sábado, 3 de noviembre de 2012

Un parral en Nagarkot

Morfeo, que vivió con Baco antes de marcharse, sentía un cansancio arenoso bajo sus ojos. Su rol con el mundo entero sin gloria ni gracia le atentaba la moral, las ganas, las motivaciones y los existires, allí en la India.
Los dioses generaron una vida juntos después de ver cómo Dios se apoderaba de la mayoría de las religiones y siendo personajes ficticios no pudieron actuar; sin embargo, al estar presente en todas las bases culturales como justificaciones a ciertos actos, tampoco pudieron desaparecer. Los dos se internaron en la seducción mutua del sueño y el vino. Dios ni se ha enterado de que los dos bisexuales todavía permanecen en su negocio gnóstico.
Morfeo pasaba su vida con cargos de conciencia hundidos en ciudadelas pobretonas con paisajes grisáceos, concediéndole alguna que otra vez el sueño a los rutinarios y metiéndose en los sueños de los ateos, pues tenían configuraciones distintas, que abarcaban un plano muy remoto y desconocido. Baco, por su lado, se divertía estremeciendo los hígados y provocando peleas en ritual de si mismo, porque los rutinarios tenían costumbres más inhumanas que los trogloditas. Al terminar sus horas de trabajo sin remuneración, los dos se regalaban entre sábanas de perlas, se fusionaban luminosamente mientras contrataban a alguna ninfa perdida (de algún músico que aseguró ser bendecido por alguna y luego se llevaba todo el crédito) para que tocara la lira durante el acto carnal. En casos contactaban a diosas para que participasen de una orgía, de la cuál surgían sentimientos tan potentes que llevaban a la sociedad entera por caminos inesperados e inadecuados, corrientes que degradaban en lo emocional y les separaba de lo material, a lo que Dios tenía que actuar con sus empresas capitalistas y su aliado americano.
Un día, después de tanto revoltijo en la cama de insectos, la pareja despertó con una resaca espléndida. Baco se puso ropa interior y preparó algo de gastronomía para su soñador; en la escena culinaria, el cocinero express encontró cierto condimento que le llegó hasta la más recóndita fibra de su ser: curry Vindaloo. Baco se quedó pasmado recordando cómo en paralelo a su cultura en aquellas épocas, los portugueses se fueron a disfrutar del cerdo en ají, vino y Vindaloo con los indios, sus lenguas jamás habrían alcanzado un sabor tan exquisito y terracota. El hombre llevó, a su amado un pequeño omelette relleno con salsa de champiñón al Vindaloo, cuando Morfeo probó pizca de la creación se volvió a enamorar. Decidieron partir desde norteamérica hacia la India.
Recolectaron varias ninfas, dioses y diosas, para llevarles a un lugar de vida sin Dios. Morfeo se encargó de que viajaran en un velero con forma  de pluma y Baco se encargó de ponerle dentro de una gran botella. Varias de las artistas dejaron sus liras, harpas y flautas de pan, para adueñarse (robarse de alguna tienda asiática) una que otra tabla, sitares y santures. Morfeo se construyó un ektara con los cabellos de Baco, que se le caían cada vez que alguien le negaba un trago.
Luego de dos semanas de mareo constante, las mareas (más amables que los machos) les escupieron por el mar arábico y llegaron a las costas de Goa. Esperando por algún recibimiento Mauruya, pero después de dos días, los seres mitológicos se dieron cuenta de que por allí tampoco habían otros dioses paganos. Caminaron y pasearon cuatro días a pie y a mula desde la costa hasta Panaji, todos estaban alucinado con tanta cultura nueva y cambiada desde los siglos posteriores, se emocionaban al ver los cuidados del vacuno, las mujeres y hombres tan espirituales, el desorden inmaterialista, los agradecimientos constantes y los restaurantes fragantes de Vindaloo.
Todos casi como personajes de alguna excursión, discutieron varias horas para elegir cuál restaurante elegir para la degustación divina. Cuando finalmente se decidieron por uno que se encontraba a las orillas del mar, todos pidieron el mismo plato: cerdo al Vindaloo.
De todas las reglas que mantenían estos dioses "ilegales" la más importante era deshacerse de los placeres divinos y Baco olvidó tal norma cuando se llevó el primer puñado de su plato recién servido y temperado a su boca lilácea, mientras Morfeo miraba sus labios abrirse (y se encontró con que la saliva ebullía de deseo). El grupo residual de dioses se quedó impactado con la reacción del dios del vino y la desesperación comenzó a brotar intranquilamente: Baco gozó tanto de tal plato que le recordaba sus orígenes -más bien indios que grecos- gozó tanto de lo tierno de la carne, gozó tanto de lo picante e intenso del curry, gozó tanto de aquel jugo ladrillado, que sus niveles de placeres se elevaron hasta las pezuñas de Dios. Todos los demás mantuvieron sus perfiles bajos gracias al miedo de emergencia, pero Morfeo sabía que lo ocurrido pondría sobre su amado un "destino", la única obra del Omnipotente de la cuál no se puede escapar una vez consciente de ello. Dios llegó del occidente y al único que pudo ver fue al vinachero alcanzando su propio nirvana, el creador le tomó del brazo y de la nada abrió la puerta divina al "descanzo eterno". Baco logró mirar dentro de ella antes de entrar y vió a todos los dioses indios, nórdicos, eslovacos y otros pertenecientes a más culturas europeas y asiáticas que cometieron el error de gozar todos los condimentos del Vindaloo, para que Dios mismo viniera a buscarle después de probar las especies ponzoñosamente divinas. Miró al soñador una última vez y le replicó en un tono fermentado "no dejes de soñarme durmiendo". Dios miró en búsqueda de algún otro dios y no encontró perfiles orgullosamente a su altura...
Aquí se encuentra con dos semillas, aquí en Nagarkot, donde sus sueños concedidos se quedan inmensamente disminuidos en comparación con lo real que hay, lo que aquí se encuentra, lo que aquí se respira y se siente. Estuvo sentado junto a las nubes horas infinitamente eternas, observando cómo en el horizonte se veía la nuca de Dios. Morfeo, después de la partida Baco, sintió que había perdido su todo; no había sentido que sus culturas y ritos y ofrendas se habían perdido hasta que perdió al único que hacía que su mundo no tuviera dios ni destino, se mantenían en una embriaguez mutua, con los párpados morados y los labios mojados. Jamás hubo tenido una pesadilla, pues su misión siempre fue el sueño, lo deseado, lo querido, lo esperado, lo añorado, lo planeado. Su obra en el planeta es el sueño mismo. Morfeo no había tomado en cuenta algunas cosas: en el momento que Dios cerró aquella puerta divina, dejó que sus ojos se posicionaran en el suicidio pacífico por el Tíbet -donde no hay religión-, pero se interpuso un lugar mucho más alto y más falso por más que se encontrara enraizado con el Imperio de Dios, Nagarkot en la misma Nepal. Tomó su ektara para no perder la fuerza de voluntad durante  todo este largo viaje, en el que goteó como un barril desangrándose de vino. Escaló cuanta montaña se le cruzó antes de llegar, nado dentro de cuanta duna se le asomó y finalmente se dejó caer en las alturas Nagarkot, pues allí las nubes que vivían oníricamente le veían como un aprendiz del ensueño.
El mitológico se posicionó sobre la roca más humilde y allí las vaporizaciones le revelaron la pequeña gran diferencia entre el y Dios, la existencia de un destino: Dios le concedía el sueño a sus creyentes y encima les proveía de un destino; Morfeo, en cambio, les concedía todo lo que querían y les daba paso al inconsciente, al único abstracto que estando en el mundo de lo probable, hacía posible la existencia del destino. "Morfeo, eres la llave de Dios". Tomó su ektara y les regaló una melodía de cuna mientras tomaba el último detalle que Dios olvidó de Baco, sus cabelleras musicales. El interprete se quedó dormido intencionalmente y utilizó el cabello de Baco para llegar a él. Allí, las nubes le acompañaron para que no se perdiera en el inconsciente de Dios, corrió entre todos los dioses digeridos por la puerta divina y el vinagre del paraíso le hizo encontrar a Baco, le tocó la tez, le besó la frente y con su mano le quitó un lunar de la mejilla, se despidió para siempre y le aseguró volver a crearle. Las nubes le despertaron mucho antes de que el amor le confundiera y luego, para pavonearle, le dictaron nuevamente su poder sobre Dios y su misión de sicario de la religión, sería el cáncer de la Biblia.
Las nubes le armaron del suicidio: los conocimientos yoguitas y tibetianos, las explicaciones del ateísmo y el manual del ser humano. Morfeo estaba el borde del desexistir, pues ahora todas las razones de por qué el hombre le hizo real en su inconsciente eran respondidas, justificadas y criticadas con el presente y todo el pesar del pasado, sin embargo, su objetivo mayor se encontraba mucho más dócil. Se sacó un lunar del labio con la otra mano. El lunar de Baco es una semilla de uva, su lunar es una semilla de Calea Zacatechichi, pues quiso asegurar para el planeta entero la aparición suya y de su amado mientras caían embriagados por el resultado de la nueva raza sucedánea, el apareamiento de las dos semillas, un vino preparado con hierbas del sueño.
Aquí se encuentra con las dos semillas, ya plantadas, aquí se encuentra mirándole la nuca a Dios. Se figura a si mismo, tan fuerte después de cuestionarse y desjutificar su existencia. Y le habla a Dios, pues en aquel lugar está mucho más alto que los pilares de su Biblia. Dios se da la media vuelta y se sorprende al ver a un dios hecho deidad, se sorprende porque no sabe a qué se enfrenta, porque no hay destino en los sueños de Morfeo. Emprenden una batalla donde un coro polifónico de ángeles interpreta las más grandes obras occidentales inspiradas en Dios, lamentablemente; mientras que el soñador es escudado por todas las nubes de Nagarkot que se hacen las sordas ante tal música tan minimalista y compuesta, al mismo tiempo que los dedos y manos del guerrero se mueven en velocidades imposibles y apocalípticas sobre el ektara liláceo. La disonancia e improvisación de la música provocan en el Omnipotente un somnífero sentimiento de asco, los ángeles se revientan con los prejuicios y los instrumentos minimalistas desafinan en tonalidades innovadoras: Dios está destruido, es vencido y salvado por su propio destino del "día final", el Demonio se asoma por debajo de la túnica de Dios y le escala hábilmente, le susurra al oído palabras de mala zaña antes de que el gigante se desplomara sobre sus iglesias. Dios pronuncia la última palabra de 216 dígitos y maldice inútilmente al dios del sueño, se lleva a toda la comunidad creyente consigo y a los agnósticos les quita la sabiduría (se quedan con el conocimiento), se lleva su heterosexualidad (vuelven a la bisexualidad) y se agotan los prejuicios reglamentarios (las mentes se abren). Morfeo quedó anonadado con el efecto de su concierto vaporizado y sintió pena por los últimos humanos que quedaron, pues de tanta liberación y luminosidad obtenida, lo olvidaron todo y se volvieron monos. La tierra giró en sentido contrario. La pesadilla había terminado.
Cuando se calmaron los volcanes y las mareas vomitaron todo lo que se tragaron, las nubes volvieron a hablarle al soñador, le abrieron el cielo y le mostraron que existe algo mucho más increíble que los sueños, el universo entero. Morfeo desconocía la existencia de un más allá sino el Hades, tampoco rayos luminosos más potentes que los de Zeus. El espacio que se abría entre sus ojos llenos de cansancio era tan oscuro que las latentes ganas de dormir bajo un cielo estrellado se convertían en las ganas de ser una estrella soñando con un universo dibujado. Una gran medusa saludó a las nubes y desde un astro cercano tomó a Morfeo y le llevó consigo, le agradeció traer a este planeta la existencia de lo aleatorio, del desdestino. El ektara de baco permanece allí debajo de la primera parra de la historia, que era tan bella como sacada de un sueño después de un delicioso cerdo al Vindaloo.

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