miércoles, 25 de marzo de 2015

El agua

Era todavía pronto, mucho antes de la colonización azul, que el Bakhal observó la llegada de los colonos.
 Aquellas tierras sobre las cuales danzaban sus pies tenían el estómago en latencia, la sed había trazado senderos arbóreos en las profundidades, cuyas laderas estaban delicadamente adornadas con joyas silvestres y gemas craneales. Se atrevían a enraizar sólo los potentes de espíritu, aquellas auras que han invertido mucho a lo largo de los siglos y han negociado la evolución a lo largo de las dimensiones; era un frágil equilibrio entre las uñas de vida y muerte, cosa que daba aspecto peculiar a cada uno de aquellos guerreros que, con su propio sudor monocromático y sangre esmeralda, meditativamente alcanzaban a gobernar un trozo de tierra.
Las llanuras y montañas se repartían en aquella ciudad del silencio, sus habitantes eran tigres de viento, mayoritariamente, pero también andaba por ahí el Bakhal. En una época de apogeo, muchos seres de luz se reunieron en las alturas del desierto, discutieron sobre los caprichos del gran fractal  y esperaban respuestas; cada uno de aquellos seres hubo recolectado por el mundo entero las semillas del odio que tan fácilmente germinaban en los corazones, luego al traerlas al magno encuentro, no supieron qué hacer con ellas. Se sentaron a meditar, unieron sus manos y los cilios de su amor se hicieron uno solo; una única raíz se originó y viajó hacia las profundidades y hacia las alturas, una respuesta llegaría desde la totalidad. Los tigres de viento, gacelas de arena, pájaros de mármol, lagartos y huracanes negros y azules, todos se quedaron en silencio, respirando entre los seres de luz y el cielo se ordenó. Subió el Espacio desde las profundidades, bajó el Tiempo de las alturas y se encontraron con todas aquellas caras en paz; observaron con atención la ofrenda de semillas, en un cuenco de turquesa, y sonrieron al mirarse. Hablaron desde el corazón de cada uno de los presentes y dijeron para sí:
"Lo que ocurre es que estamos medrando. Levantamos espinas, escamas, montañas y pestañas... Conservad la ecuanimidad, pues se erizará la piel de todas las tierras y el Cambio se hará presente frente a todos nosotros, aquel guerrero rojo que es la voluntad del planeta..."
Se sentaron también a meditar. Únicamente el Bakhal estaba con sus ojos abiertos, observando desde el lomo de un cariñoso cerro. Un susurro le habló y bajó. Dibujaba patrones espirales y triangulares con su andar. Llegó al punto inicial de la raíz desdoblada y tomó con su hocico, entre sus dientes, aquel cuenco de turquesa. El Tiempo y el Espacio sonrieron una vez más, asintieron ante la iniciativa de la quimera y le dejaron marchar. El Bakhal se dirigía a las alturas más lejanas, donde nacen todas las medusas, donde se dispersan lunas hacia los cielos y donde las almas más minerales confluyen para ascender.
Tan solo con aproximarse a la piel pétrea de aquellas montañas, el cielo reaccionó y se estremeció. Paralelo a su ascendencia se comenzaron a acercar carabelas de vahos, medusas de agua y aire, sifonóforos de cielo y viento, organismos etéreos de todas las especies y que tenían como madre aquel coral de alturas, aquel que en un momento de la historia fue la Madre que reinó por eternidades la vida. Se fueron acumulando alrededor de las crestas; para cuando el Bakhal alcanzó la coronilla de una de las montañas de aquella familia, la séptima, dejó caer las semillas que estaban dentro del cuenco de turquesa. Cada semilla  cayó sobre la piel nubosa de las embarcaciones de agua y el diluvio comenzó.
"Esta es la voluntad del planeta..."
Sólo entonces, el Bakhal se sentó a meditar como todos sus hermanos. Debían mantener sus almas en paz y vigorosas, pues el crujir de los cielos anunciaba los fuertes cambios, el crujir de la tierra anunciaba nuevas raíces, el crujir de los corazones anunciaba nuevos amores. Después de todo, sólo las nubes negras traen vida. Luego erguíanse los árboles cristalizados y los meteorizados, se encendieron las llamaradas bajo las estrellas y los gritos de los mortales fueron ignorados.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Orchidea centaura

"Un instante esconde en su pequeña existencia los abismos del cambio; son profundidades tan inmensas y tan efímeras que tan solo al callar la mente puedes escabullirte entre ellas." 
Se componen los huesos minerales de aquellos que meditan durante una o dos eternidades; cada milenio es una perla magnífica que se adhiere a las laderas de sus cabellos y, de esta manera, invocan toda la personalidad arbórea y todos los crótalos contenidos en los diminutos cristales condensados en la personalidad de cada uno. Aquellas montañas estiran todos sus músculos, repiten la danza que el universo articuló en el principio y con esto culmina el nuevo nacimiento; mueren dos y nace uno, cuando el árbol está lleno de frutos. Se sientan meditativamente una vez más, es la flor del norte mente, acomodan la proyección de sus sombras y vuelven a exhalar toda aquella vitalidad pétrea que aspiraron para llevar a cabo el sismo aureal. La conjugación del entendimiento se acomoda una vez más y cada cosa toma un nuevo lugar. Los colonos, pasmados, observan con atención todo esto, observan el encaje perfecto del nuevo mundo y la selva instantánea que trajeron consigo. Lo que era un continente es ahora una isla exuberante y frondosa, colorida y consciente. Entonces dos de ellos, los más vivos, por efecto de sus instintos, se lanzaron a los senderos de potente paso. Uno iba delante y uno iba atrás. Se encontraron con numerosos nativos aireados de piel parda y trazos de agua, les lanzaban puntos y líneas, pero nunca acertaban: aquellos dos pioneros cruzaban la selva danzando con el alma. Por entre el follaje de lo oscuro, se descubrió un portal de piedra que tragaba la luz de un acantilado; en su centro el árbol padre y madre marcaba el ritmo de la isla. De un solo suspiro los dos hombres se lanzaron al vacío y cayeron en lo profundo de las raíces de aquel árbol. De esta manera, cuando el sol y la luna se besaron en aquel instante, el hombre que iba en el medio arribó al santuario de un guerrero león.
"Tomó su respiración y le puso una vela. Luego aquellos que habitan al interior de la mente manufacturaron una cubierta y el barco ya estaba completo. Al ritmo de su alma avanzó por entre los numerosos y policromáticos mares para alcanzar unas tierras inesperadas. El lenguaje geográfico detuvo la marea y el vaivén de las velas, pues existe una belleza que nos toca con el polen del alma. Entonces se bajó de su embarcación para ir en busca del fruto"