sábado, 2 de enero de 2016

Rechaka



 Era de noche, en un comienzo. “Este no es el verdadero comienzo, yo te hablaré del verdadero comienzo”, dijo aquel maravilloso árbol a un Yao-xantii, un niño estrella. Aquella noche, el firmamento estaba tranquilamente sostenido por sí mismo; aquella noche la totalidad del organismo se encontraba en paz, en silencio, pero meditaba sobre cuánto había avanzado en desarrollarse a sí mismo. Aquella noche había una tranquilidad total, un receso en el caos.
Soles, lunas, asteroides, nebulosas y estrellas estáticas respiraban colosal y profundamente, incluso las demás estrellas, las cinéticas o Yao-xantii, descansaban en sus lechos de plasma. No obstante, hubo un Yao-xantii que se encontraba inquieto a pesar del efímero receso universal. Es por ello que bajó de su lugar en el firmamento y dirigió su cinética hacia tierra firme, en algún planeta, o Hydeass, de todo el abanico de posibilidades que tenía. Llegó entonces a un desierto, que estando alumbrado por la luz de la Luna, Tzolo, irradiaba un hálito azul onírico. Supo entonces aquel niño estrella que al entregarse al azar había llegado hasta un destino que deseaba, pero no conocía; había llegado al desierto en el que diversos acontecimientos dieron origen a los sueños.
“Te saludo divinamente, hermana Luna. Te saludo divinamente, madre Tierra, queridísima Omilen antü.” Recitó aquel Yao-xantii con dos de sus extremidades conectadas al pecho, cuando hubo impactado dulcemente con la superficie terrestre. Se encontraba inmensamente feliz, le gustaba el contraste entre su energía interna tan activa y el pequeño receso universal que lo tenía todo en quietud absoluta. Rebosaba de emoción y curiosidad, se hallaba a sí mismo en aquel templo de los sueños. Entonces separó las manos de su pecho y dirigió su voluntad y determinación a un acto de creación. “Milagros” le llaman los espectadores a las increíbles hazañas que llevan a cabo los Yao-xantii, quienes frecuentemente se pasean por el universo creando realidades inviables ‘naturalmente’, llevaban a cabo la creación a micro-escala, imitando al creador original. Así, siguiendo su propia conducta natural, este Yao-xantii levantó una pierna, y luego de un salto se unió la otra; con su respiración lumínica y asteroidal fue invocando una serie de sonidos que, en tan solo un momento, se ajustaron a un determinado ritmo, el ritmo de su corazón. Tanto piernas como brazos se movían maravillosamente bajo la luz de Tzolo y sobre la piel de Omilen antü, aquellos movimientos despertaban ráfagas sonoras y éstas despertaban a su vez un delicado rubor sobre la tierra. Fueron levantándose así columnas de polvo, columnas salomónicas. “¡Un culto a la existencia, un culto a la creación!” se decía para sí, multiplicando y canalizando su cinética felicidad en aquel detenido universo.
La danza del Yao-xantii tuvo una magnitud visceral tal, que fue despojando del sosiego a todo su alrededor. Despertaron primero las rocas y observaron con asombro aquel palacio de polvo que levantaba con la danza, el ritmo y el amor; luego germinaron los cristales, metabolizando la confusa energía contenida al interior de las rocas y observaron con maravilla la escena. Una serie de seres minerales, magnéticos y atemporales fueron acercándose, se reunían ante aquella fogata de música y movimiento que había despertado el corazón de la estrella. Hubo un momento en que un salto de aquel inquieto ser fue dirigido por una exagerada inhalación, seguida de una retención sagrada –donde la consciencia se aturdía- y al descender nuevamente exhaló. Exhaló con tal potencia que cascadas de aliento se despojaron del interior del Yao-xantii, desmoronando el palacio, pero levantando con el mismo polvo, en su lejano norte, una figura arbórea que extendía su ramaje y follaje hasta el alto cielo. Se extendía la exhalación, se extendía el meristema de arcilla y arena hacia las alturas cósmicas más relevantes, se extendía con tal fuerza que alcanzó a tocar algún órgano del universo, lo cual derivó en una exhalación aún mayor. Aquel tiempo de receso había acabo, la totalidad volvía a fluir.
Las estrellas lejanas volvieron a palpitar, los sistemas continuaron con la infinita espiral, las nubes y nebulosas fluían nuevamente con el andar de las distintas especies y variedades de viento. Así, absolutamente todas las formas que tomaba el gran organismo continuaron con su caos y su orden. El Yao-xantii quedó maravillado ante la sincronía de lo ocurrido. Observaba cómo, poco a poco, el susurro de aire que volvía a correr en ese azul desierto despojaba de su forma al árbol de polvo. Mas la totalidad del árbol no fue podada, hubo ocho ramas y el grueso fuste que permanecían a pesar del viento. La estrella no lo comprendió, se acercó hasta aquel lejano norte que tenía enfrente y una sorpresa le salió al encuentro. Sin quererlo, alguna intención se escabulló entre su cuerpo y utilizó aquel increíble poder que poseía el niño estrella para concretarse a sí mismo. El resultado fue este árbol de ocho ramas y gran envergadura.
“¿Dónde están tus raíces? ¿De dónde has venido?”
“Mis raíces están en todos lados, de modo que he venido de todos los lugares.”
“Hm… entonces ¿cuál es tu comienzo?”
“Mi comienzo, burdamente, podría ser el extremo final de tu aliento, aquel punto en el que tu aire estrellado se convierte en mi extremadamente longeva corteza. Sin embargo, querido mío, este no es el verdadero comienzo, yo te hablaré del verdadero comienzo…”

El Yao-xantii se sentó ante aquel hermoso árbol. Mucho antes de que aquel diálogo interno continuara, la estrella sabía que el milagro no había ocurrido por su propia obra, sino que el milagro lo había acogido en sí, de modo que debía agradecer las circunstancias que dieron lugar a este evento. Al sentarse meditó brevemente, y desde la totalidad de su cuerpo se elevó una paloma cuya materia era la antípoda de una plegaria. El Yao-xantii tenía fe que aquel pequeño ave alcanzara la mayor altura del universo, pues en cuanto aquel árbol le relevase el verdadero comienzo, la paloma podría llevar hasta el destino final aquel verdadero agradecimiento.

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