(…) Creyó
despertar, entonces, Yehoshua de un pequeño efímero
destello minúsculoide-magnificoide de onirificación cristal tornasolar.
Tenía aún la mente embotada, vibrando pesadamente mientras cada uno de los
valles de su cerebro iba consumiendo el agua que un aluvión de experiencia y
conocimiento dejó en absolutamente cada rincón, ladera, quebrada, meseta y
cordillera de su cuerpo. Por un instante, creyó sentir que la flor de su pelo
había aparecido, saludando aquello que le recibió en el sueño. Se levantó, entró
al palacio del Liquen y ahí se hallaba, por primera vez, un Silencio; una
serpiente con lecturas imbricadas por toda la piel y los ojos atentos a la
vanidad del tiempo. Sin esperar que se le comprendiese, se largó a hablar:
“Siete soles y siete lunas había sobre mi, cada uno tenía
una distancia radial y perfecta desde donde se encontraba mi Voluntad
florecida, y aquella distancia era proporcional a la cantidad de conversas
trascendentales que he mantenido con cada uno de aquellos cuerpos luminosos en mis
días en Omilen antü. Siete civilizaciones lunares que pareciera que nunca
conoceré; siete mil tépalos solares cuya sombra pareciera nunca disfrutaré. Sin
embargo, trilobites, nautilos, un quelonio, seis helechos de fuego, una araña
de vino, estrellas sedentarias y estrellas nómadas, reptiles sin carne y
felinos implumes, un hipocampo hipnótico y dos medusas glandulares salieron a
mi encuentro. Aquellas dos medusas se alinearon frente a mi flor ventral, y en
la transmutación de la luz perfecta, se hizo visible un tercer cnidario que me
recitó un poema azul Saturno:
Con tu extremidad
más pura,
Extiende el
horizonte del ser.
Toca, entonces,
el vientre del universo
Justo ahí, en el
centro del pececillo;
Aquella entidad
cuyos cristales imbricados
Trajeron bajo sus
innumerables patas
Los colores de
los planetas
Los nombres de
los infinitos
Y la consciencia
divergente.
Puse mi dedo, de no sé qué
mano, en la antera más obvia de la medusa, pero antes de que pudiese tocarle de
lleno ella tomó mi brazo y me llevó a recorrer el planeta entero. Me hizo
conocer la altura, ésta se encuentra muy por encima de las copas de los árboles
nubosos; nos disparó contra una llanura marítima y pronto, recorriendo la carne
pétrea, nos encontramos con la pulpa de luz, allí pude apreciar la inmensidad vida
cinética hilada con el corazón del planeta; luego, tomó con uno de sus
tentáculos un hilo especialmente grueso y pude sentirme dentro de una manada de
camélidos corriendo unas praderas desconocidas, que concluían en un bosque de
troncos altísimos y dotados de flores anemófilas; sentí, entonces, que
observaba la escena desde la copa de una palmera, pero la medusa tomó mis
cienes y me hizo girar la vista hasta la costa, donde unos hongos de esponja
mineral habían crecido a lo largo de años incontables, permitiendo que la vida
tomase lugar en sus sombreros; un ave marina nos miró hacia abajo, y en su ojo
despertó el vuelo de esta percepción, recorrimos toda la cordillera de agua;
allí donde culminaba la cervical de algo, se encontraba una cuenca eterna,
habitada por grandísimas narices, una serie de colores herbáceos potenciados
colosalmente donde millonadas de artrópodos se movía entre poro y poro; este
último flujo nos hizo recorrer alguna de las cuevas cristalinas que se hallaban
escondidas entre aquella selva de patas, donde el agua recorría las paredes
como los humores del viento recorría las almas. La oscuridad en aquellos
lugares era combatida por el amor líquido, pero pronto unos destellos de piel
me hizo percibir una nueva etapa del viaje: las tres medusas y mi consciencia
habíanse fundido en un solo animal de cuatro patas. Mirábamos desde abajo como
tantísimas civilizaciones se desarrollaban en Omilen antü, pero luego
comenzamos a observa un camino de piedras flotantes nos llamaba a recorrerlo;
cada piedra tenía su respectiva textura, coloración y humor. El primer paso lo
dimos y reventó una luminosa palabra, éramos ahora una lamprea. Un oscilar y
éramos ahora un celacanto. Así sucesivamente: una babosa colorida, un
seudópodo, una planta hexagonal, el fruto de la tierra y el fuego, un tornado
foliar en un desierto, un canto gutural, un polinizador, un guerrero del miedo,
y tantas otras cosas que no logro recordar. En el cielo se paseaban cuatro
planetas: Urano, Mercurio, Venus y Saturno. Cuando llegamos a ser una medusa
por completo, las siete lunas y los siete soles estaban sobre mi nuevamente,
pero pestañé y el paisaje de Omlien antü era el mismo, el mismo que logro
obtener después de tantísimos filtros racionales.”
El silencio lo miró con desinterés y
le preguntó “¿Quién creó los soles y las lunas?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario