martes, 22 de julio de 2014

Los hexagramas y los nómadas de un desierto

Parecía que un amanecer privado surgía de las cienes de cada carabela, no dejaban de fluir y otras no dejaban de acumularse ante el espectáculo de combustión triste que tenía el olivo en sus múltiples brazos; para finalizar el evento, el árbol juntó todas sus ramas y del ápice primordial soltó una única flor, con ella besó la mejilla de cada uno de los presentes incluyendo la mejilla de la colina.
“Tres. Los nómadas del desierto. Hubo una etapa en la evolución de la vida en estas tierras que trajo una novedad a los cráneos de ciertos seres; mientras plantas, piedras y casi lo absoluto de animales tenía su existencia unida tanto a la realidad como a la lucidez. Una raza de perros, los perros oscuros, separaron su existir entre la lucidez y el soñar, de manera que podían saltar a la realidad cada vez que dormían, dando lugar a una definición entre el cuerpo físico y el cuerpo astral. La raza humana también comenzó a desarrollar tales frutos evolutivos y fue aquí, en este desierto, donde una tribu nómada venida de sectores más húmedos logró dominar pacientemente el arte del soñar debido a su proximidad con los fractales de las dunas marinas. Los minerales que habitaban la piel del desierto y las sábanas arenosas que le daban aspecto arisco escondían en sus células bandadas de pájaros costeros, fosilizados hasta los recuerdos.
Iban los Kraatus cruzando maravillosos paisajes mediterráneos, cuando un estremecimiento de la tierra abrió paso entre el mar, dejó una cervical que dividía los humores del océano próximo en dos. La tribu tomó esto como una señal divina, los dioses de la piedra y del río abrían un paso en la cuenca de la vida, quizá se encontrarían con la ciudad prometida. A medida que los pies de los individuos cruzaban el puente improvisado, veían cómo a cada lado del mar se expresaban diversas formas de vida, el agua subía y bajaba sus corrientes, dejaba ver corales, roqueríos, acantilados marinos, monstruos hidrófilos, un sinnúmero de peces y hasta los abismos se presentaron ante los ojos de los viajeros; curiosamente, el agua nunca los cubrió, paredes de agua se extendían hasta lo más alto y luego, de un pestañeo, se encontraba a más de seis hombres bajo sus pies. La cervical manteníase sincera y dotada de inmensa templanza, sus invitados permanecieron en un trance constante hasta que el sendero concluyó en un paisaje árido, adornado con colosales pómulos de piedra negra y valles espeluznantes, el desierto los había llamado al encuentro. El hambre volvió a los vientres de los viajeros, un hambre inhibido por todo el alucinante paso fronterizo que pudo haber durado siglos sin generar la más ínfima molestia en los organismos; fueron recorriendo ahora lentamente las pálidas facciones de la tierra, el calor iba cocinando lentamente sus pies, que se hubieron mantenido jóvenes desde el principio del desafío, hasta los más viejos mantuvieron su edad intacta, incluso los más jóvenes eludieron el paso del tiempo.
Los Kraatus pensaron en volver por donde vinieron, al no encontrar nada de vida en aquella tierra ofrendada por los dioses para una próspera civilización, pero la cervical que separaba el mar pronto se levantó; vértebra por vértebra fue dejando ver un esqueleto de pájaro más magno que el humor de aquel desierto. El ave extendió sus alas y su cuello levantó su cráneo sin problemas, miraba al sol y tres lágrimas cayeron de su ojo derecho. La primera lágrima cayó a las espaldas de los espectadores, generando allí un río efímero, que a su vez dio lugar a un oasis de rápido crecimiento, como pidiendo perdón a la tribu completa. La segunda lágrima cayó mucho más lejos y en el sitio de su impacto no nació un nuevo río, sino que un monolito se expresó en respuesta, escrituras pétreas se distinguían en su clara tez. La última lágrima cayó mucho más lejos que las primeras dos, tan lejos sólo dejó una pista vaporosa para que los Kraatus encontrasen su paradero.
“Toda mi carne es sueño, toda mi sangre es sueño.
Mi plumaje se ha marchado con El Sol, hacia El Sol voy.
Cada respuesta merece un sacrificio, así como ustedes han sido mi respuesta.
Cada respuesta merece recompensa, mi pista, mi historia, mis sueños les dejo.
Ofrenda mía, aliméntante de los sacrificios y de los sueños.
Que mi palabra sea tu vibra, que mi camino sea tu norte.
Encontradme ahí, donde deben mezclar agua y sangre.”
La tribu completa tomó las palabras inscritas en el monolito como un sagrado testamento, toda su cultura se basaría ahora en el recuerdo de aquel dragón de agua. Siguieron entonces su paso en dirección a la tercera lágrima, no sin antes haberse dotado de alimento para llenar sus barrigas y para llenar el nuevo viaje. La noche les encontró entre los pasadizos rocosos, y ahora la Madre Luna refrescaba sus nucas con un rocío imposible. Cuando la medianoche se hizo vidente, una pradera desértica se abrió ante la experiencia de los Kraatus, y una colina resaltaba el centro del lugar, esta misma colina que permite que descanses las historias de tu espalda, Yehoshua. Caminaron entonces hasta tal lugar y en su cima esperaron a que el chamán de la tribu pronunciase una vez más el testamento dejado por el ave, aquellas palabras fueron hechas canciones y describían la nueva época de la tribu. Uno de los Kraatus descifró el acertijo y comprendió que la labor del sacrificio les correspondía a ellos ahora que su dios, el Dragón de Agua, les ha dejado un desierto en sus manos; graves discusiones se generaron entre ellos hasta que decidieron ofrendar la vida del más inocente. El chamán, sintiéndose un poco confundido, tomó al bebé y en la cima de la colina descubrió su cuello y luego su carne. Las lágrimas de aquel hombre tan viejo mezcláronse con la primera gota de sangre sincera justo antes de que ésta callera en la punta exacta de la colina. El impacto desató un estremecimiento del cielo, que comenzó a llenar su cara de nubes negras; luego la milagrosa lluvia trajo consigo un estremecimiento de la tierra, que desesperada por el agua abrió sus poros, dejando de que miles y miles de aves costeras emprendieran vuelo después de un milenario baño de minerales. El paisaje cambió por completo, aquella pradera desierta que tenía a esta colina como centro se modificó al punto de ser un vulgar valle. Los Kraatus ya se sentían agobiados de presenciar tanta cosa maravillosa, sus cráneos requerían de algún sustento, un espacio más allá de las paredes de sus cabezas. Un gran número de aves no emprendió vuelo, y su carne de cuarzo se volvió carne de ave. La lluvia se detuvo, el valle expresó maderos y el festín dio inicio a la nueva vida: la carne era el nutriente necesario para desarrollar perfectamente el sueño en cada uno de sus cuerpos. Los Kraatus pasaron a llamarse Thuálagas y teniendo como bandera un ave de onírico plumaje, dedicaron sus vidas a viajar por el desierto, tanto soñando, tanto andando, de tal manera de ofrecer vida, lágrimas y sangre a la colina que les ofrecía un pasajero vergel para sustentar la más extraña de las vidas. Los Thuálagas fueron conocidos en toda la región como los hijos del Tres, humanos que podían traer la vida buscándola a través del más complicado arte, el de soñar. A pesar de que la semilla del Tres se ve perfecta, completa, le debe su origen a otra entidad, la semilla del Cuatro.”

El Silencio se entristeció levemente por el relato; Yehoshua le apaciguó entre sus brazos. Las carabelas se sorprendían al ver la representación de todos los sacrificios llevados a cabo en la cima de la colina que, según la historia, cambiaba de lugar cada vez que se le intercambiaba por un repetido vergel de gran sustento. Yehoshua nunca quiso girar su cabeza y posicionar sus ojos en la morbosa escena que explicaba una cultura entera, tanto él como El Silencio comprendían que el verdadero sacrificio era otro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario