos mares para alcanzar unas tierras inesperadas. El lenguaje geográfico detuvo la marea y el vaivén de las velas, pues existe una belleza que nos toca con el polen del alma. Entonces se bajó de su embarcación para ir en busca del fruto"

sábado, 14 de febrero de 2015

El arévalo

He despertado en la cuna de las nubes bajo la cual brotan corales del recuerdo, invocando las especies del destino, toda la flora del tiempo y orquestando cardúmenes sensitivos, temperamentales y también los racionales. Se mueven al ritmo del cielo todos los seres, germinan al mismo tiempo las piedras y luego revientan en pétreos huevos que vulcanizan toda la llana tierra; de ahí que puedo respirar claramente la exhalación de las piedras y percibir el aleteo granate de numerosos pájaros, los acuáticos y los aéreos, que desde aquí emprenden un vuelo más allá de Venus, más allá de Mercurio, más allá de Urano y sus dos cabezas, se posan en Marte para respirar antes de lanzarse al portal de la justicia divina. Sólo entonces, en el instante fecundo modulado, cuando el destello de siete soles y siete lunas se ve reflejado en la córnea marítima del ave más sincera, que se levantan por el desierto numerosas y frondosas pirámides verdes, parpadeando al despertar y haciendo vibrar la tierra para acomodar la serpiente cervical. Una vez que toda la orogénesis culminó y las caprichosas cordilleras dibujan astros a su manera, el arévalo vuelve al desierto con el mar en su cola, oscilando, disfrutando, viviendo y muriendo, con sangre y espíritu en el aliento.


domingo, 1 de febrero de 2015

Un viaje a la cascada de magma cardíaco

-Abuela Shanti...¿esta receta, de dónde la sacó?
-Bueno, todo comienza con un problema, luego una pregunta, luego la respuesta, luego la búsqueda, le sigue la cosecha, la limpieza, la preparación y, por último, se vierte el agua bendecida e hirviendo... Y entonces los vahos comenzarán a modular el origen de esta receta...
Tomó el cuenco de greda con el agua hirviendo en su interior; vertió el contenido encima de otro cuenco, pero éste estaba hecho de una piedra pálida y pulida, y en su interior se acurrucaba el cabello de tres plantas distintas. El primer espiral del caos reventó con las hojas en el impacto, y luego se ordenó todo, permitiendo a las sinceras palabras del agua que contasen la historia:
Voüsh era un anciano que habitaba Omilen antü, había tenido una vida con diversas densidades y, por lo general, las cosas parecían complicadas. Antes de comenzar una nueva vida en este planeta, pertenecía a Nibiru y formaba parte de las numerosas tropas colonizadoras de tal civilización. Habiendo llevado por este camino su vida, desde muy temprano, fue cultivando cosas gruesas en su interior, cosas que en determinado punto del desarrollo vital le fueron arrastrando hasta el límite del umbral que alcanza la luz; afortunadamente fue la muerte misma la que se le apareció en sueños y le dictó su destino más pronto, con la única intención de que el monótono historial de Voüsh tuviese algunas curvas más allá de la colonización de planetas. 
Entre toda la baraja de opciones que le presentaba el presente, marcharse a una tierra lejana le pareció lo más útil. Tomó a su familia y se retiró a los valles más altos de Nibiru, para poder apreciar las estrellas con máximo esplendor. La séptima noche fue a caminar muy solo por entre las lomas y el frondoso cielo; allí halló una paz densa, muy contrastante con su sangrienta labor, y toda la culpa recayó sobre su cuerpo. Se desplomó sobre el sendero y se ahogaba, parecía que sus acciones le rompían los huesos y disolvían el líquido medular por entre todos sus demás órganos. En vez de estallar en rugidos y lamentaciones, experimentó la caricia de la justicia y se entregó a esta situación, murmullaba oraciones desconocidas para él, pero lograba entender desde el fondo de su vientre que correspondían a peticiones de perdón, también evocaba en su mente cada una de las almas que despojó del cuerpo y en su última agonía divisó el destello de un grupo de constelaciones. Con una velocidad inmensa, una serie de imágenes y diálogos cruzaron de oreja a oreja y terminó por concluir que aquel cúmulo de estrellas era una comunidad celeste que Nibiru jamás pudo alcanzar, incluso decían que los ancestros las habían titulado como "la perdición del tirano". Sus ojos se cerraron, guardó en su pecho el amor más grande para despedir a su familia y con esto se pudrió sobre el suelo. El día llegó nuevamente. 
Creyéndose muerto, Voüsh desplegó lentamente sus párpados para poder apreciar el mundo paralelo y complementario que había armado la muerte. Para su sorpresa, se encontró con un cielo con más de un sol y paisajes de extrema belleza y novedad; se puso de pie y todos sus malestares habían cesado, incluso la vejez... Observó su cuerpo joven y la piel tostada que le cubría, tomó consciencia del lugar en el que se encontraba y pudo distinguir una frondosa selva que se levantaba por entre mesetas a su derecha y unas densas llanuras a su izquierda. No tenía idea de lo que ocurría, su vientre estaba lleno de cuestionamientos, pero había una paz en el aire que no permitía el flujo de la preocupación por sus ríos internos.
Por primera vez en toda su existencia, sintió la presencia del instinto: un hilo dorado que partía desde una región bajo su ombligo y que se extendía a lo infinito. Siguió este sendero de delgada luz, que le llevó a rodear gran parte de esas mesetas verdes para hallar unas cuevas y quebradas que viajaban hasta menores alturas. Se podía discernir desde donde se encontraba, que la altura que alcanzaban las mesetas, y esa inmensa montaña en medio de todo, iba disminuyendo gradualmente hasta la costa. Hubo de esforzarse grandemente, luchar contra el sueño, el hambre y el frío ocasional que le impedían el descenso. Aquella hazaña estaba atestada de grandiosas aves de colores, lagartos que reflejaban oraciones de cada uno de los soles, formaciones rocosas de lo más curiosas y una vegetación exuberante e imponente, la vida botánica no hacía reparos en la expresión de su grandeza y sabiduría. Como si la brisa marina le hubiese susurrado al pecho, en la mente de Voüsh se alojó una respuesta: esto es Omilen antü. 
Antes de encontrarse directamente con el mar, la noche lo había alcanzado y el manto celeste se acurrucó de estrellas y, hasta ese momento, se adornó con las dos primeras lunas. Un acantilado de mediana estatura le impedía bajar para tocar la arena, y siendo nuevamente un niño sus habilidades eran limitadas. Se sentó a la orilla del acantilado y descansó, respiró y comenzó a reordenar sus ideas. Miraba atentamente las formaciones celestes y las distinguía; había desperdiciado tanto su vida en la colonización de planetas y la búsqueda de riquezas externas que había olvidado que todo su interior era una llanura plana, sedienta de belleza, amor y paz. Pudo ver a lo lejos distintas galaxias, distintas colonias, pudo observar que se encontraba muy cerca de lo que era una "pata de la Lepisma", explicado de esta manera por los jeroglíficos inmersos en los fósiles encontrados en su planeta natal. Antes de que pudiese encontrar la ubicación exacta de su origen, se interrumpió su búsqueda con un extenso escalofrío que subía desde su base energética hasta la última flor de su cervical; un león estuvo sentado en su lado izquierdo en todas estas horas.
"Vamos, cuéntamelo todo. Ha sido todo muy entretenido."
"El Bennu", pensó el muchacho.
"Cuéntame sobre tu planeta. Quiero ir a conocerle."
 Voüsh sabía que el Bennu no era más que un ser mitológico, el origen de aquellas antiguas historias que hablaban sobre la supuesta culminación de la tiranía de la civilización de Nibiru. Temblando y con mucho miedo, bajó la mirada para hallar un escape. Pensó en lanzarse hacia la playa, pero observó que bajo el manto lumínico de cuatro lunas reposaban cinco grandes felinos distintos y perfectos. Tragó su saliva descompuesta, miró una vez más a su planeta de origen como para pedir ayuda y en tan solo una fracción de segundo notó su error. El Bennu ya sabía dónde se hallaba Nibiru y le iría a dar fin. Pensó en su familia y en todo el ambicioso sueño de los gobernadores.
El Bennu le observó con amor, puso todos sus ojos sobre el entrecejo del pequeño Voüsh y luego puso su lengua. Le lamió la cara y evocó el cariño de todas las madres de todas las vidas que aquella alma hubo tenido. "Te voy a pedir una última cosa...", fue la frase que rebotó en su interior y, antes de que el muchacho pudiese abrir su boca para formular una pregunta, el león saltó muy alto, se ubicó por encima del aura del mar y siguió saltando y corriendo por el aire, en dirección a Nibiru. Voüsh observó esto con atención y, al mismo tiempo, con desconcierto. Se quedó en espera de la respuesta, dispuesto a cumplir la misión que aquel magnífico y misericordioso león le había tendido, pero únicamente los susurros del mar cubrieron aquel silencio grande que se iba extendiendo entre el trayecto del león y la redonda cara del niño. Al querer levantarse, se tropezó y cayó sobre la arena. Los cinco grandes felinos notaron esto y se levantaron para examinar a la presa. Voüsh corrió hacia un roquerío y allí se metió en las aguas cristalinas, con tal de evitar a las bestias. El hilo dorado que era su instinto estaba amarrado a algo dentro de la marea, y cuando el oleaje lo permitió, Voüs pudo distinguir entre la espuma un pequeño y precioso pez que contenía los colores del sol y de la noche. Con una habilidad irracional se lanzó para tomarlo y luego lo lanzó al felino terracota, cuya posición era la más cercana a su joven cuerpo. Los otros cuatro felinos, en vez de hambrientos, quedaron atónitos. Aquel felino terracota, a pesar de seguir con una mirada hostil, se acercó a Voüsh para olerle y luego, de un salto enérgico, se marchó de aquella playa. Con una esperanza nerviosa continuó esta tarea con los cuatro felinos restantes; con el pardo, con el plateado, con el ominoso y con el pelirrojo. Al cabo de unas horas se echó a descansar en la arena y los cuatro felinos estaban con él, exigiendo caricias. 
La noche se iba acabando, y antes de que la séptima luna acabase su recorrido, del acantilado se desplomó una roca de mediana estatura y mediano grosor. Afortunadamente no calló encima del muchacho y de los animales, pero la cercanía del impacto les aturdió. Todos escaparon a excepción de Voüsh. El muchacho tocaba con curiosidad aquella roca, que tenía un vívido color azul y, de cuando en cuando, unas pintas blancuzcas que recordaban al cielo estrellado. Cerró sus ojos para acariciar la piel pétrea y con los ojos de su tacto pudo observar hermosos paisajes, arena brillante, pájaros extendiendo sus plumas por entre las capas de aire, quinientos soles levantándose en el horizonte de quinientos desiertos distintos, la orogénesis a la velocidad de la eclosión, la espuma del mar alcanzando sus propios pies como si fueran manos líquidas tocando la raíz de su cuerpo, hojas verdes y pardas estirándose hasta alcanzar el techo del cielo y allí reventar en floraciones coloridas y con aliento a éter, luego formando frutos dehiscentes que criaban alas para escabullirse entre las rendijas de la atmósfera y viajar tan alto que podía distinguirse la colosal figura de la Lepisma, caminando con un ritmo sabio por entre la frondosa nada, un ritmo que contenía todos los ritmos, evocando una emoción que contenía todas las emociones, era una acumulación de vitalidad extensa que en determinado momento concluía en tres figuras peculiares, eran tres medusas oníricas que se habían desplazado con un paso oscilante desde las tres terminales en la cola de la Lepisma hasta la superficie de Omilen antü y, desde la cresta de la montaña más alta, llevaron una piedra más azul que el grandioso coral hasta el paradero de Voüsh... Con esta tremenda liberación, Voüsh abrió sus ojos, se encontró tiritando, jadeando, sudando, muy cansado y a la vez muy feliz, pero con un peso en su interior. Aquel peso eran las últimas cosas gruesas que aún no dejaban su cuerpo. Recordó que estuvo acariciando la piedra, pero en su lugar encontró un sexto felino, un lince muy azul que le miraba con unos ojos color secreto. Se fue caminando lentamente por un sendero lateral por entre las rocas, Voüsh le siguió y siguieron camino arriba hasta la meseta verde. El día llegó nuevamente.
-Yo había tenido esa misma noche un encuentro con el Bennu. Y tenía planeado volver a mi hogar después del largo viaje hasta las mesetas verdes. Entonces, cuando llegué al inicio de las llanuras, noté que había un muchacho mirándome con paz. Me enrojecí y pretendía marcharme, pero resonó en mis oídos la sinceridad de su hablar, sin conocerme en absoluto me dijo "Shanti, te amo". Al voltear, le hallé frente a mi y nos fuimos juntos caminando hasta las montañas en las que nací. Me contó que aquella mañana estuvo recolectando tres plantas de la selva, siguiendo la receta que un lince azul le hubo contado al oído antes de marcharse. 
"Al viajar días y noches, llegamos finalmente a mi hogar. Allí mi madre nos recibió con amor y con felicidad, pues su hija traía su complemento perfecto. Iniciamos entonces nuestra vida y la sellamos aquel día, pues compartimos junto con todo el pueblo aquel brebaje y compartimos aquellas historias gruesas que se hubieron quedado en nuestro vientre, por lo gruesas que eran... No era tanto el usar aquellas tres plantas - la baobha, la merza, la pueia-, sino la combinación entre el poder de la verdad y el poder del amor cuando nos encontrábamos acompañados de ellas... Así es como conseguí esta receta.

viernes, 16 de enero de 2015

El palacio de Marte

Cuando Yehoshua murió, su vida y su muerte se degradaron sobre la tierra que habitaba la cúspide de aquel árbol de nubes que sostenía el palacio del Líquen, de Venus. Todas aquellas fibras luminosas se impregnaron en la superficie activa de la arcilla y la arena y formaron, entonces, una medusa que recogió la riqueza botánica que hubo en el interior del palacio, en el corazón de Venus, y la fue sembrando en los respectivos ecosistemas de Omilen antü, viajando al ritmo del crepúsculo y el eterno flujo de culebras que subían con el día y caían con la noche, evocando cada una el símbolo de su vida. Así ocurrió por muchos muchos años, jamás la medusa había visto los siete soles o las siete lunas, pero llevaba en si misma el abrazo que unía a estos catorce cuerpos al orbitar el planeta. 
Al pasar los años, todas las especies fueron repartidas y un suceso inédito dio lugar al final del viaje de la medusa: un eclipse total. Catorce sembradores vinieron de las esquinas más lejanas del universo, trayendo cada uno una semilla en su respectivo sepulcro; el viaje de estos seres duró lo que dura un pestañear de la Lepisma, y en cuanto sus ojos volvieron a estar abiertos, arribaron el aura de Omilen antü. Cada uno se puso en órbita, alcanzando los catorce cuerpos, los que hacían el día y los que hacían la noche, de tal manera que tenían de frente la cara más obvia del planeta y en el occípulo la figura de un sol o una luna, según correspondía. Las culebras del día y de la noche se detuvieron y en una sola espiral se acurrucaron para dormir. Allí mismo, donde todos los cráneos reptiles coincidían, se desplomó la medusa. Cayó sobre una península arenosa, muy lejos de las montañas verdes o de las sabias mesetas, pero muy cerca del infinito mar. Al ser depositado su cuerpo sobre la tierra, las partículas de esperanza y libertad eclosionaron, reaccionaron con las arterias del planeta y brotó ahí mismo la sangre magmática, se irguió una forma poco descriptible y al enfriarse -o al enriquecerse de aire- nació la piel oxal. Arribaron las esporas del conocimiento, utilizando como vector a varios insectos hemófagos, quienes venían desde el desierto a rendir homenaje al nuevo nacimiento, pues esto indicaba que el planeta en realidad estaba sano y se cumplía el principio del Tentuu. Sobre las esporas se posicionó una corona de sangre, luego un espectáculo evolutivo que abarcaba cnidiarios, crinoídeos, nudibranquios, opiliones, efímeros, oniscídeos y oniroarios. Cuando las distintas especies pseudo-imaginarias rodearon aquel trozo de piedra para dar lugar a una reverencia, las catorce semillas traídas por los sembradores impactaron con los catorce puntos más trascendentales; moldearon, de esta forma, el palacio de Marte, cuyas puertas fueron abiertas en cuanto las raíces de las catorce especies colapsaron intensamente entre ellas, dando lugar a catorce corazones en el palacio, firmando acuerdos instintivos de simbiosis y moralidad. 
Al interior del palacio había una habitación circular sin techo, con una pileta en su centro y también una escalera en espiral que subía por las laderas hasta muy por encima de la vista, concluía en un jardín de soles que despegaba a la razón de la equivalencia racional-espacial. Aquel jardín de soles era una extensa pradera de especies bioluminiscentes que brillaban con el arte del alma y el flujo consciente de la vida y la muerte. Sobre el cielo de esta maravillosa tierra roja, viajaban quinientos colosales ojos que observaban cada floración y la extensa y colorida fauna que habitaba aquella región, un trozo de otra dimensión.
Desde entonces, los ciclos solares y lunares, los bochornos estelares y cósmicos, los movimientos en los músculos del planeta y el acomodamiento de los inmensos huesos se verían reflejado en estas catorce especies vegetales y animales que conformaban el palacio de Marte. Para aquel entonces, al cumplirse el principio del Bennu, floreció una de las plantas que se ubicaba en la esquina superior izquierda del palacio, la corona del beduino. Muy pronto sus frutos fueron comidos por aves negras y ungulados. Unos cuantos frutos calleron por un barranco y alcanzaron el estómago de ballenas y delfines. Una nueva época ha germinado.

jueves, 8 de enero de 2015

Chartreuse

Se desconfiguran los sépalos cálidos de un sol, permutan como en espirales gramíneas y acaban por invocar, en su propia forma, las altísimas hojas de aquellos astros que aún siendo estáticos iluminan de belleza el mural del universo. Se levantan pedúnculos, se levantan anteras, se levantan colosos y pasean en ellas. El suelo está hecho de guijarros, todos son las piedras sagradas de la imaginación y permiten que sobre sus lomos dotados de sincronía germine y pulule la flora musgosa de los cuerpos celestes; y por aquellas rendijas mal erosionadas por los ríos de éter, han de brotar crinoídeos minerales. Estos soloides persiguen el oscilar del cosmos y, en variadas ocasiones, logran pulsar con extrema delicadeza las cuerdas vocales que convierten en materia todas las intenciones vocales que hay en la laringe divina, creando trascendentales emociones, portones verdosos y cilicios en las almas...
En el jardín óseo hay praderas tranquilas; sobre la alfombra hay una diminuta capa de oraciones vegetales y por encima de éstas se pasea la vida.