martes, 19 de marzo de 2013

Lamprea



Si alguna vez tuviese que volver a morder la sustancia de la que está hecha el tiempo, nada asegura que pueda presenciar nuevamente la crocante permutación espacial que tomaba el cielo entero y todo lo que se difuminaba por debajo de él.

            Las grandes cosas que se pueden aprender están tanto dentro de uno, con una forma tan explícita que hay seres que se atreven a disolver aquellas verdades con materiales racionales; como en el exterior, exquisitamente descritos por las metáforas que se distinguen una de otra precisamente porque han creado algunas otras leyes ortodoxas para todo aquel que quisiera presionarles a la deglución. De cualquiera de las formas, existe un plano exterior. El tiempo y el espacio son dos sustancias rígidamente abstractas, que van construyendo un contexto fuera de todo lo que podemos o podríamos percibir, pero conteniendo todo lo concreto dentro de sí. Nos han demostrado que sólo existen dos direcciones, generando una ilusión de las otras que solemos tomar. El promedio de la cantidad de tiempo y espacio que utilicemos para cualquier cosa explica la gama de direcciones y sentidos virtuales posibles en el universo del este rey y esa reina. Por último, estas dos existencias son gráficamente perpendiculares, incluso comprendiendo lo que es la materia y la antimateria para definir todas aquellas cosas que no caben en el cerebro humano, en ninguna de sus profundidades de conciencia, ni en la conciencia misma.

            Darme cuenta de dónde me encontraba después del estrafalario estruendo que marcó irremediablemente las dos realidades, la que conocí y la que conocía, generó en mí la sensación de un fruto en desarrollo que decide despertar de su crecimiento abriendo el pericarpio que custodia sus semillas. Me encontraba en una embarcación pequeña y hecha de greda, tenía una extensión en el medio y de ella se sostenía una tela blancuzca y transparente en ocasiones. Se paseaba por el lugar una corriente ventosa que me invitaba a ver el aleteo de la vela, para terminar apreciando todo el lugar: una colosal estructura semiesférica, tinturada de bermellón juzgón, que me aprisionaba entre sí y la superficie de una tranquila masa de agua, que reflejaba por ratos los colores rojizos y pálidos del lugar. La embarcación era muy estable. El lugar permaneció muy tranquilo y silencioso. Tuve la extraña sensación de que todo en ese momento era muy similar a lo que conozco, mas sin serlo concretamente. Lo líquido comenzó a ponerse turbulento bruscamente y, de la misma manera, una lamprea magnánimamente escupida por el agua terminó suspendida en el espacio que quedaba entre la superficie y los límites del sanguinario domo. Se quedó allí un momento, se acomodó con espasmos apelmazados y luego parecía nadar enérgicamente en la nada, sin avanzar. La marea decidió oscilar conforme el cuerpo de la lamprea ondulaba, acrecentándose de manera exponencial a tal punto que en un instante me hallé aferrado a la embarcación mientras el uniforme oleaje desequilibraba mi paz. Todo se volvía desdichadamente extrasensorial, pero sin separar mi cuerpo de lo hostil del lugar. Desde el lomo de la lamprea brotaban calcificaciones y luego se ramificaban por sus costados. En determinado momento me pareció ver un cráneo y una espina dorsal hermosamente ubicada por fuera del animal, simulando una armadura biológica. Las paredes del domo comenzaron a secretar huesos en grandes cantidades, cubriendo todo el encendido bermellón de un tenebroso gris-blanco poroso. La superficie del agua se plagaba de escamas, primero pasando por una etapa gelatinosa, cartilaginosa y dura, finalmente. Cada cosa ocurrida era perfectamente coordinada con la oscilación evolutiva de la lamprea; de un momento a otro dejó de ser una estructura fluida, sino que era un puñado de huesos dedicados a serpentear. El paisaje completo era ahora un piso de plateadas entidades que brillaba desordenadamente por los rayos de luz que lograban escurrirse entre los huesos ordenados en forma de semiesfera.

            Me llené de perfidia, filtré más allá de todo microscópicamente definible. En algún momento me hallé inmerso en la bariogénesis, presencié a la transición de un animal, me apoderé de lo efímero. Un segundo evolutivo se me hizo eterno, un cromosomas completo me mostró su voluntad esquelética.

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