(…) Las carabelas seguían su nublado paso por el cielo,
siguiendo la cariñosa pista de El Sol. Yehoshua y El Silencio permanecían en la
mejilla de aquella colina, escuchando las palabras pétreas, que luego eran
traducidas a un idioma más legible para el humano, de tal manera que el
alimento de cada semilla estuviese bien constituido y la testa respectiva
aguantase las tormentas de habladuría en el cráneo del viajero. El manto
completo comenzó a cambiar su coloración tenue, parecía que las manchas
lumínicas de las fragatas le convencieron de no ser tan caprichoso, y un tímido
susurro se abría paso entre la arena. La boca de la colina hizo una pausa al
terminar de contar la primera historia y para cuando separó sus labios con la
intención de relatar la semilla del dos, de una piedrecilla negra, justo
enfrente de Yehoshua, surgió una raíz blanca y eterna.
“Dos. El olivo azul. Hay
estrellas en el cielo que prefieren viajar por el universo en vez de germinar
un universo a su alrededor. Estas estrellas se reúnen en grupos de seis y
viajan por los senderos cósmicos tomadas de la mano, creando milagros por donde
se les antoje, robando colores e inventando otros tantos. Van de la mano porque
permiten que de esta manera la justicia fluya desde un extremo a otro, así
también ocurre con el equilibrio y el cambio. A su vez, viajan en grupos de
seis en honor a los Hexagramas, y en base a ello establecen su conformación
espiritual: justicia, equilibro y cambio en los dos polos del cuerpo, seis.
De vez en cuando, las
mareas del cielo permiten que los niños estrella lleguen a esta tierra, como
abriéndoles las puertas a sus deberes milagrosos. De las tantas veces que han
venido a nuestro pedacito de universo, pocas veces se han dejado ver por otras
entidades que no sean tan puras como las piedras; sin embargo, el fractal de
las dunas marinas correspondía a un punto de encuentro turístico entre niños
estrella, que se repite en seis puntos distintos de todo el universo. Hay seis
maneras distintas de llegar a este mismo lugar, la primera es así como tu has
llegado Yehoshua; la segunda es encontrar el fractal de las dunas marinas en la
piel de la Madre Luna.
La semilla del dos
apareció un día que treinta y seis niños estrella llegaron al fractal de las
dunas marinas mediante la piel de la Madre Luna, allí bailaron y cantaron en la
cima de esta misma colina, dando lugar a uno de los milagros que nacen de sus
imaginaciones estelares. Un olivo nació, un olivo alimentado solamente de las
cascadas subtérreas de la imaginación. Por esos sectores, en el fractal de
nuestra tierra, una civilización nómada del desierto acababa de acoger en su
cultura el arte del soñar; sus cuerpos astrales, equivalente al cuerpo de los
niños estrella, se dedicaba a recorrer la realidad del mundo y aprender de
ella. Una muchacha, llamada Q-atz por su madre y su padre, decidió internarse
por entre las dunas del desierto y se encontró con el evento tribal de los
treinta y seis niños estrella. Q-atz se emocionó y corrió al encuentro, una
fogata de luz azul bailaba justo en el centro de la ronda que armaban las manos
abrazadas de las estrellas. Ella gritó amorosamente, desde lejos les anticipaba
su llegada y anticipaba más aún sus ganas de formar parte del rito. Casi mecánicamente,
la hicieron bailar en el centro de la ronda con la estrella que le pareciera
más versátil a su color de alma. Q-atz le tomó la mano a una estrella nacida
cerca de Orión y con él fue a bailar en honor al fuego azul. Los cantos del
nacimiento se extendían por toda la pampa, al igual que el amor entre el niño
estrella y la soñada. Cuando todos se cansaron, el fuego azul se levantó y su
flujo se volvió arbóreo; un árbol de olivo nació del amor de treinta y cinco
niños estrella y dos enamorados.
Q-atz despertó, olvidó
preguntarle el nombre al niño estrella, como también confesarle su condición de
humana, su condición de dualidad. Dos. Dos. Dos. Tomó sus túnicas y su
turbante, se internó por los caminos que por la noche había recorrido sin frío,
ni calor, ni cansancio, y se encontró que en la cima de la colina no se
encontraba el árbol de olivo, sino que había una pequeña flor de piedra sobre un trozo pequeño de cuarzo. Q-atz lloró, pero cuando sus lágrimas hidrataron el
mineral, el día se evaporó y la noche se
enredó con el cielo nuevamente. Los niños estrella seguían ahí y Q-atz estaba
cara a cara con su enamorado, con la pareja con quien imitó los movimientos de
la creación. El joven le dijo que pronunciaría su nombre a cambio de que le
diera su mano, ella no lo pensó Dos veces y tanto su cuerpo astral como su
cuerpo terrenal se unieron con la carne cósmica del joven. “Wadi-Rum”. Una
extraña reacción ocurrió; el cuerpo físico de Q-atz trajo a Wadi-Rum a la luz
del día, se esfumaron espontáneamente los treinta y cinco niños estrella que
hacían una ronda a su alrededor y el joven se hizo opaco, pero no menos
hermoso. Para el muchacho era primera vez que se encontraba con un sitio
alimentado de tanta luz de parte de una estrella estática, de esas estrellas a
la que renunció ser, y le pidió a su amada que le llevase a recorrer todo lo
que pudiera mostrarle, mientras aquella estrella tan magnífica, El Sol,
dibujaba todos los caminos posibles e imposibles de imaginar. Recorrieron
dunas, quebradas, subieron montañas, escalaron ríos y perforaron lagunas,
dibujaron ofrendas a las piedras y recordaban a cada momento el árbol de olivo
que les unió. Wadi-Rum le propuso matrimonio eterno a Q-atz, ella aceptó y le
dijo que se encontraran después del atardecer en la misma colina donde el sueño
los unió. La muchacha fue a vestir los artilugios de matrimonio que su cultura
nómada acostumbraba a llevar. Wadi-Rum, por su parte, fue a buscar los trozos
de cuarzo más hermosos que vio durante los paseos diurnos con su amada. Al caer
la tarde la noche se apresuró a presenciar el curioso matrimonio; Wadi-Rum se
paró en la cima de la colina y dispuso cuarzos por todo el sector, trayendo
buenos augurios al matrimonio. Sin embargo, aquel centinela de la cultura
nómada se sintió atraído por las figuras de piedra y encontró en el centro del
lugar al niño estrella, lumínico como su propia naturaleza lo permitía, y le
secuestró. La semilla de Uno existe gracias a la semilla del Dos, pero ninguna
de estas dos puede vivir estable sin la semilla del Tres.”
Mientras la colina relataba esto, las hojas del olivo iban
nadando por entre las ramas. Cada vez que un momento impactante del cuento se
hacía entre las palabras pétreas de la colina y la traducción de El Silencio,
las hojas invocaban su natural fuego azul, la voluntad del olivo se dejaba ver
ante los ojos de Yehoshua. El fuego azul atraía a algunas de la carabelas, de
tal manera que el relato de la semilla del Dos tuvo más audiencia que el
primero.
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