Aquellas tierras sobre las cuales danzaban sus pies tenían el estómago en latencia, la sed había trazado senderos arbóreos en las profundidades, cuyas laderas estaban delicadamente adornadas con joyas silvestres y gemas craneales. Se atrevían a enraizar sólo los potentes de espíritu, aquellas auras que han invertido mucho a lo largo de los siglos y han negociado la evolución a lo largo de las dimensiones; era un frágil equilibrio entre las uñas de vida y muerte, cosa que daba aspecto peculiar a cada uno de aquellos guerreros que, con su propio sudor monocromático y sangre esmeralda, meditativamente alcanzaban a gobernar un trozo de tierra.
Las llanuras y montañas se repartían en aquella ciudad del silencio, sus habitantes eran tigres de viento, mayoritariamente, pero también andaba por ahí el Bakhal. En una época de apogeo, muchos seres de luz se reunieron en las alturas del desierto, discutieron sobre los caprichos del gran fractal y esperaban respuestas; cada uno de aquellos seres hubo recolectado por el mundo entero las semillas del odio que tan fácilmente germinaban en los corazones, luego al traerlas al magno encuentro, no supieron qué hacer con ellas. Se sentaron a meditar, unieron sus manos y los cilios de su amor se hicieron uno solo; una única raíz se originó y viajó hacia las profundidades y hacia las alturas, una respuesta llegaría desde la totalidad. Los tigres de viento, gacelas de arena, pájaros de mármol, lagartos y huracanes negros y azules, todos se quedaron en silencio, respirando entre los seres de luz y el cielo se ordenó. Subió el Espacio desde las profundidades, bajó el Tiempo de las alturas y se encontraron con todas aquellas caras en paz; observaron con atención la ofrenda de semillas, en un cuenco de turquesa, y sonrieron al mirarse. Hablaron desde el corazón de cada uno de los presentes y dijeron para sí:
Las llanuras y montañas se repartían en aquella ciudad del silencio, sus habitantes eran tigres de viento, mayoritariamente, pero también andaba por ahí el Bakhal. En una época de apogeo, muchos seres de luz se reunieron en las alturas del desierto, discutieron sobre los caprichos del gran fractal y esperaban respuestas; cada uno de aquellos seres hubo recolectado por el mundo entero las semillas del odio que tan fácilmente germinaban en los corazones, luego al traerlas al magno encuentro, no supieron qué hacer con ellas. Se sentaron a meditar, unieron sus manos y los cilios de su amor se hicieron uno solo; una única raíz se originó y viajó hacia las profundidades y hacia las alturas, una respuesta llegaría desde la totalidad. Los tigres de viento, gacelas de arena, pájaros de mármol, lagartos y huracanes negros y azules, todos se quedaron en silencio, respirando entre los seres de luz y el cielo se ordenó. Subió el Espacio desde las profundidades, bajó el Tiempo de las alturas y se encontraron con todas aquellas caras en paz; observaron con atención la ofrenda de semillas, en un cuenco de turquesa, y sonrieron al mirarse. Hablaron desde el corazón de cada uno de los presentes y dijeron para sí:
"Lo que ocurre es que estamos medrando. Levantamos espinas, escamas, montañas y pestañas... Conservad la ecuanimidad, pues se erizará la piel de todas las tierras y el Cambio se hará presente frente a todos nosotros, aquel guerrero rojo que es la voluntad del planeta..."
Se sentaron también a meditar. Únicamente el Bakhal estaba con sus ojos abiertos, observando desde el lomo de un cariñoso cerro. Un susurro le habló y bajó. Dibujaba patrones espirales y triangulares con su andar. Llegó al punto inicial de la raíz desdoblada y tomó con su hocico, entre sus dientes, aquel cuenco de turquesa. El Tiempo y el Espacio sonrieron una vez más, asintieron ante la iniciativa de la quimera y le dejaron marchar. El Bakhal se dirigía a las alturas más lejanas, donde nacen todas las medusas, donde se dispersan lunas hacia los cielos y donde las almas más minerales confluyen para ascender.
Tan solo con aproximarse a la piel pétrea de aquellas montañas, el cielo reaccionó y se estremeció. Paralelo a su ascendencia se comenzaron a acercar carabelas de vahos, medusas de agua y aire, sifonóforos de cielo y viento, organismos etéreos de todas las especies y que tenían como madre aquel coral de alturas, aquel que en un momento de la historia fue la Madre que reinó por eternidades la vida. Se fueron acumulando alrededor de las crestas; para cuando el Bakhal alcanzó la coronilla de una de las montañas de aquella familia, la séptima, dejó caer las semillas que estaban dentro del cuenco de turquesa. Cada semilla cayó sobre la piel nubosa de las embarcaciones de agua y el diluvio comenzó.
"Esta es la voluntad del planeta..."
Sólo entonces, el Bakhal se sentó a meditar como todos sus hermanos. Debían mantener sus almas en paz y vigorosas, pues el crujir de los cielos anunciaba los fuertes cambios, el crujir de la tierra anunciaba nuevas raíces, el crujir de los corazones anunciaba nuevos amores. Después de todo, sólo las nubes negras traen vida. Luego erguíanse los árboles cristalizados y los meteorizados, se encendieron las llamaradas bajo las estrellas y los gritos de los mortales fueron ignorados.
Se sentaron también a meditar. Únicamente el Bakhal estaba con sus ojos abiertos, observando desde el lomo de un cariñoso cerro. Un susurro le habló y bajó. Dibujaba patrones espirales y triangulares con su andar. Llegó al punto inicial de la raíz desdoblada y tomó con su hocico, entre sus dientes, aquel cuenco de turquesa. El Tiempo y el Espacio sonrieron una vez más, asintieron ante la iniciativa de la quimera y le dejaron marchar. El Bakhal se dirigía a las alturas más lejanas, donde nacen todas las medusas, donde se dispersan lunas hacia los cielos y donde las almas más minerales confluyen para ascender.
Tan solo con aproximarse a la piel pétrea de aquellas montañas, el cielo reaccionó y se estremeció. Paralelo a su ascendencia se comenzaron a acercar carabelas de vahos, medusas de agua y aire, sifonóforos de cielo y viento, organismos etéreos de todas las especies y que tenían como madre aquel coral de alturas, aquel que en un momento de la historia fue la Madre que reinó por eternidades la vida. Se fueron acumulando alrededor de las crestas; para cuando el Bakhal alcanzó la coronilla de una de las montañas de aquella familia, la séptima, dejó caer las semillas que estaban dentro del cuenco de turquesa. Cada semilla cayó sobre la piel nubosa de las embarcaciones de agua y el diluvio comenzó.
"Esta es la voluntad del planeta..."
Sólo entonces, el Bakhal se sentó a meditar como todos sus hermanos. Debían mantener sus almas en paz y vigorosas, pues el crujir de los cielos anunciaba los fuertes cambios, el crujir de la tierra anunciaba nuevas raíces, el crujir de los corazones anunciaba nuevos amores. Después de todo, sólo las nubes negras traen vida. Luego erguíanse los árboles cristalizados y los meteorizados, se encendieron las llamaradas bajo las estrellas y los gritos de los mortales fueron ignorados.