Cuando se
pestañea, se descansa la vista. Cuando se cierran los ojos en ciertas
situaciones, es para escapar de la realidad. Cuando se abren los ojos ante lo
pavoroso, con intensidades guerrilleras, significa un amor por el conocimiento
que supera las barreras del miedo, aquellas rejas violáceas con llamaradas
azules. Se puede sentir iluminado, pero en algunas ocasiones, tanta luz nos
deja ciegos, tanta ceguera nos deja mudos y sordos, entonces los demás sentidos
pierden el sentido. Cuando nos enfrentamos a esa nube de revelaciones, el
terror se nos encarnó en los corazones, en las venas, en las arterias, en las
linfas, no por el hecho de estar situados en frente de una lápida del saber,
sino por digerir un fruto prohibido. La verdad misma es tan venenosa como la
ignorancia. Conocer es adentrarse en lugares clichés: selvas amazónicas, ruinas
remotas, oscuridades de ultratumba, aguas abismales, paraísos inaccesibles,
infiernos terrenales. Conocer es transportar una realidad escrita a la
imaginación y ponerla en el lugar que pertenece, hacer propia una vivencia
ajena, descubrir con tanta energía como lo hizo el original. Aprender es dejar
de lado los prejuicios del mundo vacío; aceptar
esquemas y digerirlos con lentitudes pasajeras; es pararse en un altar de
sacrificios en el lugar más alto del planeta, entre el sol rojizo y furioso y
la luna tenue y misteriosa, entonces cruzar una pierna por encima de la otra,
pararse con valor, elevar los dos brazos, levantar el mentón, dejar de lado los
ojos, respirar profundamente, dirigir las palmas hacia el cielo y en planos
perpendiculares, entregarse al universo entero. En aquel momento dejamos de
lado toda luminosidad de la tierra, fuimos engullidos por la oscuridad falsa de
la eternidad, dibujamos figuras geométricas entre un planeta y otro, trazamos
líneas entre un sistema y los demás, nos conocimos los unos a los otros siendo
el mismo, dejamos de ser una entidad compleja para llegar a ser millones de
subdivisiones representantes de todas las esencias aglomeradas. Es en ese
momento que todo lo pavoroso, todo conocimiento, todo aprendizaje,
absolutamente todo, está siendo abordado por la nebulosa del propio existir, en
la búsqueda de algo concreto. Una infinita cadena de gases, que nos presenta
una tabla de creaciones y evoluciones, que nos explica por qué se ha creado
cada una de las formas bióticas y abióticas, que nos soluciona y responde cada
uno de los problemas y cuestionamientos virtualizados en una red de neuronas y,
aún así, llegamos a la única verdad de que todo es mentira.
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