viernes, 25 de julio de 2014

Los hexagramas y el fractal onírico

La llama que se extendía desde la cervical de El Silencio, su cabeza, anunciaba la partida de la época callada. El número de carabelas comenzó a declinar, pero los relatos de la colina aún no llegaban a su completo fin. Quizás la noche comenzaba a asomarse por el camino perfectamente contrario al último rayo de luz, que había presentado cascadas de templanza durante cuatro, cinco semillas.
“Cinco. El fractal onírico. Las lenguas más antiguas cuentan que existe en lo alto del universo un ser poco llamativo, cuya labor es ser el creador. Confunde su encuentro al dar a luz a más hijos con la capacidad de crear, con la capacidad de ser consciencia total en todas las palabras que componen sus nombres, de tal manera que  somos conscientes de la existencia de aquellos a los que llamamos dioses, maestros, eternos. Sin embargo, no hay ser más inmenso que aquel, al menos en nuestro universo. Dicen también aquellas antiguas lenguas que algunos grandes le han visto, y escuchado únicamente un ápice de su nombre: Lepisma. Sus patas dejan que todo nuestro universo se aloje bajo ella, de tal manera que no nos veamos gravemente interferidos por su viaje de creación en la pradera de la Inexistencia; quizá hay otros grandes que van viajando por donde nada existe, creando y compitiendo a la par con nuestra Lepisma. Ella tiene absoluta consciencia sobre lo que ocurre en su cosmos propio y ataca y defiende los humores que se generan aquí con amor, justicia y compasión. Es una perfecta imperfección, un magnífico ser caminando amablemente en el Oxímoron, su hogar que es ella misma.
Por aquellas épocas en las que el mar y el desierto que abriga tus pies y tu asiento, Yehoshua, andaba por aquí un místico, un dios dedicado al arte del soñar. Una época en la que existían  civilizaciones armadas de amor a la tierra, al cielo, a El Sol y la Madre Luna. Una cooperación biológica se desarrollaba por entre los lazos afectivos de una especie y otra, destellos y bombas de superación coherente se daba lugar cada día, absolutamente todo ser se enteraba de los milagros que ocurrían a cada instante. Un mundo basto, dual, fluido y encarnado en sí mismo. Un día soleado y de frío abundante, aquel dios dedicado al arte del soñar se entregó a la muerte, y entregó el cadáver de un ave a un hermoso roquerío; un engranaje apenas tan grande como su propio nombre traería consecuencias desastrosas, el derrumbe del mundo. Junto con la vaporosa vida del dios, se fue desgranando el sueño del planeta entero; se esfumaban de cada cráneo, desastres naturales fueron eliminando a las razas durante siglos y siglos, milenios y milenios, hasta que un ápice de vida dio lugar a nuevos humanos, nuevas civilizaciones que germinaban y crecían en el mundo sin la presencia del dios dedicado al arte del soñar. El continente más enfermo dedicó su existencia a lo empírico, es decir, llevó a cabo el desarrollo de una civilización que ignoraba lo que cinco sentidos muy burdos y contaminados no alcanzaban vagamente a percibir, el misticismo del mundo y los otros tres sentidos dejados atrás fueron llenando de enfermedad y demonios los cráneos achatados de tal especie bípeda. Como si fuese parte de un plan de la Lepisma, esta enfermedad se esparció perfectamente por el resto del globo, eliminando otros ápices del soñar. Paralelamente al desarrollo de esta historia, hubo una respuesta inmediata a la muerte del dios dedicado al arte del soñar; la Lepisma envió a dos de sus más oníricas hijas a promover la labor que daba los tan indispensables frutos para cada organismo, las Onirificaciones.
Al menos el universo que habitamos se rige por ciertas leyes absolutas, una de ellas es la Ley de los Fractales. Las dos hijas oníricas, Turritopsis nutrícula y Turritopsis dohrnii, emprendieron un oscilante viaje hacia las profundidades marinas del planeta sin sueño, de tal manera que, con el engranaje faltante en su estado más básico y simple, pusieran en el lugar de origen a la pieza faltante. El principio de la vida en el planeta se encontraba en un maravilloso lugar, las dunas marinas, donde una vez en la historia hubo chimeneas alborotadas, luz cruda y fragmentos de un sueño, materiales que dieron lugar a las más modificables partículas de vida, personalidad del mismísimo planeta. La catedral de creación de la Lepisma se encontraba en el punto medio entre sus numerosos ojos, un fractal de las dunas marinas se encontraba en el ápice más lejano de la cola más extensa. Un suspiro constante de la Lepisma evocaba la imagen de las dunas marinas, el aliento que rodeaba este aire viajero correspondía a un fractal del universo y el suspiro correspondía a un fractal de las dunas. Una estrella madre, que enseñaba a sus hijas estrellas a no ser estáticas, también poseía un fractal de las dunas, en este organismo celeste, las dunas formaban parte de su tercer ojo, la estrella llevada a lo astral. La Madre Luna cuidaba un fractal de las mismas dunas entre sus cariñosas pestañas; y por último, un fractal de las mismas dunas se ubicó en este desierto, en el momento en que el dios dedicado al arte del soñar murió.
Las hermanas Turritopsis generaron seis viajes paralelos, seis viajes paralelos y espontáneamente conectados, un viaje por los fractales significaba todos los viajes. Como una enfermedad en un planeta significaba una enfermedad en todo el universo, las hermanas medusas lograron concebir el catastrófico efecto de la muerte del sueño en un único planeta, llevado a comprensión de soles, colonias de meteoritos, luces pasajeras, palacios astrales, la raza Luna, el orden de las galaxias, la disposición de las llamas y las oraciones de la materia que une todos los orgánulos del universo. Un lento paso desde la razón de la Lepisma hasta el ápice más lejano del mismo ser permitió a las hermanas formular sus tácticas en esta guerra, enteráronse entonces de las seis distintas historias perfectamente sincronizadas que se tejían entre sí; cinco historias para una sola.
Arribaron las hermanas a las dunas marinas; ante su encuentro un dragón de agua infestado en colores, vida y huesos recreó un sueño en el que las metáforas se hacían toscas realidades, una hazaña increíble y habitada por dificultades aterradoras para un vivo, pero ya nada tenía que perder un ave parcialmente muerto. Las medusas pudieron ver en el flujo de amor que circulaba en la médula de sus adornados huesos muchísimos destellos oníricos; cinco semillas de amor aparecieron en la nuca de cada una de las medusas. Cinco palabras de mar levantaron la esperanza de un mundo con nuevo soñar.
Arribaron las hermanas a las dunas marinas; la madre estrella estaba dando educación a las almas de sus hijas estrellas, diciéndoles que volvieran la frente a los caminos de El Tiempo y allí, en una época muy muy pasada, podían tomar la decisión de ser sedentarias o nómadas; levanten la revolución onírica en el universo los niños estrella, que han convencido a El Tiempo de llevarlos a El Espacio donde las probabilidades abundan como blanca maleza. Cinco almas estrellas fuéronse a meditar en el preciso lugar donde los tentáculos de las medusas acariciaban la nueva tierra para el evento. Cinco tentáculos fueron puesto en el triángulo de cada alma, cinco palabras de estrella levantaron la esperanza de un mundo con nuevo soñar.
Arribaron las hermanas a las dunas marinas; la civilización que habitaba la piel de la Madre Luna estaba al tanto del encuentro místico con dos enviados directamente de la entidad magna, las dos medusas fueron recibidas en el pueblo de L’hakhar con bailes y música; sus mismos habitantes eran presa de la educación que la Madre Luna les otorgaba, aprendiendo ella misma de lo que ocurría en el planeta del quiebre del soñar, entonces la civilización celeste poseía ya conocimientos previos sobre los correctos objetos de ofrenda. Un huevo tóxico, cinco palabras de cuarzo, una semilla del Cinco fueron regaladas y levantaron la esperanza de un nuevo soñar.
Arribaron las hermanas a las dunas marinas; el vapor constante que el aliento de la Lepisma contenía en sí hizo de la tarea algo horroroso, pero las medusas aprendieron en esta extensión del viaje, la más corta, el principio del cambio. Podían descubrir en los eventos del aliento aquellas cosas que la mismísima Lepisma se ahorraba de enseñarles: no hay solidez, todo es recuerdo. La temperatura, la humedad basada en miles de materiales distintos, el equilibrio y el cambio ,y por sobre todo, el amor motivaban a que el aliento girase entorno de sí mismo, imitando patrones de geometría sagrada, que es la geometría orogénica, que es la geometría pétrea, que es la geometría botánica, que es la geometría fúngica, que es la geometría onírica. Se dejaron al descubierto, entonces, formas de flora y fauna que jamás tomará lugar en un mundo que dure mucho, porque su base de existencia se basaba en el caos mismo, en el eterno cambio. Un espíritu gaseoso les esperaba en el centro del suspiro de la Lepisma, abrió su boca y cinco semillas del equilibrio, junto con cinco semillas del cambio levantaron la esperanza de un nuevo soñar.
En la raíz de la razón de la Lepisma comenzaba el sendero hasta el ápice más lejano de la cola más extensa. Las medusas recorrían por primera vez la imposible geografía que se desarrollaba encima de las escamas del insecto; la Lepisma armaba su propio templo con una geología visionaria, muy por delante de lo que cualquier organismo alcanzaría a llegar a conocer. Tomaba los recuerdos de su experiencia y en si propio cuerpo hacía las ofrendas al universo inexistente que recorría, incluso entre sus propias patas generaba un universo propio, la práctica correspondiente a la teoría de la vida. Arribaron las medusas al ápice de la cola más extensa de la Lepisma, aquellas dunas marinas fueron el único paisaje racionalmente posible para las hermanas; cada tentáculo tenía una sensación distinta de sorpresa y respeto, comprendían a cada segmento del viaje por qué la Lepisma se encontraba en lo más alto del universo, pero no comprendían por qué en el ápice de la cola más extensa se encontraría un lugar tan tosco como las dunas marinas;  tampoco comprendían por qué una fracción sedienta de sueño existía aquí, si la Lepisma era un ser tan inmenso, eterno y consciente. En el lugar de la intersección había un poema de lo eterno, cuyo contenido levantaba la esperanza de un nuevo soñar.
El desierto estaba sereno, el cuerpo del dios dedicado al arte del soñar estaba en la etapa concluyente de su degradación, de su eterna muerte, todo esto mientras llevaba a cabo inconscientemente su última obra de creación. Arribaron las medusas a éste, el sexto fractal, y siendo esta la grieta que agotó el sueño del planeta, pusieron en ella todos los materiales recolectados en los otros cinco fractales. Alrededor de los restos del dios se encontraba la pista de un hexagrama, conectado a otros seis más que le rodeaban, las medusas dibujaron con sus tentáculos un pentagrama sobre la nuca del dios y le hicieron responsable de toda su última obra, conectado con dolorosos filamentos aquella creación con los sesos de su consciencia, aún algo dormida. Aquel dios, desde entonces, puede moverse libremente por este desierto y desde aquí puede ver cómo las medusas comenzaron su labor en las Onirificaciones, cuya primera acción fue la de liberar de los cuentos a los sifonóforos más hermosamente descritos en la raíz de la razón de la Lepisma.
Cinco carabelas quedan, nada más. Cinco cruzarán este desierto y se llevarán la ofrenda onírica que las medusas han recolectado por todo el planeta. Cinco perros oscuros cerrarán este ciclo de eternidad, que no es ni vida ni muerte. La semilla del Cinco cierra el pentagrama del dios, pero aquel dios dibujó los hexagramas a su alrededor. No es estrictamente necesario, Yehoshua, pero aún puedo contarte qué ocurre con la semilla del Seis…”

El Silencio miró a Yehoshua, parecía que de tanto relato, las palabras se volvían discernibles para el viajero. En el horizonte se veía cómo se aproximaban las cinco carabelas, aferradas con todos sus tentáculos a la médula de cinco perros oscuros. Yehoshua se puso de pie, El Silencio también, y en conjunto con la colina comenzaron a avanzar. Cinco perros, cinco carabelas, un silencio, un hombre y un dios iban avanzando a paso de culminar por el fractal de las dunas marinas. Un último cuento correspondía ser la testa de la semilla del Seis.

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