jueves, 12 de septiembre de 2013

Hemorragia de piedra

La cosa más poderosa existente en el universo decidió, un día, tomar forma física y con ello terminó las habladurías sobre lo abstracta que era. De allí que su viscosa apariencia llenó las venas de las grandes piedras, las primeras células.
La entidad, hambrienta de recuerdos, fue conocida como Muerte, pues se llevaba la vitalidad de aquellos seres que hicieron una vez un trato con Vida; el acuerdo constaba de dos partes, donde la primera correspondía a una etapa de desarrollo y magníficas vivencias, mientras que la segunda correspondía a ofrendar tales historias. Vida y Muerte estuvieron desde el principio, desde donde no hay historia, sin embargo Vida es hija de Muerte, quien decidió parirle en un destello de movimiento. Lo que era hasta entonces el iniverso comenzó a fluir, las cosas comenzaron a moverse por obra de Vida, pero el préstamo de esta energía debía ser devuelto una vez que se cumpliese con el trayecto deseado, es entonces cuando Muerte se apropiaba cariñosamente del movimiento cargado de recuerdos y lo convertía en lo inmóvil que era antes, además de estrujarlo y obtener de él un líquido bondadoso, se dio origen al universo. Cuando las cosas estaban limpias y ordenadas, aquel líquido era llamado éter; éste se obtuvo de las primeras explosiones sensoriales atómicas. Muerte retiraba el éter de las formaciones luminosas y lo dejaba descansando en alguna esquina inmóvil del planeta, para dormir sobre él. Esta sangre, el éter, era movimiento en su máximo estado de pureza.
La expansión del todo motivaba a Vida y Muerte seguir experimentando con las formas de movimiento que iban creando y decidieron solidificar algunas cosas. Los minerales y cristales fueron la dualidad de movimiento que innovaron en vivencias y recuerdos, las dos creadoras estuvieron fascinadas con lo ocurrido y terminaron por otorgar más movimiento a las responsables y colosales esferas de cristal y mineral, permitiéndoles almacenar parte del éter que producían.  Cada cuerpo celeste fue distribuyendo de manera gradual el movimiento en sus partículas, incluso se compartían información o nuevos elementos entre planetas. Cada vez que un planeta alcanzaba un alto grado de vivencias, se convertía en estrella para ceder todo el éter de su vida, finalizando su existencia con una maravillosa explosión que dispersaba unidades de información hacia otros lugares muy recónditos del universo. Por otro lado, aquellos planetas que no poseían tanto éter ni tantas vivencias, decidieron invertir el material y convertirlo en otro: el magma. El incoloro y liviano éter fue parcialmente remplazado por una sustancia similarmente luminosa, pero pesada y lenta. Esta especie de vivencia se alojaba al interior de un planeta y se almacenaba para tener una reserva de movimiento que asegurara el fluir de los minerales y cristales; la empresa del éter que tenía cada planeta le aseguraba una vida más longeva y próspera al enlentecer el proceso. Pronto, los cuerpos celestes fueron alcanzando mayor complejidad en su composición.
En un determinado momento, algunos planetas invirtieron nuevamente el movimiento, en forma de éter, para convertirlo en otra cosa: el alma. Esta nueva creación de aquellas grandísimas aglomeraciones simbióticas de mineral y cristal otorgaba movimiento a partículas inorgánicas para que se movilizaran independientemente, repartieron la energía entre sus subordinados tal como Muerte y Vida hicieron con ellas. Se dio lugar a las formas orgánicas de vida, aquellas que tenían un movimiento más fácilmente percibible y, por lo mismo, más efímero y productivo. De allí que pequeñas sustancias fueron formando células que se alimentaban unas de otras, traspasando la energía y las vivencias potenciadas, de manera que cada vez que se ofrendaba tales recuerdos, éstos eran primeramente recibidos por el seno del planeta y Muerte se apropiaba de ellas. Como premio por la innovación en funcionamiento que propusieron los planetas, Muerte tomaría forma basándose en este último tipo de ofrenda, infinitamente más denso que el éter, infinitamente más luminoso que el magma, infinitamente más lento que el alma: el petróleo.
El petróleo cambió enteramente el esquema que Vida y Muerte habían armado en el universo, ahora las grandes rocas dispersas en el espacio tenían dos metas preciosas por alcanzar: éter y petróleo. Mientras el primero era el liviano rocío de recuerdos para Vida, el segundo era el denso plasma vivencial de Muerte, quien prefería dormir eternamente en el ominoso líquido. Las formas orgánicas de vida incluso entretenían a los planetas, que se sentían inmensamente vivos al tener dos tipos de sangre entre sus cuerpos rocosos: el espíritu les aseguraba tener un buen producto traducible en éter, mientras que cuerpo era degradado hasta obtener la jalea memorial, sinónimo de petróleo. El alma y el magma serían los movimientos propios del planeta dedicados a mover lo orgánico y lo inorgánico, respectivamente. Las diversas expresiones orgánicas de vida siempre serían una sorpresa para todos los presentes en la historia que partió del iniverso.
Dentro de los azares de la evolución orgánica, apareció un pseudo-primate que era regido por otro tipo de movimiento, la razón. Ésta correspondía a un movimiento errático generado por casualidades históricas. El bípedo tenía una creciente necesidad de obtener poder, otro tipo de movimiento, pero imaginario, inexistente, más bien un síndrome crítico o potente enfermedad. Entre ellos se mataban para mostrar superioridad y “robar” el poder que poseía cada uno de sus hermanos. Pronto no se hubo conformado con robar el poder de sus pares y comenzó a robar el poder de las demás formas de vida, bajo la escusa de las necesidades básicas. Encontró muy pronto una forma física de entender el poder: el dinero. Se fueron saboteando entre “poderosos” para lograr grandísimas reservas de poder, estafando a todos los que venían por debajo de ellos mismos, a pesar de que fuesen los pilares de su propio éxito. Era un tóxico ecosistema de mentiras en el que proliferaban casi moderadamente, hasta que uno de los “poderosos” descubrió una de las venas que mantenían la vida en el planeta, un yacimiento de petróleo. La Muerte que siempre estuvo presente en sus ciclos biológicos, para ofrendar  el espíritu y el cuerpo, sería despertada del eterno descanso. El bípedo tomó la cuna de Muerte y la sometió a combustión, a destilación, a desnaturalización, a investigación, a explicación, a síntesis, a humillación. El hombre había tratado como un medio de obtención de bienes banales a la más sagrada sustancia de recuerdos y vivencias, la sangre de las piedras. Muerte, sabiendo que sólo con estar en los ciclos biológicos de este cáncer bípedo, no se desesperó y descargó su furia y castigo de una manera increíblemente sigilosa y habilidosa: se volvería a concretar, mas no en forma de petróleo, sino que cumpliendo con esa imaginaria y alucinante idea del hombre, el poder.
Todas las personas que contribuyeran directa o indirectamente a la denigración del planeta afectado caerían en las dolorosas enfermedades consumistas, las enfermedades que les traerían vacío a sus corazones, enfermedades que les proporcionan más de ese asqueroso instinto de poder; tendrían que luchar por su lugar y reconocimiento social, tendrían que lidiar con la suciedad del planeta, tendrían que atender los desgarradores destellos de consciencia, los arrebatos políticos, las hecatombes estúpidas, guerras de hambre y de sed, la presente “fiebre de igualdad”, la caza de sueños y fantasías, la vejez e la inutilidad, pero por sobre todo jamás gozarían de la madurez. Los hombres serían por siempre unos niños envenenados, babosos por hegemonía al reproducirse desenfrenadamente, al explicarlo todo inútilmente, al mimar sus cuerpos con la medicina, al cumplir con las expectativas exteriores, al silenciar las salvadoras voces de su interior. Muerte pidió permiso al planeta, afectado del cáncer antropocénico, con fin de tomar las riendas del movimiento. Destruiría a los errantes seres desde donde comenzaron a proliferar, les despojaría de todo lo que alguna vez pudieron disfrutar, les quitaría la grandiosa virtud del desapego y la libertad de movimiento. Tan grandioso y silenciosa es su manera de actuar que tomó a los “poderosos” como presas suyas, haciéndoles creer que en realidad son poseedores del poder, mientras que a la masa ignorante que está bajo ellos, quienes les permiten alcanzar el ponzoñoso líquido, les hizo olvidar su magna responsabilidad y culpabilidad en todo este proceso.
Y todo aquel que sea capaz de reconocer que el derretimiento de su “mundo” es en realidad el antídoto a su planeta, aquel que pueda despojarse el fluir común, será bendecido y guiado por Vida y Muerte.

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