lunes, 4 de marzo de 2013

Una bocanada antes de la irrealidad (plantae)


El pino es un árbol considerado con mala madera o de baja calidad, pero también es uno de los árboles más abundantes, existen en casi todas las regiones urbanas demostrando la variedad posible de físico, atractivos fisiológicos y priorizaciones inteligentes. Sus esporas son producidas en grandes cantidades por sus prehistóricas flores, de manera que se aumente la posibilidad de vida que tienen en el lugar que puedan atravesar. El pino está donde esté el hombre, cuando encuentra su lugar salvaje, se desarrolla como puede, salvajemente.

Hay veces que ese hombre se lleva a su pino al norte, donde éste crece imitando al cáctus. En el sur están obesos de hojas y en el centro son un punto medio. El pino, cuando ya es grande, sobrevive como se debe en los bosques de asfalto, cemento, alquitrán y cadáveres caminantes. En ocasiones es cuidado como mascota, en otras como vegetal dependiente. Hay pinos que eligieron crecer en los bosques, abundando los de su especie y viviendo aquel delicioso paraíso soleado y fotosintético, donde la clorofila pueda estallar libremente y la sabia es una obra fluvial. Hay hombres que son dominados por instinto impuesto de civilización y terminan por devorarse los bosques, convirtiendo el sueño forestal de los vegetales en una serie de utilidades humanas: calor, comodidad, materiales, muestra de hegemonía.

Va en nuestra propia naturaleza ser del montón, va en nosotros ser un pino como ningún otro. Cuando el viendo decide por liberarnos, estemos listos o no somos liberados. En la caída, o en el viaje, nuestro progenitor nos pasea por el irónico mundo; los de los bosques, con orgullo e incertidumbre; los de los espacios urbanos, con vergüenza; los no descubiertos, con las leyes del guerrero.

Lástima me parece, al verlo todo desde aquí arriba, que los más poderosos al proliferar son aquellos que viven en lo urbanizado, en la selva muerta. No se dan cuenta del poder que tienen, que sus raíces pueden levantar una ciudad entera, que sus ramas pueden atravesar inmensos edificios y que todas sus hojas podrían robar el sol de los despreciables humanos. Sin embargo, son convertidos en humanoides o, en el mejor de los casos, vegetaloides. Lástima también me parece, que aquellos sobrevivientes de los viajes interregionales se profundizan en este mundo tan bien cotizado, terminan siendo pinos de otro color, pero tinturados con toda la resina urbana sedimentada en sus hojas y tronco y flores y raíces. Por otro lado, aquellos que por cosa de suerte, elección del viento, destinos divinos o voluntades fuertes, terminan viviendo en una fabulosa frontera ciudadana, con sus bases en hermosos y potenciales paraísos sin peligro de urbanización, pero con las ramas sumergidas en un dineral humanizado.

Hay pinos que eligieron no ser pinos.”


Vine a germinar en estas tierras, pues vine de un puñado de esporas escupidas en lo austral. Me pregunté si no caía en tierra por si el viento así lo había decidido, pero luego me di cuenta que no fui identificable para él. En vez de caer en mi vuelo, tomé una ráfaga de conocimiento alternativo y llené mi figura de polvo astral, formé extremidades que me mantuvieran en vuelo fugaz para jamás dejar la vista de infante, por último, me mantuve a la altura de un pino común. Aquí generé todas mis reflexiones. Aquí, en esta altura, me mantengo para fijarme si hay algún otro camino ventoso. Aquí me di cuenta de que allá arriba hay otras esporas tan grandes y exitosas que parecen pinos enraizados con el universo. Creo que pronto iré a pasear con las estrellas. Creo que pronto germinaré en el oxímoron surrealista y conviviré con todas las esporas que siguen el camino cósmico, en el oquedal de los tiempos.

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