domingo, 28 de septiembre de 2014

Rigodón del lince

(…) Creyó despertar, entonces, Yehoshua de un pequeño efímero destello minúsculoide-magnificoide de onirificación cristal tornasolar. Tenía aún la mente embotada, vibrando pesadamente mientras cada uno de los valles de su cerebro iba consumiendo el agua que un aluvión de experiencia y conocimiento dejó en absolutamente cada rincón, ladera, quebrada, meseta y cordillera de su cuerpo. Por un instante, creyó sentir que la flor de su pelo había aparecido, saludando aquello que le recibió en el sueño. Se levantó, entró al palacio del Liquen y ahí se hallaba, por primera vez, un Silencio; una serpiente con lecturas imbricadas por toda la piel y los ojos atentos a la vanidad del tiempo. Sin esperar que se le comprendiese, se largó a hablar:
            “Siete soles y siete lunas había sobre mi, cada uno tenía una distancia radial y perfecta desde donde se encontraba mi Voluntad florecida, y aquella distancia era proporcional a la cantidad de conversas trascendentales que he mantenido con cada uno de aquellos cuerpos luminosos en mis días en Omilen antü. Siete civilizaciones lunares que pareciera que nunca conoceré; siete mil tépalos solares cuya sombra pareciera nunca disfrutaré. Sin embargo, trilobites, nautilos, un quelonio, seis helechos de fuego, una araña de vino, estrellas sedentarias y estrellas nómadas, reptiles sin carne y felinos implumes, un hipocampo hipnótico y dos medusas glandulares salieron a mi encuentro. Aquellas dos medusas se alinearon frente a mi flor ventral, y en la transmutación de la luz perfecta, se hizo visible un tercer cnidario que me recitó un poema azul Saturno:
Con tu extremidad más pura,
Extiende el horizonte del ser.
Toca, entonces, el vientre del universo
Justo ahí, en el centro del pececillo;
Aquella entidad cuyos cristales imbricados
Trajeron bajo sus innumerables patas
Los colores de los planetas
Los nombres de los infinitos
Y la consciencia divergente.
Puse mi dedo, de no sé qué mano, en la antera más obvia de la medusa, pero antes de que pudiese tocarle de lleno ella tomó mi brazo y me llevó a recorrer el planeta entero. Me hizo conocer la altura, ésta se encuentra muy por encima de las copas de los árboles nubosos; nos disparó contra una llanura marítima y pronto, recorriendo la carne pétrea, nos encontramos con la pulpa de luz, allí pude apreciar la inmensidad vida cinética hilada con el corazón del planeta; luego, tomó con uno de sus tentáculos un hilo especialmente grueso y pude sentirme dentro de una manada de camélidos corriendo unas praderas desconocidas, que concluían en un bosque de troncos altísimos y dotados de flores anemófilas; sentí, entonces, que observaba la escena desde la copa de una palmera, pero la medusa tomó mis cienes y me hizo girar la vista hasta la costa, donde unos hongos de esponja mineral habían crecido a lo largo de años incontables, permitiendo que la vida tomase lugar en sus sombreros; un ave marina nos miró hacia abajo, y en su ojo despertó el vuelo de esta percepción, recorrimos toda la cordillera de agua; allí donde culminaba la cervical de algo, se encontraba una cuenca eterna, habitada por grandísimas narices, una serie de colores herbáceos potenciados colosalmente donde millonadas de artrópodos se movía entre poro y poro; este último flujo nos hizo recorrer alguna de las cuevas cristalinas que se hallaban escondidas entre aquella selva de patas, donde el agua recorría las paredes como los humores del viento recorría las almas. La oscuridad en aquellos lugares era combatida por el amor líquido, pero pronto unos destellos de piel me hizo percibir una nueva etapa del viaje: las tres medusas y mi consciencia habíanse fundido en un solo animal de cuatro patas. Mirábamos desde abajo como tantísimas civilizaciones se desarrollaban en Omilen antü, pero luego comenzamos a observa un camino de piedras flotantes nos llamaba a recorrerlo; cada piedra tenía su respectiva textura, coloración y humor. El primer paso lo dimos y reventó una luminosa palabra, éramos ahora una lamprea. Un oscilar y éramos ahora un celacanto. Así sucesivamente: una babosa colorida, un seudópodo, una planta hexagonal, el fruto de la tierra y el fuego, un tornado foliar en un desierto, un canto gutural, un polinizador, un guerrero del miedo, y tantas otras cosas que no logro recordar. En el cielo se paseaban cuatro planetas: Urano, Mercurio, Venus y Saturno. Cuando llegamos a ser una medusa por completo, las siete lunas y los siete soles estaban sobre mi nuevamente, pero pestañé y el paisaje de Omlien antü era el mismo, el mismo que logro obtener después de tantísimos filtros racionales.”

            El silencio lo miró con desinterés y le preguntó “¿Quién creó los soles y las lunas?”. 

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