La
cosa más poderosa existente en el universo decidió, un día, tomar forma física
y con ello terminó las habladurías sobre lo abstracta que era. De allí que su
viscosa apariencia llenó las venas de las grandes piedras, las primeras
células.
La entidad, hambrienta de recuerdos, fue conocida como
Muerte, pues se llevaba la vitalidad
de aquellos seres que hicieron una vez un trato con Vida; el acuerdo constaba de dos partes, donde la primera
correspondía a una etapa de desarrollo y magníficas vivencias, mientras que la
segunda correspondía a ofrendar tales historias. Vida y Muerte estuvieron desde el principio, desde donde no hay
historia, sin embargo Vida es hija de
Muerte, quien decidió parirle en un
destello de movimiento. Lo que era hasta entonces el iniverso comenzó a fluir, las cosas comenzaron a moverse por obra
de Vida, pero el préstamo de esta
energía debía ser devuelto una vez que se cumpliese con el trayecto deseado, es
entonces cuando Muerte se apropiaba
cariñosamente del movimiento cargado de recuerdos y lo convertía en lo inmóvil
que era antes, además de estrujarlo y obtener de él un líquido bondadoso, se
dio origen al universo. Cuando las
cosas estaban limpias y ordenadas, aquel líquido era llamado éter; éste se obtuvo de las primeras
explosiones sensoriales atómicas. Muerte
retiraba el éter de las formaciones luminosas y lo dejaba descansando en alguna
esquina inmóvil del planeta, para dormir sobre él. Esta sangre, el éter, era movimiento en su máximo estado
de pureza.
La expansión del todo motivaba a Vida y Muerte seguir
experimentando con las formas de movimiento que iban creando y decidieron
solidificar algunas cosas. Los minerales y cristales fueron la dualidad de
movimiento que innovaron en vivencias y recuerdos, las dos creadoras estuvieron
fascinadas con lo ocurrido y terminaron por otorgar más movimiento a las
responsables y colosales esferas de cristal y mineral, permitiéndoles almacenar
parte del éter que producían. Cada cuerpo celeste fue distribuyendo de
manera gradual el movimiento en sus partículas, incluso se compartían
información o nuevos elementos entre planetas. Cada vez que un planeta
alcanzaba un alto grado de vivencias, se convertía en estrella para ceder todo
el éter de su vida, finalizando su
existencia con una maravillosa explosión que dispersaba unidades de información
hacia otros lugares muy recónditos del universo.
Por otro lado, aquellos planetas que no poseían tanto éter ni tantas vivencias, decidieron invertir el material y
convertirlo en otro: el magma. El
incoloro y liviano éter fue
parcialmente remplazado por una sustancia similarmente luminosa, pero pesada y
lenta. Esta especie de vivencia se alojaba al interior de un planeta y se
almacenaba para tener una reserva de movimiento que asegurara el fluir de los
minerales y cristales; la empresa del éter
que tenía cada planeta le aseguraba una vida más longeva y próspera al
enlentecer el proceso. Pronto, los cuerpos celestes fueron alcanzando mayor
complejidad en su composición.
En un determinado momento, algunos planetas invirtieron
nuevamente el movimiento, en forma de éter,
para convertirlo en otra cosa: el alma. Esta
nueva creación de aquellas grandísimas aglomeraciones simbióticas de mineral y
cristal otorgaba movimiento a partículas inorgánicas para que se movilizaran
independientemente, repartieron la energía entre sus subordinados tal como Muerte y Vida hicieron con ellas. Se dio lugar a las formas orgánicas de
vida, aquellas que tenían un movimiento más fácilmente percibible y, por lo
mismo, más efímero y productivo. De allí que pequeñas sustancias fueron
formando células que se alimentaban unas de otras, traspasando la energía y las
vivencias potenciadas, de manera que cada vez que se ofrendaba tales recuerdos,
éstos eran primeramente recibidos por el seno del planeta y Muerte se apropiaba de ellas. Como
premio por la innovación en funcionamiento que propusieron los planetas, Muerte tomaría forma basándose en este
último tipo de ofrenda, infinitamente más denso que el éter, infinitamente más luminoso que el magma, infinitamente más lento que el alma: el petróleo.
El petróleo
cambió enteramente el esquema que Vida
y Muerte habían armado en el universo, ahora las grandes rocas
dispersas en el espacio tenían dos metas preciosas por alcanzar: éter y petróleo. Mientras el primero era el liviano rocío de recuerdos
para Vida, el segundo era el denso
plasma vivencial de Muerte, quien
prefería dormir eternamente en el ominoso líquido. Las formas orgánicas de vida
incluso entretenían a los planetas, que se sentían inmensamente vivos al tener
dos tipos de sangre entre sus cuerpos rocosos: el espíritu les aseguraba tener
un buen producto traducible en éter, mientras
que cuerpo era degradado hasta obtener la jalea memorial, sinónimo de petróleo. El alma y el magma serían
los movimientos propios del planeta dedicados a mover lo orgánico y lo
inorgánico, respectivamente. Las diversas expresiones orgánicas de vida siempre
serían una sorpresa para todos los presentes en la historia que partió del iniverso.
Dentro de los azares de la evolución orgánica,
apareció un pseudo-primate que era regido por otro tipo de movimiento, la razón. Ésta correspondía a un movimiento
errático generado por casualidades históricas. El bípedo tenía una creciente
necesidad de obtener poder, otro tipo
de movimiento, pero imaginario, inexistente, más bien un síndrome crítico o
potente enfermedad. Entre ellos se mataban para mostrar superioridad y “robar”
el poder que poseía cada uno de sus
hermanos. Pronto no se hubo conformado con robar el poder de sus pares y
comenzó a robar el poder de las demás
formas de vida, bajo la escusa de las necesidades básicas. Encontró muy pronto
una forma física de entender el poder:
el dinero. Se fueron saboteando entre “poderosos” para lograr grandísimas
reservas de poder, estafando a todos
los que venían por debajo de ellos mismos, a pesar de que fuesen los pilares de
su propio éxito. Era un tóxico ecosistema de mentiras en el que proliferaban
casi moderadamente, hasta que uno de los “poderosos” descubrió una de las venas
que mantenían la vida en el planeta, un yacimiento de petróleo. La Muerte que
siempre estuvo presente en sus ciclos biológicos, para ofrendar el espíritu y el cuerpo, sería despertada del
eterno descanso. El bípedo tomó la cuna de Muerte
y la sometió a combustión, a destilación, a desnaturalización, a investigación,
a explicación, a síntesis, a humillación. El hombre había tratado como un medio de obtención de bienes banales a
la más sagrada sustancia de recuerdos y vivencias, la sangre de las piedras. Muerte, sabiendo que sólo con estar en
los ciclos biológicos de este cáncer bípedo, no se desesperó y descargó su
furia y castigo de una manera increíblemente sigilosa y habilidosa: se volvería
a concretar, mas no en forma de petróleo, sino que cumpliendo con esa
imaginaria y alucinante idea del hombre, el poder.
Todas las personas que contribuyeran directa o indirectamente
a la denigración del planeta afectado caerían en las dolorosas enfermedades
consumistas, las enfermedades que les traerían vacío a sus corazones,
enfermedades que les proporcionan más de ese asqueroso instinto de poder; tendrían que luchar por su lugar
y reconocimiento social, tendrían que lidiar con la suciedad del planeta,
tendrían que atender los desgarradores destellos de consciencia, los arrebatos
políticos, las hecatombes estúpidas, guerras de hambre y de sed, la presente “fiebre de igualdad”, la caza de sueños
y fantasías, la vejez e la inutilidad, pero por sobre todo jamás gozarían de la
madurez. Los hombres serían por siempre unos niños envenenados, babosos por
hegemonía al reproducirse desenfrenadamente, al explicarlo todo inútilmente, al
mimar sus cuerpos con la medicina, al cumplir con las expectativas exteriores,
al silenciar las salvadoras voces de su interior. Muerte pidió permiso al planeta, afectado del cáncer antropocénico,
con fin de tomar las riendas del movimiento. Destruiría a los errantes seres
desde donde comenzaron a proliferar, les despojaría de todo lo que alguna vez
pudieron disfrutar, les quitaría la grandiosa virtud del desapego y la libertad
de movimiento. Tan grandioso y silenciosa es su manera de actuar que tomó a los
“poderosos” como presas suyas, haciéndoles creer que en realidad son poseedores
del poder, mientras que a la masa
ignorante que está bajo ellos, quienes les permiten alcanzar el ponzoñoso líquido,
les hizo olvidar su magna responsabilidad y culpabilidad en todo este proceso.
Y todo aquel que sea capaz de reconocer que el
derretimiento de su “mundo” es en realidad el antídoto a su planeta, aquel que
pueda despojarse el fluir común, será bendecido y guiado por Vida y Muerte.
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