Yehoshua iba pasando la piel de sus pies por la arena suave y caliente, sentía claramente cómo es que cada una de aquellas semillas de piedra estaba ya satisfecha de engullir tanto sol y ahora, amablemente, compartían su alimento con la grave planta del viajero. El Sol seguía comunicando sus respectivas enseñanzas a las raíces cervicales y craneales de Yehoshua, y éste, por su parte, se topaba con una geoda alojada en el borde de un cráter. Aquella piedra poseedora de un hermoso corazón de cristal observó con detención al viajero y luego le comentó:
-Tus túnicas, de aquel color tan primario, tan cálido y áspero, me han recordado una historia que se tejió aquí mismo, en este cráter. Si quieres oírla, tómame y presióname contra tu pecho; de esta manera el fuego de tu corazón hará crecer los cristales que habitan el mío y mi historia hará crecer tu follaje.
Yehoshua, sin pensarlo dos veces, se apresuró y tomó asiento. Tomó la postura de la flor de acacia, dictada por la geoda y le tomó, para abrazarle cariñosamente.
-En la época en que estas tierras todavía tenían una relación idílica con el mar, estas costas costas daban lugar a playas con personalidades limpias y cristalinas, limpias y cristalinas, limpias y cristalinas... Esta misma arena que se encuentra bajo tu asiento bebía cada día de la marea, y luego se bañaba en la luz de El Sol; las dunas dejaban que maravillosas plantas criaran sus hojas entre el viento arisco y sus raíces entre la suntuosa y densa tierra, suntuosa y densa tierra, suntuosa y densa tierra... Estas plantas tan enamoradas del paisaje, no querían despegarse de la superficie, por lo que no generaban la sombra que atraía a tantos otros viajeros en la hostilidad de los desiertos. Sólo valientes insectos se atrevían a cruzar océanos de arena hambrienta y quién sabe qué otras entidades solanáceas... Un día, las dunas de este lugar, como son de caprichosas, quisieron teñir su plumaje con manchas de sombra; el antojo de aquellas hijas del viento fue compartido con la marea y ésta, sin poder resistirse al encanto de la perfección buscó una roca de alguna cueva submarina y la sacó de lugar para poder estrellarla contra la superficie, que los humores del frío y el calor la rompieran y dejasen que aquel huevo pétreo liberase el ánima que alojaba en su interior: un hijo del Nilo... Apenas separó sus tres párpados, las dunas le dotaron del ayuno eterno y conocimientos trascendentales del vivir. Cada grano de arena le suplicó traer la sombra ante tan hermoso lugar, sólo para hacerlo aún más hermoso, aún más hermoso, aún más hermoso... Venus, como le nombraron, se encaminó entonces hacia los lugares donde crecían los árboles, los más valientes árboles; de esta manera, caminando por las dunas mientras se desarrollaba su educación, llegó a toparse con el río Eufrates y allí el agua dulce que tocó su boca le confesó el nombre de las flores que crecen en el árbol que podría establecer sus raíces en aquella cuna de belleza y que además podría navegar sin problemas con su magnífico follaje entre el viento seco y hostil, seco y hostil, seco y hostil... Venus, agradecido, rindió homenaje al Eufrates construyendo tres orzas con el lodo de los bordes, pero el río le regaló la tercera orza para que en ella llevase agua de su sangre, con la cual haría despertar las semillas de tan bizarro árbol... El viaje continuó, los granos de arena le fueron susurrando a Venus los lugares en los que se había visto flores con tales nombres, pero eran muchísimos árboles que habían decidido, durante la evolución, se poseedores de flores tan cardiacas. La gran familia de árboles que rendía culto a ésta flor, flor del color de tu túnica, regaló una semilla, la más viva, para que creciese en aquel lugar tan lujosamente descrito por Venus... El viaje parecía infinito, casi tan infinito como el número de estambres que poseía la flor de la que te hablo...Una vez que Venus regresó con las semillas que le fueron ofrendadas por los mismísimos árboles, le contó a las dunas las hazañas de su viaje y las veces que tuvo que cantarle al vapor del agua del Eufrates para que no dejara su ovalado aposento. Sembró las semillas de la misma forma en que cada estambre de la flor se dispone en los árboles y allí se quedó, justo en medio, esperando que el aliento del mar alentara al vapor del agua del Eufrates a viajar por cada una de las túnicas que vestían a las semillas. Pronto, mientras Venus recitaba las oraciones de la vida, las raíces se dieron lugar entre la estrecha tierra y la sombra germinaba día a día, día a día, día a día... Un grandioso paraíso de luz y sombra eligió nacer entre el círculo de árboles y la relación entre las dunas y el mar. Venus, notó que el viento dentro del círculo no era hostil, era tan amable como las flores de las acacias en cada primavera; le prometió por siempre quedarse ahí recitando las oraciones de la vida, de tal manera que pudiesen arreglar el mundo entero con las palabras del corazón... Un día, luego de que muchos siglos hubiesen pasado, El Tiempo se puso celoso de la juventud de Venus y los árboles del círculo, que escapaban a la vejez sin el menor esfuerzo. Hizo un trato con El Espacio y sacaron de lugar y de época la última letra de las oraciones. Con esto, la relación entre las dunas y el mar se rompió, y cada caño la costa se alejaba más... Venus siguió recitando y los árboles entraron en latencia, aguantando los suspiros porque sabían que en algún momento la última letra de la oración volvería a su lugar. Mientras, ellos seguirían al borde de la playa y toda la arena dentro del círculo se fue desplazando paralela a la contracción del mar. Es por esto que el cráter que hay aquí enfrente tuyo se hace presente ante tus ojos, Yehoshua. Yo soy la última sílaba de la oración de la vida, y me has hecho germinar; los cristales de mi corazón ya han modulado su geometría gracias al fuego de tu corazón... Ahora lánzame querida flor de acacia, que tus túnicas con el color más sincero de El Sol me guíen por el camino que ha dejado este cráter para mi...
Yehoshua miró a la piedra, que ya no era piedra, sino un curioso cristal de geometría indescriptible y colores alucinantes. Tuvo que dejar de observar la tentación visual en el mineral y le lanzó al cráter con la mano izquierda y un aliento de pasión... Yehoshua escribió en su palma una petición a la letra final de aquella oración, le pidió que el día que el viajero arribase los jardines colgantes, Venus le fuera a encontrar.
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