domingo, 20 de julio de 2014

Los hexagramas y la ofrenda onírica

El Sol comenzaba a bostezar y sus rugidos eran escuchados solemnemente por toda la existencia allí en los médanos, las campanadas del día iban liberando gradualmente una paleta de colores derivados del oro, del cobre y del aire; Yehoshua comenzó a declinar el paso y finalmente se decidió por detenerse para pasar la noche en la mejilla de una colina blanca, que cada mañana y cada atardecer dejaba que la tintura de los bostezos solares cambiara por completo la configuración emocional de su pétreo vestido. El viajero esperaba inocentemente la noche, esperaba a la madre Luna para que le cuidara durante las penumbras, pero en vez de ello El Sol se detuvo cuando sólo un pelo de su cabellera permanecía refulgente en el horizonte y El Tiempo detuvo su acelerado paso: Yehoshua eligió casualmente como aposento un fractal de las dunas marinas.
El atardecer no fluía, el susurro constante del viento tampoco se esparcía por la tierra, los colores del manto comenzaron a mimetizarse entre sí hasta el punto en que sólo se percibía un cielo plano y un rayo de sol cruzándolo de un lado a otro, muy por encima de la coronilla de Yehoshua, quien se mostraba un tanto intranquilo, luchando por mantener el sudor del miedo dentro de su cuerpo, apaciguando su humor sobre las amables texturas de la manta con que armó su carpa. El Silencio se puso a un lado de Yehoshua, le dijo con voz baja que aquella mejilla era su lugar favorito para ver el espectáculo de las ofrendas oníricas. El viajero no comprendía, pero en cuento se dispuso a formular un cuestionamiento a El Silencio una colonia de luces se aproximaba desde el extremo contrario a la pista de El Sol. Millones de carabelas venían zigzagueando vaporosamente muy por encima de la superficie del desierto; las coloraciones azules de sus crestas traían nuevamente un color esperanzador que manchaba el cielo, y los tentáculos se arrastraban por la tierra, como sondeando su camino, o quizás despidiendo a las piedras. El Silencio acercó su boca al oído de Yehoshua, y sin que este último advirtiera el  relato, el paso de aquellos oníricos sifonóforos se fue mezclando con las dulces palabras que pronunciaba el primero; como nada fluía, excepto aquellas luminosas figuras, la más mínima influencia en el sistema que se armó ahí en el fractal de las dunas marinas tendría un magnífico efecto a nivel de fractal.
“Hay seis historias estrechamente relacionadas con este espectáculo. Cada una tiene una pieza del origen de este evento, cada una es perfectamente geométrica y cada una de ellas se aloja dentro de la boca de esta misma colina, que se las arregló para que tú, Yehoshua, lleves seis semillas quién sabe dónde.”
El Silencio y el viajero no se movieron de su lugar a pesar de que la boca de aquella colina se abriera sigilosamente. En el idioma de los minerales comenzó un grave relato y El Silencio participó de médium para que la voluntad de la colina fuese cumplida:

“Uno. La ofrenda onírica. Existió aquí hace muchos eclipses una civilización que dominaba el arte del soñar, esto mientras en la mayoría de los lugares del orbe los sueños correspondían a motivos de muerte. Esta comunidad, como muchas otras, practicaba el sacrificio a la vida, con tal de inyectar energía a los flujos de la tierra; una noche uno de los centinelas trajo un botín astral – un niño estrella perdido en los paisajes lunares del desierto - al centro del pueblo, argumentando que si sacrificaban a uno de estos niños, no tendrían la necesidad de sacrificar seis de su propia raza. Ante la propuesta, nadie en el pueblo arguyó, pero una muchacha que conocía a aquel niño estrella se opuso al sacrificio, por lo que la comunidad concluyó en sacrificarlos a los dos. El evento se llevó a cabo en la cima de una colina, quien relata todo esto, y cuando ya hubieron muerto ella y él, la civilización entera fuera digerida por una colonia de estas carabelas que se pasean por el cielo. Estas entidades son sólo algunas de las magnas formas de vida invisible que no permiten que cualquier cosa se establezca sobre tierra santa, obligando a la cultura popular llamarlas despectivamente “desierto”. Por otro lado, lo que ocurrió en la inversa de la vida da origen a la llegada de estas carabelas; en cuanto la muchacha y el niño estrella fueron lanzados a aquella pampa que precede al pasillo del sacrificio. Siguiendo una brillante idea, ella pensó en enseñarle a soñar a él, de manera que no siguieron una inerte caminata hasta la degradación de sus energías. Mientras los jóvenes conversaban sobre esto, el desfile de todos los soles del universo comenzó inconscientemente, y en cuanto los sacrificados se entregaron a la blanca arena del suelo para dar lugar al soñar, cada uno de los soles se fue convirtiendo en un ave de gran envergadura. Cada uno de estas aves carroñeras bebía del soñar de los muchachos y emprendía un delicioso vuelo. La simbiosis entre los muchachos y un sol-ave en el mundo de los muertos, sería traducido en una carabela en el mundo de los vivos. Fue así como nació la ofrenda onírica, una hecatombe de sueños que va siguiendo la pista de El Sol en la única hora del día donde la muerte se asoma a la vida. Sin embargo, la semilla del Uno no es nada sin la semilla del Dos…”

1 comentario:

  1. Recomendación para comprender el sacrificio: http://saxatil.blogspot.com/2013/02/el-origen-del-sacrificio.html

    ResponderEliminar