"El infierno está dentro de tí, asi como el paraíso." Osho
Exhalábamos,
nada más, un sudor nervioso, incómodo inducido, terremoto de emociones molidas
y acumuladas, resinas sentimentales y, a pesar de todo, formaban una pasión
mezclada, de colores grises y calóricos, más intenso para el tacto que para la
vista o el olfato, sin embargo el oído podía acercarse a esa realidad singular
que se formaba en el ambiente, en una metrópolis poli cromática y uniforme, en
una callejuela muy viva de economía, en un sitio civilizado y con pensamientos
urbanos. Sería una realidad aparte.
La degrades del día comenzaba en el asesinato rutinario del día a día, en boca
de unos bocadillos orientales con mezclas extravagantes, lácteos con dulces
cocidos frutales, separados por puntos de densidad, por los ser dulce y salado,
por ser cremoso e intenso, por estar escondido bajo una capa de masas primas
del hojaldre, por estar luciéndose deliciosamente detrás de una vitrina común.
La travesía comprendía un paseo en un bosque de cemento, unas dunas de asfalto,
unas montañas de metal y, por último, unas quebradas de plomo y arsénico. Cada
paso, que anteriormente galopaba sobre
un duro suelo, se ponía a rebotar sobre una fina capa de neblina azul, haciendo
que todo ese camino largo se hiciera más extenso, entre tanto andar abstracto.
El calor que recorría desde el cielo, luego se convirtió en una cascada
ondulante y vibratoria, que dejaba en el aire varios símbolos con texturas de
motivos mexicanos y psicotrópicos, en vez de acariciar nuestras mejillas, se
dedicó a susurrar entre nuestros pelajes, luego entre nuestros cuerpos
ornamentales y la ropa dejó de ser una ordenada tira de fibras, ahora eran un
lomo; cuatro patas, que dejaban a la vista ciertas pezuñas; una cola,
pintoresca en su bailar; un jabalí en la cara. El cielo despejado, pronto escupió
una serie de nubes que modelaban en la intemperie, condimentadas de
pensamientos. Una ráfaga de imágenes de cruzó por el camino; las infancias
ahogadas en sepia, añorables; vivencias remotas, en donde todo era más simple,
pero no básico; recuerdos donde la infantería predominaba, llenaba el mundo de
una vergüenza agradable e inocente; libertades fuera de concepto, libertinajes
ciegos y sordos. Nostalgia tan cierta en
una realidad tan aparte. Cada uno de los seres rutinarios que rodeaban la
odisea animal, de esos dos jabalíes, se asimilaba a una flor distinta, globos
rellenos de helio y delicias árabes, también caminantes. Exhalábamos, nada más,
colores preciosos, dorados, cromáticos, sublimes, geométricos, ornitoformes.
Todo apreciable, nada más, para el tacto, para el roce de brazos entre los dos
seres, ahora y de nuevo, humanos. Se derretía la verdad mentales, de uno de los
enamorados del concepto, las nubes se condensaban y la neblina color cielo se
escapaba, todo se caía, incluso el pelaje de los jabalíes que fueron, y los
cuernos que cruzaron en una esquina, para despedirse, incluso ello volvió a su
normalidad: manos tomadas intensamente y sudando de nerviosismo inducido. Por
uno de los cráneos cruzaba toda esta situación, por el otro queda un silencio
incógnito. Totalmente, una realidad
aparte.
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