sábado, 23 de enero de 2016

Bitácora

"Qué bella, qué inmensa es tu piel ominosa y estrellada..." exhalaba aquel hijo del Sol, quien en su vientre traía una semilla mineral, mientras deleitaba sus ojos con un lejano cielo que solía esconderse entre los vahos de polución. La urbe poseía centinelas en cada uno de sus irregulares rincones, los había burdos y los había sutiles; mas, por entre las columnares colmenas humanas solía brotar nuevamente la consciencia dentro de entidades antropomórficas para quienes la lucha por mantenerse despierto se extiende más allá del pensamiento, alcanzando las fronteras de la acción y extendiéndose por los cilios de la influencia, la radiación aural.
"Cada cual tiene su propia forma de combustionar, los hay quienes germinan, los hay quienes cristalizan, los hay quienes nacen y quienes paren, los hay quienes eclosionan, los hay quienes queman."  así se dirigía semilla mineral a un hijo de la Luna, aquel quien en su vientre traía una semilla geométrica azul. "Y quien prende su fogata, quien combustiona su propia esencia debe enfrentarse al mundo e iluminado, mientras defiende su fuego... Para algunos el mundo es un túnel profundo, para otros una densa selva, para otros un gélido bosque, y tantas otras variadas especies de oscuridad que acompañan a cada consciencia. Aquella oscuridad, aquella falta de luz es también un apoyo." respondíole el lunar, mirándolo por entre el iris y descubriendo, mimetizados entre los laberínticos tonos de negro propios del vientre de la pupila, algunos de los 'mundos' en los que el solar instintivamente llevaba su fuego.
Aquella noche, un pulso visceral resonó en semilla mineral, y, dada su naturaleza, recibió aquel suceso como una batalla que rendir, una misión que cumplir, una orden venida de las autoridades del universo. "Las estrellas me han hablado y me han pedido que valla."  le comentaba el solar al lunar, con una invitación inherente e invisible. Semilla geométrica retuvo las palabras entre sus habilidosas falanges e inquietos metacarpos, resultando en una propuesta como respuesta: irían dónde las estrellas indicaron. Decidieron entonces eclipsar y al amanecer partirían, pondrían sus pies en el camino, estrellado como el cielo, y se encontrarían con alguna profecía no nombrada.
Se levantaba el fulgor solar por encima de la cordillera y progresivamente se recogía la alfombra de sombra desde sus extremos más lejanos, permitiendo a la luz inundar la cuenca, el nido de la tosca urbe. Aquella mañana el aliento de la ciudad era más tóxico de lo común, dificultando el goce de los pulmones y también intimidado el pestañear de la nariz. Semilla geométrica y Semilla mineral dirigieron sus pasos hacia el lugar indicado: las vísceras del matorral, por lo que tuvieron que recorrer respirando pausadamente por entre los troncos muertos de la sociedad, escapando de los núcleos comerciales y también luchando con la fuerza de un peculiar magnetismo llamado pereza. Así, tras cruzar algunas cepas que componen la totalidad de un día, llegaron finalmente a los pies del matorral. Se internaron entre los interrumpidos parches vegetales y sentían claramente la presión de numerosos ojos.
"¡Asómbrate, querido lunar! Aquí mismo crecen los pilares de la vida, los pulmones de la tierra, el iris del Sol " decía con un entusiasmo terracota el solar y como para educarse a sí mismo comenzó a nombrar tcon cariño el nombre por convenio que los antropocentristas pusieron  sobre cada especie: "Una Acacia caven...¡Hermosa!... Una Quillaja saponaria, una Lithraea caustica, un Baccharis no-se-qué...linearis tal vez...¡oh! Un Ailanthus altisima, exótico lamentablemente...¡oh! ¡Citronella mucronata! Pensé que ya no se aparecerían, están enojadas con estos tiempos...". El bosque esclerófilo miraba con atención a los dos viajeros, pero semilla geométrica poco disfrutaba e esto, pues las pequeñas entidades que tienen la costumbre de llevar los huesos por fuera estaban saturados de curiosidad ante la lógica lunar, llenándole de visitas fugaces y adornándole con delicadas costuras aracnoideas. Semilla mineral cuestionaba la actitud de semilla geométrica, pero éste le respondió con sabiduría: "He venido al matorral contigo porque contigo tengo que enfrentar este miedo. He venido porque así los árboles y los bichitos me mostrarán que no son mis enemigos. Estoy en tu selva, estoy en tu medio, pero también hemos venido juntos porque a ti también te corresponde cruzar una selva.". El solar no comprendió completamente, y fue entonces cuando el lunar comenzó a hablar sobre la defensa del fuego. "Has invertido todo tu tiempo en decorar tu vida, has cubierto las paredes de tu burbuja con religiosidad y mucho arte, pero afuera sigue siendo un pantano. No puedes quedarte en silencio, no puedes eludir aquellos razonamientos que cuestionan el equilibrio de tu burbuja. De lo contrario, querido solar, llegará un momento en que tu cosmogonía, cierta y útil, se aleje tanto de la realidad del pantano que jamás podrá reflejar en el lodo y en las húmedas cortezas la realidad que quieres. No construyas un mundo con materiales que no existen.". Semilla mineral cerró los ojos, había sido derribado por un miedo social del que escapaba hace ya varios años. "Esto lo has logrado por venir como una flor en la mano izquierda del amor..." se dijo. Lunar continuó: "No puedes llegar al mundo anunciándote como utópico. Tu palabra es tan concreta como concreta sea tu determinación. Comenzar diciendo que eres una fantasía automáticamente te elimina como elemento de la realidad. Tienes deberes, deberes reales y debes llevarlos a cabo con acciones reales...". 
La conversación fue interrumpida cuando se toparon con un agradable santuario en el bosque: las gramíneas y brásicas, ambas con sus esqueletos secos y con la progenie bajo un profundo sueño llamado dormancia, decoraban irregulares pasillos entre los pilares perennifolios que, valientemente, enfrentaban el verano con rústicas flores. En ese punto, el lunar, observando el efecto de uno de sus grandes poderes sobre el solar, uno al que le llama 'de-construcción', le ofreció un retiro neuronal después de tan densa verdad: sacó de su equipaje algunas flores secas del 'Sueño de Moloch', a lo que el otro reaccionó y desenvainó algunas hojas secas de la misma planta. "Es hora de la combustión", se dijeron con la mirada. Una ofrenda musical de parte del Murchunga dio comienzo al ritual y entonces entraron al sueño de la hiperconección. En este camino, semilla mineral comenzó a recitar el nombre de los otros habitantes de aquel templo vegetal: Milvago chimango recita estruendosas oraciones, Sturnella loyca canta con sabiduría, Troglodytes chilensis se pasea con elegancia por entre sábanas de aire... Y yo aquí ofrendo mi sangre a los hematófagos para que mi alma forme parte de las venas de este bosque."

sábado, 2 de enero de 2016

Rechaka



 Era de noche, en un comienzo. “Este no es el verdadero comienzo, yo te hablaré del verdadero comienzo”, dijo aquel maravilloso árbol a un Yao-xantii, un niño estrella. Aquella noche, el firmamento estaba tranquilamente sostenido por sí mismo; aquella noche la totalidad del organismo se encontraba en paz, en silencio, pero meditaba sobre cuánto había avanzado en desarrollarse a sí mismo. Aquella noche había una tranquilidad total, un receso en el caos.
Soles, lunas, asteroides, nebulosas y estrellas estáticas respiraban colosal y profundamente, incluso las demás estrellas, las cinéticas o Yao-xantii, descansaban en sus lechos de plasma. No obstante, hubo un Yao-xantii que se encontraba inquieto a pesar del efímero receso universal. Es por ello que bajó de su lugar en el firmamento y dirigió su cinética hacia tierra firme, en algún planeta, o Hydeass, de todo el abanico de posibilidades que tenía. Llegó entonces a un desierto, que estando alumbrado por la luz de la Luna, Tzolo, irradiaba un hálito azul onírico. Supo entonces aquel niño estrella que al entregarse al azar había llegado hasta un destino que deseaba, pero no conocía; había llegado al desierto en el que diversos acontecimientos dieron origen a los sueños.
“Te saludo divinamente, hermana Luna. Te saludo divinamente, madre Tierra, queridísima Omilen antü.” Recitó aquel Yao-xantii con dos de sus extremidades conectadas al pecho, cuando hubo impactado dulcemente con la superficie terrestre. Se encontraba inmensamente feliz, le gustaba el contraste entre su energía interna tan activa y el pequeño receso universal que lo tenía todo en quietud absoluta. Rebosaba de emoción y curiosidad, se hallaba a sí mismo en aquel templo de los sueños. Entonces separó las manos de su pecho y dirigió su voluntad y determinación a un acto de creación. “Milagros” le llaman los espectadores a las increíbles hazañas que llevan a cabo los Yao-xantii, quienes frecuentemente se pasean por el universo creando realidades inviables ‘naturalmente’, llevaban a cabo la creación a micro-escala, imitando al creador original. Así, siguiendo su propia conducta natural, este Yao-xantii levantó una pierna, y luego de un salto se unió la otra; con su respiración lumínica y asteroidal fue invocando una serie de sonidos que, en tan solo un momento, se ajustaron a un determinado ritmo, el ritmo de su corazón. Tanto piernas como brazos se movían maravillosamente bajo la luz de Tzolo y sobre la piel de Omilen antü, aquellos movimientos despertaban ráfagas sonoras y éstas despertaban a su vez un delicado rubor sobre la tierra. Fueron levantándose así columnas de polvo, columnas salomónicas. “¡Un culto a la existencia, un culto a la creación!” se decía para sí, multiplicando y canalizando su cinética felicidad en aquel detenido universo.
La danza del Yao-xantii tuvo una magnitud visceral tal, que fue despojando del sosiego a todo su alrededor. Despertaron primero las rocas y observaron con asombro aquel palacio de polvo que levantaba con la danza, el ritmo y el amor; luego germinaron los cristales, metabolizando la confusa energía contenida al interior de las rocas y observaron con maravilla la escena. Una serie de seres minerales, magnéticos y atemporales fueron acercándose, se reunían ante aquella fogata de música y movimiento que había despertado el corazón de la estrella. Hubo un momento en que un salto de aquel inquieto ser fue dirigido por una exagerada inhalación, seguida de una retención sagrada –donde la consciencia se aturdía- y al descender nuevamente exhaló. Exhaló con tal potencia que cascadas de aliento se despojaron del interior del Yao-xantii, desmoronando el palacio, pero levantando con el mismo polvo, en su lejano norte, una figura arbórea que extendía su ramaje y follaje hasta el alto cielo. Se extendía la exhalación, se extendía el meristema de arcilla y arena hacia las alturas cósmicas más relevantes, se extendía con tal fuerza que alcanzó a tocar algún órgano del universo, lo cual derivó en una exhalación aún mayor. Aquel tiempo de receso había acabo, la totalidad volvía a fluir.
Las estrellas lejanas volvieron a palpitar, los sistemas continuaron con la infinita espiral, las nubes y nebulosas fluían nuevamente con el andar de las distintas especies y variedades de viento. Así, absolutamente todas las formas que tomaba el gran organismo continuaron con su caos y su orden. El Yao-xantii quedó maravillado ante la sincronía de lo ocurrido. Observaba cómo, poco a poco, el susurro de aire que volvía a correr en ese azul desierto despojaba de su forma al árbol de polvo. Mas la totalidad del árbol no fue podada, hubo ocho ramas y el grueso fuste que permanecían a pesar del viento. La estrella no lo comprendió, se acercó hasta aquel lejano norte que tenía enfrente y una sorpresa le salió al encuentro. Sin quererlo, alguna intención se escabulló entre su cuerpo y utilizó aquel increíble poder que poseía el niño estrella para concretarse a sí mismo. El resultado fue este árbol de ocho ramas y gran envergadura.
“¿Dónde están tus raíces? ¿De dónde has venido?”
“Mis raíces están en todos lados, de modo que he venido de todos los lugares.”
“Hm… entonces ¿cuál es tu comienzo?”
“Mi comienzo, burdamente, podría ser el extremo final de tu aliento, aquel punto en el que tu aire estrellado se convierte en mi extremadamente longeva corteza. Sin embargo, querido mío, este no es el verdadero comienzo, yo te hablaré del verdadero comienzo…”

El Yao-xantii se sentó ante aquel hermoso árbol. Mucho antes de que aquel diálogo interno continuara, la estrella sabía que el milagro no había ocurrido por su propia obra, sino que el milagro lo había acogido en sí, de modo que debía agradecer las circunstancias que dieron lugar a este evento. Al sentarse meditó brevemente, y desde la totalidad de su cuerpo se elevó una paloma cuya materia era la antípoda de una plegaria. El Yao-xantii tenía fe que aquel pequeño ave alcanzara la mayor altura del universo, pues en cuanto aquel árbol le relevase el verdadero comienzo, la paloma podría llevar hasta el destino final aquel verdadero agradecimiento.