La llama que se extendía desde la cervical de El Silencio,
su cabeza, anunciaba la partida de la época callada. El número de carabelas
comenzó a declinar, pero los relatos de la colina aún no llegaban a su completo
fin. Quizás la noche comenzaba a asomarse por el camino perfectamente contrario
al último rayo de luz, que había presentado cascadas de templanza durante
cuatro, cinco semillas.
“Cinco. El fractal
onírico. Las lenguas más antiguas cuentan que existe en lo alto del universo un
ser poco llamativo, cuya labor es ser el creador. Confunde su encuentro al dar
a luz a más hijos con la capacidad de crear, con la capacidad de ser
consciencia total en todas las palabras que componen sus nombres, de tal manera
que somos conscientes de la existencia
de aquellos a los que llamamos dioses, maestros, eternos. Sin embargo, no hay
ser más inmenso que aquel, al menos en nuestro universo. Dicen también aquellas
antiguas lenguas que algunos grandes le han visto, y escuchado únicamente un
ápice de su nombre: Lepisma. Sus patas dejan que todo nuestro universo se aloje
bajo ella, de tal manera que no nos veamos gravemente interferidos por su viaje
de creación en la pradera de la Inexistencia; quizá hay otros grandes que van
viajando por donde nada existe, creando y compitiendo a la par con nuestra
Lepisma. Ella tiene absoluta consciencia sobre lo que ocurre en su cosmos
propio y ataca y defiende los humores que se generan aquí con amor, justicia y
compasión. Es una perfecta imperfección, un magnífico ser caminando amablemente
en el Oxímoron, su hogar que es ella misma.
Por aquellas épocas en
las que el mar y el desierto que abriga tus pies y tu asiento, Yehoshua, andaba
por aquí un místico, un dios dedicado al arte del soñar. Una época en la que
existían civilizaciones armadas de amor
a la tierra, al cielo, a El Sol y la Madre Luna. Una cooperación biológica se
desarrollaba por entre los lazos afectivos de una especie y otra, destellos y
bombas de superación coherente se daba lugar cada día, absolutamente todo ser
se enteraba de los milagros que ocurrían a cada instante. Un mundo basto, dual,
fluido y encarnado en sí mismo. Un día soleado y de frío abundante, aquel dios
dedicado al arte del soñar se entregó a la muerte, y entregó el cadáver de un
ave a un hermoso roquerío; un engranaje apenas tan grande como su propio nombre
traería consecuencias desastrosas, el derrumbe del mundo. Junto con la vaporosa
vida del dios, se fue desgranando el sueño del planeta entero; se esfumaban de
cada cráneo, desastres naturales fueron eliminando a las razas durante siglos y
siglos, milenios y milenios, hasta que un ápice de vida dio lugar a nuevos
humanos, nuevas civilizaciones que germinaban y crecían en el mundo sin la
presencia del dios dedicado al arte del soñar. El continente más enfermo dedicó
su existencia a lo empírico, es decir, llevó a cabo el desarrollo de una
civilización que ignoraba lo que cinco sentidos muy burdos y contaminados no
alcanzaban vagamente a percibir, el misticismo del mundo y los otros tres
sentidos dejados atrás fueron llenando de enfermedad y demonios los cráneos
achatados de tal especie bípeda. Como si fuese parte de un plan de la Lepisma,
esta enfermedad se esparció perfectamente por el resto del globo, eliminando
otros ápices del soñar. Paralelamente al desarrollo de esta historia, hubo una
respuesta inmediata a la muerte del dios dedicado al arte del soñar; la Lepisma
envió a dos de sus más oníricas hijas a promover la labor que daba los tan
indispensables frutos para cada organismo, las Onirificaciones.
Al menos el universo
que habitamos se rige por ciertas leyes absolutas, una de ellas es la Ley de
los Fractales. Las dos hijas oníricas, Turritopsis nutrícula y Turritopsis
dohrnii, emprendieron un oscilante viaje hacia las profundidades marinas del
planeta sin sueño, de tal manera que, con el engranaje faltante en su estado
más básico y simple, pusieran en el lugar de origen a la pieza faltante. El
principio de la vida en el planeta se encontraba en un maravilloso lugar, las
dunas marinas, donde una vez en la historia hubo chimeneas alborotadas, luz
cruda y fragmentos de un sueño, materiales que dieron lugar a las más
modificables partículas de vida, personalidad del mismísimo planeta. La
catedral de creación de la Lepisma se encontraba en el punto medio entre sus
numerosos ojos, un fractal de las dunas marinas se encontraba en el ápice más
lejano de la cola más extensa. Un suspiro constante de la Lepisma evocaba la
imagen de las dunas marinas, el aliento que rodeaba este aire viajero
correspondía a un fractal del universo y el suspiro correspondía a un fractal
de las dunas. Una estrella madre, que enseñaba a sus hijas estrellas a no ser
estáticas, también poseía un fractal de las dunas, en este organismo celeste,
las dunas formaban parte de su tercer ojo, la estrella llevada a lo astral. La
Madre Luna cuidaba un fractal de las mismas dunas entre sus cariñosas pestañas;
y por último, un fractal de las mismas dunas se ubicó en este desierto, en el
momento en que el dios dedicado al arte del soñar murió.
Las hermanas
Turritopsis generaron seis viajes paralelos, seis viajes paralelos y
espontáneamente conectados, un viaje por los fractales significaba todos los
viajes. Como una enfermedad en un planeta significaba una enfermedad en todo el
universo, las hermanas medusas lograron concebir el catastrófico efecto de la
muerte del sueño en un único planeta, llevado a comprensión de soles, colonias
de meteoritos, luces pasajeras, palacios astrales, la raza Luna, el orden de
las galaxias, la disposición de las llamas y las oraciones de la materia que
une todos los orgánulos del universo. Un lento paso desde la razón de la
Lepisma hasta el ápice más lejano del mismo ser permitió a las hermanas
formular sus tácticas en esta guerra, enteráronse entonces de las seis
distintas historias perfectamente sincronizadas que se tejían entre sí; cinco
historias para una sola.
Arribaron las hermanas
a las dunas marinas; ante su encuentro un dragón de agua infestado en colores,
vida y huesos recreó un sueño en el que las metáforas se hacían toscas
realidades, una hazaña increíble y habitada por dificultades aterradoras para
un vivo, pero ya nada tenía que perder un ave parcialmente muerto. Las medusas
pudieron ver en el flujo de amor que circulaba en la médula de sus adornados
huesos muchísimos destellos oníricos; cinco semillas de amor aparecieron en la
nuca de cada una de las medusas. Cinco palabras de mar levantaron la esperanza
de un mundo con nuevo soñar.
Arribaron las hermanas
a las dunas marinas; la madre estrella estaba dando educación a las almas de
sus hijas estrellas, diciéndoles que volvieran la frente a los caminos de El
Tiempo y allí, en una época muy muy pasada, podían tomar la decisión de ser
sedentarias o nómadas; levanten la revolución onírica en el universo los niños
estrella, que han convencido a El Tiempo de llevarlos a El Espacio donde las
probabilidades abundan como blanca maleza. Cinco almas estrellas fuéronse a
meditar en el preciso lugar donde los tentáculos de las medusas acariciaban la
nueva tierra para el evento. Cinco tentáculos fueron puesto en el triángulo de
cada alma, cinco palabras de estrella levantaron la esperanza de un mundo con
nuevo soñar.
Arribaron las hermanas
a las dunas marinas; la civilización que habitaba la piel de la Madre Luna
estaba al tanto del encuentro místico con dos enviados directamente de la
entidad magna, las dos medusas fueron recibidas en el pueblo de L’hakhar con bailes
y música; sus mismos habitantes eran presa de la educación que la Madre Luna
les otorgaba, aprendiendo ella misma de lo que ocurría en el planeta del
quiebre del soñar, entonces la civilización celeste poseía ya conocimientos
previos sobre los correctos objetos de ofrenda. Un huevo tóxico, cinco palabras
de cuarzo, una semilla del Cinco fueron regaladas y levantaron la esperanza de
un nuevo soñar.
Arribaron las hermanas
a las dunas marinas; el vapor constante que el aliento de la Lepisma contenía
en sí hizo de la tarea algo horroroso, pero las medusas aprendieron en esta
extensión del viaje, la más corta, el principio del cambio. Podían descubrir en
los eventos del aliento aquellas cosas que la mismísima Lepisma se ahorraba de
enseñarles: no hay solidez, todo es recuerdo. La temperatura, la humedad basada
en miles de materiales distintos, el equilibrio y el cambio ,y por sobre todo,
el amor motivaban a que el aliento girase entorno de sí mismo, imitando
patrones de geometría sagrada, que es la geometría orogénica, que es la
geometría pétrea, que es la geometría botánica, que es la geometría fúngica,
que es la geometría onírica. Se dejaron al descubierto, entonces, formas de
flora y fauna que jamás tomará lugar en un mundo que dure mucho, porque su base
de existencia se basaba en el caos mismo, en el eterno cambio. Un espíritu
gaseoso les esperaba en el centro del suspiro de la Lepisma, abrió su boca y
cinco semillas del equilibrio, junto con cinco semillas del cambio levantaron
la esperanza de un nuevo soñar.
En la raíz de la razón
de la Lepisma comenzaba el sendero hasta el ápice más lejano de la cola más
extensa. Las medusas recorrían por primera vez la imposible geografía que se
desarrollaba encima de las escamas del insecto; la Lepisma armaba su propio
templo con una geología visionaria, muy por delante de lo que cualquier
organismo alcanzaría a llegar a conocer. Tomaba los recuerdos de su experiencia
y en si propio cuerpo hacía las ofrendas al universo inexistente que recorría,
incluso entre sus propias patas generaba un universo propio, la práctica
correspondiente a la teoría de la vida. Arribaron las medusas al ápice de la
cola más extensa de la Lepisma, aquellas dunas marinas fueron el único paisaje
racionalmente posible para las hermanas; cada tentáculo tenía una sensación
distinta de sorpresa y respeto, comprendían a cada segmento del viaje por qué
la Lepisma se encontraba en lo más alto del universo, pero no comprendían por
qué en el ápice de la cola más extensa se encontraría un lugar tan tosco como
las dunas marinas; tampoco comprendían
por qué una fracción sedienta de sueño existía aquí, si la Lepisma era un ser
tan inmenso, eterno y consciente. En el lugar de la intersección había un poema
de lo eterno, cuyo contenido levantaba la esperanza de un nuevo soñar.
El desierto estaba
sereno, el cuerpo del dios dedicado al arte del soñar estaba en la etapa
concluyente de su degradación, de su eterna muerte, todo esto mientras llevaba
a cabo inconscientemente su última obra de creación. Arribaron las medusas a
éste, el sexto fractal, y siendo esta la grieta que agotó el sueño del planeta,
pusieron en ella todos los materiales recolectados en los otros cinco
fractales. Alrededor de los restos del dios se encontraba la pista de un
hexagrama, conectado a otros seis más que le rodeaban, las medusas dibujaron
con sus tentáculos un pentagrama sobre la nuca del dios y le hicieron
responsable de toda su última obra, conectado con dolorosos filamentos aquella
creación con los sesos de su consciencia, aún algo dormida. Aquel dios, desde
entonces, puede moverse libremente por este desierto y desde aquí puede ver
cómo las medusas comenzaron su labor en las Onirificaciones, cuya primera
acción fue la de liberar de los cuentos a los sifonóforos más hermosamente
descritos en la raíz de la razón de la Lepisma.
Cinco carabelas
quedan, nada más. Cinco cruzarán este desierto y se llevarán la ofrenda onírica
que las medusas han recolectado por todo el planeta. Cinco perros oscuros
cerrarán este ciclo de eternidad, que no es ni vida ni muerte. La semilla del
Cinco cierra el pentagrama del dios, pero aquel dios dibujó los hexagramas a su
alrededor. No es estrictamente necesario, Yehoshua, pero aún puedo contarte qué
ocurre con la semilla del Seis…”
El Silencio miró a Yehoshua, parecía que de tanto relato,
las palabras se volvían discernibles para el viajero. En el horizonte se veía
cómo se aproximaban las cinco carabelas, aferradas con todos sus tentáculos a
la médula de cinco perros oscuros. Yehoshua se puso de pie, El Silencio también,
y en conjunto con la colina comenzaron a avanzar. Cinco perros, cinco
carabelas, un silencio, un hombre y un dios iban avanzando a paso de culminar
por el fractal de las dunas marinas. Un último cuento correspondía ser la testa
de la semilla del Seis.
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