En un pueblo circular, en medio de las llanuras, nació Azhir. Esta fémina quería encontran la solución al flujo del tiempo y lo estático de espacio, pero nadie en toda la región podía responderle; decidió entonces emprender un viaje hasta el lecho de Bennu, que se encontraba por donde nacían todos los ríos. Tomó un equipaje ligero, dado que las condiciones climáticas de la zona daban lugar a una inmensa serie de recursos nutritivos suculentos y también secos, y luego emprendió su viaje con el pie izquierdo; con la mano derecha se despidió de su bien conformada familia sin considerar la reacción de ésta, sin previo aviso y sin advertencia ni pista alguna. La noche se lanzaba por sobre la arena y encima de ésta crecía el tradicional matorral sombrío, cada noche, haciendo de las llanuras un denso bosque de oscuridad en el cual incluso crecían pájaros de luz, que comían todos y cada uno de los frutos lumínicos que cuajaban a la media noche y concluían la madurez un par de horas antes del amanecer. Un festival de canto y degradación ante la aparición el primer sol, luego el cielo se pintaba de vida y se hacía visible la flora perenne de las llanuras. Azhir saboreaba con gusto la primera gran transición de su vida, sin saber realmente a qué se dirigía cuando el Bennu respondiese aquella pregunta tan grande y peligrosa al ser respondida.
Fruto tras fruto, arrollo tras arrollo, loma tras loma, así transcurrieron treinta días de paso ligero por los pies de Azhir, así muy rutinario día y noche adornado por siete soles y siete lunas hasta el encuentro de los pies de las mesetas verdes. El contraste era abrupto, caótico, brutal y grotesco, puesto que en cuanto terminaba la arena reventaba una cubierta verdosa de frondosidad envidiable, y luego de un cielo muy despejado se encontraba el intenso flujo de seres que entraban en la selva en busca del lecho del Bennu. Azhir no podía distinguir si era más denso el follaje de todos aquellos árboles, arbustos, pastos, suculentas y colosos, o la carne de quienes buscaban respuestas entre los espirales de plumas.
Allí, en el punto exacto donde la arena de las llanuras abrazaba los pies de las inmensas mesetas verdes, crecían esporádicamente comunidades de Cucú que, según los cuentos que le contaba la abuela Shanti a Azhir, era la planta que correspondía a la mítica Plumbeia, crecía de aquellas lágrimas muy sinceras de su pecho que siempre ocultaba ante los ojos de los otros dioses. El cuento también contaba que el fruto del Cucú, algo así como un melón muy verde por fuera y color desconocido por dentro, fortalecía todos los sentidos del cuerpo, pero para obtenerlo había que cantarle y rezarle a la planta y si se tenía suerte, la eterna floración de ésta culminaría en el pepónido. Azhir se sentó de rodillas y saludó a las plantas de primeras; en cuanto hizo esto, la cara de cada una de las flores se dirigió hacia ella. La situación le sorprendió, se sacudió los espasmos y cerró los ojos para comenzar a cantar:
"Un color me ha encontrado en la noche...y la noche se sorprendió...una sorpresa regó al color...y el color se abrió...La abuela me dio una valija...para guardar el color...pero el color era tan grande...que la valija reventó...Entonces puse el color en la noche...pero el día se lo quitó...Creí que todo se había perdido...pero entre el día y la noche...un nuevo sol brilló...aquel sol, era mi color.."
Las flores comenzaron a llorar y se cerraron, para abrirse al anochecer, pero ya no eran flores, sino tres frutos de Cucú. Azhir tomó los tres, abrió uno para comerlo y notó que el color que había dentro del fruto era el mismo color que describía la abuela Shanti cuando le enseñó la canción. Masticó, sintió el extremo dulzor y luego mucho dolor en las muelas. El intenso flujo y las voces del gentío que entraba en la selva cesó y únicamente un canto escuchó; los árboles abrieron paso a un túnel en medio de toda la frondosidad y había cabellos que marcaban un camino hacia un paradero lejano. Azhir partió con su pie izquierdo y se despidió de las llanuras, caminó y caminó y encontró a Plumbeia muy luminosa, jugando con ochenta roedores blanquecinos a los pies de una cascada. Sin querer ofender, pero muy voluntariosa, escapó del lugar para no quedarse jugando eternamente con Plumbeia, como cuenta la leyenda, así que siguió el camino de cabellos que se escurría muy cerca de la cascada. De la nada comenzó a correr muy desesperadamente, y la selva se volvió un silencioso palmar, a lo lejos el fulgor del Bennu se hacía notar y sobre él un constante espiral de pájaros de todos colores reflejaban la vida que emanaba el león. Se acercó sigilosa, con los pies ligeros y llenos de historias, el león la observó con amor y mucho antes de que Azhir comenzara a formular su pregunta, el león saltó de su lecho y le mordió el cuello. En vez de espantarse con la respuesta, la muchacha miró hacia el cielo y pudo ver por entre los pétalos de cada pájaro aquella montaña que daba lugar a todos los ríos. Sintió, por último, la tibia sangre de su interior mezclándose con su morena piel y tambien cómo el Bennu le dejaba cariñosamente en su lado izquierdo, pudo distinguir que no era la única en el lecho del león, sino que habían otros cuantos en la misma situación, quizá presa de la misma pregunta. Cerró sus ojos y se entregó a su muerte, satisfecha.
"Ya estamos todos, madre, padre, hijo, hija, hemano, hermana. Es hora de comenzar"
Azhir abrió sus ojos, su consciencia se había unido a la de los otros siete participantes y se encontraban inmersos en la vitalidad del Bennu. Escalaba con belleza aquella única montaña y en cuanto alcanzaron la cima, llena de nieve y la extrema hermosa vista, pudo apreciar absolutamente todas las aristas del único continente de Omilen antü. Entonces saltaron hacia el norte, con mucha fuerza y amor, y antes de caer, una nueva montaña surgió. La orogénesis de la segunda generación comenzaba ahora, es la nueva época en donde se persiguen ballenas para aprender su lenguaje. El único idioma que no conocía el Bennu era, precisamente, el de las ballenas.
Cuando la lepisma recorría lo absoluto y la nada, se encontró con un efímero, y éste le disparó unos maravillosos cetáceos. Cayeron en algún lugar de su corazón, y el Bennu, el Tentuu, fueron a buscarles y aprender. Que el tiempo es mito y el espacio su pareja, pero los dos están hechos con espirales de pájaros y una misma piel mineral.
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