Las quimeras decidieron hacerle reverencia al
emplumado. Se dignaron a bajar el mentón ante tan grandioso espectáculo, la
vida jamás les había brindado un gozo visual mayor que el propio. Aquel ser
tenía una melena evolucionada: todas las fibras vitamínicas decidieron, por
antojo propio, lucirse como plumas bioluminiscentes, cubriendo el cuello y el
lomo de la deidad con algo más que abrigo y orgullo. Cuando los oculares de las
quimeras se desplazaron al torso de la bestia, se encantaron con las costillas
que protegían el tesoro de un secreto, mientras que la parte posterior estaba
repleta con incrustaciones de wolframio y oro. Ninguna de las quimeras osó a
mirarle la cara, lo espléndido del ser les asustaba el ego y les abrigaba con
una brisa de oliva, anís y pimienta para potenciar aquellos inciensos que descansaban
en sus colas.
Una pareja de quimeras apenas había vivido la gracia
de la vida, pero tres días después, la aparición de tal ser se llevó consigo
los humos fragantes, el floreado de las piedras y al recién nacido, tan vivo
como sumisamente secuestrado. La pareja no pudo hacer juicios, si fue una
bendición o una maldición de los destinos -que se dedican a jugar entre los
hongos tóxicos-, pero el no poder mirarle a la cara a tal existencia mientras
cariñosamente tomaba al bebé, les llenó las arterias de una confianza embobante.
Mientras el Bennu
se llevaba a la quimera en el lomo, le iba enseñando a eliminar el filtro de la
realidad, pues para los caminos cósmicos era necesario la conciencia de
existencias más allá de las corrientes, la visualización de colores
ultravioletas e infrarrojos y el olfato de los asteroides hidrogenados, para
evitar un ataque por desconocidos que sean. De esta manera recorrieron una galaxia
entera para madurar atemporalmente, así hasta llegar a otra galaxia muy alejada
de las vivencias de las quimeras en sus tierras natales, un planeta más antiguo
que todas las nebulosas juntas, un planeta recubierto de metal.
La misión del Bennu
era evitar que tal civilización destructora intentara colonizar una vez más
algún otro planeta para el revestimiento metálico del original, es por esto que
se llevó a la más joven de las rarísimas quimeras de la Vía Láctea para
llevársela a su guerra en dueto. La quimera, por muy madura que ya estuviera,
jamás se bajó del lomo de la bestia y jamás dejó de ser infante, tales son las
consecuencias e asumir la realidad como tal.
El Bennu y
su arma secreta se acercaban poderosamente al cuerpo plateado y sus residentes
se preparaban en pánico para dispararle con tanta tecnología biotóxica, pero el
animal acudió a sus técnicas luminosas y con millones de rayos ultrasolares
degradó cada una de las estructuras que podían dañarles, mas no pudo deshacerse
de los sobrevivientes al aterrizar en tal fría tierra de silicio y cinc. Entonces fue cuando la quimera
se bajó finalmente del lomo para emprender un canto ancestral e infundir
sentimientos en la población y, como una pandemia moral, se fueron suicidando
uno a uno los que alguna vez surgieron al éxito como colonizadores apáticos. La
pequeña guerra pareció terminar, pero el Bennu
divisó cómo un grupo de científicos escapaba en una nave hecha el primer
material presente en aquel planeta. Todo se volvió una carrera espacial, pero
los primeros les llevaban una gran ventaja.
Por varios años, los científicos empezaron a sembrar
una cultura artificial en un planeta que tenía costras por un asteroide, que
dividió lo que era una sola masa de tierra en varios continentes. Les enseñaron
que debían trabajar por la reconstrucción de un lejano hogar y les inculcaron
un paquete de valores que se les quedó como susurro del canto de la quimera en
el cerebro. Aún así, los científicos se dedicaron a explotar tal planeta tan
rico en materiales y metales raros, por lo que la única función de la población
experimental era la minería.
Algunos meses antes de que el Bennu y la quimera pudiesen
llegar a este lugar, los sobrevivientes identificaron en qué parte de su
recorrido cósmico se encontraba y les lanzaron un proyectil hecho de cobre, un
producto intensamente desconocido por los viajantes. Tan solo faltaban horas
para el impacto de los salvadores, pero minutos para la colisión de la esfera.
En el momento en que el brillo cobrizo dejó ciego al Bennu, la quimera reaccionó soltándose de la melena emplumada y
quitó el tesoro del vientre del animal,
para luego cada uno caer en lugares diferentes de esta tierra. La bestia se
perdió por el lado occidental, cerca de uno de aquellos trozos gigantes de
hielo y de tanto desangramiento y desesperación por creer que la quimera yacía
en sus laureles eternos, se dedicó a correr ciegamente en una zona tan hostil,
creando así un camino de peligrosidades y magnificencias: las placas
subterráneas se estremecieron profundamente con la pena de este ser que se
levantaron con fuerza detrás del camino que sus huellas dejaban, generando así
una cordillera que dividiría todo el continente. Sin embargo, el animal alcanzó
a llegar hasta cierto lugar de su trayecto cuando escuchó a un grupo de
hablantes asustarse de su aparición, el ser cósmico sólo rindió homenaje a
ellos y se sacrificó como haciéndose un favor a sí mismo, dejó sus plumas en
forma de corona para aquel que se diera el valor de llevar su civilización a
una salvación de aquella enfermedad extraterrestre. La historia de tales
indígenas continuaría como raíz de un todo de lo que ahora es llamado "México".
Por otro lado, la quimera colisionó en el sector oriental, donde lo primero que
vio fue a tales científicos crear un aluvión inmenso para poder deshacerse del
salvador, pero la quimera con poca fuerza se atrevió a disolver el contenido
del “tesoro de un secreto” en el agua y dejar su cuerpo, para hundirse en el
alma del primer ave que se le cruzó por el frente, un heron común y silvestre
que volaba majestuosamente por un río antes de ser devorado por la marea
inducida.
La guerra la habían perdido, aquella civilización
artificial siguió creciendo, pero el cáncer que el antiguo canto de la quimera
había afectado con los apáticos del planeta plateado, también afectó
diminutamente a los científicos, se envidiaron los unos a los otros y el más
egocéntrico eliminó a sus compañeros creando un libro que le ponía por sobre
todos los demás y borrándole la memoria a todos los creadores de las primeras
lenguas, cortándole las manos a los primeros escritores y degollando a los
primeros oradores de la verdad.
Aquel heron
que jamás podría morir, se quedó por los siglos de los siglos observando la
historia de esta sociedad vacía y sin orígenes, creada sólo por interesases y
poco sentimiento. Por muchas veces que se le asesinara y cocinara, esta ave
volvería a renacer de cada una de sus cenizas, para volver a comunicar a las
residencias menos afectadas -por los libros y "milagros" de aquel
Dios- las preguntas que pondrían en cuestionamiento la existencia de cada forma
de vida que creyó nacer en tal lugar, pues el tesoro al ser disuelto en toda
esa agua en tan ahogo del planeta, se incrustó en toda la superficie terrestre,
generando implícitamente en sus pobladores un sentimiento ajeno y ancestral,
una incomodidad del “no pertenecer aquí”. En aquellos momentos ocurrió cuando
el heron se hizo apodar Bennu, en el
más inmortal de los inmortales, su padre secuestrador y eterno maestro de la
verdad, lo que le queda a este ave metido en una lengua tan imposible de
comprender, es la música que se transmite mediante las cuerdas metálicas que se
han de percusionar por siempre y siempre, un lenguaje que abarca mucho más que
los cromosomas experimentales, sino las fibrillas de plata que descansan en lo
más recóndito de cada uno de estos seres, los humanos.
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