miércoles, 18 de marzo de 2015

Orchidea centaura

"Un instante esconde en su pequeña existencia los abismos del cambio; son profundidades tan inmensas y tan efímeras que tan solo al callar la mente puedes escabullirte entre ellas." 
Se componen los huesos minerales de aquellos que meditan durante una o dos eternidades; cada milenio es una perla magnífica que se adhiere a las laderas de sus cabellos y, de esta manera, invocan toda la personalidad arbórea y todos los crótalos contenidos en los diminutos cristales condensados en la personalidad de cada uno. Aquellas montañas estiran todos sus músculos, repiten la danza que el universo articuló en el principio y con esto culmina el nuevo nacimiento; mueren dos y nace uno, cuando el árbol está lleno de frutos. Se sientan meditativamente una vez más, es la flor del norte mente, acomodan la proyección de sus sombras y vuelven a exhalar toda aquella vitalidad pétrea que aspiraron para llevar a cabo el sismo aureal. La conjugación del entendimiento se acomoda una vez más y cada cosa toma un nuevo lugar. Los colonos, pasmados, observan con atención todo esto, observan el encaje perfecto del nuevo mundo y la selva instantánea que trajeron consigo. Lo que era un continente es ahora una isla exuberante y frondosa, colorida y consciente. Entonces dos de ellos, los más vivos, por efecto de sus instintos, se lanzaron a los senderos de potente paso. Uno iba delante y uno iba atrás. Se encontraron con numerosos nativos aireados de piel parda y trazos de agua, les lanzaban puntos y líneas, pero nunca acertaban: aquellos dos pioneros cruzaban la selva danzando con el alma. Por entre el follaje de lo oscuro, se descubrió un portal de piedra que tragaba la luz de un acantilado; en su centro el árbol padre y madre marcaba el ritmo de la isla. De un solo suspiro los dos hombres se lanzaron al vacío y cayeron en lo profundo de las raíces de aquel árbol. De esta manera, cuando el sol y la luna se besaron en aquel instante, el hombre que iba en el medio arribó al santuario de un guerrero león.
"Tomó su respiración y le puso una vela. Luego aquellos que habitan al interior de la mente manufacturaron una cubierta y el barco ya estaba completo. Al ritmo de su alma avanzó por entre los numerosos y policromáticos mares para alcanzar unas tierras inesperadas. El lenguaje geográfico detuvo la marea y el vaivén de las velas, pues existe una belleza que nos toca con el polen del alma. Entonces se bajó de su embarcación para ir en busca del fruto"

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