viernes, 12 de julio de 2013

4. El primer Chamán

Después de ofrendar novecientos noventa y nueve humanos perdidos en los sueños, el octavo de los ocho cadáveres comenzó a cuestionar su labor; al menos él tuvo el tiempo suficientemente aprovechado como para desarrollar pensamientos superiores a los que su primitiva raza le permitía llegar y, por novedad, sacó conclusiones que le significaron un cambio de rumbo en su eterna labor de sacrificios. Sólo esperó a encontrarse con un errante humano más en la faz de la tierra para encontrar las escusas que le faltaban y desistir con la hecatombe silenciosa y somnolienta. Se acercaba el milenio de su empresa y finalmente encontró al hombre milenario, ese personaje que sería la ofrenda numero mil de todas sus ofrendas y la definitiva, la última. El humano era la más fiel representación de este cadáver en sus tiempos mozos; era aquel joven de bellas y tostadas facciones emocionado de vivir, deslumbrado por lo que su gente llama “sueños” y enamorado de la muerte. El cadáver vio en el joven durmiente su propia salvación, su suicidio. Se superó, cambió lo abstracto que era el material que componía sus células y se volvió tangible por unos minutos, se paró encima del hombre milenario, le tomó la cabeza con las dos manos y le besó la frente, el humano despertó y le miró a las vacías cavidades oculares. El cadáver le recitó:
“Parece siniestra la labor de los cadáveres, a pesar de que quisieran unificar a las dos personalidades oníricas más abundantes del planeta. Mil años han pasado desde mi sacrificio, y quién sabe cuántos otros miles deberán pasar.”
El joven se quedó muerto entre las frías manos del cadáver y calló en su lecho cuando el material que conformaba al homicida volvió a ser intangible.
El octavo cadáver escapó del lugar, sentía una nebulosa sobrecogedora en el interior de sus pieles muertas y se escondió de sus otros siete compañeros y compañeras de labor. El poderoso sentimiento que se desarrollaba en su vientre simulaba un aleteo continuo y el estremecimiento de polvos raros. Otro destello de pensamiento se originó su vacío cráneo y se apresuró en concretar las imágenes que allí se originaban: la octava piedra, en la que fue sacrificado, debía ser entibiada por el sol y en ella debería volver a morir. Cumplió con todo excepto con un detalle, la polilla, el verdadero poseedor de la muerte. Esperó allí, desesperanzado, alguna solución, algún otro destello de pensamiento, algo erróneamente inesperado. Lo único que surgió de aquel montaje fue el poderoso sentimiento en su vientre, el aleteo polvoriento. El cadáver recordó que la polilla estaba la izquierda de todos los hombres en el momento que fueron despojados definitivamente de la vida, entonces se levantó y se dirigió hacia su izquierda. Como en aquel momento daba la espalda al mar, el personaje eligió tal camino, a pesar de las dificultades que comprendía el viajar sobre o por debajo del mar. Su cuerpo de consistencia pobre se quedó sobre la piedra y el mar, el camino hacia la izquierda, se abrió ante él. Olvidó sus temores y preocupaciones, olvidó las ofrendas y olvidó los sueños. Sentía la frescura de la arena entre la carne de sus pies y la húmeda brisa del agua en sus fuertes hombros. Veía con claridad del curioso pasillo que se formó entre las dos paredes de agua, veía a las bestias del mar acercándose, cruzando el tramo inexistente y llegando al otro lado. La frontera, el sendero, era únicamente para él, la polilla lo había creado. De esta manera el octavo de los ocho cadáveres desapareció y sólo quedaron siete en la eterna empresa del ofrendar. Curiosamente el octavo cadáver ofrendó al último de los humanos que tenían esencia de la tribu en sus cuerpos.
Caminó sin cansarse, notó cómo crecían las paredes del mar debido a la profundidad que iba alcanzando en su viaje, caminó hasta que la luz del sol ya no llegaba directamente, sino que era un haz de luz distorsionado por el vaivén de las mareas el que llegaba a tocar la piel en la cara del revivido ser. Se detuvo, tocó su cuerpo y comenzó a llorar de alegría, de pena, sintió todo el dolor acumulado en estos mil años de agonizante tarea. Pensó en volver, después de recuperar su cuerpo y su vida, pero sería inútil dejar de lado esta nueva empresa que se le había impuesto. Ya no eran los perros oscuros quienes le motivaban a seguir, pues su tarea de ofrendado había terminado, sino que era la polilla quien lo llamaba de su eterna izquierda, quien lo llamaba desde el final de ese camino submarino. Comenzó a correr cuando sintió que desaparecía ese sentimiento en su vientre, creyó que cuando el aleteo estuviese tan tenue como el silencio ese camino entre mares se cerraría y se ahogaría ahí mismo. El aleteo polvoriento de su interior salía de su cuerpo como un río, fluyendo, creando su propio sendero hídrico. De la arena comenzaron a surgir plantas marinas, raras, primitivas, las originales, plantas que hablaban incesantemente al hombre. Luego la tierra cambió, la humedad y todas las condiciones variaban a medida que aparecía una planta terrestre en ese fondo marino privado de mar. El hombre miraba algunas plantas y recordaba haberlas visto en su vida pasada. La polilla comenzó a hablarle finalmente en conjunto con todas las plantas que oscilaban en torno al viajero en el sendero, le enseñaban sobre todo el poder que había en la tierra, sobre las distintas formas de acercarse a la realidad y la necesidad de un “contraste” para aprender y el “capullo” para madurar. El joven fue aprendiendo, su mente estaba increíblemente abierta y buscaría una manera de explicárselo todo a sí mismo, sin sobrepasar esos límites de explicación que llevaron a la morbosidad del hombre a extremos horribles de investigación, extremos en que alejan las respuestas y se inventan o creen ver la solución. Las plantas de distintos lugares del planeta le dijeron que tenía que enseñar a todos los hombres correspondientes una cualidad distinta a la de las “personalidades oníricas”, pues esta podría ser adquirida y sólo dependía de la voluntad de quien desea aprender sobre la realidad. Si bien la personalidad onírica se basaba en la genética, la personalidad psicotrópica se otorgaba de distintas maneras, nada en ella aseguraba que los poseedores de ésta fueran capaces de poder utilizarla y ejercer verdaderos viajes o recoger verdaderos conocimientos con ella. La nueva tarea sería entrenar a los hombres, enseñarles sobre cómo ser un guerrero, un psiconauta, la vía peligrosa para llegar a la realidad.

El hombre caminó un período de tiempo inmedible, pero todo su viaje se desplomó en un instante; cuando la lluvia de información se terminó de alojar en el cráneo del conocedor, este se encontró en la entrada de la aldea más grande de su antigua tribu. Le atendieron, no le reconocieron, habían olvidado el suceso de los sueños. Sin problemas acogió la lengua modificada de sus pares y comunicó a ellos la importancia de las plantas en la vida del hombre, comenzó toda su tribu a volverse eruditos de la flora, todos seguían los sabios conocimientos del primer chamán llegado de la nada, empapado y con los pies arenosos. Aprovecharon para conocer lo hermoso que era la selva, las cosas inmensas que contenía y que no podían mirarse con los ojos, que debían acogerse con más de un sentido y otras tantas que ni siquiera podían comunicarse entre ellos. El mismo chamán se sentía orgulloso de lo hábil que se había vuelto su tribu, pero olvidaba la labor puesta sobre él. Un día en que todos los habitantes de la tribu disfrutaban de un amargo brebaje para conectarse y conversar con las piedras, la polilla  hizo aparición. En medio de todo el gentío ella se posó en la frente del chamán, despojándolo de la vida. Como todos los demás humanos en aquella tribu comprendían a la perfección este tema, no lloraron la muerte de grandioso maestro. El insecto hizo la advertencia a todos los presentes y se marchó. El cuerpo del difunto se deshizo en la tierra, se dividió por colores y un mapa del mundo quedó ahí, plasmado en el suelo. Los aldeanos se arreglaron entre sí, se despidieron para nunca más volver a encontrarse y partieron en direcciones distintas, en busca de las otras tribus ignorantes, faltas de conocimiento y cercanía con el planeta que les criaba. La empresa de toda la comunidad se dificultaba a cada época, pues el mundo se repartía a cada momento y en determinado momento llegaron personajes ajenos al planeta para insertar a un nuevo tipo de hombre, uno que pudiesen explotar. Todas las culturas que pudieron tener contacto con los chamanes que otorgaron fieles conocimientos se esforzaron por retratar todos los sucesos ocurridos, además de graficar lo aprendido sobre el universo y los astros. Los chamanes que surgieron de aquella tribu fueron los únicos que pudieron recordar al primer chamán; los hombres y mujeres saturados de conocimiento volvían al lugar de la tierra en donde encontraron a este ser y allí mismo se depositaban para morir. Algunas culturas mezclaron los conocimientos de los chamanes con los que aprendían en los sueños, entonces se fueron creando doctrinas y otras tantas cosas muy distintas a las que fueron entregadas al “nuevo hombre”, ese personaje insertado en un lugar de la tierra para extraer los minerales de ella. Algunas culturas han llegado a encontrar la planta interior, la más poderosa de todas, esa planta que incluso está dentro de otras.

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