viernes, 24 de mayo de 2013

Sobre-compuestos


Nos acoplamos con el sol, digerimos los astros, nos hundimos en la sustancia negra del vacío. Acostumbramos a disfrutar de los festines explosivos astronómicos y luego seguimos deleitándonos de los berrinches del hidrógeno. Jugamos eternamente a combinar metales y los más suertudos confeccionan telares minerales. No nos condenamos a las cuevas y tampoco a las quebradas, no nos sometemos a las desesperaciones y con tanta luz no existe descanzo. Como encadenados, tampoco nos asociamos a la coherencia, ni nos abrigamos en la cohesión. Claramente convocamos la magestuosa presencia de la vida y le enamoramos con la muerte. Combinamos la hexagonal célula con la otrora ovalada. Mezclamos la estrella y el sentimiento, la hormona y la matemática. Aparecemos con la luna y continuamos en la tierra.

martes, 7 de mayo de 2013

De calvario a hecatombre

De los característicos desgarros del ser tienen a brotar una variedad incalculable de pintorescas desilusiones fungiformes, aladas, implumes, membranosas y, sobre todo, inertes. Tal es la grandeza de la esencia de cada uno de estos personajes que dejan a la biología de lado y sus definiciones metabólicas al punto de parecerle vivas a cualquiera que le sienta, cuando en realidad están siendo víctima de otro tipo de virus, uno sumamente sublime y abstracto, sumamente artístico y retórico. De toda esa marea continua que surge de los cráneos deshechos de los bípedos emocionales, de toda esa rivera espumosa y espesa, densa y pesada, de toda esa brisa metálica, surge un personaje revolucionario de entre las incandescentes tinieblas solares. Aquella entidad tan potente de ácida ornamenta está dedicada a surgir del pantano invisible en el que se mueve; por primera vez en esta historia repetitiva que un sifonóforo se levanta de las depresiones humanas y descascara la atmósfera infértil. Desintegra y deforma cuanta materia se le cruce en su empresa por alcanzar la corteza del aire vital, tan ligero y viscoso a la vez. Rogó por una bocanada de aquel ponzoñoso elixir de la verdad en el preciso momento que tomó consciencia del vómito en el que se movía, cuando tomó consciencia de toda la tiniebla matutina que recorría las callejuelas de un pequeño planeta, cuando decidió reorganizar sus bacterias imaginarias conformantes para sostener cada uno de sus cilios en los cerebros y en las racionalidades de los mismos encontrar algo de apoyo en contra, algo de motivación y dificultad en su hazaña de imposibilidad e inexistencia. Es entonces cuando se da cuenta de que engullir la masa de veracidades, que se encontraba muy por encima del flujo cromático, se estaba sometiendo a vivir en el oxímoron, en la reiteración, en la redundancia, en la alotropía del ser y la cuestionada alotropía de la realidad, en la imbricación de galaxias y la imbricación de probabilidades. Vuelve al abismal suelo y busca un vientre en el que cobijarse, no está preparada para lo explícito de existir, más fácil le resulta armar de creencias aisladas a un iluso antropófobo y regocijarse de las vivencias que confieren su sempiterna  náutica en las curiosidades del hombre y la mujer, en la injusta coexistencia de las masas, en la búsqueda de una inocente liberación del mapa cuerdo. La metamorfosis eurítmica  y el diccionario de las pasiones son, por mientras, los pasatiempos del sifonóforo en el vientre de un mamífero, calculando y midiendo las erróneas disposiciones de los demás y sus inertes hermanos de tinta: Que se deforma y se rehace, en vez de deshacer. Que se es nuevamente, en vez de volver  a ser. Que no se piensa, ni se medita, ni se racionaliza, ni se divaga, ni se desarrolla, sino que se acomodan las neuronas.
Y el sifonóforo olvidó ser un revolucionario, recordó que no debe pudrirse en lo insano.