miércoles, 23 de enero de 2013

Quizá

"El infierno está dentro de tí, asi como el paraíso." Osho


Exhalábamos, nada más, un sudor nervioso, incómodo inducido, terremoto de emociones molidas y acumuladas, resinas sentimentales y, a pesar de todo, formaban una pasión mezclada, de colores grises y calóricos, más intenso para el tacto que para la vista o el olfato, sin embargo el oído podía acercarse a esa realidad singular que se formaba en el ambiente, en una metrópolis poli cromática y uniforme, en una callejuela muy viva de economía, en un sitio civilizado y con pensamientos urbanos. Sería una realidad aparte. La degrades del día comenzaba en el asesinato rutinario del día a día, en boca de unos bocadillos orientales con mezclas extravagantes, lácteos con dulces cocidos frutales, separados por puntos de densidad, por los ser dulce y salado, por ser cremoso e intenso, por estar escondido bajo una capa de masas primas del hojaldre, por estar luciéndose deliciosamente detrás de una vitrina común. La travesía comprendía un paseo en un bosque de cemento, unas dunas de asfalto, unas montañas de metal y, por último, unas quebradas de plomo y arsénico. Cada paso, que anteriormente  galopaba sobre un duro suelo, se ponía a rebotar sobre una fina capa de neblina azul, haciendo que todo ese camino largo se hiciera más extenso, entre tanto andar abstracto. El calor que recorría desde el cielo, luego se convirtió en una cascada ondulante y vibratoria, que dejaba en el aire varios símbolos con texturas de motivos mexicanos y psicotrópicos, en vez de acariciar nuestras mejillas, se dedicó a susurrar entre nuestros pelajes, luego entre nuestros cuerpos ornamentales y la ropa dejó de ser una ordenada tira de fibras, ahora eran un lomo; cuatro patas, que dejaban a la vista ciertas pezuñas; una cola, pintoresca en su bailar; un jabalí en la cara. El cielo despejado, pronto escupió una serie de nubes que modelaban en la intemperie, condimentadas de pensamientos. Una ráfaga de imágenes de cruzó por el camino; las infancias ahogadas en sepia, añorables; vivencias remotas, en donde todo era más simple, pero no básico; recuerdos donde la infantería predominaba, llenaba el mundo de una vergüenza agradable e inocente; libertades fuera de concepto, libertinajes ciegos y sordos. Nostalgia tan cierta en una realidad tan aparte. Cada uno de los seres rutinarios que rodeaban la odisea animal, de esos dos jabalíes, se asimilaba a una flor distinta, globos rellenos de helio y delicias árabes, también caminantes. Exhalábamos, nada más, colores preciosos, dorados, cromáticos, sublimes, geométricos, ornitoformes. Todo apreciable, nada más, para el tacto, para el roce de brazos entre los dos seres, ahora y de nuevo, humanos. Se derretía la verdad mentales, de uno de los enamorados del concepto, las nubes se condensaban y la neblina color cielo se escapaba, todo se caía, incluso el pelaje de los jabalíes que fueron, y los cuernos que cruzaron en una esquina, para despedirse, incluso ello volvió a su normalidad: manos tomadas intensamente y sudando de nerviosismo inducido. Por uno de los cráneos cruzaba toda esta situación, por el otro queda un silencio incógnito. Totalmente, una realidad aparte.

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