lunes, 24 de junio de 2013

3. Los siete cadáveres

En un principio, cuando las culturas recién comenzaban a entender lo que pensaban, una furiosa enfermedad les hacía temer cada noche. Era tan esporádica e intensa que jamás  se sabía quién iba a morir por dormirse, por soñar. Los hombres, mujeres, niños y ancianos que dejaban de reposar ese largo tiempo bajo el manto nocturno por tener un montón de imágenes increíbles en el cráneo que le hacen desvelarse, revelarse y conocer de dónde vino, que le responden más de lo que humanamente ha llegado a hacer por responder. Son pocos los bípedos que lograron soportar este terremoto de información, que sólo se presentaba en las noches más despejadas de pensamientos y quehaceres, aquellos hombres sólo habrían ingresado parte de su ser en la pradera primaria y sin siquiera ser presentados a las grandes cantidades de la cascada creadora del universo.
La enfermedad del soñar fue tal para los primeros hombres, que de alguna u otra manera lograron juntarse todas las culturas apenas dividas, lograron encontrarse en un lugar de la tierra para discutir con movimientos, cantos y representaciones lo complejo que era el soñar. Cada cultura presentó al hombre o mujer más afortunado y experimentado en el plano de los sueños, aquellos que habían sobrevivido a uno o más de estos eventos y aún seguía ligeramente cuerdo. Aquellos ocho personajes, cuatro hombres y cuatro mujeres, serían entregados muertos a los sueños para que una vez estando allá, no podrían volver a ser asesinados por la enfermedad; los más sabios tenían alguna noción de que cosas andaban por allá, después de recopilar la información vomitada en forma de espasmos por los agonizantes seres que se mantuvieron un buen tiempo en transición de muerte. El encuentro de las civilizaciones creó espontáneamente un hermoso encuentro para compartir creencias y vivencias, especias y materiales, pero todo iba bien relacionado con el trascendental sacrificio que daría final al efímero sentimiento comunitario. Ocho culturas ligeramente distintas pero con ocho humanos estrechamente relacionados entre sí, cada uno parecía ser la futura expresión llevada al extremo de su civilización misma.
Cuatro hombres y cuatro mujeres fueron estirados en ocho piedras tibias, a la orilla del mar y equipados con sus respectivas armas. Cuatro hombres y cuatro mujeres sin miedo a morir tenían en sus párpados el peso de cinco días sin dormir, cinco días de abstinencia al sueño para asegurarse un profundo sueño del que no volverían. Cuatro hombres y cuatro mujeres partirían sin saber a la pradera primaria para dar solución a esa enfermedad, pero creían que iban a batallar, creían que iban a enfrentarse con esas negras bestias descritas por sus pares. Cuatro hombres y cuatro mujeres fueron despojados de la vida al mismo tiempo, bajo el dulzor de una noche pacífica, arrullados con el susurro de la marea, cobijados por la temperatura de sus piedras y cuidados por su cultura entera. Cuatro hombres y cuatro mujeres se fueron muertos al más hermoso de los posibles sueños para jamás volver, cada uno con una estaca de madera en el corazón.
Extrañamente, los ocho personajes sintieron estar llegando a algún lugar. Se tomaron las manos por inercia, no se habían dado cuenta de que estaban en un sitio y sentados en círculo, se miraban las caras eternamente desconcertadas. Pudieron sonreírse los unos a los otros con un alivio de no sentir dolor, otros alegraban los ojos por enterarse de cómo es estar muerto. Se soltaron las manos para pasearlas por el exquisito césped que hacía de cojín, pasearon también los ojos por las hermosísimas lomas que se distribuían por todo el lugar, hasta detenerse con los troncos de un rarísimo bosque de follaje frondoso amarillento. Se sentían felices, despojados de peso alguno, vivos. Uno de los hombres se levantó y mantuvo las rodillas flexionadas, los hombros tensos y los ojos derechos, estaba a la defensiva; a lo lejos se encontraba una loma llena de cadáveres correspondientes a los difuntos por culpa de los sueños y más allá se acercaba un grupo de perros oscuros. Sin pensarlo dos veces, los ocho humanos imaginaron sus instrumentos de caza y al instante aparecieron sobre sus cuerpos. Los canes detuvieron el paso y simplemente miraban con distancia, sabrían lo que venía, los violentos humanos les despedazaron y la carne de los animales quedó desordenada por el césped, la sangre rebotaba en el piso y gritaba poder volver a las venas por las que corría antes. El pelaje de los animales era confundido con el tenue color que quedó en el lugar y los ocho hombres se quedaron mirando el desastre que habían dejado, nada habían hecho, esto no era la solución a la enfermedad porque los perros oscuros no eran el sueño tan agonizante y revelador que nublaba las córneas de sus hermanos. Sólo entendieron esto último cuando hubo llegado otro grupo de perros duplicados que armó un círculo aún mucho más grande que el de los humanos, enjaulándolos en el juicio del mal actuar, de las acciones precipitadas y apuradas. Los ominosos canes, sólo para dejar todo claro, dijeron a los cuatro hombres y cuatro mujeres:
Sólo aquellos hombres que soñaban se podían asomar a la pradera, algunos otros se perdían y morían en el sueño calcinados de tanta belleza. Ahora seréis sometidos a ofrendarnos las vidas de sus pares equivalente a las de los nuestros, sólo entonces dejaremos de ser perros oscuros. En el entretanto, cuidaremos de que ningún otro bípedo logre escurrirse en esta maravillosa realidad onírica, por lo inconsecuentes e irresponsables que son. Ahora largaos, que mientras antes traigáis las eternas ofrendas, antes acabarán con su eterno castigo.
         Los cuatro hombres y cuatro mujeres agarraron un poco de tranquilidad al saber que ya no morirían sus parientes por un mal soñar, por no saberlo hacer. Se retiraban con un castigo pero satisfechos por cumplir la misión que les costó la vida. Se tomaron las manos y se retiraron al bosque, allí en el universo entero encontrarían una solución. Cuando estuvieron próximos a cruzar, la polilla se posó en el hombro izquierdo de todos ellos y se bebió la vitalidad; se puso a la izquierda de todos porque todos eran humanos, en ese preciso instante murieron verdadera mente, murieron para volver a este mundo con un filtro diminuto y pasearse por entre los mismos humanos para buscar las ofrendas. Su nueva misión sería volver a vivir, pero llegarían a esto una vez que cada uno ofrendara a su cultura entera. Los años pasarían y éstas se reproducirían, entonces los hijos e hijas traerían las esencias de sus padres en cantidades menores. La labor parecía no tener final, pero salvaba actualmente de los humanos para no morir agonizante en los sueños, a pesar de que la labor de los ocho cadáveres fue en un comienzo  quitar el aliento a sus propias culturas mientras dormían, ausentes de dolor y revelación, una muerte silenciosa y somnolienta.
         Los ocho cadáveres buscaban a los humanos que tenían la esencia de las primeras culturas y se los llevaban cuando se encontraban algo débiles para volver a la “realidad”. Muy frecuentemente eran los enfermos, pero también había personas tan apegadas a la pradera primaria que hasta parecían dejarse llevar por propia voluntad. Los ocho individuos paseaban así infinitamente por todo el planeta, para juntar cada uno la unidad completa de la cultura que les sacrificó. Buscaban volver a la vida para enseñar a todos los demás humanos a soñar, para buscar armonía entre los perros oscuros y los hombres.

         “Parece siniestra la labor de los cadáveres, a pesar de que quisieran unificar a las dos personalidades oníricas más abundantes del planeta” Fueron las palabras que encaminaron al octavo de los ocho cadáveres por otra senda, justo cuando se llevó la vida del ser humano milenario. “Mil años han pasado desde mi sacrificio, y quién sabe cuántos otros miles deberán pasar”. El cadáver decidió recostarse en un lugar del planeta para recrear su sacrificio, quería llegar a soñar nuevamente y encontrar otra solución posible en este universo de lo probable, no le cabía en su inerte cráneo el hecho de someterse a una única salida. Mientras esperaba por dormirse, comprendió que en realidad buscaba a la polilla. Viajó largamente hacia su izquierda y desapareció, la encontró y de alguna manera se volvió el primer chamán.  Sólo quedan en el mundo siete cadáveres, a ellos les corresponde liberar a la raza humana para disfrutar del soñar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario