viernes, 12 de diciembre de 2014

Iris

"Hay ocho ojos en el cuerpo, cada uno concibe al mundo de una forma distinta, pero todas son necesarias: Un espiral contínuo y lleno de escamas magnificamente imbricadas; la vida relatada;  aquella sincronía perfecta de vocales y llena de colores;la pulpa del desierto; la cúspide de la selva; el fondo de una montaña; la pureza del mar; la solidez del aire. Olvidar tan bellos detalles porque una espina se nos ha enganchado a la piel sólo nos traerá dolor, dado que la vida únicamente nos pide vivir."
En el comienzo, la Lepisma dispuso infinitas partículas divinas incrustadas en las telarañas invisibles que se tejen bajo sus patas, eran el rocío de la vida. Mientras su paso por la nada era infinito, había que llenarlo de creación y, de esta manera, dejar un rastro de recuerdo por los pasajes y senderos que jamás antes habían existido. Esta es la caminata pionera, una caminata que emprendía cada una de las voluntades evolutivas que surgen por simple sincronía de emociones, sentimientos y contrastes. 
Cada una de aquellas partículas divinas formó un espiral en sí misma, repartiendo la vida a manera de fractales y de las más infinitas y originales formas, donde ningún color se repetía y ningún patrón era similar a otro; la diversificación iba a pasos agigantados desde ínfimos suspiros hasta colosales gritos. Luego llegó el polvo y lo húmedo se hizo viscozo, el paso por lo gélido de lo absoluto terminó por solidificar la piel más externa de estas entidades y la Lepisma les llamó Hydeass (planetas). La personalidad cromática que carcaterizaba a cada Hydeass estaba determinada por la cercanía con el vientre de la lepisma, formando de esta manera un arcoiris onírico. 
Allí, por donde los colores de viento comienzan a ser notorios, germinó un Hydeass que se encontraba especialmente asociado a la pata más izquierda de la Lepisma; en ese mismo lugar se daría origen al Bennu, la expresión máxima de las partículas guerreras que componían la existencia de la Lepisma. El Bennu fue, en un principio, un león con bellísimos filamentos que ahuyaban "melanismo" por cada brisa se le topaba, y por cada ventarrón salpicaba versos de sombra, y por cada tormenta nacía de su mismo pelaje una monstruosa versión de la involución, pero por cada huracán que se le ponía en frente un ojo devorador aparecía en algún lugar de la invisible telaraña, devorando cualquier primordio de vitalidad. A pesar de su magno poder, el león Bennu rehusaba de acometerse contra su padre directo y prefería llenarse de conocimiento. Omilen antü fue el nombre que dio a aquella tierra ventosa y desértica que le dio lugar, una vez que recorrió las cavernas cardiacas que concluían en el corazón del planeta, una vez que conversase mil años con aquella personalidad esférica, magmática y pétrea. Subió entonces la montaña más árida y alta de su tierra y plantó allí una semilla ventral, por la que comenzarían a fluir extensas y finas raicillas que conectarían cada una de las articulaciones, musculatura y huesos del planeta a su propia voluntad. Decidió, entonces, ir recorriendo la telaraña invisible para llenar su oscuro pelaje con los colores más sinceros, los mismos que iban componiendo la existencia de la Lepisma, pero en una expresión más burda y física. Comenzó por recorrer los senderos cósmicos, una vez que aprendió a observar los distintos niveles de la materia; luego se paseaba por las regiones etarias, porque se enamoró con el tiempo, y se correspondieron. En uno de sus viajes llegó a toparse con la cola de la Lepisma, en el sector más imposible y onírico de toda la existencia, la creación y la inversión (aunque no existía cosa alguna que pudiese superar lo que había más allá de lo existente, sólo la Lepisma podía concebir en su experiencia las grotescas vivencias en la Nada); y en esa zona descomunal se volvió estudiante de las hermanas Turritopsis: Nutrícula y Dohrnii, concluyendo en la magnífica capacidad de nacer y renacer, la trenza perfecta para ir por siempre con su amado eterno, el mismísimo Tiempo, y sin hacerle actuar como hipócrita ante su labor, dictada por la Lepisma.

Con el tiempo, el león Bennu llenó su ominoso pelaje con minerales hexagonales, la púlpa cristalizada de geodas recóndicas, hermosas arcillas, y su pelaje fue hecho con plumas ofrendadas por numerosas aves paradisiacas que se repartían por todo lo recorrido. Uno a uno fue recolectando los fragmentos de su personalidad y una vez que se sintió completo, decidió comenzar sus labores divinas en el planeta del que provenía; al llegar, muy cansado del eterno conocimiento, descubrió que por las tierras desérticas habían aparecido mares, ríos, lagos, una variedad intensa de personalidades botánicas y sobre ellas una variedad aún más intensa de personalidades evolutivas cinéticas. Por entre algunas acumulaciones de amor y seguridad geográficas, se discernían bípedos que se contaban entre ellos mismos la llegada de un antiguo dios, aquel que cuya furia fue a encarar. Desde entonces, cuando el Bennu descendió sobre la montaña más alta de Omilen antü, un altar de vida le vino al encuentro, y una fuente de espiritual revivió la personalidad implume de su melena, evocando en aquella cuna todas y cada una de las aves que componían su follaje cervical.
"Allí mismo le vi bajar, poniendo sus bellísimas patas sobre la piel verde de la selva, sentí entonces cómo se levantaba la tierra ante su encuentro. Se separaron varios árboles, pero un palmar dio lugar al lecho de nuestro dios Bennu. Me acerqué temblorosa y me dijo "Shanti, darás a luz a Kumo, mi único hijo, y le enviarás con la voluntad del viento". Desde ese momento que llevo una semilla en mi pecho, esperando mi muerte para crecer sobre mi tumba, aquel Kumo que quiere nacer en la cordillera de la que vengo...Con ocho ojos quiere observar las ocho montañas, y con ocho colores primos dira sus primeras ocho palabras."

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