lunes, 7 de noviembre de 2022

1. Horizontes y Fronteras

-...y es por toda esta zona costera, que aloja el rumor de un islote cercano que se aparece cada tanto... y que de allí proviene todo lo desconocido, todas las calamidades, todos los demonios y todos los humores...- dijo finalmente el arriero, afirmándose del cuerno derecho de su ciervo, como hacía de costumbre. 
    Aquella declaración apaciguó la ansiedad del viajero, cuando tras haber caminado cuatro días a su lado, junto a unas doscientas ovejas negras, arribaron la costa norte de la península. Allí, en medio de enormes y columnares rocas marinas, anidaba el pueblo pesquero de Kimeral. Los antiguos rumores y la artesanía local atraía a viajeros, pero la geografía arriesgada permitía apenas unos miles de personas en las playas, costaneras, puertos y tantos recovecos rocosos que permiten la vida y el techo en el pintoresco lugar. 
    Aun amanecía, cuando el sendero ovejero del arriero se separó del sendero del sueño del viajero. El camino alto, por aquella accidentada cordillera casi hundida en el mar, permitía ver todo el pequeño pueblo mucho antes de llegar a él. En frente, el inmenso mar. Lo inacabable, evaporándose constantemente, alimentando desde lo minúsculo en las aguas hasta lo parlanchín, en las afueras. La bruma se elevaba por encima de su cuerpo húmedo, cinético, incorporándose como el aura tranquila de aquella mañana. 
    La emoción le burbujeaba en el vientre. La búsqueda del viajero, le llevó esta vez a dirigirse allí donde nacen las quimeras. Y en aquellas lejanas tierras de la Mente, es de donde históricamente se sabe que provienen algunas pestes y seres mitológicos, descritos en libros antiguos, retratados en esculturas o formando parte de construcciones. Sin embargo, en la actualidad no hay vestigios o pruebas físicas de la existencia de seres que se escapen de la normalidad conocida... Sin embargo, la búsqueda y la urgencia de sanar un corazón es mayor, por ello la voluntad del viajero, aun cuando lleve el alma en trizas y el amor en ascuas, le han permitido llegar tan lejos. Así tal como un guerrero herido y sangrante, el último sendero ha sido tortuoso, extenso, duro.
    La recapitulación de este último episodio de la vida del viajero se fue enredando en la mente ansiosa del mismo, pero se tropezó con el último paso del sendero de bajada, encontrándose con la entrada del pueblo. Pequeñas viviendas, la mayoría pintadas de blanco o azul, se extendían por cualquier rincón medianamente estable que permitía la arena o la roca. Como si fuese liquen o como si fuesen hongos, la vida en Kimeral parecía tener una fuerte afinidad con su geografía, brotando con vigor y densidad en cada rincón viable. 
    Las calles, repletas de comercio, turistas, banderas y sombrillas, apenas permitían el tránsito. El olor a pescado frito, mezclado con el dulce aroma de brebajes calientes se hacía presente, pero la brisa maría dispersaba la nube de olores, permitiendo entrever un misterio muy sutil; en la mezcla del aire salino, molusco y húmedo, se podía distinguir levemente la esencia de una pizca de incienso. Allí estaba la respuesta, para el viajero ya estaba todo claro. 
    Se escurrió entre la gente, se alejó de las minúsculas plazoletas y los diminutos puestos de comida, para involucrarse con los pescadores. Allí el agua golpeaba las grandes piezas de concreto que contenían el oleaje; las barcazas ancladas y atestadas de movimiento, puesto que ya descargaban la cosecha marina. Como hormigas movían el motín hacia los puestos de venta, donde inmediatamente se agotaba. El viajero miraba introvertido la urgencia de la gente por comprar el pescado, cuando un hombre se le acercó: "¡Es que es muy rica la carne de este pez, pues!". 
- ¿Es aquí donde se pesca el mítico Arévalo? - le preguntó el viajero después de una agradable charla de bienvenida por parte del pescador, y tras una extensa recomendación de restaurantes y bares del lugar...
- ¡Pensé que usted era turista, compañero! Hace muchos años que aquí no sale un Arévalo... Yo no he visto nunca uno, y eso que llevo ya más de 30 años en el mar. Pero si recuerdo bien, cuando niño, en casa de mi abuelo, haber probado la carne del Arévalo...Exquisita... Blanda, blanca, muy suave al paladar... Un sabor tan especial, un gusto natural a aceite...- y continuó con una serie de historias donde la carne del pez era el plato fuerte y superior a cualquier otra carne.
- Quizá fue tan cotizado que se agotó... - balbuceó el viajero. A lo que el pescador lo miró de reojo, lo miró de arriba abajo, luego miró el horizonte y el infinito mar. Nubarrones se acercaban.
- No, compañero... Es que ya no aparece la isla... 
- ¿Cuál isla?
- Es que antes, se creía que aparecía una isla en las cercanías... y que de allí venían toda clase de peces raros, anguilas... Pero yo jamás vi algo así. Aunque es cierto que ya no se pesca la misma variedad que antes... Recuerdo cuando niño probar muchas cosas distintas; mariscos, cangrejos, tantos peces distintos, pero ninguno como el Arévalo. Ahora son unas quince clase de peces las que se cosecha. A veces es muy raro pillar serpientes de mar... Bueno compañero, lo dejo, pues se acerca tormenta y aún no es mediodía...-se excusó el pescador, algo avergonzado e intentando desaparecer pronto, sabiendo que entregó información demás. El viajero, ahora pasmado en la puerta que apareció frente a él, sin haberlo previsto.
    La quietud se dispersó de pronto cuanto, del último barco pesquero en descarga, estalló una serie de estruendos. Cuando el viajero se volteó para ver, ya había una turba de gente, pescadores, turistas, locatarios, rodeando las barcazas. Como pudo, el viajero se movió entre la gente para ver cómo los pescadores de la pesquera "Cuatro" celebraban con orgullo haber atapado un ejemplar de Arévalo, no visto en muchos años en el pueblo. El animal, ya sin vida, se encontraba recostado sobre la madera húmeda. Su piel blanca  y gris en el lomo, varias aletas en distintos lados del cuerpo y una boca ancha con protuberancias oblongas en sus extremos. La noticia se supo en toda la localidad con rapidez y para la tarde ya se había organizado un festival. 
    Las nubes, antes lejanas, habían arribado la costa cercana, pero se detuvieron antes de cubrir el pueblo de Kimeral. La luminosa noche de celebración teñía las nubles y la incipiente niebla de colores cálidos. La brisa suave, pero fría, se entremezclaba con las risas, gritos, cantos, vapores, licores, perfumes. El viajero, aprovechando los banquetes, se fue hacia el puerto. Se sentó en el extremo más lejano y allí se quedó a observar como esa muraba nubosa le esperaba. 
- Ven. 
    ¿Qué más podía perder un corazón roto, un alma lisiada? ¿Qué otra salida tenía, más que la de seguir la única vía de existir? A veces el viajero perdía el relato de la vida, a veces perdía el eje o el norte. A veces el viajero se perdía a si mismo. Cuando se está perdido, cualquier señal de luz es la vía hacia la salida de ese momento, ese bosque tupido y oscuro. 
    El viajero notó que muy cerca de él había una mujer sentada, muy pacífica y sonriendo. También miraba el nimbar en frente del pueblo, teñido de festival. 
- ¿Quieres ir? - le preguntó de pronto la mujer, aun sonriendo con la boca y con los ojos, debajo de su ancho sombrero, aún puesto de noche. 
- ¿A dónde? - preguntó el viajero, un poco desconcertado. Sintió que aquella mujer sabía sobre los pensamientos que cruzaban su mente.
- A la isla


    La marea, agitada como el corazón del viajero, levantaba y subía la canoa. La mujer y el viajero remaban coordinadamente, alejándose de la costa iluminada y adentrándose en el matorral nuboso que habitaba sobre el mar aquella noche. La oscuridad fue haciéndose cada vez mayor, pero los faroles que preparó la mujer antes de partir, les permitieron continuar con una tenue compañía para apenas ver la marea que acosaba la embarcación.
    Estuvieron varias horas remando. A pesar de que la marea estaba fuerte, lograron avanzar. "Es gentil con nosotros" le repetía una y otra vez la mujer al viajero para apaciguar su ansia de acabar con el viaje. "Piensa en aquellas selvas que hay detrás de este viaje", le decía una y otra vez..
    El oleaje cedió tras una larga jornada remando, aunque aún abundaba la oscuridad en el viaje. La densa niebla sobre el mar se mantuvo hasta que comenzó a disipar al unísono con la fuerza de la marea. Aguas tranquilas...
- Ya estamos por llegar - le dijo la mujer al viajero, muy emocionada, pero pacífica. Enérgica, con su remo, ya sudando al igual que el viajero.
    De pronto, la embarcación se detuvo. En ese momento se dio cuenta que habían llegado a algun lugar. Aunque aún estaba oscuro, los faroles permitían ver la arena y el suave oleaje esparciéndose y recogiéndose.
- Hemos llegado... ¿A que no pensaste que alguien si sabía de este lugar? ¡¿Y que te llevaría?! -le comentó muy feliz la mujer al viajero, mientras se bajaban de la embarcación, adentrándose en la arena.     Con los pies mojados, todo el cuerpo empapado y la energía agotada, el viajero se recostó antes de poder asimilar que, de alguna manera, ya había alcanzado su objetivo. Tan solo un parpadeo y la noche junto con la tenue luz de la embarcación se convirtieron en el azul del cielo. Ya era de día; el viajero se había quedado dormido. Se encontraba recostado junto a la barcaza, pero ya no estaba la mujer. Miró la arena, pero sólo vio las huellas de la barcaza y las de sus pies. No hubo otra persona en ese lugar. 
    Aun con la mente embotada, el viajero se levantó y divisó en frente, muy a lo lejos, una serie de manchas hundidas en el horizonte. Era la cordillera norte de la península. Estaba al otro lado. Se volteó y su sorpresa fue enorme: un exuberante palmar selvático se extendía enfrente de él. Poco a poco, la amplia variedad de cantos distintos fueron apareciendo para el oído del viajero. ¿Serán aves? ¿Dragones? ¿Será que aquí hay sirenas y otros monstruos? Sonidos muy raros, indescriptibles, inentendibles por su mente, abundaban y aparecían cada vez más. Y así fue, con un grado de impresión, una cuota de miedo y una onza de incertidumbre, se dio cuenta que había llegado a la mítica isla de las quimeras.