El Sol comenzaba a bostezar y sus rugidos eran escuchados solemnemente
por toda la existencia allí en los médanos, las campanadas del día iban
liberando gradualmente una paleta de colores derivados del oro, del cobre y del
aire; Yehoshua comenzó a declinar el paso y finalmente se decidió por detenerse
para pasar la noche en la mejilla de una colina blanca, que cada mañana y cada
atardecer dejaba que la tintura de los bostezos solares cambiara por completo
la configuración emocional de su pétreo vestido. El viajero esperaba
inocentemente la noche, esperaba a la madre Luna para que le cuidara durante
las penumbras, pero en vez de ello El Sol se detuvo cuando sólo un pelo de su
cabellera permanecía refulgente en el horizonte y El Tiempo detuvo su acelerado
paso: Yehoshua eligió casualmente
como aposento un fractal de las dunas
marinas.
El atardecer no fluía, el susurro constante del viento
tampoco se esparcía por la tierra, los colores del manto comenzaron a
mimetizarse entre sí hasta el punto en que sólo se percibía un cielo plano y un
rayo de sol cruzándolo de un lado a otro, muy por encima de la coronilla de
Yehoshua, quien se mostraba un tanto intranquilo, luchando por mantener el
sudor del miedo dentro de su cuerpo, apaciguando su humor sobre las amables
texturas de la manta con que armó su carpa. El Silencio se puso a un lado de
Yehoshua, le dijo con voz baja que aquella mejilla era su lugar favorito para
ver el espectáculo de las ofrendas oníricas. El viajero no comprendía, pero en
cuento se dispuso a formular un cuestionamiento a El Silencio una colonia de
luces se aproximaba desde el extremo contrario a la pista de El Sol. Millones
de carabelas venían zigzagueando vaporosamente muy por encima de la superficie
del desierto; las coloraciones azules de sus crestas traían nuevamente un color
esperanzador que manchaba el cielo, y los tentáculos se arrastraban por la
tierra, como sondeando su camino, o quizás despidiendo a las piedras. El
Silencio acercó su boca al oído de Yehoshua, y sin que este último advirtiera
el relato, el paso de aquellos oníricos
sifonóforos se fue mezclando con las dulces palabras que pronunciaba el
primero; como nada fluía, excepto aquellas luminosas figuras, la más mínima
influencia en el sistema que se armó ahí en el fractal de las dunas marinas tendría un magnífico efecto a nivel de fractal.
“Hay seis historias
estrechamente relacionadas con este espectáculo. Cada una tiene una pieza del
origen de este evento, cada una es perfectamente geométrica y cada una de ellas
se aloja dentro de la boca de esta misma colina, que se las arregló para que
tú, Yehoshua, lleves seis semillas quién sabe dónde.”
El Silencio y el viajero no se movieron de su lugar a pesar
de que la boca de aquella colina se abriera sigilosamente. En el idioma de los
minerales comenzó un grave relato y El Silencio participó de médium para que la
voluntad de la colina fuese cumplida:
“Uno. La ofrenda
onírica. Existió aquí hace muchos eclipses una civilización que dominaba el
arte del soñar, esto mientras en la mayoría de los lugares del orbe los sueños
correspondían a motivos de muerte. Esta comunidad, como muchas otras,
practicaba el sacrificio a la vida, con tal de inyectar energía a los flujos de
la tierra; una noche uno de los centinelas trajo un botín astral – un niño
estrella perdido en los paisajes lunares del desierto - al centro del pueblo,
argumentando que si sacrificaban a uno de estos niños, no tendrían la necesidad
de sacrificar seis de su propia raza. Ante la propuesta, nadie en el pueblo arguyó,
pero una muchacha que conocía a aquel niño estrella se opuso al sacrificio, por
lo que la comunidad concluyó en sacrificarlos a los dos. El evento se llevó a
cabo en la cima de una colina, quien relata todo esto, y cuando ya hubieron
muerto ella y él, la civilización entera fuera digerida por una colonia de
estas carabelas que se pasean por el cielo. Estas entidades son sólo algunas de
las magnas formas de vida invisible que no permiten que cualquier cosa se
establezca sobre tierra santa, obligando a la cultura popular llamarlas
despectivamente “desierto”. Por otro lado, lo que ocurrió en la inversa de la
vida da origen a la llegada de estas carabelas; en cuanto la muchacha y el niño
estrella fueron lanzados a aquella pampa que precede al pasillo del sacrificio.
Siguiendo una brillante idea, ella pensó en enseñarle a soñar a él, de manera
que no siguieron una inerte caminata hasta la degradación de sus energías.
Mientras los jóvenes conversaban sobre esto, el desfile de todos los soles del
universo comenzó inconscientemente, y en cuanto los sacrificados se entregaron
a la blanca arena del suelo para dar lugar al soñar, cada uno de los soles se
fue convirtiendo en un ave de gran envergadura. Cada uno de estas aves
carroñeras bebía del soñar de los muchachos y emprendía un delicioso vuelo. La
simbiosis entre los muchachos y un sol-ave en el mundo de los muertos, sería
traducido en una carabela en el mundo de los vivos. Fue así como nació la
ofrenda onírica, una hecatombe de sueños que va siguiendo la pista de El Sol en
la única hora del día donde la muerte se asoma a la vida. Sin embargo, la
semilla del Uno no es nada sin la semilla del Dos…”
Recomendación para comprender el sacrificio: http://saxatil.blogspot.com/2013/02/el-origen-del-sacrificio.html
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