Se desconfiguran los sépalos cálidos de un sol, permutan como en espirales gramíneas y acaban por invocar, en su propia forma, las altísimas hojas de aquellos astros que aún siendo estáticos iluminan de belleza el mural del universo. Se levantan pedúnculos, se levantan anteras, se levantan colosos y pasean en ellas. El suelo está hecho de guijarros, todos son las piedras sagradas de la imaginación y permiten que sobre sus lomos dotados de sincronía germine y pulule la flora musgosa de los cuerpos celestes; y por aquellas rendijas mal erosionadas por los ríos de éter, han de brotar crinoídeos minerales. Estos soloides persiguen el oscilar del cosmos y, en variadas ocasiones, logran pulsar con extrema delicadeza las cuerdas vocales que convierten en materia todas las intenciones vocales que hay en la laringe divina, creando trascendentales emociones, portones verdosos y cilicios en las almas...
En el jardín óseo hay praderas tranquilas; sobre la alfombra hay una diminuta capa de oraciones vegetales y por encima de éstas se pasea la vida.
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